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Es hora que el periodismo vuelva a contar historias

Crónica TV batió récords de audiencia con el caso de una costurera que pagaba 300 pesos de luz y le llegó una factura de 3.000. "El rating subía minuto a minuto", confía mi colega Horacio Embon, autor de la entrevista con la costurerita que no dio el mal paso, pero para quien su trabajo se ha convertido en una tragedia bordada sobre una factura de luz que no puede pagar.

Es hora que el periodismo vuelva a contar historias

Walter Goobar
Ayer, Crónica TV batió récords de audiencia con el caso de una costurera que pagaba 300 pesos de luz y le llegó una factura de 3.000. "El rating subía minuto a minuto", confía mi colega Horacio Embon, autor de la entrevista con la costurerita que no dio el mal paso, pero para quien su trabajo se ha convertido en una tragedia bordada sobre una factura de luz que no puede pagar. ¡Qué ganas que Miradas vuelva a la calle para narrar historias como esta, que superan a cualquier estadística, a cualquier declaración oficial o de los expertos en energía! En esa entrevista, como en las que hacíamos y haremos en miradas las historias tienen rostro, nombre y apellido. ¡Qué ganas de contar la historia del astronauta sirio Muhammed Faris que se convirtió en refugiado, en un paria, para el que no hay lugar en el planeta Tierra! Tal vez él pueda ayudarnos a comprender porqué la Unión Europea puede pagar 3.000 millones de dólares para que los sirios no entren a Europa pero no hace nada para detener a los traficantes de armamentos y de seres humanos ni el negocio de la guerra. O -si viniera a la Argentina-, podría ayudarnos a entender las razones por las que los precios han entrado en orbita. Lo cierto es que en 1987 viajó al espacio con un grupo de cosmonautas soviéticos y se convirtió en un héroe nacional. Ahora está exiliado en Turquía y ayuda a otros refugiados sirios.
En 1985 compitió con otros tres jóvenes sirios por una vacante en Interkosmos, un programa de entrenamiento para astronautas de países aliados de la Unión Soviética, en la "ciudad de las estrellas" situada en las afueras de Moscú. El mundo árabe ya había mandado a un hombre al espacio, Sultán Bin Salman Al Saud, un miembro de la familia real saudí, pero nunca a un astronauta profesional. Pese a la distensión de la Guerra Fría, las relaciones entre Estados Unidos e Irán y Siria se estaban deteriorando. La relación entre Siria y la Unión Soviética era muy estrecha: Rusia apoyó el golpe de Estado del padre de Bashar, Hafez Asad, en 1970. A cambio, Siria permitió que la Unión Soviética instalara una base naval en Tartús, que en la actualidad sigue bajo control de Moscú.
El hombre, de 64 años, conserva en su oficina de Estambul las medallas con las que fue distinguido por la Unión Soviética: la Orden de Lenin y el premio al Héroe de la Unión Soviética.
Algunas ONG europeas le han propuesto que ayude en cuestiones relativas a solicitudes de asilo. Esto también le molesta, ya que considera que lo quieren utilizar con fines políticos. "No hicieron nada cuando los necesitábamos", afirma en relación a Estados Unidos y la Unión Europea. "Sus valores son opuestos a los míos y no podría vivir allí", concluye en declaraciones al londinense The Guardian.
Cree que el auge del Estado Islámico es, en parte, culpa de países como Arabia Saudita y Pakistán, y reconoce que no tiene una solución mágica para resolver el conflicto actual. Sin embargo, está convencido de que la respuesta está en la esperanza y no en las armas o la religión.
Habla constantemente de la resiliencia de los habitantes de Alepo, una de las ciudades más antiguas del mundo. "La civilización siria tiene más de 10.000 años de antigüedad a sus espaldas. Lo cierto es que la ciudad podría tener los días contados y tal vez la esperanza será lo único que no quede reducido a cenizas. "La Tierra era diminuta desde el espacio y tuve la sensación de que podía cambiar el mundo", dice: "No me está resultando fácil".









































Walter Goobar
Ayer, Crónica TV batió récords de audiencia con el caso de una costurera que pagaba 300 pesos de luz y le llegó una factura de 3.000. "El rating subía minuto a minuto", confía mi colega Horacio Embon, autor de la entrevista con la costurerita que no dio el mal paso, pero para quien su trabajo se ha convertido en una tragedia bordada sobre una factura de luz que no puede pagar. ¡Qué ganas que Miradas vuelva a la calle para narrar historias como esta, que superan a cualquier estadística, a cualquier declaración oficial o de los expertos en energía! En esa entrevista, como en las que hacíamos y haremos en miradas las historias tienen rostro, nombre y apellido. ¡Qué ganas de contar la historia del astronauta sirio Muhammed Faris que se convirtió en refugiado, en un paria, para el que no hay lugar en el planeta Tierra! Tal vez él pueda ayudarnos a comprender porqué la Unión Europea puede pagar 3.000 millones de dólares para que los sirios no entren a Europa pero no hace nada para detener a los traficantes de armamentos y de seres humanos ni el negocio de la guerra. O -si viniera a la Argentina-, podría ayudarnos a entender las razones por las que los precios han entrado en orbita. Lo cierto es que en 1987 viajó al espacio con un grupo de cosmonautas soviéticos y se convirtió en un héroe nacional. Ahora está exiliado en Turquía y ayuda a otros refugiados sirios.
En 1985 compitió con otros tres jóvenes sirios por una vacante en Interkosmos, un programa de entrenamiento para astronautas de países aliados de la Unión Soviética, en la "ciudad de las estrellas" situada en las afueras de Moscú. El mundo árabe ya había mandado a un hombre al espacio, Sultán Bin Salman Al Saud, un miembro de la familia real saudí, pero nunca a un astronauta profesional. Pese a la distensión de la Guerra Fría, las relaciones entre Estados Unidos e Irán y Siria se estaban deteriorando. La relación entre Siria y la Unión Soviética era muy estrecha: Rusia apoyó el golpe de Estado del padre de Bashar, Hafez Asad, en 1970. A cambio, Siria permitió que la Unión Soviética instalara una base naval en Tartús, que en la actualidad sigue bajo control de Moscú.
El hombre, de 64 años, conserva en su oficina de Estambul las medallas con las que fue distinguido por la Unión Soviética: la Orden de Lenin y el premio al Héroe de la Unión Soviética.
Algunas ONG europeas le han propuesto que ayude en cuestiones relativas a solicitudes de asilo. Esto también le molesta, ya que considera que lo quieren utilizar con fines políticos. "No hicieron nada cuando los necesitábamos", afirma en relación a Estados Unidos y la Unión Europea. "Sus valores son opuestos a los míos y no podría vivir allí", concluye en declaraciones al londinense The Guardian.
Cree que el auge del Estado Islámico es, en parte, culpa de países como Arabia Saudita y Pakistán, y reconoce que no tiene una solución mágica para resolver el conflicto actual. Sin embargo, está convencido de que la respuesta está en la esperanza y no en las armas o la religión.
Habla constantemente de la resiliencia de los habitantes de Alepo, una de las ciudades más antiguas del mundo. "La civilización siria tiene más de 10.000 años de antigüedad a sus espaldas. Lo cierto es que la ciudad podría tener los días contados y tal vez la esperanza será lo único que no quede reducido a cenizas. "La Tierra era diminuta desde el espacio y tuve la sensación de que podía cambiar el mundo", dice: "No me está resultando fácil".









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