Nunca tuvo una presencia exuberante en la televisión argentina. El mejor momento del género documental, al menos en cuanto a espacio, podría situarse en los 80 con los clásicos (y de larga duración) Historias de la argentina secreta y La aventura del hombre. Además del micro El país que no miramos o los productos de Roberto Cenderelli.
Hacia fines de los 90 predominaron más las apariciones esporádicas de producciones unitarias como los cuatro trabajos que realizó Boreal Producciones (Magdalena Ruiz Guiñazú, Walter Goobar y Silvia Di Florio). El primero Esma: el día del juicio se estrenó en 1998 y marcó 23 puntos de rating. O intentos fugaces de ciclos inscriptos más en el ejercicio de archivo como Biografías no autorizadas (2000) o La Centuria (2001) (ambos de Miguel Rodríguez Arias).
Hasta las productoras Ideas del Sur y Cuatro Cabezas incursionaron en el género. La primera lo hizo con Latidos (2001) conducido por Alfredo Leuco, documentando el caso de Gabriela Arias Uriburu (sus hijos se los llevó el marido a Jordania). Y la segunda con una serie de 13 capítulos para el canal Infinito (2001) sobre temas como la muerte de Carlos Menem Jr. Y otro intento: los comienzos de Puntodoc, que era netamente documental.
"La desaparición del género coincidió con que los canales se enamoraron de los reality —asegura Walter Goobar, de Boreal—, así como el talk show desplazó a la ficción". De todos modos asegura que en Argentina nunca existió una tradición documental.
¿Si siempre se habla de la avidez cultural del pueblo argentino, por qué ese deseo no se refleja en el consumo televisivo?
Quizás se relacione con los orígenes de nuestra televisión, más influenciada por el modelo cubano, de puro entretenimiento.