Cristina Fernández de Kirchner eligió la Asamblea General de Naciones Unidas para revelar uno de los entretelones diplomáticos que llevaron a la Argentina a involucrarse en la riesgosa negociación del Memorándum de Entendimiento con Irán para destrabar la causa AMIA.
Walter Goobar
Cristina Fernández de Kirchner eligió la Asamblea General de Naciones Unidas para revelar uno de los entretelones diplomáticos que llevaron a la Argentina a involucrarse en la riesgosa negociación del Memorándum de Entendimiento con Irán para destrabar la causa AMIA. CFK afirmó que en 2010 un funcionario de Estados Unidos pidió a la Argentina colaboración para proveer a Irán de combustible nuclear para su reactor. Gary Samore, entonces asesor de Barack Obama, contó en ese momento que su país ya estaba dialogando con Teherán, lo que terminaría en el acuerdo firmado este año. El gobierno argentino le pidió que pusiera la solicitud por escrito, eso no ocurrió porque Samore –probablemente por exceso de iniciativa– fue eyectado del Consejo de Seguridad Nacional.
“Uno se pregunta cuál era el motivo de oponerse al acuerdo de cooperación judicial. Hay mucha hipocresía, mucha geopolítica y poco interés por lograr memoria, verdad y justicia para los familiares”, dijo la Presidenta en relación con las críticas recibidas por su gobierno en este tema. En la misma línea, reclamó a los Estados Unidos colaboración para ubicar al ex espía Antonio Stiuso, quien, dijo –sin nombrarlo directamente–, está “protegido” en Estados Unidos.
El tema que planteó la Presidenta en la ONU es la sugerencia de Estados Unidos de reconversión de un reactor nuclear de investigación iraní a una condición técnica similar a la de los argentinos, que suelen utilizar elementos combustibles de bajo enriquecimiento. Era la aspiración de Washington para contestar el argumento de Irán que necesitaba, entre otros objetivos, enriquecer al 20% para ese reactor que produce radioisótopos medicinales.
Hay dos países que suelen hacer esa reconversión tecnológica, Francia y la Argentina, que en 1992 interrumpió un contrato nuclear con Irán –por expreso pedido de EE.UU.–, poco antes del atentado a la embajada de Israel.
Por razones de discreción, CFK omitió un dato clave: el uranio que se les había terminado a los iraníes en 2009 se los había provisto el gobierno de Carlos Menem en 1993, después del atentado a la embajada de Israel de 1992 y antes del de la AMIA de 1994, como parte de las amenazas sobre un tercer atentado que los negociadores persas dejaban entrever en la media docena de reuniones secretas mantenidas en otras tantas capitales para discutir la compensación por el contrato nuclear incumplido. La Presidenta tampoco mencionó que este contrabando seguramente se hizo con el visto bueno de Washington y Tel Aviv.
Francia no era una alternativa para Irán por toda la historia bilateral alrededor del enriquecimiento de uranio y la planta que poseían en ese país, en épocas del Sha, a medias con los franceses (Eurodif). Por insistencia de EE.UU., después de 1979 y en particular desde 1982, cuando el presidente François Mitterrand prohíbe la transferencia de uranio enriquecido a Irán, Francia tuvo que enfrentar un juicio millonario a favor de Irán. En 1991, el fallo de la Justicia francesa obligó a Francia a hacer el desembolso y aceptar a Irán como accionista, aunque sin poder retirar uranio enriquecido.
Más adelante en su discurso, CFK aludió a otro tema sensible: la falta de cooperación del gobierno estadounidense para ubicar al ex jefe de Operaciones de la disuelta SIDE, Jaime Stiuso, sobre quien pesa ahora una alerta azul de Interpol, vinculada a su desempeño en la causa AMIA y varias violaciones a sus obligaciones como espía retirado.
Los que saben del tema, dicen que los espías nunca se jubilan: pasan a cuarteles de invierno. En el caso de los topos de la CIA, su lugar favorito de retiro son los Cayos de la Florida, donde Ernest Hemingway tenía una casa que hoy es museo.
Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial a esta parte, EE.UU. no se ha caracterizado por entregar agentes secretos reclamados por la Justicia de sus propios países. Todo lo contrario: los jerarcas de la inteligencia nazi fueron reciclados para luchar contra el comunismo. El ex jefe de la Gestapo en la Francia ocupada, Klaus Barbie, apodado “el carnicero de Lyon”, fue reclutado por la OSS, antecesora de la CIA, y prestó servicios en los escuadrones de la muerte bolivianos durante el golpe de los cocadólares. Además, desde la década del ’60 trabajó en paralelo para el BND, los servicios alemanes de la posguerra. Y cuando se derrumbó el Muro de Berlín, sus antiguos enemigos de la CIA fueron los primeros en tratar de convencer a Markus Wolf, el jefe de los servicios secretos de Alemania Oriental, al que durante décadas habían conocido con el apodo de “el hombre sin rostro”, que fuera a instalarse a la Florida, con el argumento de que iba a ser juzgado en la Alemania reunificada. Los segundos que fracasaron con Wolf fueron los espías del Mossad.
La célebre frase del presidente Franklin Delano Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, no fue un exabrupto ocasional, sino que más tarde Henry Kissinger la convirtió en parte de la doctrina diplomática estadounidense. Esa lógica es la que Estados Unidos aplica cuando le ofrece un santuario a cualquier espía caído en desgracia, como Stiuso. Al ex jefe de Operaciones de la SIDE, los EE.UU. lo valoran como “un activo” , un aliado útil para realizar trabajos sucios. A Stiuso no le faltan calificaciones y contactos para que alguna de las 16 agencias que conforman la comunidad de inteligencia estadounidense le dé las gracias por los servicios prestados y por prestar. De hecho, se ha dicho que ya ha recibido ofertas de trabajo que ha declinado. Hasta el 10 de diciembre, descansa en el condominio Portofino, ubicado en Pensacola Beach de la Florida, y prefiere hacer un culto de una de las reglas básicas de su oficio: que dice que “espiar es esperar”.
04-10ç2015
Miradas al Sur