Las tasas de crecimiento de la economía en China han sido objeto de admiración en todo el mundo. Parecía que el capitalismo había llegado a China para mostrar todas sus virtudes y cuando se señalaban los defectos, la mayoría de la gente prefería ignorarlos.
Walter Goobar
La novela negra está contando el siglo XXI mejor que cualquier otro medio o género y de ahí deviene su popularidad. Si uno quiere entender la crisis griega, zambullirse en los relatos de Petros Markaris es casi obligatorio. Otro tanto ocurre con la radiografía social que retrata Qiu Xiaolong en su última novela policíaca titulada El enigma de China. El país que presenta Qiu en esa novela es obscenamente transparente y aterradoramente próximo a cualquier país embriagado por la burbuja especulativa que creó las condiciones para la actual debacle financiera.
El sendero de la crisis
Ambientada, como sus precedentes, en Shanghai, las peripecias del inspector jefe Che Cao retratan una megalópolis entregada en cuerpo y alma a la especulación inmobiliaria, fuente de rápidos ingresos millonarios para los políticos que recalifican y venden terrenos públicos, los constructores privados que levantan rascacielos y urbanizaciones y los particulares con acceso al dinero fácil.
El enigma de China es la más amarga de las novelas policíacas de Qiu, en la que la pesquisa por la muerte de un tiburón del negocio inmobiliario coloca a su personaje –el inspector jefe Chen–, al borde del despido o la renuncia.
Lo de Qiu Xiaolong no es más que un filoso retrato de la realidad: las tasas de crecimiento de la economía en China han sido objeto de admiración en todo el mundo. Parecía que el capitalismo había llegado a China para mostrar todas sus virtudes y cuando se señalaban los defectos, la mayoría de la gente prefería ignorarlos.
Desde 2010, la economía china ha sufrido una desaceleración de 35 por ciento y en 2014 se registró la tasa de crecimiento más baja desde 1991. Hoy, la economía china camina por el sendero de la crisis, su primera crisis capitalista de índole macroeconómica. El colapso de la Bolsa ha sido espectacular: del 15 de junio a la fecha el valor de mercado sufrió una caída de 30 por ciento, con más de 4 billones de dólares de pérdidas en capitalización.
Para apoyar el mercado, el gobierno ha tratado todo: desde iniciar un programa de compra de títulos y reducir las tasas de interés, hasta suspender las transacciones del 54 por ciento de las acciones que se cotizan en China.
Y, cuando nada parecía detener el colapso, el gobierno tuvo que interrumpir las transacciones. Pero la caída apenas ha comenzado.
El analista Alejandro Nadal advierte que si alguien pensó alguna vez que el capitalismo en China no mostraría su verdadera cara, debe pensarlo dos veces y revisar los números e indicadores sobre el sector financiero y la economía real. Es posible que la crisis en China apenas esté arrancando.
“La reforma inmobiliaria”, escribe el novelista Qiu, “es en realidad un inmenso negociado que sólo beneficia a los funcionarios del Partido y que está inflando la economía hasta convertirla en una burbuja gigantesca”. La corrupción es, por supuesto, la hermana siamesa de esta fiebre del ladrillo: gangrena al poder y se extiende por todo el cuerpo social.
En efecto, el sector de bienes raíces ha sido clave en el proceso de acumulación capitalista y en las transformaciones estructurales en China. Uno de estos cambios ha sido la transición urbana: desde 1949, cuando se consolidó la victoria del Partido comunista chino han surgido más de 600 nuevas ciudades y un aumento exponencial de los precios de casas y departamentos hasta el año pasado. Pero entre enero y diciembre de 2014, el mercado se contrajo y los precios de las viviendas se desplomaron.
Hay más de 60 millones de departamentos que no se han podido vender y con la desaceleración no será fácil identificar compradores.
Los ricos de Shanghai
Al lado del Shanghai que describe Qiu, la Chicago en los años ’30, Nueva York en los ’40 o Los Ángeles en los ’50 son paraísos éticos. La imponente Shanghai es una ciudad en casi todo similar a cualquier metrópolis occidental: los muy ricos se van haciendo cada vez más ricos, las clases medias aspiran a disfrutar de las migajas del banquete y nadie atiende a los que caen en la pobreza y la marginación. Los símbolos de estatus son también idénticos: poseer automóviles alemanes de lujo, llevar relojes de grandes marcas suizas, ver la tele en pantallas extraplanas de muchas pulgadas, tomar café en un Starbucks, citar en inglés las frases hechas de los libros de marketing… Tan sólo el consumo de cigarrillos –abandonado por los saludables triunfadores de Occidente, pero aún vigente en China– y la tolerancia social con los poderosos que tienen concubinas –ahora llamadas pequeñas secretarias– serían aún especificidades chinas.
“La brecha entre los ingresos y el modo de vida de ricos y pobres no dejaba de aumentar, la corrupción y las injusticias flagrantes se extendían por todas partes, los productos químicos nocivos abundaban en los alimentos cotidianos”, recapitula el narrador de la novela. A eso le llaman oficialmente construcción de “una sociedad armoniosa”.
El analista Alejandro Nadal señala que el gobierno chino ha hecho hasta lo imposible para mantener a flote su sistema financiero. Pero una de las características del mercado accionario y de las operaciones financieras en China es el excesivo apalancamiento. Como se sabe, eso no ayuda nada cuando el pánico se apodera del rebaño de inversionistas y especuladores.
En China, cuenta Qiu, los denominados Bolsillos Llenos, esa gente que cierra los tratos comerciales “en la cena, junto a la máquina de karaoke o en la sala de masajes”, son los maridos con los que cualquier familia querría casar a sus hijas.
El inspector Chen Cao se mueve en esas aguas turbias de una sociedad fuera de la ley que fascina a las derechas occidentales por sus largas jornadas de trabajo, sueldos comparables a la semiesclavitud, escasos derechos cívicos y sociales… y fortunas colosales conseguidas en un santiamén. Está claro: lo que triunfó a finales de los años 1980 no fue la democracia, fue el capitalismo. La idea de que el más noble objetivo del ser humano es acumular riqueza se extendió como una mancha de aceite por el Este. El darwinismo social –el triunfo del más fuerte o el más adaptable– se convirtió en forma de vida universal. Las economías capitalistas olvidan que el Partido Comunista Chino es hoy el administrador de una de las economías capitalistas más salvajes de la historia.
Miradas al Sur
30-07-2015