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COMICIOS EN AFGANISTAN

Elecciones en un país lisiado

El nuevo presidente afgano que resulte elegido en las elecciones de este fin de semana tendrá como fiscalizador al poderoso saliente mandatario Hamid Karzai. Por otro lado, recrudece en todo el país el drama de las personas heridas por la guerra abierta tras la ocupación norteamericana. La nación es clave en el comercio ilegal de drogas.

Por Walter Goobar
Lo que no consiguieron las hordas de Gengis Khan, los zares rusos, los colonialistas británicos o los sucesivos invasores soviéticos primero, estadounidenses y atlantistas más tarde fue traer ni una miserable brizna de paz ni de democracia a Afganistán. Después de 13 años de ocupación occidental, lo único que lograron los conquistadores fue devolver al indómito país a la Edad Media.
El nombre de “la tierra de los hombres sin piernas” fue acuñado por los soldados estadounidenses destinados a la provincia de Helmand, en el sur de Afganistán, porque quien era destinado allí tenía muchas posibilidades de regresar a casa postrado en una silla de ruedas.
Sus caminos están plagados de minas y artefactos explosivos que los talibán esconden bajo tierra para atentar contra las fuerzas de seguridad afganas y extranjeras.
El hospital atendió en febrero a casi tantos heridos como en los meses de verano, que son los peores en Afganistán, cuando los combates se intensifican. Ahora está habilitando veinte camas suplementarias, y en una sala hay una montaña de batas quirúrgicas nuevas, sin usar, preparadas para las elecciones presidenciales previstas para este fin de semana.
Los cirujanos temen que habrá tal cantidad de heridos que resultará imposible tener tiempo para lavar y esterilizar la ropa entre una operación y otra.
Helmand es una de las provincias más peligrosas de Afganistán. Bate dos récords. Es la primera productora de opio del país, y la más mortífera para las tropas internacionales: 947 militares extranjeros perdieron la vida allí en los casi 13 años de guerra.
Las extremidades de plástico les dan una apariencia de robocop a Mahmud, un hombre que perdió las dos piernas hace cinco meses cuando su coche pisó una mina en el distrito de Sangin, en Helmand.
El responsable del centro ortopédico, Esmatullah Qazizada, corrobora que el número de amputados ha aumentado drásticamente en los últimos meses tras la retirada de la mayoría de las tropas internacionales de la provincia. Antes, la situación ya era un infierno, pero ahora lo es más.
“Las fuerzas extranjeras limpiaban los caminos”, comenta. Tenían sensores, perros rastreadores, e incluso vehículos mastodónticos con cámaras incorporadas para buscar cualquier artefacto oculto en el subsuelo.
Sus equipos salían cada día a explorar los caminos para la seguridad de sus efectivos, pero también beneficiaban a quienes por allí se desplazaban. Las fuerzas de seguridad afganas apenas disponen de esos recursos, pero los talibán continúan utilizando los artefactos explosivos como su principal arma de guerra.
“Antes, las tropas británicas nos proporcionaban GPS con los que podíamos controlar por dónde se movían nuestros tractores con los que destruimos los campos de amapola, y también donde estaban los cultivos de opio”, explica al diario El Mundo el responsable del Departamento de Contra Narcóticos en Helmand, Said Ahmad Wror, mientras muestra diversos mapas cartográficos que le sirvieron de guía el año pasado en la campaña para la erradicación de las plantaciones de opio.
“Las tropas internacionales también nos daban dinero, vehículos, combustible...”, sigue enumerando, “y podíamos llamar a sus helicópteros para que nos ayudaran cuando los talibán nos atacaban”. Pero este año, lamenta, no tienen nada. La mayoría de las fuerzas internacionales se fueron de Helmand el año pasado y, con ellas, sus recursos.
Ni tan siquiera continúa en marcha el Programa Zona de Comida, como se dio a conocer en 2008 una iniciativa que se consideraba revolucionaria porque, se creía, pondría fin a la producción de opio. Se distribuyeron semillas de trigo y otros cultivos, fertilizantes y herramientas entre los agricultores, con la condición de que dejaran de cultivar droga. Lashkar Gah, la capital de Helmand, se empapeló entonces con carteles publicitarios sobre el beneficio de plantar trigo y no opio, de los que ahora no queda ni uno.
El Gobierno estadounidense es el único que continúa invirtiendo dinero en la erradicación de los campos de opio. En concreto, paga 250 dólares (unos 192 euros) al Departamento de Contra Narcóticos por cada hectárea de amapola que destruye, explica Wror. “El año pasado erradicamos 2.162 hectáreas y nos pagaron 540.000 dólares [unos 415.000 euros]”, detalla. Pero este año tampoco han recibido el dinero. Esperaban el 10% del costo total de la campaña de erradicación como adelanto. “Me consta que la embajada de Estados Unidos ha pagado, pero el ministro de Contra Narcóticos afgano ha cambiado y el nuevo no se entera”, lamenta el responsable en Helmand. El pasado 12 de marzo, los tractores dejaron de destruir los campos de opio en Helmand. La campaña de erradicación se paralizó a la espera de los fondos estadounidenses.
El nuevo presidente afgano que resulte elegido en las elecciones del sábado tendrá como vecino al saliente mandatario Hamid Karzai, le guste o no. Karzai, que no se presenta a las votaciones porque ya ha completado los dos mandatos que marca la Constitución, pretende continuar viviendo a pocos metros del palacio presidencial, en una mansión de 3.900 metros cuadrados que se está construyendo con dinero del erario público. Fuentes oficiales han justificado que garantizar la seguridad del ex presidente forma parte de las obligaciones del Estado, y no hay lugar más seguro en Afganistán que el recinto presidencial. Sin embargo, todos los indicios apuntan a que Karzai intenta perpetuarse en el poder a través de su delfín.
En las presidenciales de 2009, Karzai ya utilizó las estructuras del Estado para barrer a favor de su candidatura, y en las votaciones de este año ha recurrido a las mismas artimañas en beneficio de Rassoul. Pero esta vez ha llegado tan lejos que incluso la propia Comisión Electoral de Quejas, que vela por la correcta celebración de los comicios, se ha pronunciado: ha multado a Rassoul con 100.000 afganis (unos 1.350 euros) por obligar a la gente en Kandahar a ir a su mitin electoral. En Facebook circulan montajes fotográficos del retrato de Karzai, con media cara transformada en la de Rassoul. Gul Agha Sherzai, otro candidato a las presidenciales, ha declarado que Rassoul es como una televisión, y Karzai, su control remoto. Éste decide, y el otro actúa. El presidente afgano no ha declarado abiertamente su apoyo a Rassoul, pero es tan obvio que sobran las palabras. Hasta su propio hermano, Qayyum Karzai, se vio obligado a abandonar la carrera electoral en marzo para unirse a la candidatura del favorito del presidente.
“Karzai pretende jugar un rol clave, como si fuera el padre de la patria”.
Miradas al Sur
06-abril-2014

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