Como si fueran dos boxeadores exhaustos que hace 34 años se subieron al ring y no han conseguido derribar a su oponente, Irán y EE UU han decidido colgar los guantes y sellar un acuerdo histórico, sólo comparable al descongelamiento pergeñado por Henry Kissinger entre Richard Nixon con la China de Mao Tse Tung.
Por Walter Goobar
para Tiempo Argentino
Como si fueran dos boxeadores exhaustos que hace 34 años se subieron al ring y no han conseguido derribar a su oponente, Irán y EE UU han decidido colgar los guantes y sellar un acuerdo histórico, sólo comparable al descongelamiento pergeñado por Henry Kissinger entre Richard Nixon con la China de Mao Tse Tung. Este hecho histórico es el resultado de la convergencia de dos hechos fundamentales: EE UU ya no puede lanzar ataques como antes (Siria es un ejemplo) e Irán tampoco puede seguir con su programa nuclear debido al peso insoportable de las sanciones que han estrangulado la economía del país.
Según la politóloga iraní Nazanin Armanian, el pacto alcanzado para detener el programa nuclear iraní ha sido la culminación de una serie de negociaciones secretas entre Washington y Teherán, iniciadas en marzo pasado cuando Mahmud Ahmadineyad aún era el presidente del país.
Por parte de EE UU, es un paso más en la aplicación de la doctrina acuñada por el estratega Zbigniew Brzezinski, que propone trasladar el teatro del conflicto fuera de Medio Oriente y el Norte de África, porque su plan es buscar la contención de aquellos países que considera la verdadera y mayor amenaza para la hegemonía de EE, que son Rusia y China. No fue una casualidad que en el momento de la firma, aviones militares de EE UU sobrevolaban el mar de China Oriental.
Según el acuerdo, Irán acepta paralizar el funcionamiento total o parcial de sus instalaciones nucleares, no construir nuevas plantas, bajar del 20% a menos del 5% el nivel de enriquecimiento del uranio (impidiendo que se convierta en el rival asiático de Francia, Bélgica y Holanda, los tres mayores productores mundiales de isótopos médicos), reducir hasta el 5% las reservas de uranio enriquecido, autorizar amplias inspecciones a todas sus plantas nucleares e incluso presentar el sueldo de los operarios. Además se compromete a dejar de interferir en los asuntos de otros Estados y pedir la eliminación de países miembros de la ONU.
A cambio, Irán no recibirá nuevas sanciones sobre las exportaciones petroquímicas; se levantará el embargo sobre el oro y los metales preciosos, y el sector automotriz (para que la francesa Renualt, que vendió 100 mil coches a Irán en 2012, siga haciéndolo); y podrá disponer de un fondo de ayuda a los estudiantes iraníes en el extranjero (a beneficio de los bancos); será desbloqueada la ínfima cantidad de 7000 millones de dólares, de los 100 mil millones de los activos iranés congelados; podrá recibir el dinero de la escasa cantidad de petróleo que le dejan vender, comprar medicamentos, alimentos, reparar los aviones, aunque no recibirá los recambios para su aerolíneas. Sin embargo, no se levantarán las sanciones ni sobre el petróleo iraní –por lo que Irán seguirá perdiendo 4000 millones de dólares al mes–, ni sobre su sector financiero, impidiendo sus transacciones monetarias con el mundo. Si Irán cumple el pacto de forma íntegra, en dos o tres años el Consejo de Seguridad decidirá si levanta o reduce las sanciones.
Así, gana el presidente Hassan Rohani. Y también Irán, aunque con un costo muy elevado. Muestran que no buscaban la bomba y mejoran su imagen y su relación en el mundo. También gana la República Islámica, exhibiendo un sorprendente pragmatismo y habilidad: de la noche a la mañana, el "Gran Satán" deja de serlo.
La herencia recibida por Rohani hace que incluso el levantamiento parcial o total de las sanciones intensifique la lucha entre distintas facciones del poder que actúan en el mercado descontrolado iraní, dominado por el "Bazar", la burguesía comercial tradicional, y los jefes militares por un mayor control sobre el comercio exterior e interior, así como sobre el 11,4% de las reservas del petróleo mundial.
Esta situación podría llevar a la élite islamista-militar, y al ayatolá Jamenei, a romper el acuerdo. Si Rohani es consecuente con lo que proclama, deberá apoyarse en millones de iraníes que lo respaldan y así neutralizar el sabotaje de los sectores que por salvaguardar sus astronómicos beneficios son capaces de empujar el país a una guerra apocalíptica.
En Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Kuwait prevalece el temor de que Teherán ha engañado a Washington. El discreto lenguaje de los comunicados oficiales apenas esconde la frustración de quienes durante meses han tratado sin éxito de convencer a EE UU para evitar ese acuerdo con su vecino y rival. Sólo hay que echar un vistazo a la prensa saudita para sentir la desconfianza que genera. Tariq al Homayed, un columnista de Asharq Al Awsat, considerado próximo a la familia real, lo ha calificado de "más peligroso que el 11-S". "Sí, no es una exageración (...) Irán ha sido capaz de engañar a la administración estadounidense y lograr un pacto que no necesariamente garantiza que interrumpa su programa nuclear para alcanzar un acuerdo definitivo", escribía el pasado martes.
Los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que además de los citados incluye a Bahréin, Catar y Omán, temen que los ayatolás se hagan con la bomba con el pretexto de un programa nuclear civil. No obstante, su mayor preocupación, aunque en distintos grados, es que el pacto con las potencias refuerce el peso regional de Irán. De ahí que en la reunión de sus ministros del Interior el pasado jueves hayan pedido garantías de que va a mejorar la seguridad regional.
Pese a la paranoia de sauditas, qataríes e israelíes que siguen embarcados en un ataque militar contra Teherán, Obama cuenta con el respaldo inestimable de las compañías de su país y también las europeas. Royal Dutch Shell, Statoil, Total y Eni ya se preparan para abrir el camino a las petroleras estadounidenses.
Después de haber acusado a EE UU de pasividad en Siria, e incluso de haber dado un paso atrás cuando aceptó la propuesta rusa para desmantelar sus armas químicas, las monarquías del Golfo temen que el pacto con Irán sea el primer paso de un acercamiento que cambie el equilibrio de fuerzas. Acostumbrados a que el aumento de la enemistad con Teherán se tradujera en una mayor amistad con Riad, interpretan el acercamiento a aquel como un alejamiento de este y sus aliados. De ahí los nervios que ha desatado el acuerdo.
TIEMPO ARGENTINO
03-NOV-2013