Robert Fisk indaga sobre el fallido rescate de rehenes en Argelia
Robert Fisk
El ejército argelino, según nos dijeron la tarde de este jueves los sospechosos de costumbre –en la televisión francesa, al igual que en la estadunidense– no es blando con los terroristas” y tiene “experiencia” en “combatir el terrorismo”. Demasiado cierto, pero sólo a medias. Porque tampoco es “blando” con los rehenes. Es tan despiadado con los cautivos como con los captores.
El asesinato de buenos y malos por igual en la planta de gas de In Amenas, este jueves, era, por tanto, del todo predecible, porque los militares argelinos –los verdaderos gobernantes de la nación– se “llenaron de sangre” en una guerra civil que les enseñó a preocuparse tan poco de los inocentes como de los culpables.
Fueron los militares argelinos quienes enviaron oficiales de inteligencia a Damasco en 1993 para aprender cómo Hafez Assad destruyó a los islamitas de Hama 11 años antes, y luego usaron las mismas tácticas para liquidar a la insurgencia islamita en la propia Argelia.
Se dice que el año pasado oficiales argelinos visitaron Siria para devolver el cumplido, enseñando a los militares sirios –que ahora combaten un levantamiento mucho más peligroso– cómo los argelinos ganaron su guerra “sucia” contra el Grupo Armado Islámico y sus socios de Al Qaeda.
Los argelinos aportaron su “experiencia” al tunecino Ben Alí poco antes de que fuera derrocado y ofrecieron lo mismo a los esbirros de Mubarak en Egipto.
Por opacos que puedan parecer los militares argelinos a los extranjeros, sus mitos fundacionales –de brutalidad extrema hacia sus enemigos, a cualquier costo– han atraído al Pentágono y a los franceses, que mantuvieron su colaboración con la élite del ejército en Cherchell, en las afueras de Argel, en la década de 1990, cuando sabían bien que los soldados y fuerzas paramilitares del país se entregaban a una orgía de tortura contra insurgentes y civiles.
Tres cosas fueron ciertas la noche de ayer con respecto al baño de sangre argelino: que los argelinos echarían toda la culpa de la matanza de rehenes a los secuestradores inspirados por Al Qaeda; que los gobiernos occidentales cuyos ciudadanos perecieron aceptarían esa versión –sin emitir una sola palabra de condena a los militares argelinos–, y que para el mediodía de este viernes toda la historia quedará irreconocible. Primeros ministros, ministros extranjeros y redacciones de noticias, están avisados.
La ignorancia total de David Cameron con respecto a la crueldad inherente del gobierno de Argelia llevó a Downing Street a musitar este jueves algunos comentarios en verdad estúpidos. Los argelinos, dijo, “parecían decididos a encabezar el esfuerzo”.
Y vaya que lo estaban. Hablar con secuestradores es anatema para ellos; cuando mucho es un medio para desgastarlos antes de aniquilarlos. El primer ministro del país, Abdelmalek Sellal, es un hombre brillante que resulta atractivo para gente como Cameron y François Hollande: relajado, bien educado, veterano del servicio civil argelino. Es fácil, por tanto, olvidar que era ministro del Interior en 1998-9, cuando supuestamente se destruyó el alzamiento islamita.
Uno de sus predecesores, Abderrahmane Meziane-Chérif, me comentó alguna vez cuáles eran sus principios al tratar con “terroristas”. “Un campesino puede ser erradicador cuando arranca la maleza de los campos –me dijo–. Y a veces un hombre necesita purificar el agua y limpiar de insectos y bichos las cosas…” A Meziane-Chérif le decían el eradicateur.
Y sí, claro, los islamitas que retuvieron a tantos rehenes en Argelia son los principales culpables de la masacre. Ninguno de los bandos ofrece cuartel; por lo tanto, rehenes, curiosos y civiles son “daño colateral” –de nuevo esa frase odiosa– para ambos lados.
Tampoco es para sorprender, porque el verdadero matrimonio de Al Qaeda con los militares argelinos comenzó luego de la ocupación rusa de Afganistán. Es una historia en gran parte secreta que aun ahora no se ha revelado del todo. Desesperado por reducir sus pérdidas, el gobierno soviético pidió ayuda de inteligencia a sus aliados socialistas argelinos, y los servicios argelinos de inteligencia despacharon a sus hombres a Afganistán para hacerse pasar por mujaidines junto con verdaderos islamitas argelinos que combatían por Osama Bin Laden.
La información de esos espías militares argelinos permitió el contrataque de las fuerzas soviéticas. Pero cuando los rusos se fueron y los argelinos regresaron a su país, el ejército ordenó a sus hombres que permanecieran encubiertos entre los grupos islamitas. Así, cuando la terrible guerra civil comenzó, oficiales individuales participaron en la masacre de civiles para mantener su cobertura, y así se contaminaron de las atrocidades. Este relato sombrío no es reconocido por el gobierno argelino, ni Occidente se pondrá a ahondar en él.
Pero la realidad es que las verdaderas cobras del mundo de la inteligencia viven dentro del poder militar argelino. En comparación, las cobras de Downing Street –el famoso “comité” de seguridad de David Cameron– son unas humildes y muy adormiladas culebras.
© The Independent
20-ENERO-2013