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ESCÁNDALO EN EL JOCKEY CLUB

Bienvenidos al siglo XXI

La prohibición de ingreso al Jockey Club para la mujer de un socio abrió un debate sobre la discriminación en ese baluarte de la aristocracia nacional. Escándalo, chismes y peleas internas a través de las cartas de lectores de La Nación. La entidad tuvo que dar marcha atrás y se puso en evidencia su reglamento anacrónico y su glamour devaluado.

Por Walter Goobar
Si bien el estatuto del Jockey Club establece que “es un centro social y una asociación que propende al mejoramiento de la raza caballar y al fomento de las actividades culturales, científicas y deportivas de la República”, una ley no escrita –pero sobreentendida por los 7.500 socios que ostentan una rara mezcla de apellidos patricios y no tantos–, relega a las mujeres a un lugar parecido al de la raza caballar: aunque a algunas no parece incomodarles, en lugar de una marca a fuego con las iniciales del stud, llevan un carnet con sus fotografías en las que dice “esposa de socio”. No pueden acceder a todas las instalaciones y, en caso de divorcio, lo más probable es que no puedan volver a pisar las instalaciones.
Hace unos días, una mueca de alivio se dibujó en los rostros de los glamorosos miembros de la Comisión Directiva del club. Durante la última reunión, el presidente del cuerpo, Diego Quirno, informó que se había resuelto la polémica desatada por el escribano JRG –nunca hizo público su nombre– porque le negaban la afiliación de su mujer a quien conoció hace 20 años cuando ella estaba casada con otro socio y gozaba de la categoría de socia con todas las letras. Para solucionar el problema, el Jockey tuvo, por primera vez en su historia, que admitir la unión civil de uno de sus integrantes.
“No quiero tener que entrar al Jockey Club con quien es para mí mi señora como una invitada especial, porque ella no es ni mi manceba ni mi mantenida”. JRG y su mujer conviven desde hace cuatro años. “Ella no es una invitada especial. Lucho defendiendo el molde de mis esperanzas, para que mi familia no sea discriminada y mis derechos y aspiraciones legítimas sean escuchadas”, puntualizaba el socio en el escrito en el que denunció al club por discriminación ante la Defensoría del Pueblo porteña.
Primero, el centenario club respondió con chicanas y amenazas: a la defensora Alicia Pierini le cuestionó la jurisdicción y al escribano identificado con las siglas JRG lo amenazó con un Tribunal de Honor. Como el escribano dobló la apuesta, el Jockey tuvo que bajarse del caballo y por medio de la mediación del socio Roberto Garzón llegó a un acuerdo.
Si bien así se ganó el silencio del socio denunciante, Pierini cree que las causas de discriminación contra la mujer subsisten y ha girado las actuaciones al Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI).
Pese a la decisión que marcaría el ingreso del Jockey al siglo XXI, una trama de hipocresía, doble moral y machismo se esconde detrás de las paredes de este “club de hombres” que excluye a las mujeres pero facilita las trampas de los maridos dice reivindicar la tradición societaria de los ingleses pero fue germanófila durante la Segunda Guerra Mundial, dice ser democrática pero ampara como miembros a Emilio Eduardo Massera y a los hermanos Rohm del clausurado Banco General de Negocios, entre otros.
El artículo 23 del estatuto dice que “Para ingresar al Jockey Club es necesario ser mayor de edad, presentar una solicitud a la Comisión Directiva y llenar los demás requisitos que ésta establezca”. Nada en el estatuto habla de género o del estado civil de los aspirantes. Pero sí existe, de hecho, un reglamento vetusto, rancio y machista.
El empresario y productor agropecuario Bruno Quintana, que es presidente del Jockey Club Argentino, niega que sea un club machista. “Simplemente se trata de un club de hombres creado a la usanza de los clubes ingleses tradicionales. Acá el socio es el hombre, las señoras e hijas de los afiliados participan en carácter de familiares. La cuota social la paga el hombre. La mujer puede hacer uso del comedor, únicamente si viene acompañada de un hombre. En el campo de deportes tiene derecho a todas las actividades, aun si va sola”, explicó Quintana hace unos días.
“El verso del club de hombres es la mejor excusa para la trampa”, dice un socio con conocimiento de causa: “Uno dice que se va al club y cuando la mujer llama al gimansio le dicen que está en el baño turco o en la biblioteca y así hasta que la mujer se cansa. El comedor del Jockey es el mejor lugar para llevar a almorzar a una trampa porque uno está seguro que la esposa nunca va a poder ingresar sola”, dice la fuente que acusa al Jockey de “doble o triple moral”.
Según propia confesión, la abogada Stella Romano Yalour adora almorzar, tomar el té, o comer en “el magnífico comedor rodeado de gobelinos y arañas de cristal que dan a un preciosísimo jardín”. “Lógicamente” –reconoce Yalour en una carta de lectores a La Nación– “ debe ir, acompañada de un socio porque se trata de un club privado, y no de un pub”. A Yalour no le incomoda llevar un carnet con su fotografía que la rotula “esposa de socio”.
“Me molesta que una abogada se conforme con la ‘portación de marido’”, respondió la farmacéutica y licenciada en Química, Felisa Scheinkman de Tangir, como parte del debate que se libra en las cartas de lectores de La Nación.
“Si las instituciones jurídicas avalan semejante planteo (el ingreso irrestricto de las mujeres), estarían sentando un precedente grave y una evidente y escandalosa lesión a los derechos de propiedad”, sostiene Bertie Benegas Lynch, en el mismo diario.
Más desenfadado, Nicolás Del Piano razona: “Vas a bailar; a los hombres les cobran entrada; a las mujeres, no. ¿Eso no es discriminación?” . Hernán J. Lanusse ridiculiza la intervención de Pierini indicando que en su club también lo están discriminando: “¡No me permiten ducharme en el vestuario de damas !”
Juan Carlos Careri fue empleado del Jockey Club durante casi 37 años y asegura que las mujeres reciben un trato desigual: “No sólo no pueden ser socias, el estatuto lo prohibe, sino que con su status de mujer de socio tienen vedado su ingreso a la sede social. Si pierden la condición de mujer de socio, por divorcio, no tienen posibilidades de continuar en la familia del club ya que quedan virtualmente expulsadas”.
El ex concejal de la UCeDé, Julio Crespo Ocampo, no duda en calificar de discriminatoria la política del Jockey: “Soy socio de toda la vida, mis abuelos y mis tatarabuelos lo fundaron pero ridículamente, mis hijas no pueden entrar. Es algo tan ilógico pero que, en realidad, no entiendo. Y me digo: Tengo hijos varones e hijas mujeres; pertenezco a un club a donde me encanta ir y, sin embargo, mis hijas mujeres no pueden entrar”, reflexionó Crespo Ocampo precisamente durante el debate sobre las uniones civiles.
El ex embajador Oscar Spinoza Melo también quedó entrampado en las arbitrarias leyes del Jockey: cuando el menemismo le inició una causa judicial, le suspendieron la membresía y le exigieron que siguiera pagando las cuotas. Y luego lo expulsaron.
En un libro de próxima aparición que lleva el título La erupción, Spinoza Melo arremete contra el club del que fue socio durante 23 años: “Cuando me comunicaron la suspensión me dirigí de inmediato a la sede social y pedí hablar con uno de los miembros de la Comisión Directiva, Tomás González de Alzaga, a quien conocía desde su breve paso por el Colegio Champagnat, donde no había podido superar los exámenes de Tercer Grado Primario. Alzaga, muy nervioso argumentó que me habían suspendido porque tenía causas judiciales”, cuenta Spinoza Melo en su nuevo libro. El ex embajador señaló que, en ese caso, “el Jockey perdería buena parte de sus socios ya que –entre otros–, contaba con asesinos convictos como el almirante Emilio Eduardo Massera”. Spinoza Mello argumenta que Massera jamás habría sido echado porque “el actual secretario general de la Comisión Directiva es Alfredo Cantilo quien fue el interventor en la AFA durante el período más trágico de la historia contemporánea. ¿Quién no ha visto las fotos de Cantilo con miembros de la Junta y el asesino Videla durante los partidos del campeonato mundial?”, se pregunta Spinoza Melo. Tampoco han sido suspendidos o expulsados los hermanos Carlos y José “Puchi” Rhom, responsables por la quiebra del Banco General de Negocios (BGN).
El Jockey ha sido un termómetro político de la derecha en la Argentina. En los ´90 sus miembros se hicieron tan menemistas que a la sede social la apodaban “la Unidad Básica Patrón Costa”. En 1992 Jorge Triaca se convirtió en el primer sindicalista que fue aceptado como socio, en medio de las quejas de un sector de la entidad. El ex ministro de Trabajo menemista, que es dueño de un haras y varios studs, obtuvo para su familia la concesión del restaurante del Hipódromo de San Isidro.
Varios historiadores argentinos y extranjeros sostienen que el Jockey funcionó como un centro de propaganda nazi durante la Segunda Guerra Mundial: dentro de la extensa lista de periódicos argentinos de derecha subsidiados por la Alemania nazi se incluía La Fronda, considerado el órgano del Jockey Club y que se convirtió en un medio violentamente antibritánico y antidemocrático después que su director, Francisco Uriburu, pasó varios meses en Alemania en 1937.
No todos los socios del Jockey saludan su ingreso al nuevo siglo. Y se alarman ante la presencia del un gobierno peronista. Frente a la amenaza de Pierini de clausurar la sede que no permita el acceso de mujeres, algunos socios recuerdan la quema de la sede de la calle Florida durante el gobierno de Perón: “No olvido, como integrante de una familia con 4 generaciones de socios del Jockey Club, que fue el régimen de Perón el que hace 51 años quemó hasta sus cimientos la institución cuando estaba en la calle Florida”, escribe Luis A. F. Wetzler. Y ante el ingreso de la pareja del escribano, señala que el fundador “Carlos Pellegrini deberá de estar revolviéndose en su tumba ante este espectáculo tan lamentable”.


la selecta nómina de socios
Si bien ponen todo tipo de trabas para el ingreso de mujeres a sus paquetes salones, el Jockey Club tiene entre sus socios a personajes como el ex almirante Emilio Massera, a los hermanos Rohm del clausurado Banco General de Negocios, y al ex ministro de Trabajo menemista Jorge Triaca, el primer sindicalista aceptado como socio de la entidad, en medio de un escándalo.
todo un estilo
Por Eduardo Lazzari*
El Jockey Club es, probablemente, la institución más representativa de la forma de ser y de pensar de la clase alta argentina, surgida en el formidable proceso de acumulación económica de la Argentina agropecuaria del ’80. Los comportamientos sociales y protocolares de este sector fueron copiados de las más rancias noblezas europeas, y tal como la arquitectura y el arte desarrollado en nuestro país, lo fueron en tiempos anacrónicos. Las formas de comportarse “en sociedad”, sin duda adoptadas en su club dilecto, el Jockey Club, estaban fuera de época, y eso llevó a ubicar marginalmente a la mujer. Un gran transgresor que nunca abandonó su pertenencia a la alta sociedad fue Marcelo Torcuato de Alvear, el oligarca más popular que tuvo, hasta hoy, la Argentina. A pesar de su condición de clase, siempre privilegió la modernidad que veía en Europa, la pertenencia a un núcleo que hizo de la formalidad y la copia el principal aspecto de la vida cotidiana. El día que eligió a la mujer amada, la siguió por el mundo y se casó con ella. Pero como la alta sociedad porteña y el Jockey no aceptaron su boda con una “cómica” (así llamaron a una de las mejores sopranos líricas de la historia de la ópera universal, Regina Pacini, de ella se trata...) él prefirió su fiesta solitaria en París a anquilosarse en una clase social que se petrificó en el tiempo y el espacio. El Jockey Club no se creyó merecedor de una cantante, que se quedó con el soltero más codiciado. Todo un estilo que persiste hasta hoy, donde se recuerdan glorias pasadas, se olvidan morales dudosas, y lo importante sigue siendo fumar un habano lejos de las amables y dulces miradas de las mujeres, que algunas veces son invitadas a pasar.
*Historiador y Presidente Junta de Estudios Históricos del Buen Ayre
 

Revista Veintitrés
ID nota: 3109
Numero edicion: 313 08/07/2004
 
 

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