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El triunfo de Maduro

Los dilemas del chavismo sin Chávez

El presidente Barack Obama no tuvo que esperar que el Centro Nacional Electoral (CNE) publicara el primer boletín con resultados irreversibles para constatar la victoria de Nicolás Maduro en las elecciones venezolanas de este domingo, en las que enfrentó al opositor Henrique Capriles Radonsky, un candidato moldeado y acunado en las incubadoras de la ultraderecha empresarial y oligárquica latinoamericana.

Walter Goobar
El presidente Barack Obama no tuvo que esperar que el Centro Nacional Electoral (CNE) publicara el primer boletín con resultados irreversibles para constatar la victoria de Nicolás Maduro en las elecciones venezolanas de este domingo, en las que enfrentó al opositor Henrique Capriles Radonsky, un candidato moldeado y acunado en las incubadoras de la ultraderecha empresarial y oligárquica latinoamericana. La derrota de Capriles le fue anticipada al inquilino de la Casa Blanca a finales de marzo por el director de inteligencia nacional de Estados Unidos, James Clapper, y por el jefe del Comando Sur del Pentágono, general John Kelly.
En esta elección, la primera después de la muerte del líder bolivariano, el chavismo se impuso por apenas 300 mil votos, con resultados mucho menores que los que pronosticaban las encuestas y la oposición exige contar todos los votos para reconocer los resultados.
Con esos informes de inteligencia, Washington no apostaba a un triunfo electoral de Capriles sino que ha puesto todas sus fichas y sus millones de dólares para redoblar las operaciones encubiertas y las diversas modalidades de la guerra de espectro completo, que algunos expertos militares han definido como un conflicto de cuarta generación. Golpes suaves, guerra de baja intensidad, asimétrica, mediática y económica forman parte del abanico de herramientas que Washington esgrime contra el proceso bolivariano y el socialismo del siglo XXI.
A diferencia del combate militar tradicional y de las guerras relámpago o de desgaste, la guerra de cuarta generación puede adquirir dimensiones psicológicas y físicas, emplea técnicas de comunicación y marketing, y hace un uso psicoanalítico del biopoder. Aprovecha la asimetría estratégica entre las partes para obtener ventajas. Ese ha sido el modus operandi de Washington respecto de Venezuela desde antes y durante el fallido golpe de Estado de abril de 2002, continuado después con el sabotaje petrolero y el referendo revocatorio.
En lo inmediato, Capriles ha seguido a pie juntillas el guión estadounidense, que recomienda sembrar dudas sobre la transparencia del proceso electoral, reclamando una auditoría de votos, ya que insinuando la posibilidad de fraude se genera un clima de anarquía, de desestabilización social e ingobernabilidad. A esta altura, no caben dudas de que la campaña estadounidense de desestabilización de la Venezuela poschavista proseguirá tras el ajustado triunfo de Nicolás Maduro, el heredero simbólico del modelo bolivariano que tanto preocupa a los Estados Unidos. Basta repasar cualquier manual de Historia contemporánea para constatar que Washington y la oposición no aceptarán el resultado de las urnas, como no toleraron el crecimiento de la influencia política de Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, ni el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, ni la mayoría peronista en los '50 y en los '70, ni la Revolución Cubana, ni el gobierno de João Goulart en Brasil, ni a Salvador Allende en Chile. Porque, donde no pueden ganar en las urnas, buscan siempre la salida anticonstitucional y no vacilan ante los golpes militares y las invasiones abiertas o encubiertas.
El periodista Carlos Fazio escribe en el diario La Jornada de México que el 5 de marzo, fecha en que se produjo la muerte de Hugo Chávez, Venezuela expulsó al agregado aéreo de la embajada de Estados Unidos en Caracas, David del Mónaco, y a su segundo, Devlin Costal, por realizar actividades ilegales y proponer proyectos desestabilizadores a oficiales de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. También se dieron a conocer alertas de sabotajes por parte de mercenarios salvadoreños y funcionarios estadounidenses dirigidos a desestabilizar el país. Las investigaciones apuntaron a Sharon Vanderbeele, oficial de la CIA en Caracas, bajo la fachada de la Oficina de Asuntos Regionales (ORA).
El 5 de abril, Wikileaks confirmó lo que muchos sabían: que durante su estancia al frente de la misión diplomática en Caracas, el embajador de Estados Unidos, William Bronwfield (2004-2007), destinó 15 millones de dólares de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) para entrenar y capacitar técnicamente a más de 300 organizaciones no gubernamentales venezolanas, con el fin de que ejecutaran planes desestabilizadores en los reiterados intentos de Washington por derrocar a Chávez.
Con el triunfo de Nicolás Maduro, la revolución bolivariana, se enfrenta ante una disyuntiva clásica: profundizar política y socialmente el proceso y las movilizaciones para afirmarse y enfrentar los intentos reaccionarios que vendrán de adentro y afuera o, en cambio, institucionalizar el chavismo que Chávez se encargaba a cada rato de modificar y hasta subvertir, lo cual implica tender lazos a sectores de la oposición y a Washington y mantener controlados los movimientos sociales. En cierta medida, se reproduce el dilema que llevó a la derrota de la Unidad Popular chilena entre el "avanzar para consolidar" y el "consolidar para avanzar", negociando con la democracia cristiana, frenando las iniciativas de los trabajadores y reforzando las instituciones políticas que, como se sabe, favoreció primero el "tancazo" y después el golpe de Pinochet.
Maduro no es Chávez, que quería construir un Estado moderno y a la vez combatir al Estado capitalista. Además, en el aparato estatal y en las fuerzas armadas hay posiciones bolivarianas y chavistas pero conservadoras, y hay fuerzas que buscan disminuir la tensión tomando contacto con el enemigo y hasta haciéndole concesiones en el marco del capitalismo de Estado venezolano.
Más allá de los planes conspirativos de la derecha, o de una eventual intentona castrense-civil alentada por el aparato mediático nacional e internacional, el presidente Chávez solía advertir que "el enemigo más temible está dentro del mismo gobierno", y enumeraba luego la ineficacia, la ineficiencia y la corrupción de gobernantes y funcionarios, sin capacidad de seguir buscando las soluciones propias a los problemas, más propensos a repetir formatos y modelos que dice combatir.
El periodista Aram Aharonian remarca que con el triunfo de Maduro comienza la era sobre la que tantos especularon: "no se trata del pos-chavismo, sino del pos-Chávez".
Maduro inaugura el período con un gran signo de interrogación: ¿se profundizará política y socialmente el proceso o se institucionalizará, lo que significa negociar con la oposición e incluso con Washington?
"Nadie tiene dudas: Maduro no es Chávez y dentro del bolivarianismo hay sectores conservadores, decididos a seguir haciéndole concesiones al capitalismo y obviando el protagonismo popular y el poder comunal. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) es más una maquinaria electoral que una usina de ideas y/o planes para la construcción del socialismo", sentencia Aharonian.
En la era pos Chávez, el golpe que la oligarquía venezolana y sus aliados en Washington preparan, no consistirá sólo en una conspiración cívico-militar montada sobre una campaña de prensa a nivel nacional y mundial, ni en la compra de algún sector reaccionario de las fuerzas armadas. Será antes que nada una acción política, una campaña de inteligencia y desestabilización económica, de división del aparato chavista, de inducción a una parte del mismo a congelar la fuerza real del proceso, que es la participación popular. En ese sentido, el centro de la estrategia incluye la idea de infiltrarse en la base política chavista, dividir al chavismo.
Tiempo Argentno
16-04-2013

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