Para Maggie Paley, los hombres no sólo están fascinados y dominados por sus penes sino que “piensan con ellos”. En El libro del pene, repasa la historia del miembro viril, su anatomía, tamaño, métodos para agrandarlo, prejuicios y mitos. El libro que cuestiona el símbolo de la autoridad masculina ya se convirtió en best seller.
Por Walter Goobar
Sabés por qué tantos hombres le ponen nombre a su miembro viril?
–Porque no les gusta obedecer a un desconocido.
La adivinanza le pertenece a Maggie Paley, autora del best seller El libro del pene, que Editorial Planeta acaba de publicar en España y México pero que aún no ha sido distribuido en la Argentina. “Las mujeres no tienen la misma relación de amistad con sus vaginas o vulvas; sin duda porque les cuesta mucho verlas. Es difícil entablar amistad con alguien a quien no se ve”, sostiene Paley, al tiempo que afirma que los hombres no sólo están fascinados y dominados por sus penes sino que “piensan con ellos”. Empeñada en descubrir qué significan los penes para los hombres y cómo afectan a sus relaciones con el mundo, con otros hombres y con las mujeres, Paley exhibe abundante bibliografía y entrevistas con figuras del arte y la cultura, así como médicos y voluntarios heterosexuales de ambos sexos y homosexuales masculinos de Estados Unidos. La anatomía y el tamaño; la masturbación, la eyaculación y la impotencia; el pene en la literatura, la pintura y el cine; los símbolos fálicos y la moda; métodos para agrandarlo y los estereotipos raciales más populares son los temas abordados por la ex editora de Life, Vogue y otras revistas, que reside en Nueva York y para quien desde el período neolítico “los penes erectos han sido un símbolo de la autoridad del hombre”.
Hasta hace unos años, en Estados Unidos, pocas personas usaban la palabra “pene” en una conversación. En veinte años sólo había aparecido tres veces en el New York Times. De una u otra manera, resultaba demasiado cruda. Pero en 1993, desde que el ex infante de marina John Wayne Bobbitt fue castrado por su mujer en un ataque de venganza –él la abusaba sexualmente– la palabra saltó a los medios de comunicación y a las charlas. Con su actitud desesperada, Lorena Bobbitt instaló el tema en la opinión pública. Sin embargo, el vocablo seguía estremeciendo a muchos. “Al fin y al cabo, por lo menos en Occidente nos han educado para que finjamos que el pene no está ahí”, afirma la escritora Maggie Paley. “La razón por la cual nos preocupamos tanto por los penes es porque tienen erecciones. Sin erecciones, un pene sería simplemente un aparato para orinar, una cosa sin atractivo.”
EN NOMBRE DE DIOS. Los hombres siempre han estado orgullosos de sus penes, pero antes del cristianismo no tenían tantos reparos en manifestar abiertamente su orgullo y acostumbraban a jurar sobre sus miembros viriles. “Desde el período neolítico, cuando el hombre descubrió su papel en la concepción, hasta que el cristianismo se extendió por toda Europa, casi todas las culturas tenían dioses con penes visibles, y no sólo visibles sino además enormes.” Ciertamente, agrega Paley, a los griegos les gustaban tanto los penes que tenían dioses para honrarlo: el apuesto Príapo, Dionisio o Hermes (que significa “pene” en griego). Baco era el dios romano del pene, Osiris el egipcio y Shiva la deidad india.
Si bien en la actualidad los occidentales juran sobre la Biblia, antes de que el libro sagrado existiera, los hombres solían hacerlo sobre sus penes. En la Biblia, en ocasión del juramento, los traductores se refieren eufemísticamente al pene como “muslo”. Le dice Abraham a sus criados: “Pon tu mano debajo de mi muslo, para tomarte juramento por el Señor”. (Gén. 24: 2-3). Y Jacob, en su lecho de muerte, le dice a su hijo José: “Si es que me amas de veras, pon tu mano derecha debajo de mi muslo, y me harás la merced de prometerme con toda verdad que no me darás sepultura en Egipto” (Gén. 47: 29). Según Paley, “podría ser que muslo significara, en realidad, testículos, o pene y testículos. Sea como fuere, la palabra testificar procede de esta práctica”.
El cristianismo consiguió desterrar a todos los dioses del pene, pero no pudo eliminar su magia. En la Europa medieval, la gente llevaba amuletos fálicos, dibujaba falos en sus iglesias y buscaba la protección de ciertos santos cristianos que habían heredado los poderes fálicos de los anteriores dioses, como por ejemplo San Foutin, muy popular en el sur de Francia y la Provenza. Las mujeres estériles raspaban su estatua, provista de un gran falo de madera, y bebían el polvo mezclado con agua con la esperanza de volverse fértiles, o bien compartían el brebaje con sus maridos para aumentar su potencia; práctica que prosiguió hasta bien entrado el siglo XVIII.
La autora rastrea el origen de los consoladores a la época en que las estatuas de Príapo se usaban para desflorar a las vírgenes, y asegurar suerte y fertilidad. Hasta el siglo XIX en la India, recurrir a estatuas para desvirgar era una práctica común, lo mismo que en Japón y las islas del Pacífico. Incluso hoy día se rompe el himen de las jóvenes de Nepal con un fruto en forma de falo. En el hinduismo, que es la principal religión de India, el dios Shiva, origen de todas las cosas, es un símbolo fálico. Imágenes de penes anchos y ovalados penden de la fachada de los templos, junto a letreros para los turistas que indican: “Se ruega no tocar a la deidad”.
Salvo en la Atenas clásica, donde los órganos sexuales grandes, además de feos, eran considerados una ordinariez, otras culturas precristianas glorificaron los miembros grandes e imaginaban unos penes enormes para las diosas, como es el caso del mismo Príapo, dios de la fertilidad masculina, descubierto en las ruinas de Pompeya, con su miembro parcialmente erecto descansando sobre una balanza.
En la antigua Roma, los generales victoriosos colgaban un enorme falo de su carro, para asegurarse de que su éxito no destruiría su suerte; y amuletos y símbolos fálicos siguen usándose en la actualidad para la buena suerte o contra el mal de ojo. “No es raro –comenta Paley–, que en latín estas representaciones mágicas del pene se denominan fascinum: el origen de la palabra fascinar.”
En la mitología griega figura que Cronos, hijo del titán Urano, castró a su padre y lanzó el pene al mar. Aunque éste no resultara un acontecimiento feliz para Urano, fue bueno para la humanidad: Afrodita, diosa del amor, surgió del mar donde el pene de Urano había fertilizado la Tierra.
CUESTIÓN DE MEDIDA. “La mayoría de los hombres conoce las medidas de su pene porque se han encargado personalmente de medir sus erecciones”, afirma Paley, que además señala que el tamaño de los norteamericanos está bien documentado. Quien lo desee puede consultar el Definitive Penis Size Survey (Estudio definitivo sobre el tamaño del pene), una página muy popular en Internet. En Estados Unidos, según las estadísticas, cerca de 80 por ciento de los hombres tienen penes de entre 13 y 18 cm cuando están erectos, y en promedio miden entre 15 y 16,6 cm. Durante la erección, la mayoría tiene una circunferencia de entre 11,5 y 14 cm. Muchas mujeres estadounidenses prefieren, como tope, hasta 22 o 23 cm. Cuando el pene es muy grande, dice una de las entrevistadas, resulta un problema en verdad, “pareciera que estás frente a un arma asesina”. Otra opina: “Cuando vives tu primer amor, estás metida en un mundo de ilusión y su pene podría ser un lápiz, qué más da, porque tú pones todo lo que haga falta. Pero después de un tiempo empieza a preocuparte realmente que sea un lápiz, si es que lo es”. Y también: “Los hombres están muy preocupados acerca de la longitud, pero la anchura es mucho más importante. Un pene ancho se nota de verdad”.
Debido a que en la cultura occidental el tamaño del pene de cada hombre es un secreto, las mujeres han optado por adivinarlo examinando otras partes de su cuerpo (manos, pies, nariz), pero aún no se han realizado estudios estadísticos decisivos, afirma la autora: “Pruebas empíricas sugieren que el tamaño de los pies y de las manos guarda alguna relación con el tamaño del pene; el de la nariz, no”.
Respecto de los ingleses, un estudio de la Organización Mundial de la Salud (1992) dice que más de un tercio de los penes británicos eran demasiado grandes para los preservativos aprobados por el gobierno, según el modelo propuesto por la Unión Europea: 17 cm de largo por 5,6 de ancho.
“Tratándose de sus penes, los hombres no pueden comportarse de forma racional. Los aman pero se avergüenzan de las cosas que hacen o quieren hacer con ellos”, dice la autora de El libro del pene.
PEQUEÑECES Y VIRTUDES. “Los penes son imprevisibles”, afirma Paley. “El tamaño de un pene fláccido no da ninguna pista de cómo será cuando esté erecto. Algunos de los que parecen más grandes cuando están fláccidos se agrandan menos durante la erección. Uno de los estereotipos raciales más populares es que los negros los tienen más grandes que los blancos y que los asiáticos los tienen más pequeños. “En realidad, el pene de los hombres negros se hincha menos, y la única razón por la cual los blancos creen que aquéllos tienen instrumentos más grandes es porque se los ven en los vestuarios cuando están flojos”, dice la erudita autora. Sea como fuere, y tras poner en duda que los asiáticos, en especial los japoneses, sean los menos favorecidos, Paley afirma, citando a uno de sus entrevistados, que “la clave para sentirse bien con el tamaño es aumentar la autoestima”.
Para la autora, circulan varios rumores no confirmados sobre los grupos étnicos. Por ejemplo, que los árabes o los latinos están especialmente bien dotados, al igual que los europeos orientales. También los jamaiquinos son famosos por sus proporciones: “Se anuncian en las páginas de contacto de las revistas pornográficas gay, uno tras otro: jamaiquino, 25 centímetros; jamaiquino, 29,8 centímetros”.
BOLAS DE PLOMO. Desde 1986 funciona en Estados Unidos el club Small, Etc., con 600 socios preocupados por el tamaño de sus penes. Se comunican entre sí a través de su revista trimestral, Small Gazette: The Smaller Man’s Forum publica cartas al editor, artículos e historias sexuales en las que tener un pene pequeño resulta una ventaja.
La angustia por el tamaño ha llevado desde la antigüedad a prácticas de circuncisión, castración, cirugía reconstructiva, uso de bombas de succión y pesos para alargarlos. Ya en la literatura china del siglo XVII, cuenta Paley, hay un médico que agrandaba el falo añadiendo tajadas de pene erecto de perro. Se sesgaba el pene del animal cuando estaba a punto de eyacular, luego se lo extirpaba desde la raíz, se lo cortaba en cuartos y se introducía a éstos, aún calientes, en las incisiones que el galeno había realizado en el miembro de su cliente. Tres meses más tarde, el nuevo órgano estaba listo para hacer su trabajo, con erecciones de veinte veces el tamaño de un hombre normal. Sin embargo, afirma Paley, las conclusiones médicas indican que es imposible aumentar el tamaño de un pene abriéndolo y añadiéndole otra cosa, sin condenar a su dueño a la impotencia.
La cirugía moderna para la ampliación del pene, con resultados mucho más modestos hasta ahora, fue desarrollada a partir del trabajo experimental realizado por urólogos pediátricos en niños con defectos congénitos. Hay dos procedimientos, en práctica desde 1991: uno es alargar el pene y el otro añadir circunferencia. Según Paley, “a mediados de 1997 un cirujano calculó que por lo menos 15 mil hombres en Estados Unidos se habían sometido ya a una operación de este tipo”. El urólogo Jed Kaminetsky, el primero que realizó esta operación en Nueva York, explica que “la mayoría de las personas que venían para que les hiciéramos la operación tenían penes de tamaño medio. (...) Los pacientes (en su mayoría homosexuales) tenían una carga emocional demasiado grande. Esta fue una de las razones por las que dejé de operar. Además, los resultados no son extraordinarios”.
A su vez, para aumentar la circunferencia –hasta en 50 por ciento según ciertos médicos–, hay dos métodos: por liposucción, insertando grasa del abdomen del paciente –de la misma forma que se da volumen a los labios femeninos–, o por injerto de grasa dérmica, extraída de nalgas o muslos, la cual es cosida al pene. Inconvenientes: si bien el resultado es más duradero, la operación es más compleja y a menudo la grasa se distribuye en el pene en forma desigual, formando incómodos grumos.
El método de los pesos, según investigó Paley, es práctica extendida hoy en día en Wall Street: los hombres se cuelgan una bola de metal, de kilo y medio, atada con una cuerda a la corona, justo por encima del glande, la cual pende hasta la altura de la rodilla. El modelo Yank Super Stretcher es el más económico, a razón de 18,50 dólares la unidad. Esta práctica sería, en verdad, muy antigua: se dice que los sadhus de India someten a algunos de sus hijos varones, a partir de los seis años, a un régimen de entrenamiento con pesos para ganar en longitud. En la edad adulta, el pene alcanza un tamaño extraordinario. Y si bien, dice Paley, “éstos son inservibles para las relaciones sexuales, se cree que un pene alargado acerca al hombre a Dios”.
Orgullosos de sus miembros, prueba visible de su virilidad, es posible, concluye la autora, que en verdad los hombres “piensen con el pene”. Un miembro que, erecto, está lleno de sangre. De ahí la frase del cómico Robin Williams: “Dios nos dio un pene y un cerebro, pero no suficiente sangre para que los dos funcionaran a la vez”.
penes de película
Cualquiera que sea aficionado al cine sabe que pocas veces aparece un pene en pantalla. Cuando aparece un hombre desnudo visto por delante, se trata, por lo general, de un actor poco conocido, y la toma es breve: nadie espera que actúe con el pene al aire. El intrépido Harvey Keitel en La lección de piano es la excepción que confirma la regla. Apenas vale la pena ir a ver una película de Kevin Costner o de Robert Redford –dice Paley– porque sus personajes están muy definidos: siempre se muestran dispuestos a hacer el amor, a salvar el país, a descarrilar trenes, a hacernos cambiar de opinión. Son tan heroicos que de alguna manera eso suple al desnudo y se convierte en su pene. Para cualquiera de estas grandes estrellas, mostrar su pene real sería un verdadero anticlímax. Recién a finales de los ’90 las películas empezaron a dar mayor protagonismo al pene. En Todo o nada, dirigida por Peter Cattaneo en 1997, unos desempleados británicos montan su propio espectáculo de strip-tease y exhiben sus penes por dinero, aunque los espectadores de la película no lleguen nunca a verlos.
la bragueta y la moda de la cintura para abajo
A primera vista se diría que los penes son totalmente irrelevantes para la moda. No tienen suficiente atractivo para un traje de noche y son demasiado llamativos para los trajes de oficina. Sin embargo, en algunas épocas y lugares, los hombres se han vestido pensando en sus penes. En la Grecia clásica, los hombres jóvenes hacían ejercicio, y a menudo se paseaban desnudos. Para proteger el pene del desgaste, se cubrían el glande con el prepucio y lo sujetaban con una cinta o un cordel de cuero. Luego, para evitar que se moviera, ataban los extremos del cordel alrededor de la base del pene. Esta prenda fue la precursora del suspensor.
Durante la Edad Media y principios del Renacimiento, los hombres empezaron a llevar prendas que resaltaban sus penes. Hacia 1360 se tapaban sus partes pudendas colocando bolsas de dinero delante, en lugar de llevarlas a los costados. A esto se agregaban las dagas y las espadas que colgaban sugestivamente entre las piernas.
Durante el siglo XV la bragueta se convirtió en el último grito de la moda. Las braguetas eran bolsas forradas, que cubrían el pene y los testículos; tenían colores alegres y la idea era que estuvieran a la vista. Algunos historiadores creen que las braguetas fueron inventadas para cubrir los genitales debajo de los abrigos cortos. Pero su finalidad original puede haber sido proteger las telas caras contra las manchas de las cremas antisifilíticas hechas a base de mercurio.
Durante el pasado siglo y medio, el traje ha sido el uniforme masculino y ha ocultado el pene detrás de los pantalones y el saco, pero a partir de la década del ’60, con la irrupción de los jeans, comenzaron a derrumbarse los presupuestos de que los hombres no se preocupan por su apariencia. De hecho, a finales de los noventa se produjo un boom en la moda masculina.
Revista Veintitrés
ID nota: 6038
Numero edicion: 123 02/06/2000