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Crónica de un atentado anunciado

Terror y muerte en París

En una ciudad atemorizada y militarizada, fueron abatidos los terroristas que perpetraron la masacre en el semanario humorístico. Se sucedieron las tomas y muertes de rehenes, los asaltos a sangre y luego y rige un alerta en toda Europa.

Walter Goobar
Hemos vengado al Profeta Mahoma! ¡Hemos matado a Charlie Hebdo!”, gritaron los asesinos antes de subirse al Citroen negro que los había transportado hasta el número 10 de la calle Nicolas Apper, de París. Wolinski, Charb, Cabu, Tignous, los padres fundadores de Charlie Hebdo, sabían que estaban sentenciados a muerte por una lista de presuntos agravios acumulada a lo largo de muchos años por la irreverente sátira religiosa practicada por todos ellos.
Las tapas que dedicaban a Mahoma o a los iluminados que hablan en su nombre, como el Estado Islámico, eran las más sonadas. Las que denunciaban las políticas de Israel o las que ridiculizaban al Papa o la alianza oscurantista de las tres religiones monoteístas pasaban más desapercibidas. Pocos hablan del laicismo de la revista, de su firme postura a favor de la libertad, y especialmente de la libertad oprimida por las religiones, todas las religiones.
Los redactores de Charlie Hebdo se habían mantenido inmunes a toda influencia de los partidos o los bancos, eran anticlericales y rebeldes, antimilitaristas, mitad anarquistas, mitad progresistas, emancipados de la idiotez universal de los medios y de la cremosa socialdemocracia.
Alli estaban el entrañable y venerable Wolinski, octogenario, que ya era una institución del París rebelde de los años setenta, el hombre que amaba a las mujeres y las respetaba a su manera dibujándolas tantas veces desnudas. Charb, el director de la publicación, cuya última caricatura figura en la página siete del último número y presenta a un yihadista bajo el titular: “Todavía sin atentados en Francia”.“Pero esperen –dice el personaje, ataviado con gorro de lana prensada afgano y con el Kalashnikov al hombro–, tenemos hasta fin de enero para presentar nuestras felicitaciones.” La felicitación llegó al filo de las once del miércoles.
Era la hora en que estaba prevista una reunión plenaria y no habitual del Consejo de redacción, para evaluar el número recién editado y la preparación del siguiente, se añadía cierto balance del año cerrado. Los asesinos lo sabían, cómo sabían los nombres de los principales blasfemos, Wolinski, Charb, Cabu, Tignous... una generación sin miedo a los inquisidores, sin el más mínimo respeto hacia el poder, descabezada de golpe. Gente buena que nunca cedió, explican sus compañeros.
Una testigo, la dibujante Coco, afirmó que los individuos decían ser de Al Qaeda. Eso ha bastado para que numerosos franceses denuncien el hecho como un atentado islamista.
Pero esa hipótesis está llena de incongruencias: islamistas verdaderos o mercenarios bajo bandera falsa para denigrar el islam, eso es algo que se tardará mucho en saber.
Por lo pronto, hay una serie de contradicciones: la misión del comando no coincide con la ideología yihadista
En efecto, los miembros o simpatizantes de grupos como la Hermandad Musulmana, Al-Qaeda o el Emirato Islámico no se habrían limitado a matar dibujantes ateos. Habrían comenzado por destruir los archivos de la publicación en presencia de las víctimas, como lo han hecho en la totalidad de las acciones que perpetran en el Magreb y el Levante. Para los yihadistas, lo primero es destruir los objetos que –según ellos– ofenden a Dios, antes de castigar a los "enemigos de Dios".
Y tampoco se habrían replegado de inmediato, huyendo de la policía, sin completar su misión. Por el contrario, la habrían realizado hasta el final aunque eso les costase la vida.
Por otro lado, los videos y varios testimonios muestran que los atacantes son profesionales. Están acostumbrados al manejo de armas y sólo disparan cuando es realmente necesario. Su indumentaria tampoco es la de los yihadistas sino más bien la que caracteriza a los comandos militares.
Su manera de ejecutar en el suelo un policía herido, que no representaba un peligro para ellos, demuestra que su misión no era vengar a Mahoma de las sátiras de Charlie Hebdo.
En este caso, los hermanos Cherif y Said Kouachi también estaban bajo vigilancia por parte de los servicios de inteligencia franceses y tenían prohibida la entrada a EE.UU. porque sus nombres estaban en la lista de “terroristas peligrosos”, lo que indica que una vez más, a alguien se le escapó la tortuga. Hay dos antecedentes similares: el francoargelino Mohamed Merah, muerto por la policía tras asesinar a siete personas en el sur de Francia, en abril de 2012, podría haber sido un informante en el oscuro submundo de los servicios secretos franceses o un doble agente que engañó a sus controladores.
Lo mismo ocurrió con uno de los hermanos chechenos, Tamerlan y Tsarnaev Dzhokhar, autores de la masacre en la maratón de Bostón en abril de 2013, que era –en realidad– un agente de infiltración.
Otra incongruencia es que los perpetradores hayan sido identificados porque uno de los hermanos Kouachi se olvidó el documento en el Citroen que abandonaron luego de la masacre.
¿Podían ser tan profesionales y chapuceros al mismo tiempo o lo del documento olvidado es una excusa para justificar públicamente que la inteligencia francesa los tenía identificados de antemano?
Lo único cierto es el móvil: Quienes dieron las órdenes que llevaron a la ejecución de este atentado sabían que estaban provocando una ruptura entre los cinco millones de franceses de religión musulmana y los franceses no musulmanes, colocando a Francia en la antesala de una guerra civil, un choque de civilizaciones tal y como la vaticinaron hace décadas varios gurues de Washington y Paris.
El tiroteo en la redacción de Charlie Hebdo duró varios minutos. Sobre la mesa, el último ejemplar, con la caricatura del escritor Michele Houellebecq, profetizando que en 2022 observará el ramadán, el ayuno islámico anual. Houllebecq, que ese mismo dia presentaba en las librerías su última novela “Sumisión”, una pésima historia recreando una vez más la fobia islámica, con un presidente musulmán electo en la Francia de 2022. Curiosamente, el libro merece una reseña muy elogiosa en la página 13 del semanario, bajo el título “La conversión de Michel”. Por lo demás, el número arremete contra todo; el fallido Hollande, el corrupto y perseguido Sarkozy, obispos y el niño Jesús.
La situación internacional, con la intervención militar francesa en tantos escenarios, desde Irak a Mali, pasando por la República centroafricana, Afganistán y, con mano oculta, en Siria. El millar de franceses o residentes en Francia que se han paseado en el último año por los alrededores del Estado Islámico, ya había sido detectado como el gran peligro, tras el atentado de uno de ellos en el Museo judío de Bruselas. Hacia 50 años, desde que la OAS puso la bomba en el expreso Estrasburgo-París en 1961 matando a 21 personas, que no moría tanta gente en un atentado en Francia.
Un total de 1.132 franceses están implicados de algún modo en el yihadismo en Siria e Irak, y de ellos 376 se encuentran en estos países, incluidas 88 mujeres y diez menores, según el fiscal de París, François Molins. Ante este hecho, el llamado Centro de Prevención Contra las Derivas Sectarias del Islam (Cpdsi), un think tank creado y dirigido por Dounia Bouzar, experta en antropología de las religiones, públicó recientemente una encuesta que desmiente varios de los preconceptos atribuidos a los jóvenes franceses que se suman a la yihad mundial. El 80% de las familias con un hijo yihadista se declaran ateas, el 67% son de clase media y el origen inmigrante solo se concreta en un 10%. “En nuestros estudios anteriores (…) aparecía claramente que el discurso del islam radical tocaba prioritariamente a las familias fragilizadas en el plano social y familiar –explica Dounia Bouzar–. Hoy, ese discurso llega a imponerse en jóvenes de familias muy diversas”. El Cpdsi ha encuestado a 160 familias, que empezó a contactar desde el mes de febrero. Dounia Bouzar advierte, sin embargo, que estas familias constituyen solo “la punta del iceberg”, ya que se trata de “gente que confía en el Estado”, mientras que “el gran problema que muestra nuestro informe es cómo tocar las clases populares”, que representan el 16% de los casos. En general, en un 63% se trata de jóvenes entre los 15 y los 21 años, solo un 5% de los cuales habían cometido actos delictivos. En cambio, en un 40% habían presentado cuadros de depresión, lo que lleva a pensar a los autores del estudio, señala Le Parisien, “que el adoctrinamiento funciona con más facilidad en jóvenes hipersensibles que se cuestionan el sentido de sus vidas”. Ese adoctrinamiento se produce por internet en un 91% de casos. Pero lo más interesante –y algo no deja de ser una sospecha creciente entre los observadores atentos–, es que la religión y “el paso por la mezquita” no es algo prioritario. En cambio, sí se produce una ruptura con los amigos, los estudios y el entorno en generalMiradas ak Sur
11-01-2015

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