Se conocieron hace siete años y hoy es el economista de confianza de la líder del ARI. Estudió en los EE.UU. y fue investigador en La Sorbona de París. Dice que Duhalde salió de la peor manera de la convertibilidad.
Por Walter Goobar
Admite con cierta reticencia que si Elisa Carrió llegara al poder él será su ministro de Economía. Desde 1995, el economista Rubén Lo Vuolo trabaja con ella para formular propuestas alternativas al modelo económico y buscar salidas para la crisis. “Me relacioné con Elisa Carrió en 1995, a partir de la publicación de un libro sobre la exclusión social y la niñez. Es la primera vez que un político me llama a raíz de un trabajo intelectual”, dice este egresado de la Universidad Nacional del Litoral y de la Universidad de Pittsburgh en los Estados Unidos. “Nunca he tenido una vinculación laboral pero a partir de ese momento comenzó una relación personal que se ha ido construyendo a lo largo de estos años.” Lo Vuolo ha sido investigador de la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos y de La Sorbona en París y actualmente se desempeña como investigador titular del Centro Interdisciplinario para el Estudio de las Políticas Públicas (CIEPP).
Rechaza de plano la idea de que las propuestas del ARI suenan parecidas a las que traicionó la Alianza, porque –señala– la Alianza jamás se planteó alterar la convertibilidad. El economista, que desde hace años propugna salir del uno a uno, afirma que no fue Duhalde sino el propio Cavallo quien salió de la convertibilidad y lo hizo de la peor manera posible. Pero encima de eso Duhalde pesificó penalizando al peso.
–¿Cómo se lleva con la diputada Carrió?
–Lo que me llama mucho la atención es que con su formación constitucionalista es la persona con quien más empatía he tenido para poder traducir mis ideas económicas y sociales a una cuestión política y operativa. Algunos creen que la economía tiene un funcionamiento autónomo de la sociedad, otros creen que es la política la que es autónoma y no hay vasos comunicantes. Con Lilita compartimos la visión sistémica con mayor énfasis en las especialidades que cada uno tiene, la idea de que hay que tener muy claro hacia dónde uno va para resolver la coyuntura: aunque sea en las urgencias, la forma de resolución de los problemas no tiene que contradecir el proyecto estructural a mediano y largo plazo.
–¿Puede dar un ejemplo?
–No se puede decir que uno pretende combatir la pobreza generando más pobreza con la política económica. No se puede decir que se quiere resolver los problemas de empleo generando más desempleo con la excusa de que son “problemas transitorios”. Esto es falso, porque un modelo de crecimiento que requiere más desempleo nunca va a resolver los problemas a mediano o largo plazo. En la Argentina nos han impuesto un montón de transformaciones institucionales con la excusa de que se hacía por la urgencia. Decir que uno genera pobres y después los saca de la pobreza es un disparate conceptual y práctico, porque la pobreza genera daños que son irreparables y cuanto más excluida está la persona, más difícil y costoso es rescatarla. Es más barato prevenir una situación de pobreza que rescatar a una persona que ha caído en ella.
–¿Cuáles son los modelos extranjeros que se podrían aplicar en la Argentina?
–Una sociedad tiene que construirse a partir de su propia herencia institucional. Yo no conozco experiencia de cambio tan violento como la que se generó en la Argentina de los ’90. Las buenas experiencias de desarrollo son aquellas que, basándose en la herencia institucional, van provocando cambios graduales pero aprovechando todo el bagaje que esa sociedad trae a cuestas. La única ventaja que uno tiene en ser subdesarrollado es aprender de los errores cometidos por los países desarrollados: la inspiración que uno tiene son las sociedades que han logrado articular de un modo razonable la eficiencia económica con la seguridad socioeconómica. Allí hay varios modelos que van desde los extremos del modelo socialdemócrata de los países nórdicos hasta los más corporativos como la sociedad francesa o alemana, que de hecho eran las que habían inspirado nuestra estructura institucional. Uno está mucho más afín con modelos como el de Costa Rica que como el chileno. El gran desafío es construir uno que al mismo tiempo sea eficiente y capaz de competir internacionalmente, que sea capaz de generar un patrón de seguridad socioeconómica que sea equitativo para toda la población. Esto no quiere decir que yo quiera construir un seguro social de corte corporativo como el de los franceses o los alemanes, porque para eso necesitaría que el 90 por ciento de la población sea asalariada formal, cosa que en la Argentina no ocurre.
–En cuanto a modelos de salida de la crisis, ¿con cuál nos podemos comparar?
–El único antecedente de un país que en diez años pasó de una hiperinflación a una hiperrecesión es la Alemania de Weimar, previa a Hitler.
–Hay muchas de las cosas que usted plantea que suenan parecidas a las que decían los economistas de la Alianza antes de llegar al gobierno, pero cuando llegaron al poder se mimetizaron con el discurso del establishment...
–Yo no creo que sea así. Creo que más allá del discurso el tipo de políticas que de entrada se proponían aplicar eran una continuidad del modelo y no un planteo para su modificación. De entrada ellos dijeron que la convertibilidad estaba fuera de toda discusión, por eso no puedo aceptar que el planteo que uno tiene es similar al de ellos. Lo que produjo la Alianza fue una contradicción flagrante entre lo que se postulaba y lo que se hizo. Yo me pregunto cómo podía ser “progresista” un proyecto que lo tenía a De Santibañes, López Murphy y a Llach, por sólo dar algunos nombres. Los economistas que pensaban que se podía mantener la convertibilidad y solucionar el problema de la pobreza y la recesión, a mí me merecen poco respeto. Si encima pensaron que esto se podía resolver sin un programa masivo de redistribución de ingresos y sin tocar las tarifas de las empresas públicas, yo ya no entiendo más nada. Hay un montón de cosas que esta gente defendía con las que yo nunca estuve de acuerdo.
–Tal vez la mejor manera de entender las diferencias sea a partir del diagnóstico de la situación y las alternativas de salida...
–Hay una cuestión de diagnóstico que me parece fundamental: el principal problema del modelo o del régimen económico y social que está implantado en el país es el tema de la distribución del ingreso y de la riqueza. Hay dos formas de ver la economía: unos la ven como Marx y otros como Adam Smith. Para quienes el tema de la distribución es el centro del problema económico, la Argentina no puede construir un proyecto económico y social alternativo si no asume la necesidad de revertir lo más rápidamente posible la distribución concentrada de la riqueza en los extremos. Eso no es solamente un discurso ético, sino económico. La Argentina necesita construir un sistema productivo integrado en el cual participe la mayor parte de la sociedad. Es un país que no tiene posibilidad de seguir dilapidando recursos. El tema del desempleo no es solamente un problema social: es un problema económico. Hay un 25 o 30 por ciento de la población argentina que no está efectivizando su potencialidad productiva. Este es el dato de diagnóstico que diferencia a las otras lecturas que se hacen fuera del ARI. La otra gran diferencia es en el tema fiscal: la Argentina tiene un grave problema fiscal, pero la verdad es que la Argentina ha reducido su gasto público de manera muy drástica y hoy se ubica entre los niveles más bajos de América latina.
– Los problemas fiscal y tributario nunca se abordaron en serio en el país.
–La Argentina no solamente tiene uno de los índices más bajos de tributación de impuesto a las ganancias de las empresas sino también de impuesto a las ganancias de las personas. La gente que declara y paga impuesto a las ganancias es poca y paga por muy poco.
–¿Pero cómo haría para meter en caja a los sectores que se benefician con una distribución tan desigual del ingreso?
–La pregunta hay que hacerla al revés: ¿cómo hicieron los argentinos para tener una distribución del ingreso y una estructura distributiva tan diferente, tan regresiva, tan inequitativa que comparada con las del resto del mundo uno se da cuenta que es nefasta? Yo no creo que el FMI esté en desacuerdo con que la Argentina tenga una recaudación por impuesto a las ganancias con una estructura similar a la de Estados Unidos a la de otros países europeos. Esta es una decisión de los propios argentinos que estructuraron este tipo de sistema tributario.
–¿Cómo se hace para cobrar impuestos en este contexto de país?
–A nadie le gusta pagar impuestos, pero se pueden cobrar los impuestos a partir de tener una legitimidad política que represente los intereses de la sociedad. En segundo lugar, tiene que haber sanciones. Si no las hay como en cualquier otro aspecto judicial, la norma no se cumple. Y en tercer lugar, hay que tener una política que sea racional y ofrezca la mayor cantidad de posibilidades adaptables a la situación de cada persona para que se pueda cumplir con el pago de tributos. Este no es sólo el problema de los grandes contribuyentes sino de todos los contribuyentes, además de una falta de ejercicio del poder tributario por parte del poder político. La pregunta es: ¿cómo hicimos para tener este modelo? Lo otro –pagar impuestos– es lo normal. Extremos del tipo de la Argentina donde la renta financiera no paga ganancia, no existen en el resto del mundo. El problema es que siempre nos equivocamos para el mismo lado. De todos modos, está claro que una cosa es haber hecho una reforma impositiva en la etapa de crecimiento entre 1990 y 1995 y otra es tener que salir con una reforma de este tipo con una economía en depresión. Es difícil hacer una reforma en el impuesto a las ganancias cuando la mayoría de las empresas no tiene ganancias. Pero no tengo dudas de que para salir de la crisis habrá que recurrir a algunos impuestos extraordinarios como las retenciones a las exportaciones. La Argentina tampoco tiene una estructura impositiva que promueva la reinversión de utilidades al interior de las empresas. ¿Cómo se puede pensar que el modelo económico que se implantó en el país pretendía ser eficiente cuando destruyó el mínimo sistema científico y tecnológico que se tenía? La fuente genuina del crecimiento económico es el progreso técnico. No hay otra. La manipulación de los precios relativos es pan para hoy y hambre para mañana. Los países que han tenido éxito en mantener una tasa de desarrollo son aquellos que apostaron fuerte a la tecnología, a la incorporación de tecnología, al desarrollo de procesos productivos. En la Argentina se hizo todo lo contrario.
–¿Coincide con el Gobierno en que con una maxidevaluación se va a promover las exportaciones y que eso va a traccionar el conjunto de la economía?
–Esto significa no entender cómo está funcionando la economía argentina: los precios no son la única causa por la cual se promueven las exportaciones. Además, las exportaciones argentinas están concentradas en un núcleo muy reducido de empresas que ni siquiera tienen eslabonamientos hacia el resto de la estructura productiva que garanticen que el crecimiento de esas empresas va a traccionar al resto de la economía. Así no vamos a integrarnos eficientemente al mundo ni a conseguir una reactivación. Apostar a grandes títulos: “convertibilidad”, “devaluación”, “dolarización” como plan de salvataje es no entender nada de desarrollo económico.
–¿Quién abandonó la convertibilidad: Duhalde o Cavallo?
–Fue Cavallo y no Duhalde. Lo único que se mantenía era el tipo de cambio fijo pero no las reglas monetarias, ni la libertad de movimiento de capitales. Todo eso ya estaba entregado. Lo que quedaba era administrar todo eso de forma tal que esa salida de hecho fuera organizada. Esto fue lo que no se hizo. Pertenezco al escaso grupo de economistas que hace años viene diciendo que hay que salir de la convertibilidad. No lo planteo hace meses, sino hace años. Pero pensaba que había que salir de la convertibilidad de una manera gradual, ordenada, no traumática y preferentemente mientras la economía argentina estaba en una etapa de crecimiento. La Argentina se quedó en la convertibilidad por razones estrictamente ideológicas o políticas y yo no suscribo ninguna de las posturas que decían que había que quedarse en la convertibilidad. Sin embargo, de la noche a la mañana se decidió la salida de la convertibilidad o, más específicamente, la salida del cambio fijo y la devaluación. La convertibilidad era una economía con un sistema de precios estables y dolarizados y había que haber salido de la convertibilidad con un programa que garantizara que hubiera la menor inflación posible y que la economía no se quedara sin un sistema de precios.
–¿Qué haría con el corralito?
–Cuando el Gobierno decide licuar los pasivos de las empresas con la erosión del valor de los depósitos de los ahorristas se enterró más en el corralito. Era mucho más fácil decirle a la gente que le iban a devolver los depósitos en pesos si se lograba que el dólar no se disparara. Es lógico que ahora los ahorristas estén cada vez más desesperados. Yo no creo que se pueda salir del corralito en esta política económica de una manera de shock, como proponen otra vez algunos fundamentalistas argentinos. En este contexto, es muy difícil salir del corralito. Hay que salir de forma gradual y el mejor camino es la generación de un fondo fiduciario que ate las deudas de los grandes deudores con capacidad de pago en divisas a una devolución de los depósitos. Nosotros proponíamos un tratamiento individual de los bancos porque la situación era sustantivamente diferente, y una política financiera consistente en materia cambiaria y fiscal.
–¿Qué haría con respecto al dólar?
–Lo tengo que parar de cualquier modo. Hay que tener una política consistente de retenciones móviles y reintegros. Hasta que alcance un valor razonable...
–¿Cuál sería su valor razonable?
–Desde un punto de vista comercial, la Argentina no necesitaba una devaluación mayor del 40 por ciento. Pero ahora lo que pesa es el tipo de cambio real y la inflación está generando presión ahí. Era mucho más fácil hacerlo controlando la inflación que con una inflación desatada. La verdad es que no puedo contestarle cuál es el valor real, pero creo que necesita bajar. No sé. Si la proyección de precios se va a 30 o 40 por ciento, el tipo de cambio se tendría que estabilizar en dos pesos. Pero no es porque la Argentina necesite un tipo de cambio altísimo. El mercado juega de este modo cuando uno le da la posibilidad de jugar así. Pero también es necesario que la Argentina tenga otras alternativas de ahorro que el dólar. Mire cómo se hizo la pesificación: los depósitos en pesos no se ajustaron y con los depósitos en dólares se hizo a 1,40. Pesificaron penalizando al peso. Lo que habría que haber hecho es crear mecanismos de ajuste del peso de forma tal que se transforme en una moneda defendible. Yo no sé qué quisieron hacer, pero lo único que lograron es licuación de pasivos y pulverización del salario.
–¿Qué haría el ARI con el FMI?
–Sostengo que las políticas del Fondo para situaciones de crisis como la argentina han sido equivocadas y siguen siéndolo. Creo que el FMI y otros organismos internacionales tienen una gran responsabilidad por la situación en la que se encuentra la Argentina hoy. A mí me gustaría negociar con el Fondo sobre la base de estas dos lecturas. Ahora, cuando uno negocia hay una parte que propone y otra que acepta o no acepta. Yo no puedo pedirle al Fondo que asuma estas dos cuestiones como propias. Lo que nos queda a nosotros es negociar de qué manera vamos a asumir nuestras deudas, cuándo y cómo se pagarán. El resto es un problema de los argentinos.
–¿Qué les responde a aquellos que dicen que ustedes no tienen equipos ni experiencia de gestión?
–Nosotros no creemos en los equipos comprados o alquilados. Creemos que los equipos se irán formando a partir de coincidencias sobre la visión de la realidad y no en base a un reclutamiento. Por otra parte, mire cómo dejaron el país aquellos que supuestamente tenían equipos y experiencia de gestión [
Revista Veintitrés
ID nota: 10957
Numero edicion: 196 02/01/2002
el candidato
Rubén Lo Vuolo, el Ministro de Economía de lilita carrió