Francisco, el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, y los obispos cubanos trabajaron con paciencia y discreción en las delicadas negociaciones.
Por walter goobar
Karol Wojtyla, apodado “el Papa polaco” se desayunaba cada mañana con el mismo parte de inteligencia diario que recibía el presidente de los Estados Unidos. Y a nadie le caben dudas que Juan Pablo II fue un instrumento clave en la política de Washington para provocar la eclosión de la Unión Soviética. Es evidente que desde el 13 de marzo del año pasado, la visión geopolítica que los servicios de inteligencia le ofrecían en bandeja a sus antecesores, no forman parte del menú del papa Francisco.
Según Miradas al Sur, Bergoglio está convencido de que parte de su labor como Papa es contribuir a la paz en el mundo, ayudar a la eliminación de los conflictos, disminuir las tensiones y las controversias. Cree que es parte del trabajo que hoy tiene que hacer la Iglesia Católica y que él debe asumir personalmente. Pero también sostiene que la búsqueda de la paz debe ser una acción conjunta de las grandes religiones monoteístas. Ese es el motivo de los esfuerzos de Bergoglio para afianzar el diálogo interreligioso y encolumnar a los grandes líderes religiosos del mundo detrás del objetivo de la paz.
Ni el mismísimo Dan Brown hubiese imaginado que uno de los personajes centrales de la trama que puso fin a la bíblica batalla entre David y Goliat, iba a ser un Papa argentino.
El papa argentino ya actuó con mucha determinación para frenar, en septiembre del 2013, un ataque que parecía inminente de Estados Unidos y sus aliados contra el régimen sirio de Al Asad. Unos meses después invitó al Vaticano a los presidentes de Israel y de Palestina para un insólito encuentro de oración, que se vería eclipsado por el casi inmediato estallido de la guerra de Gaza.
Si bien la acción del Vaticano y de Francisco tuvo un peso específico concreto en el último tramo de las negociaciones, su influencia en este conflicto se remonta al inicio de su papado y recoge los frutos de 20 años de una fina labor de la diplomacia pontificia.
A inicios de este 2014, en enero, el secretario de Estado estadounidense, el católico John Kerry, viajó a Roma exclusivamente para reunirse en privado con su homólogo pontificio, Pietro Parolin.
Después de ese encuentro, el Vaticano no citó a Cuba entre los temas abordados, pero fue el propio Kerry quien reveló, en una conferencia de prensa, que había tocado “la cuestión de Alan Gross y su detención”, augurando que la Santa Sede pudiese “servir de apoyo” en este tema.
El 27 de marzo, el Papa recibió al presidente Barack Obama, durante una audiencia privada en su biblioteca ubicada en el segundo piso del Palacio Apostólico. El diálogo se extendió por unos 50 minutos.
En un ambiente distendido y animado, Bergoglio se dirigió al mandatario, sin mucho protocolo: “Somos todos americanos y debemos vivir en armonía, respetando las diferencias pero como amigos y para eso se requiere resolver las diferencias entre su país y Cuba”.
Para lograr el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, algo que durante medio siglo pareció un imposible, Francisco actuó como un mediador silencioso. Un agente de pacificación y una figura con la suficiente autoridad moral como para acercar las posiciones de dos adversarios históricos.
Después de aquel encuentro con Obama, el papa Francisco decidió lanzar un llamado personal y le escribió directamente al presidente Obama y por separado al presidente Castro.
Las cartas fueron acompañadas de llamadas de teléfono. También ofreció un terreno neutral para las reuniones.
De todos los encuentros que celebraron el Gobierno de Estados Unidos y el de Cuba –entre junio de 2013 y noviembre de 2014–, fue clave el que se celebró en el Vaticano este otoño. Según explicó un oficial de la Casa Blanca, en esa cita se expusieron los compromisos y se dieron los pasos “finales, incluido el intercambio” de prisioneros y se expusieron las líneas de los cambios en las relaciones entre ambos gobiernos.
Los contactos directos entre Washington y La Habana fueron autorizados en la primavera boreal de 2013 y la primera reunión se realizó en Canadá en junio de 2013. Ambas partes continuaron las conversaciones hasta noviembre pasado.
Las negociaciones finalizaron en una reunión patrocinada por el Vaticano entre las delegaciones de ambos países.
Al lado del Papa con su “geopolítica del Evangelio” que no deja ningún cabo suelto, la diplomacia vaticana dirigida por el Secretario de Estado, Pietro Parolin –ex obispo de Caracas–, ha trabajado con paciencia detrás de bambalinas, con la participación directa y discreta de los obispos de Cuba.
Los objetivos de la diplomacia vaticana, dijo el cardenal Parolin el pasado 5 de diciembre, consisten “en construir puentes, apoyar siempre las negociaciones y el diálogo como medio para solucionar los conflictos, promover la paz, luchar contra la pobreza. No existen otros intereses y estrategias del Papa y de sus colaboradores, cuando actúan en la escena internacional”.
De la cuestión cubana habían hablado en enero los secretarios de Estado norteamericano y vaticano, John Kerry y Parolin. El tema había sido afrontado en el encuentro entre Obama y Francisco, el 27 de marzo. Y el pasado lunes, Kerry se reunió nuevamente con el Secretario de Estado vaticano.
Desde la Casa Blanca, señalaron que las negociaciones se celebraron principalmente en Canadá, como terreno neutral. Si bien no participó de forma alguna en las conversaciones. El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, telefoneó al ministro de Exteriores cubano cuatro veces durante el pasado verano, de acuerdo con un alto funcionario de Estados Unidos. Según esta fuente, las conversaciones se centraron exclusivamente en la liberación de Alan Gross, concluida este miércoles.
La mediación que insumió 18 meses se llevó con tanto sigilo que funcionarios que desde hace decenios trabajan en las relaciones exteriores vaticanas desconocían su existencia. No se produjo ninguna filtración periodística, aunque sí causó cierta sorpresa que, el pasado lunes, John Kerry se entrevistara con el secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, y le pidiera ayuda para encontrar un destino para los presos liberados del penal de Guantánamo. Ahora se comprende algo mejor la cita de Kerry con Parolin.
En un mundo cada vez más convulsionado por conflictos de nuevo y viejo cuño, esta semana asistimos al último capítulo de la Guerra Fría. Como en las novelas de John Le Carre hubo intercambios de espías, conversaciones secretas rodeadas del sigilo del Vaticano, pero ni el mismísimo Dan Brown hubiese imaginado que uno de los personajes centrales de la trama que puso fin a la bíblica batalla entre David y Goliat, iba a ser un Papa argentino.
Miradas al Sur
21 de Diciembre de 2014 | 02:10