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Samir Naji al Hasan

Guantánamo me está matando

Samir Naji al Hasan Moqbel, yemení acusado de luchar con los talibán en Afganistán, preso en la Bahía de Guantánamo desde 2001, contó su historia a través de un intérprete de árabe a la ONG Reprieve (www.reprieve.org) en una llamada telefónica no controlada.

Samir Naji al Hasan Moqbel · ·
Hay un hombre aquí que pesa sólo 35 kilos. Otro, 45. La última vez yo pesaba 58 kilos, pero de eso hace un mes.
Llevo en huelga de hambre desde el 10 de febrero y he perdido más de 13 kilos. No volveré a comer hasta que me devuelvan mi dignidad.
Llevo detenido en Guantánamo once años y tres meses. No se me ha acusado nunca de ningún delito. Nunca he sido sometido a juicio.
Podría haber vuelto a casa hace años — nadie piensa en serio que yo represente una amenaza — pero aún sigo aquí. Hace años, los militares decían que yo era “guardia” de Osama Bin Laden, pero esto era una insensatez que parecía sacada de las películas norteamericanas que solía ver. Pero no parece importarles el tiempo que pueda pasar aquí.
Cuando vivía en mi Yemen natal, en el año 2000, un amigo de la infancia me contó que en Afganistán podía ganar más de los 50 dólares mensuales que me pagaban en una fábrica y sustentar a mi familia. La verdad es que nunca había viajado y nada sabía de Afganistán, pero hice la prueba.

Me equivoqué al confiar en él. No había trabajo. Quise marcharme, pero no disponía de dinero para el vuelo de regreso. Tras la invasión norteamericana de 2001, huí a Paquistán como todo el mundo. Los paquistaníes me detuvieron cuando les pedí ver a alguien de la embajada de Yemen. Me mandaron entonces a Kandahar y me pusieron en el primer avión a Guantánamo.
El mes pasado, el 15 de marzo, me encontraba en el hospital de la prisión enfermo y me negué a que me alimentaran. Irrumpió un equipo de E.R.F. (Fuerza de Reacción Extrema), un pelotón de ocho policías militares equipados como antidisturbios. Me ataron las manos y los pies a la cama. Me insertaron a la fuerza una vía intravenosa en la mano. Pasé 26 horas en este estado, atado a la cama. No me permitieron ir al baño a lo largo de todo este tiempo. Me introdujeron un catéter que era doloroso, degradante e innecesario. Ni siquiera me dejaron rezar.
Nunca olvidaré la primera vez me introdujeron el tubo de alimentación por la nariz. No puedo describir lo doloroso que resulta ser alimentado por la fuerza de este modo. Mientras me lo insertaban, me daban ganas de vomitar. Sentía un dolor intenso en el pecho, la garganta y el estómago, un dolor como nunca había experimentado antes. No le desearía a nadie un castigo tan cruel.
Todavía siguen alimentándome a la fuerza. Dos veces al día me atan a una silla en mi celda. Me atan los brazos, las piernas y la cabeza con correas. Nunca sé cuándo van a venir. A veces aparecen de noche, incluso tarde, a las 11, cuando estoy durmiendo.
Hay tantos de nosotros que están en huelga de hambre que el personal médico cualificado ya no se basta para llevar a cabo la alimentación forzosa; nada se hace a intervalos regulares. Alimentan a la gente durante las 24 horas del día para mantener el ritmo.
Durante una de las sesiones de alimentación forzosa, la enfermera empujó el tubo hasta metérmelo más de 40 centímetros en el estómago, haciéndome más daño de lo habitual al apresurarse. Le pedí al intérprete que le preguntara al doctor si el procedimiento se estaba realizando correctamente o no.
Era tan doloroso que les rogué que dejaran de alimentarme. La enfermera se negó a dejar de alimentarme. Mientras estaban terminando, parte de la “comida” se derramó sobre la ropa. Les pedí que me cambiaran, pero el guardia se negó a dejar que me aferrara ese último resquicio de dignidad.
Cuando vienen, me obligan a sentarme en la silla, y si me niego a que me aten, llaman al equipo de la E.R.F. Así que puedo elegir. O ejerzo mi derecho a protestar por mi detención y me dan una paliza o puedo someterme a una dolorosa alimentación a la fuerza.
La única razón por la que estoy aquí todavía es porque el presidente Obama se niega a devolver a ningún detenido a Yemen. Esto no tiene ningún sentido. Soy un ser humano, no un pasaporte, y merezco que me traten como tal.
No quiero morir aquí, pero hasta que no hagan algo el presidente Obama y el presidente de Yemen, es a eso a lo que me arriesgo cada día.
¿Dónde está mi gobierno? Me someteré a cualquier “medida de seguridad” que se me pida para poder volver a casa, aunque sea totalmente innecesaria.
Aceptaría lo que fuera necesario para poder ser libre. Tengo ahora 35 años. Lo único que quiero es volver a ver a mi familia y llegar a tener familia propia.
La situación es hoy desesperada. Todos los que se encuentran detenidos aquí sufren intensamente. Hay por lo menos 40 personas en huelga de hambre. Todos los días hay gente que se desmaya de agotamiento. Yo he vomitado sangre.
Y no hay un final a la vista para nuestro encarcelamiento. Negarnos a nosotros mismos alimento y correr riesgo de muerte todos los días es la decisión que hemos elegido.
Sólo espero que por el dolor que sufrimos los ojos antes del mundo se detengan de nuevo en Guantánamo antes de que sea demasiado tarde.

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