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Egipto

El peligro de una guerra civil

En las últimas horas, la matanza de 42 simpatizantes de Morsi y de los Hermanos Musulmanes ha colocado a Egipto en la antesala de una guerra civil. La tragedia debería servir de recordatorio que no hay golpes de Estado legítimos y golpes de Estado ilegítimos. Todos son ilegítimos.

Walter Goobar
Siempre resulta trágico ver a un pueblo libre aplaudir un golpe de Estado como el ocurrido en Egipto. Si bien los opositores al derrocado presidente Mohamed Morsi se justifican con el argumento de que su libertad fue traicionada, nada justifica la ruptura de la institucionalidad por muy precaria que esta haya sido.
Lo cierto es que en menos de una semana se han sucedido la gigantesca movilización contra el presidente Morsi del 30 de junio, la advertencia del Ejército al día siguiente, el derrocamiento 48 horas más tarde, el nombramiento de un presidente provisional y el anuncio por parte de los medios estatales, luego desmentido por la Presidencia, de que el Nobel de la Paz, Mohamed El Baradei, dirigiría como primer ministro el gobierno interino.
En las últimas horas, la matanza de 42 simpatizantes de Morsi y de los Hermanos Musulmanes ha colocado a Egipto en la antesala de una guerra civil. La tragedia debería servir de recordatorio que no hay golpes de Estado legítimos y golpes de Estado ilegítimos. Todos son ilegítimos.
El frágil equilibrio político que los generales egipcios han creado tras la caída de Morsi y su gobierno por el golpe de Estado se ha topado ya con sus primeros obstáculos, indicativos de lo compleja que va a ser la transición en el periodo durante el cual el gobierno de facto pretende dotarse, bajo tutela militar, de nueva Constitución, Parlamento y presidente. Sin embargo, una de las primeras decisiones del autoproclamado presidente interino, el juez Adli Mansur, estuvo al borde de pulverizar la frágil coalición cívico-militar que ahora controla el país a punta de fusil: el intento de nombrar como primer ministro al premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei, desató las iras de los salafistas, que en un principio apoyaron el golpe de Estado. Los medios oficiales y una portavoz de El Baradei confirmaron el sábado que el ex director de la Agencia Internacional para la Energía Atómica (OIEA) entre 1997 y 2009, había sido elegido primer ministro. Horas después un portavoz de Mansur lo desmintió y dijo que todas las opciones estaban en el aire y no había plazos concretos. Este domingo, finalmente, la presidencia dijo que El Baradei podría acabar siendo nombrado vicepresidente y que se barajaba el nombre del abogado Ziad Baha el Din, fundador del Partido Social Demócrata de Egipto, como posible candidato a primer ministro.
El partido salafista Nur, segunda mayor fuerza islamista de Egipto, se opuso el domingo a esas propuestas, como el día anterior se había negado a aceptar a El Baradei como primer ministro. "Tiene una visión laica del Estado que no cuadra con el ideario de nuestro partido", dijo, con evidente enfado, Basem el Zaraka, vicepresidente de Nur, en la cadena de televisión egipcia Al Hayat. Este episodio hizo sonar todas las alarmas en la coalición golpista, unida en el rechazo contra Morsi y los Hermanos Musulmanes, pero separada por insalvables abismos en lo que respecta al tipo de Estado y gobierno que quieren, aparte de la voluntad de que se celebren elecciones con la mayor rapidez posible.
Las fuerzas políticas que ahora detentan el poder con la protección de los generales están avanzando con máxima cautela. Ya vieron cómo la oposición permaneció unida frente al régimen de Hosni Mubarak en la revuelta de 2011, para luego quedar dividida y desorientada durante el mandato militar de 16 meses y las primeras elecciones presidenciales libres, en las que las dos opciones finales en segunda vuelta fueron un ex primer ministro del propio Mubarak, Ahmed Shafik, y Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes.
La Hermandad Musulmana es la institución que más se malinterpreta en la historia egipcia; y quizá se la malinterpreta deliberadamente. Lejos de ser un partido islamista, sus raíces son de derecha y no religiosas. Sus primeras épocas, bajo el mando de Hassan Banna, prepararon a la organización para ser tolerada por el rey Farouk y sus caciques egipcios, siempre y cuando mantuvieran la fachada de formación islámica.
Cuando la revolución de 2011 estaba en su momento decisivo y millones de opositores al dictador Hosni Mubarak se jugaban la vida en la plaza Tahrir, la Hermandad se ocupaba de negociar con el tirano con la esperanza de que les regalara las sobras de su régimen. El liderazgo de esa formación nunca estuvo del lado del pueblo durante la revuelta en Egipto. Ese papel lo cumplieron las bases laicas más fuertes del país pertenecientes al movimiento sindical.
Perseguidos y oficialmente proscriptos, desde la época de Gammal Abdel Nasser, los Hermanos Musulmanes aprendieron, como todos los grupos clandestinos con ideología, a organizarse política, social y hasta militarmente. Así, cuando se llevaron a cabo elecciones verdaderas, ganaron; y, por tanto, Morsi quedó en el poder. El tiempo que pasó en el poder podrá haber sido breve, pero la Hermandad Musulmana sigue siendo el partido político mejor organizado de todo Egipto y sabe cómo sobrevivir en la clandestinidad.
Este domingo, un folleto de los Hermanos Musulmanes alertaba del grave riesgo que corre la nación. "Advertimos de que existe un riesgo de guerra civil, por aquellos que se aprovechan de las divisiones entre cristianos y musulmanes. Estos son días muy peligrosos", decía.
"Todas esas gestiones del nuevo gobierno no tienen valor alguno, porque se están efectuando sin ninguna legitimidad", afirmó Abdel Raman al Bar, uno de los líderes de los Hermanos Musulmanes y decano de estudios islámicos en la Universidad de Al Azhar. "Esos golpistas no triunfarán. Todo ese proceso es inválido: su presidente, sus gestiones, todo. Nunca lo aceptaremos. No nos pueden imponer su voluntad, porque en las urnas fueron minoría, y siguen siendo minoría, a pesar de que tengan tras de sí a las Fuerzas Armadas", añadió.
El portavoz de la Hermandad, Gehad el Haddad, insistía este domingo en que la elección de El Baradei o Baha el Din es "un teatro". "No hay Constitución porque la han anulado. Todo lo que hacen es impugnable. A ese presidente que tienen no lo debería recibir ningún gobierno extranjero. No lo debería reconocer ninguna misión diplomática. Hay ya un gobierno y un presidente legítimos. Y están encerrados. A la comunidad internacional le debería quedar bien claro esto", dijo.
El tambaleante poder del gobierno de facto reside en los militares que son, sobre todo, una casta privilegiada que, sin disimulo, asume su papel de salvador y de columna vertebral de la patria desde el golpe que terminó con la monarquía en 1952.
A pesar de sus fracturas internas –derivadas de diferencias generacionales, pero también de la creciente infiltración islamista en sus filas– las Fuerzas Armadas se mantienen cohesionadas, en la medida que eso garantiza a sus miembros magníficas posibilidades de promoción profesional y privilegios que no ofrece ninguna otra instancia de poder.
La casta militar está, sobre todo, centrada en defender sus particulares intereses, mantener la estabilidad del país (incluyendo la libertad del tráfico marítimo por el canal de Suez) y garantizar la paz con Israel (lo que le reporta sustanciosas prebendas desde Washington). La democracia, por el contrario, nunca ha estado en su lista de prioridades.
El derrocado Morsi nunca logró dominar a este actor, que aceptó una cohabitación forzada con los islamistas por la mera necesidad de contar con alguien preparado para gestionar los asuntos diarios, a cambio de aceptar una tutela que ha vuelto a hacerse visible con el golpe.
Lo que ahora necesitan los uniformados es un nuevo socio político que acepte gestionar el día a día bajo su tutela. Sin duda, a sus 71 años, Mohamed el Baradei con larga experiencia en organismos internacionales y un Nobel de la Paz, sería el hombre perfecto para legitimar el golpe de Estado y recomponer la imagen de Egipto en el exterior. No obstante, su figura resultó controvertida para encabezar un gobierno de unidad nacional. Al rechazo de los Hermanos Musulmanes, se une la desconfianza que despierta tanto entre los salafistas (por liberal) como entre los simpatizantes del régimen de Mubarak por insistir en la inclusión de los islamistas.
De momento, El Baradei ha rifado su credibilidad personal con sus declaraciones en las que ha justificado la destitución de Morsi. "Estábamos entre la espada y la pared", dijo a la BBC poco después del golpe, convencido de que "la otra opción era la guerra civil". No deja de ser una ironía que sean los mismos militares cuya gestión criticó con dureza hace un año, quienes se vean obligados a considerar su nombramiento como rostro civil del cambio de régimen. De todos modos, el riesgo de guerra civil aún no ha desaparecido del todo, sino que se ha potenciado en las últimas horas.
Tiempo Argentino
09-07-2013








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