Una ola de grandes movilizaciones ha sacado a Francia de su letargo, y ha dado a luz a un movimiento de indignados que van más allá de una reacción a la reforma laboral que se enfrenta a una clase política sumisa a los poderes económicos y a los intereses generales del Estado alemán; en Gran Bretaña, la elección de un alcalde musulmán en Londres, hijo de inmigrantes paquistaníes y la derrota de la ultraderecha en Austria a manos del ecologista Alexander Van der Bellen, el protagonismo de Pablo Iglesias el mediático líder de Podemos en España, así como la irrupción del senador Bernie Sanders como el "tercero en discordia" en la elección estadounidense marcan a las claras un cambio de época que expresa una nueva relación entre las masas y la política
WALTER GOOBAR
Para Sputnik
Una ola de grandes movilizaciones ha sacado a Francia de su letargo, y ha dado a luz a un movimiento de indignados que van más allá de una reacción a la reforma laboral que se enfrenta a una clase política sumisa a los poderes económicos y a los intereses generales del Estado alemán; en Gran Bretaña, la elección de un alcalde musulmán en Londres, hijo de inmigrantes paquistaníes y la derrota de la ultraderecha en Austria a manos del ecologista Alexander Van der Bellen, el protagonismo de Pablo Iglesias el mediático líder de Podemos en España, así como la irrupción del senador Bernie Sanders como el "tercero en discordia" en la elección estadounidense marcan a las claras un cambio de época que expresa una nueva relación entre las masas y la política, la democracia y el movimiento obrero y popular, el Estado y una ciudadanía consciente de sus derechos y de sus libertades. Lo que ocurre hoy en una media docena de países de Europa y Estados Unidos hay que verlo como un movimiento de resistencia, de oposición molecular y difusa contra el triunfo de los poderes salvajes del capitalismo, la desregulación, la privatización y el desmantelamiento del Estado social.
Desde siempre Francia es una síntesis de lo mejor y lo peor de las tradiciones europeas. En ese país, lo que no pudo hacer la derecha, lo está intentando hacer la izquierda que sobrevive en torno a François Hollando: la reforma laboral que pretende imponer el sucesor de Nicolás Sarkozy trata de poner fin a derechos históricos de los trabajadores, a precarizar las relaciones laborales, a quitar eficacia a la negociación colectiva, a individualizar la contratación y a debilitar aún más al sindicalismo francés. Encuestas fiables indican que más del 70% de la ciudadanía está en contra de esa ley.
El movimiento indignado francés, bautizado como "Noche en pié" (Nuit Debout), nació el 31 de marzo y como durante la Revolución Francesa impone desde entonces su propio calendario. Hay varios miles de personas y su número va en aumento conforme pasan los días. En más de un centenar de ciudades se han creado, o se está creando, movimientos similares; horizontales, asamblearios, pacíficos y marcadamente sociales. En algunas ciudades francesas son un puñado de activistas, en otras centenares, en París miles.
Jean-Luc Mélenchon -que obtuvo 4 millones de votos en 2012 y un millón en 2014-, ya decía hace un año que, “lo de 2017 no será una elección, será una insurrección”. Este político, un excelente orador que viene del Partido Socialista, está ensayando un proyecto político nuevo: convocar al pueblo a un proceso constituyente que reformule el interés general. Políticamente, el calendario del actual movimiento, que ha arrancado a un año de las elecciones es muy favorable a Mélenchon, que suscita escepticismo y hasta rechazo en ciertos sectores de la juventud.
Según Rafaél Poch, corresponsal de La Vanguardia en Paris, "solo Francia puede contraponer un proyecto nacional alternativo al programa europeo del gobierno alemán basado en; Austeridad, Autoridad, Desigualdad. Lo que en Alemania (país de revoluciones fallidas) sería completamente imposible, la tradición social francesa lo hace pensable…"
Francia no es España, ni Grecia, ni Portugal. Es el 20% de la economía de la zona euro. A diferencia de Grecia, un país pequeño que asistió a la capitulación de Alexis Tsipras frente a la Troika, y de España, un país periférico en el concierto europeo, Francia es una potencia central. Un cambio en sentido popular de la política francesa, unido a lo que ya está ocurriendo en Grecia y España, y lo que pueda pasar en Italia, Irlanda y Portugal, rompería la espina dorsal de la política que se practica desde Bruselas y Berlín.
En el Portugal de hoy, la coalición liderada por el socialista Antonio Costa sacó adelante un presupuesto contra el ajuste, porque invertirá 11.000 millones de euros para impulsar su economía. A fines de 2015 decidió progresar en la elevación de las pensiones mínimas, eliminar los recortes salariales a los empleados públicos y quitar impuestos extraordinarios al 90% de los trabajadores y, recientemente, se conocieron otras medidas como actualizar automáticamente la ayuda para familias, sumar una prestación para aquéllos que ya no cobran el seguro de desempleo.
Los socialistas que formaron parte de gobiernos neoliberales o conservadores por mucho tiempo, Costa inclusive, ahora están aliados al Bloque de Izquierda que va desde trotskistas hasta ex maoístas, un bloque revolucionario y al Partido Comunista clásico, además, sufren la influencia directa de lo que está pasando en España, donde un partido muy moderado como Podemos, se alía con la Izquierda Unida donde está el Partido Comunista y hay una tendencia a la unificación de los sindicatos y una presión social importante. En particular en Andalucía y Extremadura, que están al lado de Portugal, ese peso existe.
Además, está viendo lo que le pasa a Grecia, el sacrificio impuesto por Tsipras al pueblo griego que, por ejemplo, llevó a la reducción de las jubilaciones.
En toda Europa la socialdemocracia que fue artífice desde hace 30 años de la involución neoliberal, recoge las consecuencias de la creciente desigualdad y deterioro que sembró. El empobrecimiento de la clase media ha hecho que sus partidos caigan uno tras otro como fichas de dominó en Grecia, España, Alemania, Francia…, bien haciéndose irrelevantes cosechando sus peores resultados históricos, en el caso de Alemania con un siglo de perspectiva. Pero el vacío no existe, el agujero que dejan unos lo rellenan otros.
El economista y sociólogo Frédéric Lordon, que dirige las investigaciones del prestigioso Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) de Francia, asegura estar cansado de que intenten endosarle la etiqueta de líder de los indignados franceses. Sin embargo, establece diferencias con los indignados españoles sel movimiento del 15-M: "Tengo la sensación de que en España hubo dos potentes factores catalizadores que no tenemos en Francia: por un lado la deuda inmobiliaria de los hogares y los desalojos y, por otro, la corrupción de los políticos a gran escala. En Francia la cuestión social, la cuestión del trabajo y el empleo siguen siendo muy importantes. Pero precisamente la particularidad del movimiento actual está en que no se limita a reivindicaciones como la de asegurar el trabajo o mejorar las condiciones laborales, o cualquier cosa en este sentido, sino a criticar fundamentalmente la situación del trabajo en sí y de los propios trabajadores. Es por tanto una crítica al capitalismo", dijo al diario La Marea.
En las recientes elecciones para alcalde de Londres, el hijo de un matrimonio de paquistaníes que emigró a Gran Bretaña se impuso sobre el hijo de un financista euroescéptico que cree que los medios de comunicación de su país están controlados por comunistas. El triunfo del laborista Sadiq Khan como alcalde de la capital británica lo convierte en el político musulmán más notorio y poderoso del mundo occidental. Durante los próximos cuatro años, y quizá más tiempo, este abogado especializado en Derechos Humanos estará al frente de la ciudad más grande y dinámica de Europa occidental. Representará a 8,5 millones de personas y será responsable de un presupuesto anual de 17.000 millones de libras (unos 22.000 millones de euros). Esto también significa un gran apoyo a Jeremy Corbyn, el nuevo líder del ala izquierda del laborismo elegido en 2015.
El programa de Corbyn es inequívoco: no al uso de las armas nucleares, sacar al Reino Unido de la OTAN, condenar a Israel, acabar con las intervenciones imperialistas en Siria y en Irak, aumentar los impuestos a los más ricos, defender el ambiente, volver a estatizar los ferrocarriles y la energía, desarrollar un vasto plan de viviendas populares a bajo costo, suprimir los impuestos a los estudiantes y conceder becas de estudio, suprimir la monarquía. Es natural que al día siguiente de ser elegido presidente del partido se hayan afiliado al mismo 15 mil jóvenes, deseosos de renovar en sentido socialista-ecologista el partido conservador y proimperialista de Tony Blair y sus acólitos, que creían que para ganar votos el programa del laborismo debía ser cada vez más derechista.
Jeremy Corbyn quiere un partido de lucha, socialista, apoyado en un sector importante de la clase obrera; un partido con ideas y objetivos claros, que dé la palabra a los miembros de base como él y se apoye en los jóvenes. O sea, todo lo contrario del partido actual donde los que decidían eran los notables, preocupados antes que nada por ganar las elecciones para mantener sus privilegios y para los cuales los planteos programáticos valían tan poco como la democracia interna.
Corbyn, por otra parte, está a la izquierda de la coalición griega Syriza y de la impredecible constelación española Podemos ya que no depende de los equilibrios partidarios porque está empeñado en cambiarlos y porque presenta objetivos posibles y tangibles. Por eso pone en cuestión la Unión Europea e interpela a toda la izquierda del Viejo Continente con su pacifismo, su ecologismo, su humanismo, su socialismo sincero y anticapitalista.
El fenómeno se repite también al otro lado del Atlántico: en el escenario electoral estadounidense, mientras el populista de derecha Donald Trump por primera vez supera en intención de voto a Hillary Clinton, ha irrumpido el “socialista democrático” Bernie Sanders, quien al principio fue considerado un precandidato marginal, sin posibilidades, pero que en la recta final ha llegado a estar virtualmente empatado con Hillary Clinton en las encuestas nacionales. Casi todos los otros políticos de ambos partidos, pero en especial Clinton, como gran parte de la cúpula intelectual y mediática, han insistido una y otra vez en que Sanders ofrece posiciones “radicales” y por lo tanto “no realistas”.
Sin embargo, el respetado intelectual Noam Chomsky asegura que Sanders “es una persona decente, honesta. Eso es bastante inusual en el sistema político… Pero es considerado radical y extremista, lo cual es una caracterización interesante, porque es básicamente un demócrata tradicional del New Deal”. Chomsky afirma que sería considerado un político tradicional durante los tiempos de un Eisenhower, y que varias de sus posiciones están basadas en el marco del New Deal de Franklin Roosevelt, “pero ahora lo descartan por ser radical y extremista. Esa es una indicación de qué el espectro político ha girado tanto hacia la derecha durante el periodo neoliberal que los demócratas contemporáneos son lo que antes se llamaban los republicanos moderados”.
Chomsky considera que lo más importante de Sanders es que ha “movilizado a gran número de jóvenes que están diciendo: ‘ya no vamos a dar nuestro consentimiento’. Y si eso se convierte en una fuerza que continúa, organizada, eso podría cambiar a este país; tal vez no para esta elección, pero a largo plazo”.
Sin eufemismos, Sanders desafía al aparato del partido Demócrata: “es imperativo que el liderazgo demócrata, tanto nacional como en los estados, entienda que el mundo político está cambiando y que millones de estadunidenses están indignados ante el politiqueo y políticas económicas del establishment”, escribió. El pueblo de este país desea un gobierno que nos represente a todos nosotros, no sólo al 1 por ciento, a los súper PAC, y a los donantes ricos de las campañas.
Agencia Sputnik
26çMAY-2016