De un lado, un ejército poderoso capaz de barrer países del mapa. Del otro, comandos terroristas capaces de asesinar a ecenas de miles de personas. ¿Es la guerra que se viene? El miedo recorre al mundo.
Por Walter Goobar
Aviones de las principales líneas aéreas estadounidenses convertidos en kamikazes; los símbolos del capitalismo y del poder financiero derrumbados; el Pentágono, que es el cuartel general de su poderío militar, incendiado y evacuado al igual que la Casa Blanca y el Tesoro; gente saltando por las ventanas de los edificios en llamas, hospitales desbordados por la escasez de sangre y de camas y un número de víctimas que supera los 15.000 hicieron que los estadounidenses por primera vez en su historia experimentaran en su propio territorio las vivencias de una guerra. Las cifras pueden duplicarse con el correr de las horas. Mientras Estados Unidos sangraba, en todo el Medio Oriente y en los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania se registraban escenas de euforia y festejos. Aunque no hubo reivindicación, todo indica que el cerebro del atentado terrorista más sangriento de la historia mundial fue el banquero saudita Osama Bin Laden, que tiene su cuartel general en Afganistán y que a fines de los ’70 fue entrenado por la CIA. La ofensiva terrorista va a cambiar muy rápidamente a los Estados Unidos y al mundo, sus problemas, sus enfermedades y angustias. Entramos en una época en la que los fanatismos políticos, religiosos o ideológicos de cualquier signo van a disputarse la hegemonía absoluta: Estados Unidos va camino a una inquietante militarización de toda su sociedad mientras que de manera simétrica se producirá un imparable crecimiento del fundamentalismo islámico alentado por la sensación de vulnerabilidad de la superpotencia. El ejemplo puede cundir: miles de fanáticos iluminados pueden optar por el camino del terrorismo para propagar las causas más diversas. La pregunta que aún resta por responder es quién capitalizará los fantasmas de millones de personas aisladas y cautivas de sus propios miedos, odios y obsesiones.
Poco antes de las nueve de la mañana, cuando Manhattan hervía de actividad laboral, bursátil y turística, un Boeing 767 de American Airlines que viajaba desde Boston hacia Nueva York se estrelló contra una de las dos Torres Gemelas a la altura del piso 80. En ese momento, miles de personas se encontraban en su interior. Era la única de las torres que permitía el acceso turístico a la cumbre: el piso 110, que tiene una observatorio en el piso 107. En el momento de la tragedia aún no se había abierto la terraza de la última planta. 18 minutos después, cuando los terroristas estaban seguros de que las cámaras de televisión ya estaban emitiendo imágenes en directo a medio mundo, un segundo avión se estrellaba contra la otra torre. Una hora más tarde, una de las torres se desplomó y gran parte de la isla de Manhattan quedó envuelta bajo una densísima nube de humo. De esta manera, tanto los norteamericanos como la mayoría de la población del planeta presenciaron en directo el ataque contra uno de los símbolos del poderío económico de EE.UU. y el centro financiero del mundo. El sistema financiero mundial había sido herido de muerte, pero el ataque al World Trade Center, que fue vendido en julio en más de 3.000 millones de dólares a las empresas Silverstein Properties Inc. y Westfield America, no sería último sino el primero en una serie de ataques: es como si el autor de esta ofensiva mortal contra el país más poderoso del mundo estuviera jugando al ajedrez.
“Es una situación difícil de explicar”, dice el analista Oscar Raúl Cardozo. “La respuesta más simplista sería decir que es porque Bush está en la Casa Blanca y porque hay un giro hacia el unilateralismo. Pero todo es más complicado... En verdad, es la consecuencia no sólo de hechos presentes, sino que es una acumulación de agravios y odios de los Estados Unidos. Hoy Bush dijo que la libertad ha sido atacada, como si los Estados Unidos fueran la corporización de la libertad. Miles de millones de personas no ven a los Estados Unidos de esa manera, sino como un enemigo de sus vidas. Con los atentados del martes, la suerte de los Estados Unidos se acabó. No hay paralelo para un episodio como este. La excepción, vaga, es Pearl Harbor. Este es el Pearl Harbor de Estados Unidos con el terrorismo. Por eso comienza una guerra muy novedosa”, dice Cardozo.
El siguiente blanco fue el edificio del Pentágono, que es una de las mayores construcciones humanas sobre la faz de la Tierra y un símbolo del poderío militar estadounidense. Ubicado en las afueras de Washington, el edificio ardía en llamas cuando tuvo que ser evacuado porque comenzó a derrumbarse. Los terroristas habían elegido aviones medianos con una autonomía de vuelo mayor a las cuatro horas. Muy probablemente subieron a bordo con pistolas y munición de Kevlar, un material indetectable para los equipos de seguridad de la mayoría de los aeropuertos. La periodista Barbara Olson, que iba a bordo de uno de los aviones secuestrados, logró comunicarse con su marido antes de morir y describió que el avión había sido tomado por terroristas que ahora estaban al comando de la nave y tuvieron la precaución de apagar los radiofaros. Una célula de tres o cuatro terroristas perfectamente entrenados a bordo de cada avión tiene que haber derribado la puerta de la cabina de mando, neutralizado cualquier capacidad de reacción por parte de la tripulación y tomado los controles de las aeronaves para convertirlas en un arma mortal. Nadie había contemplado esta posibilidad.
Para el consultor y analista político Rosendo Fraga, las razones del atentado hay que buscarlas en una cultura diferente: “Cuando la pugna era entre democracia o comunismo, democracia o nazismo, era una pugna entre ideologías, pero dentro del mundo occidental. Este conflicto se parece mucho más a las Cruzadas del siglo XII. Por eso las dificultades para comprender muchas de las cosas que suceden”.
La seguidilla de atentados y muertes no se detuvo: un cuarto avión, esta vez de la compañía American Airlines, se estrelló en el Estado de Pennsylvania, mientras que la compañía United Airlines informaba además que había perdido contacto con otra aeronave que volaba desde Boston a Los Ángeles. Se cree que uno de esos aviones fue interceptado y derribado por aviones caza cuando iba a estrellarse contra Camp David, que es la residencia veraniega del presidente de EE.UU. Además de ser un símbolo del poder político estadounidense, Camp David tenía el valor simbólico de ser el sitio donde se firmaron los acuerdos de paz de Medio Oriente.
El ataque simultáneo contra las Torres Gemelas de Nueva York, el Pentágono y el Departamento de Estado en Washington supera las profecías más pesimistas de la ciencia ficción: miles de personas buscando refugio en las calles de Manhattan y de Washington. Hospitales colapsados y una primera estimación que sitúa el número de muertos por encima de los 15.000 mientras que la cifra de pasajeros muertos asciende a 266 y la de bomberos fallecidos en el rescate alcanza a 265.
Las cámaras sólo enfocaban la cima de las torres, una de las construcciones más altas del mundo. Pero imagínense a miles de personas presas de pánico corriendo hacia la parte alta de Manhattan. Cientos de personas saliendo despavoridas de las Twin Towers y otras tantas muertas, aunque aún se desconoce el número de víctimas. Según la CNN, los conductores que circulaban por el corazón de Manhattan habían “saltado” de sus coches para ayudar a la gente aterrorizada.
Ninguna película de ciencia ficción ha provocado sensaciones tan escalofriantes como las que mostraron las cámaras de CNN. Nadie podía imaginarse que algo así ocurriera de verdad después de verlo tantísimas veces “de mentira” en el cine. Pero ha pasado y es real.
“Hubo gente que se lanzó al vacío desde el World Trade Center. Fue una situación horrible, horrible”, dijo el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. El alcalde se negó a dar cifras de víctimas pero advirtió que el número de muertos podría ser “mucho mayor de lo que ninguno de nosotros podemos resistir”. Desde el primer momento, Giuliani pidió al gobierno que “sellara” la ciudad por mar y aire. Dos buques de guerra se han situado en la bahía de Nueva York, y el ejército advirtió que derribaría cualquier avión o helicóptero que sobrevuele la ciudad.
Algunos empleados que se encontraban trabajando en las Torres Gemelas dijeron sentir una “enorme explosión” y cómo el edificio entero comenzó a temblar, tras lo cual salieron corriendo escaleras abajo para evacuar el edificio.
Afuera “había gente llorando, gritando, corriendo, ya fueran policías, particulares o bomberos. Todos”, exclamó un testigo.
“Parecía una zona de guerra. Había numerosos heridos” por el suelo, afirmó otro.
La isla de Manhattan quedó aislada: todos sus accesos por puentes y túneles quedaron cortados. Tampoco funcionaban el subte ni las comunicaciones, ni Internet. Los teléfonos celulares quedaron inutilizados al haberse destruido la mayoría de las antenas ubicadas en la cima de las torres.
Los hospitales de Nueva York colapsaron por la cantidad de víctimas. “Cientos de personas están quemadas desde la cabeza hasta los pies”, dice el doctor Steven Stern, del Hospital San Vicente en el Greenwich Village, en el sur de Manhattan, cercano a las Torres Gemelas. Las víctimas del ataque al World Trade Center –la mayoría con quemaduras– comenzaron a llegar a los hospitales neoyorquinos apenas una hora después de que dos aviones destrozaran las torres, según han afirmado los testigos. En el Hospital de San Vicente, el personal del centro se ha lanzado a la calle para pedir donantes de sangre. En Washington, “todos los hospitales están en estado de máxima alerta y preparados para atender a todas las víctimas que se presenten”, ha dicho a Reuters Robert Malson, presidente de la Asociación de Hospitales de la ciudad de Washington.
A los heridos más graves, que necesitan ayuda inmediata en el lugar del suceso, se les ha colocado una etiqueta roja; para los que tienen que recibir ayuda médica en menos de 26 horas y en un centro médico se utiliza la amarilla; la verde es para los que pueden ser trasladados a hospitales más alejados, y la negra, para los fallecidos y para los que es inútil tratar de hacer algo.
Mientras la Bolsa de Nueva York anunciaba el cierre de sus operaciones hasta el miércoles, la Reserva Federal estadounidense se prepara para abastecer de dinero a los bancos del país. Al parecer, muchos de sus clientes están retirando sus ahorros, alarmados por las consecuencias de los ataques. El pánico se extendió a todas las bolsas del mundo y al mismo tiempo el petróleo disparó sus precios.
En su primera aparición pública después del ataque masivo, el presidente George Bush aseguró que “cazaremos y castigaremos a los responsables”. El presidente, quien recientemente ha sido criticado por haberse tomado 32 días de vacaciones, añadió: “Hemos tomado todas las medidas de seguridad necesarias, y todas las bases militares de EE.UU. fuera de nuestras fronteras se encuentran en estado de alerta”. “Haremos todo lo necesario para proteger a América y a los americanos.” A continuación, Bush fue trasladado a un refugio termonuclear en un lugar secreto del estado de Nebraska, donde ha convocado al Consejo de Seguridad. Pero su aparición ante los medios de comunicación no logró disipar la patética imagen de fragilidad del poder de EE.UU. ante el resto del mundo.
Pese a que los norteamericanos tradicionalmente se alinean detrás del presidente ante una situación de guerra o de catástrofe, la inacción de Bush en materia de política exterior –en particular en el Medio Oriente– es uno de los ingredientes que combinado con la intransigencia del premier israelí Ariel Sharon han convertido a esa región del planeta en un polvorín. A esto se suma la disparatada inversión de 60.000 millones de dólares en un escudo espacial antimisilístico que fue puesto en ridículo cuando los terroristas demostraron que son capaces de vulnerar de manera simultánea y coordinada la seguridad aérea de EE.UU.
Lo ocurrido en EE.UU. demuestra que la superpotencia probablemente esté preparada para un gran conflicto a escala mundial, que exigiría movilizar cientos de miles de hombres y un costoso y sofisticado armamento, pero es incapaz de garantizar la seguridad de los habitantes de Nueva York o Washington. La retórica del Pentágono, la CIA, el FBI y las cabezas pensantes de la Casa Blanca quedó ayer en evidencia.
Hace menos de tres semanas el multimillonario saudita Osama Bin Laden, apodado el banquero del terror, advirtió que sus seguidores llevarían a cabo un ataque sin precedentes contra los intereses de Estados Unidos por su apoyo a Israel. El periodista Abdel-Bari Atwan, editor del semanario Al-Quds al-Arabi, que se publica en Londres, cree “casi con seguridad” que el ataque contra las Torres Gemelas ha sido ejecutado por fundamentalistas islámicos dirigidos por Bin Laden. Atwan entrevistó a Bin Laden en el pasado y ha mantenido contacto con varios de sus seguidores.
“Es casi seguro que sea obra de fundamentalistas islámicos”, ha dicho Abdel-Bari Atwan. “Osama Bin Laden advirtió hace tres semanas que atacaría los intereses de Estados Unidos con un gran ataque”, añadió Atwan a Reuters.
“Recibimos información de que él planeaba un gran ataque contra intereses norteamericanos; recibimos varios avisos. No los tomamos en serio y preferimos ver qué pasaba antes de publicarlo”, ha contado el periodista.
En el FBI “llegaron a la conclusión de que los atentados podrían llevar la marca de Osama Bin Laden”, afirmó el influyente senador republicano Orrin Hatch, integrante de la Comisión Judicial del Senado. Dijo haber sido informado de ello por el más alto nivel del FBI. Bin Laden “pudo haber encargado” los atentados, añadió. Pese a que Hatch afirma que las autoridades “no tenían ninguna información previa” sobre la posibilidad de estos atentados, en junio de este año la inteligencia egipcia advirtió a la CIA sobre la posibilidad de atentados contra intereses estadounidenses. La advertencia egipcia identificaba a la red terrorista de Bin Laden como la posible autora. “La Red” –como se denomina la organización de Bin Laden–, que está compuesta por 24 grupos que operan en Argelia, Egipto, Marruecos, Turquía, Jordania, Tajikistán, Uzbequistán, Siria, China, Pakistán, Bangladesh, Malasia, Myanmar, Indonesia, Mindanao en las Filipinas, Líbano, Irak, Arabia Saudita, Kuwait, Bahrein, Yemen, Libia, Túnez, Bosnia, Kosovo, Chechenia, Cachemira, Sudán, Somalia, Kenia, Tanzania, Azerbaiján, Eritrea, Uganda, Etiopía, además de Gaza y Cisjordania.
Cada uno de estos atentados despierta miles de hipótesis y teorías que tratan de explicar ese delirio, no hay una sola respuesta satisfactoria. La mejor –y la más siniestra– es la que oyó Primo Levi cuando era químico en el campo de Auschwitz. Se la dijo uno de sus verdugos, un miembro de las SS: “Acá no hay porqués”. No hay porqués. El odio se sitúa por encima –o por debajo– de la lógica, de los sentimientos, de la condición humana. En esta época, el infierno es casi una simple metáfora de la actualidad.
Cómo influirá en la Argentina
sobre llovido, mojado
Dos economistas, de pensamiento muy distinto, coincidieron en señalar que las consecuencias del atentado para la Argentina no serán alentadoras. “La suba del petróleo generará un efecto recesivo muy importante en Europa y Japón que consumen un importante porcentaje de crudo procedente del Golfo Pérsico. En nuestro país, por más que exportemos barriles de crudo, la suba impactará de lleno en la economía local: generará inflación porque subirán los precios y, al estar depreciado el poder adquisitivo de la gente, generará más pobreza. La recesión se profundizará”, dijo Manuel Herrera, un economista cercano a Elisa Carrió.
“El tratamiento preferencial que el Fondo Monetario y el Tesoro de los Estados Unidos le habían dispensado a la Argentina pasará a un plano muy inferior. Las promesas de ayuda financiera que estaban por cerrarse quedarán relegadas. Todo esto no hará más que perjudicar e incrementar aún más la depresión económica del país. La irracionalidad del americano promedio tampoco ayudará a la economía mundial. Estados Unidos tenía previsto salir de su propia recesión económica en diciembre. Ahora no será así. Habrá menos disponibilidad de fondos, caerán los valores, se perderán ahorros. Cualquier análisis que se quiera hacer en estas primeras horas es aventurado. Pero también es cierto que en cualquiera de los escenarios posibles: por ejemplo ataque de Estados Unidos contra objetivos afganos y la consecuente protestas rusas, el efecto será negativo para la economía mundial.”
Abel Viglione, economista de FIEL comparó estos atentados con la explosión de Chernobyl. “Los cereales y otros commodities estratégicos, como el petróleo, también subieron. En ese caso, la suba de precios fue ligera y a corto plazo. Por estas horas no se sabe a ciencia cierta cómo será la suba de los commodities, y durante cuánto tiempo se mantendrá. Acá desapareció el centro financiero mundial. ¿Estados Unidos terminará en una guerra con otros países y entonces se comenzará a generar la fabricación en masa de armamentos? ¿O en pocos días el gobierno norteamericano decidirá trasladar su centro financiero a otros edificios de la misma isla de Manhattan, o a otra ciudad americana, o otro país?” Para Viglione, la Argentina se puede ver afectada económicamente “si se produce una arritmia financiera, esto es, por ejemplo, una suba permanente en la tasa de inflación norteamericana. Para contrarrestar ese efecto, Estados Unidos, en lugar de bajar la tasa de financiación, como está ocurriendo en este momento, la va a subir. Esa política perjudicaría directamente a la Argentina generando, por ejemplo, inflación. Como sea, el panorama es desalentador”.
Revista Veintitrés
ID nota: 10723
Numero edicion: 166 02/03/2001