La sangrienta guerra que desde hace más de dos años devasta a Siria se ha tornado en el escenario en el que Estados Unidos y Occidente han convertido a su histórico enemigo en un aliado y protegido dilecto.
Por Walter Goobar
A principios de febrero, el comando general deAl Qaeda rompió formalmente con el Ejército Islámico de Irak y Levante, conocido por sus siglas ISIS o ISIL, o Da’esh en árabe, uno de los grupos yihadistas más fuertes que combate en Siria.
Durante una década larga, Al Qaeda ha hecho todo lo posible para aparecer como el enemigo mortal de Occidente y de palabras como libertad y democracia, incluso difundiendo lemas tan terroríficos como “Amamos la muerte más de lo que ustedes aman la vida”, obviamente concebidos para impresionar al público norteamericano y europeo como una oscura fuerza del mal.
Sin embargo, en el caso sirio, el Washington Post no tuvo rubor en resumir la conclusión obvia: Al Qaeda no quiere mala prensa.
Durante la primera mitad de la década 2000, aún había una diferencia neta, incluso antagónica, entre movimientos islamistas militantes con fines políticos, como Hezbollah o Hamás, y una nebulosa que sólo parecía materializarse en vídeos enviados a la prensa y explosiones donde menos sentido tenían; en el último lustro, el sello de Al Qaeda se fue imprimiendo a grupos yihadistas locales con orígenes poco claros y financiación aún más oscura, pero que empezaban a adquirir un rol concreto en el sangriento tejemaneje político de dictaduras árabes y norteafricanas.
Como señala el analista Ilya U. Topper, el primer país fue Argelia, donde los herederos del GIA –aquel grupo terrorista que a todas luces fue una extensión de los servicios secretos argelinos para erosionar al islamismo local– se dieron en llamar en 2006 “Al Qaeda en el Magreb Islámico”, una operación de marketing probablemente beneficiosa para ambas partes: para el régimen argelino, que así se integraba en el bando del mundo libre atacado por las fuerzas del mal, y para los propios combatientes, que respaldados por la marca más popular del mundo se convertían en mucho más rentables para quienes tuviesen interés en mantener esta parte del mundo bajo un manto de sangre y fuego.
El viraje internacional y el abandono de la marca de Al Qaeda como único símbolo del mal planetario vino en julio de 2011, con el atentado de Oslo. De repente, la violencia indiscriminada, alocada, irracional, dejó de ser un monopolio de los árabes o los musulmanes.
El cambio de image necesitaba del asesinato de Osama Bin Laden y, poco después, el líder libio Muammar Khadafi perdió la guerra. La brigada de rebeldes que tomó la capital, Trípoli, estaba encabezado por Abdelhakim Belhadj, un yihadista dirigente del Grupo Libio Islámico de Combate (LIFG), que el sucesor de Osama Bin Laden, Ayman Zawahiri, declaró parte de Al Qaeda en 2007. Pero Belhadj formaba parte del programa de las “rendiciones extraordinarias”, mediante las que Estados Unidos enviaba de forma secreta a los presos de país en país, para hacerlos torturar. En 2004 fue entregado a Libia, pero se lo liberó en 2010, en un momento en que Khadafi se había tornado en el gran aliado de Europa.
En ese momento quedó claro que Al Qaeda ya no era el enemigo de “Occidente” sino su aliado. En otras palabras, que la alianza de la marca Al Qaeda con “Occidente” había abandonado el campo de la guerra psicológica y había retornado al terreno militar en el que arrancó en los ochenta, cuando Osama Bin Laden acuñó el nombre para canalizar el dinero norteamericano a los yihadistas –entonces se les llamaba muyahidines– enfrentados a la Unión Soviética.
El viejo modelo se ha recuperado con rapidez: Libia fue el primer país en enviar asesores, primero, y combatientes, poco después, a Siria, para reforzar el bando rebelde. Para luchar contra el régimen de Bachar Asad que –como si de una eterna vuelta en espiral se tratase– recibe el firme respaldo de Moscú.
La rebelión siria, inicialmente una lucha contra un régimen dictatorial, se fue islamizando rápidamente, mediante el dinero saudita y qatarí, para crear sobre el terreno su versión local de los talibanes afganos.
Allí comenzó una carrera alocada por ser el más fundamentalista de los yihadistas, el más severo de los wahabíes: cuanto más espesa la barba, mayor la generosidad de los jeques del Golfo.
En esta carrera, Al Qaeda tiene una posición privilegiada. Su marca local, el Frente Al Nusra, es el que más armas y dinero recibe y ha conseguido marginar el otrora extenso Ejército Libre de Siria hasta el punto de que las siglas de éste (ELS o FSA) han desaparecido casi por completo de las noticias. No pudieron durar: eran laicos. Y laico es también Bashar Asad, laico fue la vieja Siria, contra la que se combate.
Occidente se ha marcado a Asad como enemigo y necesita que sus adversarios tengan una mínima cortesía de salón. Por eso, Zawahiri les ha tenido que cancelar la franquicia a los yihadistas más extremos, aquellos que secuestran a periodistas que pronto serán rescatados y liberados por los combatientes del Frente Al Nusra, brazo armado de una Al Qaeda que ahora es más buena que el perro Pluto.
09-02-2014
MIRADAS AL SUR