Dicen que la tarea de los forenses es “hacer hablar al cadáver”, pero en este caso han sido dos legos: el ex diputado Mario Cafiero y el investigador Javier LLorens quienes han presentado ante la fiscal Viviana Fein una investigación en la que responden punto por punto todas las incógnitas que ha despertado este caso
Walter Goobar
Cuando vio la imagen pálida de su rostro que le devolvía el espejo del baño, desenvolvió el paño verde en el que su empleado, el informático Diego Lagomarsino, le había entregado la vieja pistola Bersa, calibre 22, y como un autómata ensayó la respiración que había aprendido en la Fundación El Arte de Vivir para combatir sus ataques de pánico. Cuando acercó el cañón del arma a su cabeza, el espejo le reveló que le temblaba el pulso. Cruzó su brazo izquierdo, por delante del pecho y empuñó la Bersa con ambas manos. Después apretó el gatillo y la bala de punta hueca hizo estragos en su cerebro. Esa extraña postura con la que puso fin a su vida y a una intriga internacional en la que participan tres servicios de inteligencia –el Mossad, la CIA y la ex SIDE–, permite explicar cada una de las incógnitas no resueltas sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman: la falta de rastros de pólvora en la mano derecha, los rastros de sangre en la mano izquierda y en el baño, y dan por tierra con las teorías de los peritos de la jueza Sandra Aroyo Salgado sobre un “suicidio asistido” o un magnicidio. Dicen que la tarea de los forenses es “hacer hablar al cadáver”, pero en este caso han sido dos legos: el ex diputado Mario Cafiero y el investigador Javier LLorens quienes han presentado ante la fiscal Viviana Fein una investigación en la que responden punto por punto todas las incógnitas que ha despertado este caso, fogoneado, en parte, por la querella, y en parte, por los medios hegemónicos interesados en instalar la hipótesis del magnicidio o –al menos–, que el caso no se resuelva para agitar el fantasma de la impunidad.
“En un país serio, la Justicia ya se habría expedido diciendo que el fiscal Nisman se quitó la vida por su propia voluntad, acorde a las pruebas reunidas en la causa. No otra cosa dicen su ansiosa búsqueda en las horas previas de un arma. Las confusas y distintas explicaciones que brindó a quienes se las pidió. Diciendo a uno que era para cuidar a sus hijas que estaban en Europa, y a otro, para defenderse si algún piquetero lo trataba de ‘traidor’”, escribe Llorens, que junto al ex diputado Mario Cafiero es autor –entre otras obras–, de ¡O juremos con deuda morir!, La Argentina Robada, El vaciamiento del sistema financiero argentino I y II, La deuda externa vinculada a la fuga de capitales.
–¿Por qué no usó la 22 que tenía guardada en casa de su madre?
–Porque no tenía balas ni podía comprarlas.
En su minuciosa reconstrucción, Llorens desmenuza cada pieza de la mecánica del suicidio: “La presencia de su ADN en las distintas partes del arma que lo mató, empuñadura, cargador, balas y gatillo, que denotan la preparación de ella y su posterior uso por parte de él. Su cuerpo sin otras lesiones, obstruyendo la apertura de la puerta del baño. El espasmo cadavérico en la mano con que accionó el arma que lo mató, etc. Respecto de este fenómeno neuromuscular del espasmo cadavérico en el dedo índice de su mano derecha, con la que accionó el gatillo, los forenses y expertos coinciden que es la manifestación del último esfuerzo voluntario efectuado por el difunto. Cuyo cerebro en este caso ordenó al dedo apretar voluntariamente el gatillo, accionando así el arma cuyo proyectil simultáneamente destruyó su cerebro. Quedando esto patentizado en dicho fenómeno post-mortem, que no es equiparable al rigor mortis.”
“La ausencia de lesiones que presentaba la víctima es otro de los motivos por los que los forenses que efectuaron la autopsia de entrada se refirieron a un cuadro de suicidio, sin ninguna intervención de terceros. Estando la víctima señalándose a sí mismo con su flexionado dedo índice, como culpable de su deceso. Que no podría haberse logrado si la víctima carecía de voluntad al hacerlo y su cerebro no mandaba la correspondiente orden para ello”, remata Llorens: en efecto, si alguien hubiese querido simular el espasmo cadavérico en su dedo índice, también se podría haber encargado de sembrar rastros químicos del disparo en la mano del fiscal, para afianzar esa misma hipótesis.
Según el escrito que está en manos de la fiscal Fein, el informe esgrimido por la querellante Sandra Arroyo Salgado es un dibujo, confeccionado con miras a cerrar las distintas puntas de la cuestión en beneficio de las aspiraciones de ella. Que no es otra que caratular la causa como homicidio.
Pese a que los peritos de Salgado insisten en que hubo agonía, en base al charco de sangre que muestran las fotografías del baño –filtradas a la prensa–, una de esas fotos registra claramente la posición singular en que quedó el brazo de Nisman, flexionado en la misma posición con la que habría apuntado la pistola hacia su cráneo. Y el ademán de su mano derecha, como empuñando el arma que le quitó la vida. Con su dedo índice un poco más abierto, en posición de empuñar el gatillo.
En el controvertido punto 12 de su informe, los peritos de Salgado aventuraron la hipótesis del “suicidio asistido” retratando al fiscal inerme y sumiso, postrado de rodillas ante la bañera, sin hacer el más mínimo ademán de defensa ante su supuesto asesino, lo que quedó reflejado en la total ausencia de rastros de ellos en su cuerpo. El que por ende, más bien que un sicario, parecería estar ayudándolo compasivamente a su suicidio.
Parte de las conclusiones de Salgado se basan en la falta de rastros de pólvora y sangre en la mano derecha, mientras que una mancha hemática en la izquierda le sirve como prueba irrefutable que el cadáver fue movido. Sin arrogarse el papel de Sherlock Holmes, Javier Llorens deduce que Nisman se suicidó con ambas manos, lo que constituye un gesto atípico para un suicida con arma de puño.
Fue el mismo Nisman quien interpuso su mano izquierda para ayudarse a disparar la pequeña pistola con su mano derecha.
Esto explicaría, también, la trayectoria no muy común del disparo para un suicida, de atrás hacia delante y de abajo hacia arriba, que provendría de la forma de apuntar la pistola, y el giro de cabeza que habría tenido que hacer, para poder asistir con su mano izquierda, al disparo del arma que se efectuó con su mano derecha.
Llorens señala que la apresurada calificación de “magnicidio” en su hipótesis de homicidio es otra manifestación del afán de Arroyo Salgado para que la causa pase a la Justicia Federal. Ya que si el insinuado asesinato por parte de Lagomarsino hubiese sido por razones que nada tiene que ver con el desempeño de Nisman como fiscal, ello no habilitaría ese traspaso. De forma tal que la ardua tarea que ahora enfrenta Arroyo Salgado, es probar que Lagomarsino es un sicario por encargo, de alguien relacionado con la actividad funcional de Nisman, con o sin cómplices, y no un homicida ocasional.
Pero de índole tan torpe, que ejecutó la tarea con su propia arma. Dejándola incluso en la escena del crimen junto con sus huellas digitales en una taza de café, y presentándose inmediatamente ante la Justicia a dar cuenta de ello, apenas se enteró del deceso de Nisman.
Para un supuesto sicario hubiese sido mucho más fácil atentar contra Nisman en cualquiera de sus escapadas nocturnas en las que se movilizaba sin custodia. Si la CIA, el Mossad o elementos desplazados de la SIDE hubiesen perpetrado un homicidio, no lo encubrirían detrás de un suicidio. Todo lo contrario: el Mossad hubiera dejado pistas que condujeran a Irán, mientras que la CIA y los desplazados de la ex SIDE al Gobierno.
Cafiero y Llorens –que no son oficialistas– creen que lo que precipitó la denuncia de Nisman contra la Presidenta fue la necesidad de Israel de torpedear el acuerdo nuclear entre Iran y EE.UU. Se trataba de una misión casi suicida destinada a lograr, por las buenas o las malas, que el gobierno argentino efectuara una escalada contra Irán, en regla con las necesidades del gobierno fundamentalista de Israel encabezado por Nentanyahu. A instancias de Israel, Nisman quería llevar el caso AMIA al Consejo de Seguridad, lo que implicaba convertirlo en un “casus belli” pretendiendo que la ONU sancionara el uso de la fuerza para extraditar a los sospechosos del atentado. Un verdadero delirio que el secretario Legal de la Presidencia, Carlos Zanini, rechazó de plano. En ese momento, Nisman comenzó a elaborar la denuncia contra el Gobierno y simultáneamente abrió la cuenta en el banco Meryll Lybch de Nueva York, que es la manera que los servicios de inteligencia extranjeros retribuyen el trabajo de sus topos.
Miradas al Sur
19 de Abril de 2015