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OPINION

Argentina-Uruguay: Relaciones empastadas

El fracaso de las negociaciones se anticipaba desde marzo de 2006 cuando, también en Santiago de Chile, Kirchner y Tabaré acordaron que las obras de las pasteras quedarían suspendidas para encontrar alternativas.

Por Walter Goobar
Las cuestiones de la política exterior empezaron a ocupar el tiempo de Cristina Fernández pero no de la manera que ella lo había previsto. Durante la campaña, cuando recorría Francia, España, México, Brasil y Alemania no había imaginado que la crisis con Uruguay por las pasteras se le iba a imponer en su agenda aún antes  de asumir la Presidencia.
Cristina apostaba a una estrategia de distensión con Uruguay y por eso quedó contenta con el saludo de Tabaré Vázquez, el primero que recibió el domingo en que se impuso en las urnas.
Tabaré había dejado trascender que tenía la firme decisión de asistir a la asunción de Cristina el 10 de diciembre y la Presidenta debía viajar a Montevideo ocho días más tarde. El 18 de diciembre Tabaré le cedería la titularidad temporaria del Mercosur y en la agenda de ambos estaba previsto acto, protocolo y mensajes de distensión.
Ella confiaba en poder rehacer con Tabaré el vínculo que se había deteriorado con  Néstor Kirchner. Ahora todo eso ha quedado en la nada: Ella y su vecino más cercano quedaron nuevamente atrapados en sus respectivos esquemas de poder doméstico.
El fracaso de las negociaciones se anticipaba desde marzo del año pasado cuando, también en Santiago de Chile, Kirchner y Tabaré acordaron que las obras de las pasteras quedarían suspendidas para encontrar alternativas. La que ofrecía Argentina era la relocalización de los emprendimientos, dos por entonces, y en privado sugirió que los costos derivados del traslado -entre doscientos y trescientos millones de dólares-, podían ser compartidos o, de última, financiados desde Buenos Aires en su totalidad.
La pastera española Ence -que no usa cloro-, aceptó la mudanza, pero la finlandesa Botnia rehusó considerar siquiera la proposición y siguió construyendo. Pero el poder de Botnia, exhibido cada vez con menos pudor, se levanta como un arma de doble filo para Tabaré, cuyo poder parece cada vez más sujeto a ese contrato de cláusulas tan confidenciales como  leoninas que muy pocos conocen.
Tabaré es un hombre de decisiones políticas débiles y vacilantes. Quedó demostrado hace diez días cuando por pedido de España echó hacia atrás la habilitación última de Botnia. Pero esa postergación le valió a Tabaré una tormenta: la empresa finlandesa y la oposición lo aguijonearon con sus críticas. Antes de salir hacia Santiago Tabaré desempolvó un argumento que en los últimos meses había guardado: dijo que no habría ninguna negociación si permanecía el bloqueo en Gualeguaychú. Y cuando Kirchner recibió una delegación de asambleístas, Tabaré replicó ordenando por teléfono,la autorización para que Botnia empiece a producir. Le puso un broche burdo cuando equiparó la movilización vecinal de Gualeguaychú con el bloqueo imperial a Cuba.
Pero siempre hacen falta dos para un tango: el gobierno argentino también equivocó el enfoque del problema. Trató la indignación entrerriana como si fuera una parte del movimiento piquetero. Por eso nombró a  Romina Picolotti para ocuparse del medio ambiente con el mismo criterio que había convertido en funcionarios a varios dirigentes de piquetes, pero no tuvo en cuenta que la lógica de esos movimientos sociales era diferente. En ambos casos el gran mérito del Gobierno fue no reprimir la protesta, pero eso no implicaba que los ecologistas se iban a desmovilizar como los trabajadores desocupados del Gran Buenos Aires.
La existencia de otras pasteras, las dificultades que afronta la Corte Suprema para lograr la descontaminación del Riachuelo revelan que el Gobierno argentino nunca centró realmente el debate en la contaminación del medio ambiente, sino en los contenidos del Tratado del Río Uruguay.
A partir de ahora, sólo queda esperar el veredicto del Tribunal de La Haya, al cual apostó la Argentina.
Ese fallo demorará más de lo estimado y, en algún sentido, hasta podría no dar la razón a ninguna de las partes. No avalaría las denuncias argentinas sobre alta contaminación pero señalaría que Uruguay, en verdad, no respetó el Tratado del río Uruguay que regula los derechos de ambos países en ese cauce natural de agua.
De uno y otro lado se ensayarán explicaciones diversas para un final injustificable. Tabaré tiene dos problemas en el horizonte. A su país se le hace difícil un normal desenvolvimiento, sobre todo en el plano económico, sin una relación estable con la Argentina, pero -al mismo tiempo- corre el riesgo de coonvertirse en una suerte de rehén de Botnia. Cristina, por su parte,  pregona que la Argentina necesita reinsertarse en el mundo y se le hará difícil marcar diferencias nítidas con la gestión de su marido si no arregla este enorme conflicto con Uruguay.
Diario BAE
13-NOV.2007

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