Con su triunfo en Nueva York, Hillary dio el primer paso en un camino que tiene como objetivo posible la presidencia en el 2004. Si la senadora llega a la Casa Blanca, los Clinton serían la primera pareja en la historia mundial formada por un presidente y su ex.
Por Walter Goobar
Hillary no es Bill, ni el Senado es la Casa Blanca, pero de todas formas es una Clinton y estará allí durante seis años como mínimo. Al menos, ella afirma que permanecerá en su banca durante toda la legislatura. Cuando le preguntaron si su campaña para representar a Nueva York en el Senado es sólo un escalón en una carrera presidencial para el 2004, Hillary se rió y cambió de tema. Dueña de un carácter frío, obstinado y ambicioso, la saga de Hillary Rodham Clinton muestra que la primera dama no se imagina el futuro leyendo el periódico frente al fuego en su mansión de Chapaqqua –la casa que ocupó cuando decidió competir por una banca por Nueva York–, escuchando las viejas historias de Bill. Por el contrario, la deslucida contienda entre dos candidatos tan mediocres como George Bush y Al Gore no ha hecho más que acrecentar sus chances de soñar con un futuro propio en la Casa Blanca, con o sin Bill como príncipe consorte.
Se cuenta que en sus días de estudiante en la Universidad de Yale, Hillary –que ha sido descripta por sus compañeros como muy estudiosa, seria y solitaria– se dejó fotografiar desnuda, en el marco de un estudio sobre la relación entre la estructura anatómica y el carácter. Fue en los patios de la facultad donde, en 1971, conoció a Bill Clinton. Hillary inmediatamente llamó la atención de Clinton, quien en esa época le habría dicho a su amigo Roger Morris que “estaba decidido a casarse con la chica más inteligente del curso”. “Si vas a seguir mirándome con esa cara, mejor será que nos digamos los nombres y nos conozcamos”, habría sido la respuesta de Hillary cuando Bill se le acercó por primera vez.
Desde su casamiento en 1975, Hillary ha visto de todo y ha estado al corriente de todo, por algo confiesa ser “la persona que mejor conoce a Bill”. Seguramente Hillary ha sobrevivido a Paula, Jennifer, Monica y demás por la naturaleza de su relación con el presidente: es una perfecta alianza de poder combinada con una mutua dosis de admiración intelectual, aseguran los biógrafos de ambos.
A sus 53 años, Hillary se encuentra nuevamente camino a Washington tras su victoria en una campaña que sus oponentes intentaron reducir a un solo tema: la propia Hillary Clinton. Al principio, se enfrentaba a la figura igualmente polarizada de Rudy Giuliani, alcalde neoyorquino, azote de la delincuencia y estrella del Partido Republicano. Cuando Giuliani renunció por complicaciones matrimoniales y de salud, se dio por seguro que el asiento en el Senado sería para Hillary, porque enfrentaba a Rick Lazio, un inexperto diputado de Long Island. Nadie esperaba que la batalla de Nueva York fuera un modelo de buenas maneras, porque Lazio es un especialista en campañas negativas y Hillary es políticamente despiadada.
El principal problema de Hillary es que cae mal, incluso entre sus correligionarios. Su natural antipatía es una limitación con la que ha tenido que luchar desde que decidió alejarse de la sombra de su marido e iniciar su propia carrera política. Para muchos neoyorquinos, sólo era una presuntuosa cuya verdadera ambición estaba en otra parte, y las encuestas comenzaron a mostrar que el candidato republicano tendría posibilidades de ganar.
Consciente de la antipatía que despiertan los políticos que pretenden representar un Estado en el que no han nacido, Hillary recorrió el Nueva York visitando hospitales y estrechando manos, antes de oficializar su candidatura. Al principio cometió muchos errores. Daba una imagen insegura y salía de un desastre para meterse en otro. Pero Hillary es igual de incombustible que Clinton y no se desanima. Contrajo una repentina pasión por el famoso equipo de béisbol de los Yankees de Nueva York; olvidó dejar propina a una moza en un restaurante e intentó imitar con escaso éxito el estereotípico acento de los taxistas neoyorquinos. Pero poco a poco desaparecieron los errores y se aseguró el vital apoyo de las comunidades negra y judía. Los primeros la votaron en un 90 por ciento.
Para demostrar su experiencia política, Hillary tuvo que recurrir a su trayectoria con Bill y con ello recreó el aura de escándalo que siempre ha rodeado su matrimonio: el caso Whitewater de especulación inmobiliaria, el suicidio de uno de sus colaboradores, Vincent Foster, el alquiler del dormitorio de Abraham Lincoln para recaudar fondos, y por supuesto la telenovela de Monica Lewinsky.
Los norteamericanos se enamoraron de la esposa abnegada y fiel durante el escándalo de la becaria, cuando Hillary culminó el año 1998, en pleno proceso de juicio político, con una portada en la revista Vogue. Y también logró superar ese momento en la campaña: en el primer debate televisivo cuando le preguntaron por qué no había dejado a su marido dijo, que se había basado en sus convicciones religiosas y en la unidad de su familia. Su figura se humanizó y ganó la confianza de las mujeres.
Lo que le sigue generando ciertas dificultades es su perfil de abogada agresiva y ambiciosa que tan impopular la hizo al inicio del mandato de su marido. Pero esto es algo a revertir. Ahora lleva al Senado sus convicciones sobre el derecho de la mujer a elegir libremente, su oposición a la financiación por medio de los impuestos de la educación privada, su apuesta por la continuación de la disciplina fiscal del gobierno de su marido, su oposición a la privatización del sistema de pensiones y la extensión de la cobertura a los drogadictos.
Durante ocho años, los Clinton han desayunado cada mañana leyendo encuestas sobre los intereses y opiniones de sus compatriotas. “Tercera vía” llaman algunos al modo de gobernar en función del humor público. Progresistas en unos momentos y conservadores en otros, los Clinton no se han alejado nunca de lo que Arthur Schlesinger llamó “el centro vital”. Y eso los ha salvado una y otra vez de los fracasos y escándalos.
En la tarde del 12 de febrero de 1999, recién absuelto por el Senado de los cargos de perjurio y obstrucción a la justicia, Bill Clinton decidió que la joranda electoral del 2000 se convertiría en el día de su venganza. Dado que la Constitución le prohíbe presentarse a un tercer mandato, Clinton, según cuenta Peter Baker en The Breach, un documentado libro sobre el caso Lewinsky, se marcó tres objetivos para estas elecciones: que su vicepresidente, Al Gore, le suceda en la Casa Blanca; que su esposa, Hillary, sea senadora por Nueva York, y que el Partido Demócrata recupere la mayoría en la Cámara de Representantes, el organismo que se atrevió a procesarlo.
Cuando Clinton aún no sabía quién lo sucedería, ya tenía la satisfacción de haber contribuido a que la primera dama quedara bien posicionada para la carrera hacia la Casa Blanca en el 2004. Un final de película para un presidente que bien podría haber sido actor de Hollywood.
Por qué florida definió la elección
Florida se convirtió en el Estado crucial de la elección presidencial de EE.UU. por varias razones: tiene un porcentaje de hispanos y judíos comparable a la media nacional; una enorme población de jubilados que disfrutan del clima cálido siempre dispuesta a votar, y casi un millón de indecisos. A este paisaje hay que sumar como influyen las políticas de la administración central en sobre Cuba, para los 400.000 votantes cubanos de Miami. Gran parte de esa población, en abril pasado, prometió castigar en las urnas a los demócratas por haber devuelto al niño balsero Elián González a Cuba. Bush tiene la delantera entre los cubanos, gracias a su amistad con el difunto Jorge Mas Canosa, presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Pero el peso del voto cubano “no es decisivo –explica el analista político,George Volsky– Ni unánime. Porque muchos cubanos saben que los republicanos los han utilizado durante años con la retórica anticastrista.” Aunque es cierto que casi 4.000 cumplieron su amenaza de abandonar a los demócratas tras el caso Elián, también es cierto que hubo un trasvasamiento importante en sentido inverso. Frente al núcleo duro conservador cubano el resto de los hispanos son mayoritariamente demócratas como los jubilados anglos y judíos que viven la mitad del año al sol.
el fenómeno nader
Por W.G.
Se sabía de antemano que con esas grandes ojeras, sus hombros que se caen sobre sus trajes descuidados, Ralph Nader no iba a ser uno de los ganadores de estas elecciones. Pero el presidente del Partido Verde ha sido una peste para el sistema político norteamericano desde que hace 30 años se empeñó en exigir que la industria automotriz colocara cinturones de seguridad en todos los coches. “No vamos a robar la presidencia a Al Gore, él la perderá por ser incapaz de defender los derechos de los votantes”, vaticinó el domingo recomendando a sus seguidores que “votaran a conciencia”. Nader, con su escaso dos por ciento de votantes, se convirtió en una pesadilla para el demócrata Al Gore.
Nader entró a la vida pública a mediados de los ’60, cuando expuso lo inseguros y peligrosos que eran los automóviles de entonces en su libro Inseguro a cualquier velocidad. Desde entonces ha sido defensor incansable de los derechos del consumidor. En las últimas tres décadas, Nader y sus seguidores han expuesto la irresponsabilidad de las grandes empresas y la complicidad de las agencias que no cumplen con la fiscalización. Los verdes y los progresistas no afiliados al Partido Demócrata afirman que los republicanos y los demócratas son una misma cosa y que ambos están igualmente controlados por la clase dominante y las grandes empresas. Argumentan que hace falta apoyar a un tercer partido, que represente a los sectores de avanzada, en lugar de votar por un candidato demócrata simplemente porque es menos malo que el republicano.
El Partido Demócrata tendrá que enfrentar este reto haciendo un viraje hacia la izquierda y así reconectarse con los sectores progresistas que ha desatendido por tantos años. Si no hace tal movida seguirá perdiendo votantes que buscarán otros candidatos, como Nader.
Revista Veintitrés
ID nota: 5777
Numero edicion: 122 02/09/2000