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Caso Nisman

Los últimos días de la víctima

Trescientos treinta metros por segundo. Esa es la velocidad –subsónica–, de la bala que penetró por el parietal derecho y acabó con la vida del fiscal Alberto Nisman. No sufrió. Su muerte fue instantánea, dicen los forenses. Pero lo que gatilló esa sórdida escena en el piso 13 de un departamento de Puerto Madero comenzó un mes antes.

Walter Goobar
Trescientos treinta metros por segundo. Esa es la velocidad –subsónica–, de la bala que penetró por el parietal derecho y acabó con la vida del fiscal Alberto Nisman. No sufrió. Su muerte fue instantánea, dicen los forenses. Pero lo que gatilló esa sórdida escena en el piso 13 de un departamento de Puerto Madero comenzó un mes antes. A mediados de diciembre, el entonces jefe de Operaciones del Servicio de Inteligencia (SI), el ingeniero Jaime Stiuso, sabía que la plana mayor del organismo de inteligencia iba a ser relevada por la Presidenta. Para frenar una nota sobre él que preparaba la revista Noticias, decidió concederle una entrevista telefónica al semanario, la primera en toda su vida. Alberto Nisman, que definía a Stiuso como “una inteligencia privilegiada” y admitía que le tenía una fe ciega, estuvo al lado de Stiuso mientras se desarrolló el diálogo telefónico en el que el guardián de los grandes secretos de la Argentina profirió veladas y explícitas amenazas contra la Presidenta.
La nota salió publicada el 13 de diciembre. El 17, Cristina le pidió la renuncia a Héctor Chango Icazuriaga y Francisco Paco Larcher, los dos máximos jefes de la SIDE que no se atrevían a remover a Stiuso. Sus sucesores, Oscar Parrilli y Juan Martín Mena, debieron ocuparse de desalojar a Stiuso del cuartel general del SI en 25 de Mayo 11, un edificio que el espía pisó por primera vez en 1972 y que en la jerga se conoce como “La Casa”, aunque su verdadero nombre es “Martínez de Hoz”.
Días después, Nisman pidió licencia en la Procuración. Planeaba llevar a su hija a Europa para festejar su cumpleaños de 15. No lo hubiese hecho si –como dijo después–, hubiera tenido un sus manos una causa que venía investigando hace años y que tenía una gravedad institucional tal que no podía esperar el fin de la feria judicial. Una llamada desde Buenos Aires le ordenó volver.
Desde Madrid, se comunicó con el columnista de La Nación Joaquín Morales Solá, para preparar el terreno para su llegada. Pero el periodista que hace tiempo había vaticinado en su programa del canal TN que sólo faltaba un muerto, le respondió que estaba en París, de vacaciones.
El fiscal debió suspender el viaje a Andorra donde planeaba esquiar con su hija y discutió con su ex esposa, la jueza Sandra Arroyo Salgado, porque quería que la adolescente lo acompañara a Buenos Aires por cuatro días. Su ex esposa no estuvo de acuerdo porque sabía que era imposible que volviera en tan breve plazo. Mientras Nisman volaba a Buenos Aires, la adolescente quedó a la espera de su madre en el salón VIP del aeropuerto de Barajas.
El 12 de enero, Nisman llega a Ezeiza. La cámara de seguridad del aeropuerto muestra que lo recibe un hombre obeso que luce una credencial en el saco y está en una zona restringida de la terminal. Es un agente de la base del SI en Ezeiza. Alguien le había encomendado que recibiera al fiscal. Mientras espera las valijas, Nisman activa su celular. Instantes después hace unas breves y nerviosas llamadas. Alberto Nisman podría haber utilizado la salida VIP, pero prefirió hacer el trámite de salida como cualquier ciudadano. Y partió de la terminal aérea en un Ford Mondeo bordo, patente NJN 733 , custodiado por otro Mondeo gris (NEM 866).
El 13 de enero, Nisman pidió la indagatoria de Cristina Fernández de Kirchner y del canciller Héctor Timerman por una supuesta maniobra de encubrimiento. El escrito, que no iba acompañado de pruebas, es tan endeble y contradictorio que no parece provenir de la mano de Nisman. En cambio, el andamiaje jurídico de la teoría del encubrimiento sí parece provenir de una pluma muy reconocible en el ambiente tribunalicio.
El 14, Nisman se presentó en el programa A dos voces del canal TN. Allí dijo que le había advertido a su hija que podía escuchar cosas feas sobre él. No se refería a la causa AMIA.
La denuncia se fue derrumbando por sí sola: el juez de la causa AMIA, Rodolfo Canicoba Corral, entrevistado por el autor de esta nota y el colega Ari Lijalad dijo ante los micrófonos de la Radio Pública que el fiscal estaba siendo conducido por aquellos a quienes debía conducir: los servicios de inteligencia y Antonio Stiuso en particular. El ex jefe de la Interpol, una legendaria figura del Servicio Secreto de los Estados Unidos, Richard Noble, fulminó a Nisman desmintiendo que el canciller Timerman hubiese pedido el levantamiento de las Alertas Rojas contra los iraníes requeridos por la Argentina. La embajada de los Estados Unidos y la CIA a las que Nisman rendía pleitesía, según revelan los documentos de Wikileaks publicados por Santiago O’Donnell, lo dejaron en banda. Lo mismo ocurrió con la embajada de Israel y las instituciones judías que no le encontraban ni pie ni cabeza a la denuncia Un sudor frío corrió por la espalda de Nisman cuando imaginó que la presentación prevista para el lunes 19 ante miembros de la Cámara de Diputados podía convertirlo en un hazmerreír.
Podría renunciar, argumentar cansancio moral o aceptar algún trabajo internacional que tantas veces le habían ofrecido. Ensayó los ejercicios de respiración que había aprendido cuando abandonó el psicoanálisis y lo remplazó por los cursos de “El Arte de Vivir”.
El sábado 17 recibió dos visitas de Diego Lagomarsino, este oscuro personaje que –según su versión– le facilitó la pistola calibre 22 que acabó con su vida. Lagomarsino dice que Nisman había recibido una llamada de Stiuso advirtiéndole que su vida corría peligro. Que protegiera a sus hijas y desconfiara de su custodia.
Lagomarsino –que percibía un sueldo de 40.000 pesos–, era el empleado mejor remunerado de la fiscalía y el único que no había presentado currículum ante la Procuración. Una fuente de otra fuerza de seguridad confió a este diario que hace unos años este hacker había ido a ofrecer sus servicios presentándose como experto en pinchaduras clandestinas. Evidentemente, más tarde, o tal vez ya entonces, trabajaba para la SI, dentro o fuera de la nómina. ¿Dónde estaban las dos armas de la que Nisman era legítimo usuario y por qué le llevó un arma que no sirve para defensa, sino que es la favorita de los asesinos profesionales para efectuar ejecuciones tan discretas como precisas?
Tal vez en esa pistola Bersa haya un mensaje encriptado que cualquiera que haya transitado el submundo de la inteligencia conoce: “Elegí, vos o tu hija: o seguís adelante o ya sabés lo que tenes que hacer”.
No dejó cartas. Murió un día 18. Un número que remite a otra fecha fatídica: el18 de julio de 1994, día del atentado a la AMIA.
Miradas al Sur
25 de Enero de 2015

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