Los “éxitos” de Al Qaeda –como el atentado contra las Torres Gemelas, los ataques contra los subtes de Londres y los trenes de
Madrid, los asaltos contra hoteles en países árabes frecuentados por turistas europeos– han animado el nacimiento de los lobos solitarios
Walter Goobar
Los “éxitos” de Al Qaeda –como el atentado contra las Torres Gemelas, los ataques contra los subtes de Londres y los trenes de Madrid, los asaltos contra hoteles en países árabes frecuentados por turistas europeos– han animado el nacimiento de los lobos solitarios, es decir, de los individuos que aisladamente, fanatizados por enseñanzas de predicadores o activistas que tergiversan el Corán, lanzan mortíferos golpes contra colectivos europeos o estadounidenses creyendo erróneamente que es lo que el Profeta querría de ellos y que si perecen en la operación irán directo a un paraíso de placeres inimaginables. Los atacantes de la redacción del semanario humorístico francés Charlie Hebdo, que mataron a nueve, podrían ser un buen ejemplo, pero hay un problema: todos ellos han sido acompañados por la mano invisible de los servicios de inteligencia.
Los perpetradores del atentado de París, los hermanos Cherif y Said Kouachi, estaban bajo vigilancia por parte de los servicios de inteligencia franceses y tenían prohibida la entrada a EE.UU. porque sus nombres estaban en la lista de “terroristas peligrosos”. Hay dos antecedentes similares: hace tres años, Mohamed Merah asesinó a un profesor y tres alumnos en una escuela judía en Toulouse después de matar a dos soldados franceses. No sólo era conocido por los servicios de seguridad franceses, sino que lo habían enviado en viajes a Medio Oriente e Israel, por cuenta y orden de éstos. Lo mismo ocurrió con uno de los hermanos chechenos Tamerlán y Tsarnaev Dzhokhar, autores de la masacre en el maratón de Boston en abril de 2013, que era –en realidad– un agente de infiltración.
Parece ser una constante que la inteligencia francesa confunde a los informantes con terroristas islamistas: el pistolero marroquí Ayoub Qahzzani, de 26 años, quien hirió a tres pasajeros en el tren rápido Amsterdam-París el viernes 21 de agosto, antes de ser inmovilizado, fue uno más de los extremistas musulmanes conocidos por la inteligencia francesa que sin embargo fue capaz de cometer un acto de terrorismo.
El-Qahzzani residía en España desde hace algunos años, antes de viajar a Siria en 2014 y después de trasladarse a Francia. Resulta que él estaba bajo el radar, tanto de las autoridades antiterroristas españolas como de las francesas. Este fue otro caso de una potencial amenaza terrorista, un sospechoso de contacto con el Estado islámico en Siria que estaba en libertad.
Este mismo escenario se ha repetido una y otra vez. El mes pasado, otro sospechoso bajo vigilancia francesa decapitó al dueño de una fábrica de gas de propiedad estadounidense cerca de Lyon e hirió gravemente a dos personas. Un archivo de inteligencia se abrió sobre su caso en 2006 y no se renovó en 2008.
El terrorista que atacó el Museo Judío en Bruselas en mayo de 2014 y asesinó a una pareja judía y a un guardia del museo era una cara familiar para los servicios secretos franceses. Sus agentes estaban de hecho esperándole cuando se bajó del autobús desde Bélgica. Cada uno de esos episodios se ha caracterizado porque los autores son “conocidos por la inteligencia francesa.”
Miradas al Sur
30-AGO-2015