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Crisis de endeudamiento

Un alto el fuego en EEUU

Reabre el Gobierno deBarack Obama tras posponer la batalla por el techo del endeudamiento

Walter Goobar
El nuevo episodio de desgobierno del Congreso de Estados Unidos entró en un alto el fuego forzoso y precario, horas antes de que los relojes marcaran los primeros minutos del jueves 17 la temida fecha límite en la que la primera economía mundial se iba a declarar en suspensión de pagos por primera vez en su historia. El salvataje no es otra cosa que un breve acuerdo temporal exigido desde Wall Street, donde no se habían registrado reacciones al cierre del Estado federal, aunque sí existía gran inquietud sobre la incapacidad de Washington para enfrentar sus obligaciones financieras. Pese al acuerdo, la credibilidad del país no ha salido indemne. Aunque se pospusieron los efectos catastróficos anunciados, perduran las heridas sin cicatrizar, tanto desde el punto de vista político como económico.
En esta alocada carrera contrarreloj, lo que se consiguió es un cese de hostilidades para pasar las fiestas navideñas, al cabo de las cuales los contendientes recurrirán nuevamente a la artillería pesada para tratar de evitar una nueva paralización del Estado y una cesación de pagos.
El Congreso quedó convertido en un peligro mayor que Al Qaeda.
“No solemos referirnos al Congreso como lo que realmente es a estas alturas: el peligro más claro y más actual para la seguridad nacional de Estados Unidos”, subrayó Benjamin Wittes, un experto de la Brookings Institution, un prestigioso thinktank que se caracteriza por su seriedad.
Las encuestas muestran la rotunda decepción de los ciudadanos con sus representantes electos: la aprobación de la labor del Congreso ha caído a cerca de un 10% esta última semana frente a casi el 40% con la que contaba en 2009, según datos de RealClearPolitics.
La capacidad del Congreso para asestar a los estadounidenses “heridas autoinflingidas”, como las ha calificado el presidente Barack Obama, ha vuelto a quedar demostrada.
El Partido Republicano, que lleva perdidas cuatro de las últimas seis elecciones presidenciales, admitió su crisis. En un informe elaborado por su conducción y divulgado esta semana, reconoció que “será extremadamente difícil ganar las próximas elecciones presidenciales” si no se realizan profundos cambios políticos e ideológicos.
“La percepción del partido por parte de la gente alcanzó su punto más bajo. Los jóvenes se alejan cada día más de lo que el partido representa y muchas minorías creen equivocadamente que al partido no le gustan o que no queremos que estén en el país”, sostiene el texto firmado por el presidente de la agrupación, Reince Preibus.
Para los norteamericanos todavía está fresco el drama de agosto de 2011, cuando el país se salvó “in extremis” de otra suspensión de pagos, también de madrugada, y después del acuerdo de última hora para esquivar el llamado “precipicio fiscal”, el 1º de enero de 2013, el Congreso parece no saber avanzar si no es fabricando crisis innecesarias.
En el verano de 2011, los estadounidenses se hicieron expertos en el debate sobre el “tope de endeudamiento federal”, entonces situado en 14,29 billones de dólares.
Una prueba de la ingobernabilidad que se ha instalado en Washington es el hecho de que la última vez que el Congreso aprobó un presupuesto completo fue en 2009, y desde entonces se ha limitado a renovarlo.
Lo que siempre había sido casi un trámite (la autorización al Tesoro para que siga emitiendo deuda) se convirtió por vez primera en una batalla partidista, con un Congreso fuertemente dividido entre republicanos, al mando de la Cámara de Representantes, y demócratas, con mayoría en el Senado.
Los republicanos y los demócratas concluyeron un pacto provisorio que sólo sirvió para poner fecha a una nueva disputa, cuando se alcanzase el nuevo tope, que se fijó entonces en 16,7 billones de dólares.
El periodista francés Thierry Meyssan aporta una lúcida observación que permite entender esta crisis crónica de un imperio que es el residuo hipertrofiado de uno de los dos contendientes de la guerra fría. La Unión Soviética desapareció. Pero Estados Unidos sobrevivió al enfrentamiento y se aprovechó de la ausencia de su competidor para monopolizar el poder mundial.
En 1991, Washington debería haber dedicado sus recursos a hacer negocios y a avanzar por el camino de la prosperidad. Sin embargo, después de algunas vacilaciones, en 1995 el Congreso –dominado por los republicanos– impuso al presidente Clinton su proyecto de imperialismo global votando por el rearme, a pesar de que ya no había adversario contra quien luchar. Dieciocho años más tarde, y después de haber dedicado sus recursos a una carrera armamentista en la que ya no tenía contendiente, Estados Unidos se halla hoy extenuado frente a los Brics, que ahora se perfilan como nuevos competidores.
Obama demostró compartir este análisis al señalar que el gran perdedor de esta batalla había sido el país.
“La buena noticia es que nos hemos levantado”, declaró. Pero “nada ha dañado más la credibilidad de Estados Unidos que el espectáculo que hemos dado en las pasadas semanas (...). Esta crisis ha envalentonado a nuestros enemigos, estimulado a nuestros competidores y deprimido a nuestros amigos”.
Ahora, tras la tormenta política, se pueden observar los restos de la batalla y aunque todas las partes parecen coincidir en que se ha logrado esquivar el peor escenario, los resultados no ofrecen motivos para el optimismo.
Esta semana, la agencia de calificación crediticia Fitch pasaba a “perspectiva negativa” la deuda de EE.UU., y sellaba las crecientes dudas de los mercados e inversores sobre su capacidad para poner sus cuentas públicas en orden.
En su nota, la agencia criticaba la recurrente práctica política en Washington de crear crisis como “arma negociadora” y alertaba de que las prolongadas negociaciones para aumentar el techo de la deuda “reducen la confianza en el papel del dólar estadounidense como principal divisa mundial de reserva”, ya que “arrojan dudas sobre la fiabilidad total y el crédito” del país.
Mientras tanto, Standard & Poors, que ya rebajó en 2011 la codiciada triple A de Washington por aquella crisis, ponía números a estas semanas de incertidumbre fiscal: las pérdidas ocasionadas por el cierre parcial del gobierno pueden haber sido, según sus cálculos, de 24.000 millones de dólares, un 0,6 % del PIB del cuarto trimestre del año.
Hay que tener presente que el acuerdo que se aplaude hoy conlleva escrita la fecha del siguiente acto en este drama: el 7 de febrero se alcanzará la nueva extensión del techo de deuda y el 15 de enero la administración federal se volverá a quedar sin fondos.
De crisis en crisis, así parece funcionar en los últimos años el brazo legislativo de la primera potencia mundial.
Miradas al Sur
20-octubre-2013

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