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Terremoto en Perú

La furia de la Tierra

Con el 70 por ciento de la ciudad destruida y más de 100 réplicas desde el día del terremoto, los habitantes se mueven entre la melancolía y la resignación. El enojo de la Pacha Mama y los 2.000 uniformados que patrullan la zona para evitar los saqueos de las hordas.

Por Walter Goobar, enviado especial a Pisco
Las añejas casonas virreinales ya no están. Tres iglesias barrocas y la casa del general José de San Martín han quedado reducidas a escombros. La vieja Plaza de Armas del derruido pueblo de Pisco,  una ciudad que aparece en los primeros mapas del siglo XVI sea nuevamente el ingrato escenario de una tragedia moderna. Todavía hay un febril movimiento de equipos de socorro en la Plaza y sus alrededores, y una resignada sensación de abandono en la periferia de la ciudad.
Caminando entre las ruinas de un barrio que no puede verse desde la carretera, es difícil no darle la razón a los vecinos que se sienten olvidados, abandonados a la buena de Dios.
En cada espacio abierto han armado chozas con cartones, plásticos y chapas para refugiarse.  Niños y ancianos se apiñan en las pocas sillas que rescataron de entre las ruinas y en colchones empapados por la fuerte humedad de las noches.
Los niños juegan y corretean, las mujeres cocinan "aguadito de pollo" (el típico caldo peruano) en precarios  calentadores, mientras los hombres se sientan a ver pasar el día conversando. Lo único que hay para hacer es esperar.
Perú  es un hervidero de las más diversas y complejas formas de cultura, paisaje de ásperos contrastes raciales y sociales. El terremoto los ha puesto al desnudo y ha revelado la precariedad del Estado siempre ausente.
"Las criaturas están enfermas, algunas  arden de fiebre. Necesitamos medicinas y aquí no hay nada", se queja Carmen Flores, rodeada de sus dos hijas con síndrome de Down.
--¿Por qué no se van a un campamento  para damnificados?, pregunta 7 Días.
--Es imposible: Perderíamos las pocas pertenencias que tenemos y nos ocuparían el terreno, dice la mujer en medio de las ruinas de lo que fue una minúscula sala de estar.
Todos quieren mostrar lo que alguna vez fueron sus casas para que se sepa que no mienten, que están afectados y necesitan ayuda. En casi todas las viviendas se ve la misma destrucción. Incluso las que han quedado de pie son inhabitables. El 70% de la ciudad quedó destruida. Más de cien réplicas se han sucedido desde el 15 de agosto, el dia del primer terremoto.
Pocos metros más adelante dos vecinos que criaban gallos de riña cuentan que han tenido que comérselos. Aunque la malla metálica está abierta los pollos no escapan. Quizá sepan que no hay mucho que buscar afuera, o tal vez intuyen que el destino que les espera si no llega  comida es la cacerola.
Para toda esta gente resulta paradójico ver pasar frente a lo que fueron sus casas los convoyes con ayuda rumbo al centro de Pisco. Además les pasan encima los aviones con pertrechos que vienen de Lima. Saben que hay un operativo de ayuda, que los hangares del aeropuerto están atiborrados de víveres,   pero sienten que poco y nada llegará a sus manos.
Los retenes militares en cada esquina y los vehículos blindados de la Infantería de Marina han convertido a Pisco en una ciudad ocupada y militarizada. Jóvenes conscriptos con uniforme de camuflaje y fusiles rusos AK-47 apoyados contra el pecho trotan por las calles entonando rimas sobre la Patria. El despliegue militar fue la respuesta mas visible  del Estado ante la ola de saqueos que sucedieron al terremoto y la marejada.
Sobre la costa, los botes arrumbados de los pescadores parecen ametrallados por la salvaje crecida del mar.
Por las noches, los saqueadores -inspirados en el cuento del Pastor mentiroso-,  aterrorizan a la población alertando sobre falsos Tsunamis. Cuando los vecinos abandonan sus casas, los buitres del saqueo caen sobre ellas.
Si en el año 1680 Pisco temía a los terremotos y a los ataques de los piratas Clerck y David, hoy teme por igual a la escala de Richter y a los piratas de siglo XXI.
"No podemos movernos de aquí en todo el día", explica Betty Pérez, mientras señala una tela sujeta con cuatro palos que se ha convertido en su hogar desde hace diez días. Tres sillones, un par de sillas viejas y una mesa es todo lo que le queda después del terremoto.
El Ministerio del Interior peruano asegura que ha desplegado en la zona a 1.000 policías y 1.200 militares, de los cuales 400 son infantes de Marina, para reforzar la seguridad. Por momentos no está  claro si el Estado está allí para proteger a la población de los saqueadores o también para disuadir - y si es necesario- reprimir a la intranquila  población.
Por toda la ciudad son visibles patrullas compuestas por seis soldados, equipados con material antidisturbios, bajo el mando de un suboficial. Los camiones cisterna que reparten agua potable van custodiados por soldados que -en la mayoría de los casos-, se muestran incapaces de organizar el enorme tumulto que se forma cuando el vehículo se detiene para repartir su carga.
Los soldados son muy jóvenes y en algunos casos se han producido algunos disparos accidentales porque portan sus subfusiles automáticos con el dedo apoyado en el gatillo.
Han pasado diez días desde el el primer y devastador movimiento sísmico y una parte de pPisco ya tiene luz eléctrica aunque continúa sin agua, pero ya han desaparecido los pequeños puntos de reparto de ayuda.
"El Estado no puede ir casa por casa repartiendo comida", se justificó  el presidente Alan García en una de sus apariciones televisivas desde Pisco. Dicho y hecho, ahora los que quieran recibir alimentos tienen que hacer largas caminatas por las laberínticas calles cubiertas de polvo de adobe para hacer colas que no tienen principio ni fin.
Pisco es una especie de sálvese quien pueda donde no hay información. "¿Cómo vamos a ir hasta allá, tan lejos? ¿Quién cuidará de mi casa?", pregunta Margarita Romero, de 68 años, en lo que queda de su casa familiar, en el centro de Pisco. El techo ha aguantado pero las paredes no. Una araña cubierta de polvo se balancea cada vez que hay un pequeño temblor.
En el suelo, mezclados y machacados por el polvo y los cascotes, están los recuerdos de varias generaciones porque aquí nacieron y crecieron los abuelos y los padres de Margarita.
La desolada cabeza de una muñeca contempla las ruinas.  Los , platos y las tazas rotas se mezclan con novelas de Corín Tellado editadas en los años sesenta. "Las leía con mi madre", recuerda la mujer con los ojos llenos de lágrimas.
La situación comienza a generar tensión entre los vecinos de Pisco. Se ha corrido la voz de que en el aeropuerto hay hangares llenos de agua y alimentos pero los militares tienen la puerta cerrada y no dejan que la gente se agrupe allí.
-Sabemos que el aeropuerto está lleno de víveres y en cualquier momento la gente se va a dar cuenta, razona un hombre montado en bicicleta que se dirige pedaleando hacia el Parque Zonal, donde se ha instalado un centro para el reparto de ayuda a los damnificados.
La escasez  y la falta de noticias hacen que los rumores se disparen y extiendan rápidamente. La noticia del paso de un camión cargado de ayuda  provoca que decenas de personas se congreguen en las cunetas a la espera de que pare. Si el vehículo no se detiene puede pasar que los vecinos fuercen al siguiente a hacerlo y vacíen su carga. La gente se transforma en horda.
MAD  MAX A LA PERUANA
Cuando cae el sol, las luces de las hogueras que encienden los damnificados no sirven para iluminar una ciudad que permanece envuelta en una pesada nube de polvo de adobe.
--"Por las noches, Pisco se transforma en un escenario parecido al de la película Mad Max", dice Gonzálo Fuertes, un integrante de los  Cascos Blancos argentinos que junto a los otros miembros del equipo especializado en asistencia de catástrofes están desde hace una semana viviendo en una casa agrietada y sin agua, sobre la orilla del mar.  Allí, dos psicólogas argentinas  que entrenaron a sus colegas peruanos en la atención del estrés posttraumático comparten un par de latas de attún con dos cordobeses de Villa María que han venido a buscar a Miguel Molinero, un tercer hermano desaparecido en el terremoto. Lo han encontrado sano y salvo y pronto se trasladará con su familia a la Argentina.
Mientras la luz mortecina que flota durante toda la jornada por efecto del polvo acumulado se va apagando, las calles comienzan a quedarse desiertas. Muchas de ellas han sido bloqueadas por los propios vecinos con restos de tapias para evitar que puedan ser atravesadas por vehículos. Es una medida de protección contra los saqueadores  que por ahora resulta efectiva.
--En una situación de miseria como ésta, no se asume que los que tienes alrededor también tienen que sobrevivir, por eso hay saqueos, se especula con el agua, explica un médico.
Aunque durante los primeros días se acusó de todo acto delictivo a los 400 presos fugados del penal de Tambo de Mora, es evidente que es la necesidad la que está provocando la mayor parte de los robos y episodios de violencia. A todo esto, la mayoría de los profugos volvió a la cárcel por su propia voluntad porque al menos allí tenían techo y comida aseguradas. Ni el escritor más fantasioso del Perú podría haber imaginado semejante final para una fuga de presos.
Más precarias que las casas y las cárceles , son las relaciones sociales en el Perú. El último terremoto fue hace 34 años y es probble que desde entonces se haya hecho poco y nada en materia de prevensión.
A SANGRE FRIA
El Hospital San Juan de Dios está totalmente agrietado y ha tenido que ser evacuado. En medio de la emergencia, con heridos tirados en el patio, hubo que habiliutar una parte nueva  que no estaba terminada y evacuar todos los heridos a Lima.
--Ahora, lo más preocupante son las enfermedades respiratorias y digestivas, dice el doctor Julio aAsuncio, medico internista y jefe de Guardia.
_¿La parte nueva es antisísmica?, interroga con cierta ingenuidad 7 Días.
--No me atrevo a preguntar, confiesa el médico mientras recoorre los quirófanos y las otras salas que deberán ser demolidas.
Este lugar, pintado de azul y resquebrajado por todos los rincones, se convirtió durante los primeros días del terremoto en una morgue improvisada, porque los sobrevivientes comenzaron a llegar con sus muertos en brazos, unos esperando que los revivieran y otros en busca de un ataúd.
Los metían en bolsas negras y les ponían un papelito con el nombre y se lo pegaban con cinta adhesiva o simplemente lo pisaban con una piedra para que no se confundieran los 500 cuerpos que se fueron acumulando con el correr de los días.
El viernes los muertos amanecieron en el piso de cemento y en un jardín del hospital porque no había cajones. Algunos familiares durmieron al lado de ellos. A las 8, el vigilante del hospital sacaba un frasco de formol y con una jeringa se lo inyectaba en el abdomen a los cadáveres de las familias que querían mantenerlos un poco más con ellos.
Los que tenían desaparecidos llegaban y abrìan las bolsas, una a una, esperando que se hubieran confundido.  "Hay que enterrarlos enseguida, no hay tiempo para velarlos", advertían los policías temerosos de las epidémias.
Los cuerpos eran demasiados. No había lugar donde ponerlos. Se decidió que a los hospitales sólo irían los heridos. Entónces, comenzaron a apilarlos en contenedores plásticos en la Plaza de Armas, delante de la iglesia destrozada.
SOBRE PERROS Y TUMBAS
En el cementerio, el olor fétido de los muertos desplaza el olor denso del humo de las fogatas, de los desperdicios, de la sangre, de la brisa putrefacta del mar que hace brotar unos extraños gusanos gelatinosos de la arena.
En la devastada Pisco, cada familia cava las tumbas y entierra a sus padres a sus hijos, a sus tíos, a sus hermanos y a sus primos. Las familias de las víctimas visten ropas de colores porque el el terremoto no les dejó ni siquiera una muda para el luto.
De algunos nichos fracturados se asoman tímidamente los huesos de algúnos finados a quienes la Tierra ha hecho temblar y estremecerse  nuevamente.
Un perro atigrado, esquálido y un poco sarnoso movía la cola y merodeaba entre las tumbas y los ataúdes apiñados en el cementerio.
"¡Fuera perro, fuera perro!", le gritaban los familiares, pero el can no hacía caso. 
Olfateaba los féretros hasta que algún familiar lo pateaba ofendido. Salía huyendo y al rato volvía.
Al mediodía, el animal seguía rondando los  muertos. Entre los cadáveres que el perro merodeaba estaban los de dos niños. Recién cuando se echó resignado  sobre una lápida, la gente se dio cuenta que el animal tal vez estuviera buscando entre ellos a su amo.
Dicen que no hay ateos en las trincheras. Tampoco los hay en las catástrofes naturales, ni en los cementerios, pero en Pisco hay una extraña y mágica resignación ante el cataclismo en la mirada de la gente. No se puede entender esa ambivalente forma andina de ver las cosas  hasta que no se haya visto a las indias sufrir y cantar.
Frente a las cruces improvisadas con dos palos de madera, algunos familiares filosofan sobre la furia de Dios y sobre el enojo de la Pacha Mama, que es la fuente de todo consuelo y de toda alegría para los hombres del mundo quechua.
--El derrumbe de tres iglesias es lo que produjo una cifra tan elevada de muertos, rmurmura uno de los familiares en busca de porqués para la tragedia. En realidad, no hay porqués. O tal tex sí.
--Ni el Estado ni los pobladores estábamos preparados para afrontar este enojo de la Pacha Mama, la Madre Tierra, reconoce un hombre que acaba de enterrar a su esposa.
--¿Cómo explicar que una misma familia haya tenido que enterrar a 80 de sus miembros que asistían a un funeral en el momento del terremoto?, dice otro desconsolado.
MILAGRO Y ADOBE
Frente a la Plaza de Armas, la iglesia del cura español Alfonso Berrade se ha convertido en el símbolo de la tragedia peruana. El sacerdote español, párroco de la iglesia de San Clemente vio morir a 148 de sus feligreses cuando la iglesia se les desplomó encima.
--A mi no me salvó un milagro sino mi panza, dice el sacerdote de aspecto bonachon. " Cuando comenzó a temblar me puse debajo del marco de una puerta. Se apagó toda la luz. No se veía nada. Sentí un ladrillo de adobe que se estrelló contra mi cuerpo. Fui a parar al suelo. Donde yo  había estado parado cayó un aluvión de escombros".
Los escombros ya han sido removidos y de lo que fue la iglesia sólo quedan las dos torres. El rollizo Berrante -que se parece a uno de esos sacerdotes que Graham Greene retrata en sus novelas-,  oficia la misa de domingo a la intemperie y recomienda a sus feligreses controlar y vigilar la entrega de alimentos. Lo peor va a llegar cuando se empiece a distribuir la ayuda de la reconstrucción. Es allí donde toda catástrofe se torna en  un buen negocio.
El operativo de socorro ha tenido la virtud inicial de convocar a muchas instituciones y empresas, tanto nacionales como internacionales. Y casi todos quieren que se sepa. Todos tienen presente la promoción de sus marcas sobre vistosos chalecos y carteles. Una cadena de comidas rápidas ofrece raciones de hamburguesas y fritas a los soldados, la Telefónica hace descuentos en las llamadas, otra empresa ha colocado televisores en la calle para ver los partidos del sub-17 en Corea.
La plaza siempre fue el centro de la ciudad pero podría decirse que hoy lo es más que nunca porque las  empresas y el jet set de los organismos  internacionales dominan la dinámica trágica de Pisco. Sin embargo, cuando uno se aleja un poco del movimiento de la plaza, descubre que el sitio y su gente no hacen otra cosa que girar en torno a sí mismos.
 


 
RECUADRO
 
RECUADRO
CASCOS BLANCOS

Los enviados de 7 Días  viajaron al Perú  a bordo de uno de los seis vuelos fletados por los Cascos Blancos que transportaron un total de 100 toneladas de ayuda humanitaria para los damnificados del terremoto. Cascos Blancos es un organismo estatal, dependiente de la Cancillería y está reconocido por la OEA y la ONU. 
--Se enviaron carpas, potabilizadores de agua, frazadas, alimentos, medicamentos y en algunos vuelos se incluyó ropa, dice el embajador Gabriel Fuks, titular de la entidad que coordina misiones de voluntarios y un equipo logístico para situaciones de emergencia, control de riesgo y lucha contra la pobreza.
Según Fuks, la Argentina fue uno de los países de la región que más aportes hizo en ayuda humanitaria. Por su parte, la comunidad peruana en Argentina despachó otras 45 toneladas. Ahora, Cascos Blancos está evaluando las demandas de algunas provincias argentinas que quieren colaborar con Perú y en unos días participará en un equipo multinacional para planificar la reconstrucción.
El Hércules de la Fuerza Aérea que había partido de Mendoza no pudo aterrizar en Pisco porque en esos momentos la ciudad era azotada por el Paracas, una tormenta de tierra y polvo  que reducía la visibilidad a menos de 50 métros. El Hércules finalmente aterrizó en Lima que está a unos 350 kilómetros de la zona del desastre. Allíí, los enviados de la revista transbordaron a un avión de la Fuerza Aérea boliviana para llegar a  destino.
El regreso fue más accidentado; el Hércules argentino sufrió una falla en el sistema de presurización por lo que el cruce de la Cordillera se hizo con escaso oxigeno y con temperaturas de 10 grados bajo cero en la cabina.

Revista 7 Días

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