Cuando, junto con Magdalena Ruiz Guiñazú y Silvia Di Florio encaramos el proyecto de un documental sobre Estela, no dudábamos que esa delgada línea roja que atravesaba la vida de la presidenta de Abuelas era el secuestro y muerte de Laura y –aún más–, la silenciosa y paciente búsqueda de Guido, su nieto ausente.
Por Walter Goobar
Puede sonar a verdad de Perogrullo, pero la diferencia entre una buena y una mala biografía, entre un buen y un mal documental, es una sola: poder identificar y retratar ese momento en la historia del personaje que lo convirtió en ese ser único e irrepetible que con sus acciones ha cambiado –en un sentido o el otro– la vida de millones de seres humanos. Dicho de otra manera. ¿Qué hizo que un Daniel Barenboim, un Nelson Mandela, un Borges, un Osama Bin Laden, una Thatcher o un Videla sean lo que son o lo que fueron? Héroes o villanos que trascienden en el tiempo. Lo mismo vale para Estela de Carlotto.
Cuando, junto con Magdalena Ruiz Guiñazú y Silvia Di Florio encaramos el proyecto de un documental sobre Estela, no dudábamos que esa delgada línea roja que atravesaba la vida de la presidenta de Abuelas era el secuestro y muerte de Laura y –aún más–, la silenciosa y paciente búsqueda de Guido, su nieto ausente.
Cuando se lo planteamos, ella aceptó a regañadientes, aduciendo que no quería nada centrado en ella, sino en la obra de Abuelas. De todos modos, firmó el consentimiento para que quien firma esta nota accediera a los 11 tomos de la causa por la apropiación de Guido.
Sin embargo, Estela se mantenía en las suyas. En interminables e inútiles horas de entrevistas, Estela esgrimía el sólido y contundente discurso que todos le conocen como presidenta de Abuelas. Todas sus respuestas y sus reflexiones eran interesantes, políticamente correctas, pero absolutamente estériles desde la perspectiva de la búsqueda de Guido. Todos los trucos que usamos para tratar de hacerla entrar en clima, como proyectarle su testimonio en el Juicio a las Juntas o en el juicio en Italia, naufragaron. Se mostraba totalmente irreductible a la posibilidad ante la posibilidad de mostrar esa herida que convirtió en coraje ante una cámara.
En una pausa de la grabación que se nos hacía eterna, tomé a Estela por el hombro para apartarla del equipo de filmación.
–Querida Estela –le dije, sin saber cómo iba a continuar–, usted sabe cuánto la queremos y la respetamos todos los que estamos acá, pero para sacar esto adelante necesitamos que usted por un instante se corra del lugar de presidenta de Abuelas y nos hable como abuela de Guido. No estamos haciendo un institucional...
Se alejó de mí unos imperceptibles milímetros y con su tono imperturbable de siempre respondió: “Querido, las Abuelas usamos ese tono institucional porque si no estaríamos todas locas o muertas”.
Me di cuenta de que Estela era capaz de bailar con una escoba frente a las cámaras si fuese necesario para Abuelas, pero no podía o no sabía cómo desnudar su dolor frente a la lente.
Dispuesto a tirar la toalla, hice un último intento:
–Estela, ¿no tiene un álbum de fotos? –le dije como al pasar....
Se puso de pie, caminó hasta un vestidor donde se zambulló por unos minutos. Como un acto reflejo le pedí al camarógrafo que comenzara a rodar. Estela no volvió con un álbum sino con un ajado sobre de papel marrón. Nadie movió un músculo y creo que todos quisimos hacernos invisibles en ese instante. Ella se sentó y sin que nadie se lo pidiera comenzó a esparcir y ordenar las fotos sobre la mesa, como si jugara al solitario con esas imágenes de su familia. Sola, más sola que nunca, comenzó a contarle a Guido qué era cada una de esas fotos: “Aquí esta tu mamá, Guido”.
En la intimidad de su hogar, reconstruyó para su nieto la historia de su familia. Narró a cámara –como si se lo contara a Guido– el secuestro de su marido, el de su hija Laura, y el nacimiento de ese hijo varón que Laura había parido en cautiverio y bautizado como su padre.
“Que sepa que lo estoy esperando, que lo estoy buscando. Que me encuentre, que me deje encontrarlo”, se le escuchó decir, como en una plegaria.
En 2008, después del estreno del documental Estela se sinceró con Miradas al Sur en una entrevista que resultó premonitoria:
–Cada cumpleaños de Guido ha sido un día difícil, pero este año lo fue más, quizá porque se trataba de los 30. Es la recordación de un nieto al que no conozco. Se multiplica la necesidad de conocerlo, de recuperarlo. Intenté escribirle una carta que me había prometido escribir para descargar ese amor, pero sólo logré escribir algunas líneas y después dejé. No pude seguir.
–¿Por qué?
–No sé. Creo que al hacer cosas por los demás, hago cosas por él también. Siempre estoy esperando que el que sabe algo, me lo diga y me ayude a encontrarlo.
–Cada restitución de identidad es un triunfo de Abuelas, pero encierra una pequeña frustración personal porque no logra encontrar a Guido.
–Hay como una especie de pequeño egoísmo. Me alegro porque los nietos de cada Abuela son como los míos, pero cada tanto me pregunto: “¿Y a mí cuando me va a tocar?, ¿Cuándo tendré esta suerte, esa felicidad?”.
–¿Siente que tiene un mandato de encontrar primero a los otros?
–Si uno es religioso puede decir: “Es la mano de Dios y Dios así lo quiere”. Si no es el destino, es la casualidad o –de repente– el milagro.
Miradas al Sur
10-AGOSTO-2014