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Lampedusa y los condenados de la tierra

En la isla de Lampedusa, cerca de Sicilia, se acumulan hoy los ataúdes con los cuerpos de los náufragos de un barco con más de 500 fugitivos de Eritrea y Somalia, muchos de ellos menores de edad, que se incendió y hundió a sólo media milla de la costa, sin que la Guardia Costera hiciera nada para rescatarlos.

Walter Goobar
Para Tiempo Argentino
El "gatopardismo" o lo "lampedusiano" es en Ciencias Políticas el "cambiar todo para que nada cambie", expuesto por Giuseppe Lampedusa, un escritor tardío que al morir en 1957 dejó el manuscrito de Il Gatopardo.
En la isla de Lampedusa, cerca de Sicilia, se acumulan hoy los ataúdes con los cuerpos de los náufragos de un barco con más de 500 fugitivos de Eritrea y Somalia, muchos de ellos menores de edad, que se incendió y hundió a sólo media milla de la costa, sin que la Guardia Costera hiciera nada para rescatarlos. Haciendo honor a la nocion de gatopardismo, Italia concedió la nacionalidad a los muertos, mientras denuncia a los sobrervivientes por inmigración ilegal, penada con 5000 euros y la deportación. Ante la imposibilidad de ser identificados, a los muertos se les ha adjudicado un ataúd, un número y un trozo de tierra en cementerios de Sicilia para que descansen con la nacionalidad europea que se jugaron la vida por conseguir.
El resto, los más de mil que llegaron un día antes, tendrán que seguir hacinados en los inmundos barracones del centro de recepción de Lampedusa, en el extremo opuesto de la isla, donde los turistas disfrutan del último sol del verano. Unos forman parte de una noticia de impacto mundial y los otros son sólo protagonistas de su propia tragedia.
Cada día, la isla de Lampedusa, a 205 kilómetros de las costas de Sicilia y a 113 de África, es puerto de refugio o muerte de centenares de miles de inmigrantes. En las últimas dos décadas, más de 8000 personas han muerto frente a Lampedusa, mientras los políticos italianos se rasgan las vestiduras como si eso fuese el resultado de una inevitable catástrofe natural.
Resulta incomprensible que la Guardia Costera, la Guardia de Finanzas, la Capitanía del puerto de Lampedusa, tardaran más de dos horas en enterarse de que un barco estaba ardiendo y hundiéndose a solo media milla de la isla, que sólo reaccionaran tras ser alertados por algunos pesqueros y que, aun así, pasara mucho tiempo hasta que se decidieron a ayudar.
La denuncia de Vito Fiorino, dueño de una de las embarcaciones que primero se acercó a la zona de la catástrofe, es tremenda: "Eran las 06:30 o las 06:40 cuando di la orden de llamar a la Guardia Costera, pero no llegaron hasta las 07:40. Nosotros ya habíamos subido a bordo a 47 náufragos, pero ellos lo hacían muy lentamente, podían haber actuado con más celeridad. Cuando volvíamos a puerto cargados de náufragos hemos visto la patrullera de la Guardia de Finanzas que salía como si fuese de paseo. Si hubieran querido salvar a la gente, habrían salido con barcas pequeñas y rápidas. La gente se moría en el agua mientras ellos tomaban fotografías y videos. Cuando mi barco estaba lleno y les pedimos a los agentes que los subieran a la patrullera, nos decían que no era posible, que tenían que respetar el protocolo. También me querían impedir ir al puerto con los náufragos."
De Lampedusa parte una procesión de ataúdes sellados, algunos blancos, sin nombre, numerados del uno al 181: "Muerto número 54, mujer, probablemente 20 años. Muerto número 11, hombre, probablemente tres años..." Sin nombre ni historia, ninguna canción eternizará su viaje a la muerte, ni nadie hará una película de esos seres valientes y desesperados que se lanzan a los mares indomables huyendo de guerras, hambrunas, persecuciones políticas, étnicas, religiosas, de género, víctimas de políticas de sus gobiernos o de las pulseadas entre las grandes potencias mundiales por expolio de sus inmensos recursos naturales.
De las borrosas imágenes del naufragio salen a flote historias como la de Fátima, mujer somalí de 26 años que viajaba con su hijo Ahmed de 5 años. Su país ha sido declarado como "Estado fallido", desfallece de hambre sobre inmensas reservas de uranio, oro, petróleo, gas, bauxita y cobre.
Ahmed, niño de ojos grandes de 10 años, otra víctima, era huérfano al igual que varios millones de pequeños somalíes. No quería convertirse en uno de los 500 mil niños que viven en las calles del país, o verse obligado a trabajar jornadas interminables a cambio de un plato de comida, con palizas y abusos sexuales de postre, o convertirse en soldado o esclavo en el "mercado libre" del capitalismo global que ofrece "niños a la carta" a las empresas de todo tipo. Ahmed, que al embarcarse pensó que se había librado de tal destino, se encuentra ahora en el fondo del mar.
Otro rostro es el de Abeba, mujer de la tierra del café, Etiopía: tenía la espalda destrozada por llevar carga pesada durante horas. Se lanzó a esta aventura llevando consigo a su sobrina Hakima, de 7 años, uno de los cuatro millones de niños huérfanos etíopes. El sueño de Abeba era salvarla de la desnutrición severa que mata a miles de niños en ese país, que un día de 1974 se declaró socialista tras derrocar al dictador Haile Selassie. El gobierno militar de Haile Mariam, con el apoyo de la Unión Soviética y Cuba, realizó la reforma agraria, declaró universal y gratuitas la educación y la sanidad, y miró por los derechos de la mujer y de las minorías étnicas. Sus recursos como el oro, gas natural, tantalio, y mármol, por fin iban a servir al rescate de sus propietarios. Los errores del gobierno, las terribles sequías de los años '80 que mataron a cientos de miles de personas, junto con las provocaciones de EE UU que armaba a los rebeldes (quienes destinaban las ayudas internacionales contra el hambre a la compra de armas) desde Eritrea, ralentizaron este avance hasta ser paralizado con la caída de la URSS. Una situación parecida a la de Afganistán, país del que han huido seis millones de personas en las últimos tres décadas.
Al final el Mar "rojo" no hizo gala de su nombre y Washington consiguió apoderarse del control del país y su privilegiada ubicación. Hoy, a pesar de ser una economía en bancarrota, y con medio millón de niños en riesgo inminente de morir, el gobierno gasta 100 millones de dólares en la compra de 200 tanques a Ucrania.
En la barcaza también había pasajeros de Malí, invadido por la OTAN, tierra de petróleo, oro y uranio, donde la esperanza de vida es sólo de 37 años, o de Nigeria, el séptimo productor mundial de petróleo. Las potencias neocoloniales se están llevando el oro, el coltán, el hidrocarburo y otros recursos, y a cambio les envían aviones cargados de armas. Europa debería mirarse a la cara en los rostros de esos niños, de esas mujeres embarazadas y de esos hombres que han encontrado sepultura en las aguas del Mediterráneo para huir de su destino infernal.
Con la crisis económica en el Viejo Continente, las condiciones de vida y las penurias de los inmigrantes se barren bajo la alfombra, mientras se va restringiendo el derecho de asilo político y, en los países que han sufrido lo peor de esta crisis, como Grecia, han surgido partidos abiertamente racistas que los persiguen a la luz del día. Allí, el nacionalismo xenófobo se ha convertido en moneda corriente, pero los condenados de la Tierra siguen afluyendo, como si el paraíso europeo tuviera también la virtud de esconder su cara infernal, como si, además, la esperanza de otra vida fuese más fuerte que la muerte.
Tiempo Argentino
08-10-2013

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