En un dictamen de medio millar de carillas, el fiscal Alberto Nisman, documentó de manera exhaustiva la metodología empleada por Irán para convertir a la Argentina en cabecera de puente para la instalación de estaciones de inteligencia en la región
Walter Goobar
En un dictamen de medio millar de carillas, el fiscal general de la causa Amia, Alberto Nisman, documentó de manera exhaustiva la metodología empleada por Irán para convertir a la Argentina en cabecera de puente para la instalación de estaciones de inteligencia en la región que en julio de 1994 fueron claves a la hora de perpetrar el atentado contra la la AMIA.
En su dictamen, Nisman realiza un minucioso repaso de las posturas de esa nación islámica en las últimas tres décadas para plasmar en el expediente la matriz y la arquitectura subterránea que posibilitaron el atentado contra la mutual judía que se cobró la vida de 85 personas. El fiscal no duda al dictaminar que la acción iraní estuvo destinada a “cometer, fomentar y patrocinar actos terroristas, en consonancia con sus postulados de exportación de la revolución” islámica.
En el dictamen entregado al juez Rodolfo Canicoba Corral, Nisman no alude a la firma del –inexplicable e inexplicado–, memorando entre Argentina e Irán para interrogar a los acusados por el atentado contra la mutual judía. Sin embargo, el documento de la Fiscalía es el tiro de gracia para el memorando que ya se había convertido en letra muerta cuando el presidente iraní debió retirar de la Asamblea Consultiva el texto del Acuerdo con la Argentina, ya que no contaba con los votos necesarios para su aprobación. Las marchas y contramarchas iraníes parecen confirmar que lo único que pretendían era que Interpol levantara los pedidos de captura contra ex funcionarios de su gobierno.
Nisman analizó informes, diligencias probatorias de la Argentina, la región, Europa y Estados Unidos y sentencias judiciales de los respectivos tribunales “donde se demuestra que el modus operandi de todos esos actos responde a una misma matriz que va desde los procedimientos de infiltración y reclutamiento, los mecanismos de selección de blancos y análisis de las connsecuencias posteriores a la ejecución de los atentados ordenados en distintos países y atribuidos por sentencias firmes a agentes de inteligencia iraníes”.
El dictamen detalla que los centros de inteligencia y las células de acción iraníes se habrían instalado en Estados Unidos, Brasil, Paraguay, Uruguay, Chile, Colombia, Guyana, Trinidad y Tobago y Surinam. Para el fiscal, “la infiltración regional” se realizó en parte a través de la “utilización dual de organismos diplomáticos, asociaciones culturales, de beneficencia y, en algunos casos, hasta religiosas iraníes”.
Esta articulación regional explica por qué el conductor suicida que se inmoló en la AMIA ingresó a la Argentina por la triple frontera; por qué el jefe del grupo operativo local Samuel Salman El Reda dividía sus actividades entre aquel límite tripartito, la República de Colombia y nuestro país; por qué el embajador iraní en Argentina, Hadi Soleimanpour, también oficiaba como representante del régimen en Paraguay; por qué el coordinador del atentado contra la AMIA fuera del país operaba desde Brasil con un teléfono celular a nombre de André Marques y que Mohsen Rabbani también ejercía sus actividades en Uruguay, Chile y Colombia.
Pese a que en su disección de la estructura clandestina, el fiscal se remonta a los documentos del Seminario de Gobierno Islámico Ideal, de 1982 en Teherán– donde 380 clérigos de 70 países acuerdan “la exportación de la revolución iraní”, que incluía acciones violentas, como atentados, “cuando resultare necesario”, no profundiza demasiado en la elección de la Argentina como cabecera de puente para esta operación en la que el terrorismo es sólo un aspecto.
A partir de esa reunión, según relata Nisman, se produce la llegada de representantes iraníes de alto rango a los diversos países donde se produce la mencionada “infiltración”. En el caso de la Argentina, el clérigo Mosjen Rabbani, sindicado como el cerebro de los atentados, entra en escena en Argentina en 1983. Rabbani se valió de la embajada, de la consejería cultural, de elementos que frecuentaban las mezquitas “At Tauhid”, “Al Iman” (Cañuelas) y “El Mártir” (San Miguel de Tucumán), de las empresas de cobertura G.T.C. e “Imanco” y adoctrinó en sus posturas extremas a seguidores locales que podrían resultar funcionales a los objetivos del régimen iraní.
Nisman atribuye al ex agregado cultural iraní en la Argentina, Moshen Rabbani, acusado por el ataque a la AMIA, la coordinación de la penetración en Sudamérica y especialmente en Guyana “a través de su discípulo Abdul Kadir, máximo referente iraní en dicho país, ex Parlamentario y ex Alcalde de la Ciudad de Linden, hoy cumpliendo pena de prisión perpetua por su responsabilidad en el frustrado atentado al aeropuerto de Nueva York”.
En cuanto al ataque a la Amia, concluye que no fue un hecho aislado, sino que fue “un engranaje, una parte de un entramado mucho mayor, dominado por una fuerte penetración iraní en la región”.
En el documento, Nisman detalla cómo opera, cómo se organiza, cuál es el entramado y cómo se oculta el aparato de inteligencia iraní en los países sudamericanos. Al desmenuzar ese entramado, el fiscal describe el “devastador” ataque a la AMIA y vincula a las infiltraciones el “complot” que tenía previsto hacer “volar todos los tanques de combustible del aeropuerto estadounidense John F. Kennedy por parte de agentes de inteligencia iraníes residentes en Guyana y Estados Unidos”.
El dictamen señala el tema nuclear como trasfondo del atentado, pero omite un dato crucial respecto del motivo por el que la Argentina fue elegida como cabecera de puente de las unidades de inteligencia iraníes: en aquel momento en que Irán estaba involucrado en una sangrienta guerra que duró ocho años con Irak, Argentina jugaba a dos puntas: la Fuerza Aérea desarrollaba el misil Cóndor en sociedad con Saddam Hussein, mientras el Ejército, a través de Fabricaciones Militares vendía armas a Irán y figuraba como falso destinatario de las armas que Europa no podía exportar directamente a Irán a causa del embargo sancionado por la ONU. No fue la necesidad de exportar la revolución, sino la de exportar armas y espiar a los iraquíes asociados al proyecto misilístico lo que hizo que la Argentina fuese prioritaria para los servicios de inteligencia persas. Esta omisión en el dictamen del fiscal no es menor porque en el reclutamiento de miembros para las células locales y los agentes durmientes que el informe describe a la perfección, los militares y miembros de fuerzas de seguridad e inteligencia locales siempre estuvieron en la prioridad de los agentes iraníes. Cuando el dictamen explica que los potenciales reclutas eran enviados a la Universidad de Qom para ser evaluados, sería interesante conocer cuántos carapintadas –que estaban en contacto con la Embajada y las mezquitas en las que operaba Moshen Rabbani– viajaron a Irán. Y, de ellos, cuántos eran expertos en explosivos. El dato no es menor porque sería la llave para desentrañar un punto neurálgico de la nunca investigada conexión local. Quien firma estas líneas ha señalado desde 1996 en el libro El tercer atentado, la responsabilidad intelectual de Irán y Hezbollah en los ataques cometidos en la Argentina, pero en ninguna otra parte del mundo –ni antes ni después de la AMIA–, Hezbollah ha alcanzado la misma “perfección en la demolición de edificios”. Eso habla de que la elección, el cálculo de los explosivos y el diseño del coche-bomba deben atribuirse a mano de obra local, especializada, que se cuentan con los dedos de una mano si además esos expertos en demolición o explosivos viajaron a Irán o tenían contacto con Rabbani.
El pronunciamiento de Nisman hace un extenso repaso sobre otras personas sospechadas de terrorismo, las conexiones con grupos como Hezbollah.
La investigación acreditó que “el prófugo y máximo responsable de la conexión local, Samuel Salman El Reda, se valió de una falsa ciudadanía colombiana para arribar de manera más sencilla a la República Argentina varios años antes del atentado sin despertar sospechas y ocultando su pertenencia a la organización Hezbollah, que hoy lo cobija y le da protección en el Líbano”.
Hubo también un grupo de supuestos estudiantes iraníes que habían ingresado al país durante el segundo lustro de la década del ’80. Guardaban relación con el gobierno iraní; cursaron únicamente la carrera de medicina; condujeron taxis; concurrieron asiduamente a las mezquitas de Floresta y/o Cañuelas y, algunos de ellos, desaparecieron misteriosamente después del atentado, sin dejar rastros. Este dato, que nunca ha sido debidamente investigado, podría –por ejemplo– aportar pistas para desentrañar porqué el coche-bomba estuvo emplazado en el estacionamiento Jet Parking que está ubicado justamente frente a la Facultad de Medicina.
Miradas al Sur
2 de junio de 2013