Un estudio elaborado por dos profesoras italianas revela que por lo menos tres papas organizaban impresionantes banquetes en el Vaticano, donde no faltaban ni el buen vino ni las mujeres. Recién con Pío XII se cortaron las comilonas navideñas.
Por Walter Goobar
“¡Boccata di cardinale!”, suele decirse cuando se trata de elogiar la excelencia de un buen plato. Esa expresión tan difundida tiene su origen en el período de mayor esplendor del poder temporal de la Iglesia Católica, según lo demuestra un estudio recientemente publicado en Italia por Mariangela Rinaldi y Mariangela Vicini. Estas dos profesoras, especializadas en historia, revelan en su estudio cómo por lo menos tres papas, sucumbieron a la tentación de la gula, a pesar de ser ésta uno de los siete pecados capitales. Lejos de la frugalidad de Juan Pablo II, alrededor del año 1000, algunos religiosos se aprovecharon de su jerarquía para darse grandes banquetes.
Las comilonas pontificias para amenizar la Navidad fueron un invento del papa Alejandro VI (1492-1503). Junto con sus amantes, el religioso solía celebrar la Nochebuena engullendo hipercalóricos manjares que –para guardar la tradición– tenían forma de pesebres. Al igual que Alejando VI, Pablo III (1534-1549) era un mujeriego impenitente, pero prefería los vinos de color cardenalicio a los dulces lujuriosos. Su Santidad era un gran catador avezado que cada mañana se hacía gárgaras con vino y desinfectaba sus partes íntimas con Greco di Somma, un delicado caldo napolitano.
El trabajo elaborado por las dos historiadoras residentes en Parma, una ciudad en la que –por cierto– se come como los dioses, muestra cómo la gula fue el pecado preferido de algunos prelados. Las antiguas bacanales romanas a orillas del río Tíber eran parte del pasado imperial, pero en los albores del año 1000, con la disgregación del imperio de Carlomagno, altos dignatarios eclesiásticos las recordaron. La costumbre se extendió hasta seis siglos después, cuando la llamada al orden lanzada en el Concilio de Trento (1545-1563) empezó a surtir efecto. Pero la auténtica edad de oro de los banquetes pontificios fue durante el Renacimiento –concluyen Rinaldi y Vicini–, con tres pontífices que le hincaban el diente a todo lo que se les cruzaba en la mesa: León X, Alejandro VI y Pablo III.
El cardenal Giovanni de Medici (1513-1521), rebautizado luego como León X, es recordado como uno de los papas más glotones en la historia de la Iglesia. Al grito de “gocemos el papado ya que Dios nos lo ha dado”, León X se abalanzaba sobre la mesa. El hijo de los Medici pasó a la historia como el Papa que no supo evitar el cisma comandado por el monje agustino Martín Lutero, pero también como el organizador del banquete más grande y fastuoso que jamás se haya celebrado en Roma: más de 3.000 comensales alrededor de una gran mesa en la plaza del Capitolio. Para congraciarse con él, el embajador de Portugal le regaló en una ocasión un Papa y doce cardenales de azúcar en tamaño natural.
Alejandro VI (1492-1503), el Papa Borgia, también era un comilón insaciable y su debilidad eran las tortas y los dulces. Al vituperado Rodrigo Borgia, seguramente el único Papa que habló catalán en las dependencias del Vaticano, se le atribuye haber instituido la cena de Nochebuena. Con sus dos amantes, la célebre Vannozza y la voluptuosa Giulia Farnese, solían celebrar la espera de la Navidad flagelándose con exquisiteces dulces que para estar más de acuerdo con la liturgia tenían forma de pesebres.
Su sucesor, Pablo III Farnese (1534-1549), hermano de la fogosa Giulia, se destacó como un gran catador de vinos. Su devoción etílica lo llevó a hacerse gárgaras cada mañana con una agradable malvasía y a bañar sus partes íntimas en Greco di Somma, un apreciado vino de la región napolitana al que Su Santidad le atribuía propiedades desinfectantes.
Pero el más glotón de todos fue Martín IV (1281-1285), cuya obsesión por el pescado impresionó al Dante, más que su subordinación a la política de Carlos d’Anjou. Su pasión eran las angulas marinadas en vernaccia, un vino blanco que se produce entre el Lazio y la Toscana. Murió de indigestión y no fue por casualidad ni por castigo divino.
Recién durante el siglo XX, y a partir del papado de Pío XII, se abandonaron las bacanales navideñas. Su sucesor, Juan XXIII, hombre de origen campesino, era de comer sencillo y sólo se le conoce una cierta debilidad por la polenta, un plato que también era uno de los predilectos de Pablo VI. El cardenal Montini era amante de los “huesos de muerto”, un postre dulce a base de almendras, harina y vino de Marsala.
Rodeado de sacerdotes y monjas polacas, Juan Pablo II mantuvo cierto apego por la cocina de su lejana Cracovia. Aunque su dieta es muy simple y liviana, a Juan Pablo II también se le atribuye una ocasional predilección por el Brunello de Montalcino, uno de los mejores vinos italianos [
Papa Clemente VI: Crema de pollo a la aviñonesa
Este era el plato preferido por Clemente VI (1342-1352), papa francés (cardenal Pierre Roger) que afianzó Aviñón como sede pontificia y la convirtió en una de las ciudades más importantes de Francia, después de París.
Ingredientes para 4 personas: un pollo de unos 800 gramos, verduras y hierbas aromáticas para el caldo (cebolla, zanahoria, apio, un poco de canela, sal y pimienta), un litro de salsa bechamel con mucha manteca, nuez moscada.
Preparación: cocer el pollo en el agua con las verduras y las hierbas, hasta que la carne quede muy blanda y se desprenda de los huesos (para un aroma más intenso se puede añadir un poco de clavo de olor). Triturar bien la carne y las verduras, previamente separadas del caldo. Mezclar ambas con un poco de manteca y una gota de aceite. Incorporar la salsa bechamel al caldo, bien filtrado, y añadir a esta crema la carne de pollo y las verduras trituradas. De nuevo en el fuego, perfumar con nuez moscada y esperar a que adquiera una buena consistencia. Se debe servir muy caliente con queso rallado y pedazos de pan frito.
Vino: Chateuneuf du Pape, vino robusto, de color rojo cardenalicio.
Papa Pablo III: Tortellinis de Pablo III
Aunque impulsó el Concilio de Trento para poner un cierto orden en la Iglesia tras el cisma de los luteranos, Pablo III (1534-1549) siempre será recordado como un mujeriego contumaz y un nepotista sin freno. Enérgico, de porte aristocrático y muy culto, el cardenal Alessandro Farnese también amaba la buena mesa.
Ingredientes para el relleno: 100 gramos de hígado de pollo, bien limpio, cortado en pequeños pedazos y previamente cocido con un poco de manteca, 100 gramos de hongos frescos, 100 gramos de carne de pollo hervida y bien triturada, sal, pimienta y un poco de nuez moscada.
Ingredientes para la pasta: 600 gramos de harina, 6 huevos y un puñado de sal.
Preparación: amasar la pasta con energía y con la menor agua posible, hasta conseguir una lámina lisa y suave. Cortarla en pequeños discos de dos centímetros de diámetro y añadir el relleno previamente preparado. Cerrar los tortellinis y hervirlos en un buen caldo durante 10 o 12 minutos. El caldo debe ser sabroso, pero delicado para no anular el sabor del relleno.
Vino: Montepulciano. Vino toscano que no tiene nada que ver con el Chianti. Era el preferido de Pablo III, aconsejado por su sumiller Sante Lancerio.
Papa Bonifacio VIII: Cordero asado de Caetani
Al papa Bonifacio VIII (1294-1303), la Iglesia le debe la iniciativa de los jubileos. El cardenal Benedetto Caetani, ya elegido pontífice, fue el primero en convocar a dos millones de peregrinos en Roma durante el año 1300. Concebía el pontificado como una monarquía absoluta y su mesa siempre estaba bien dispuesta para recibir a reyes y embajadores.
Ingredientes para 4 personas: una pierna de cordero de unos 800 gramos, aceite de oliva, grasa de cerdo, una cabeza de ajos, una ramita de romero fresco, sal y pimienta recién molida, un vaso de vino tinto.
Preparación: triturar los ajos con la grasa de cerdo y el romero y rellenar con ello la pierna de cordero. Salar y añadir la pimienta. Colocar la pierna en una cazuela con los bordes un poco altos y rociarla con el aceite. Una vez bien untada, introducirla en el horno para una cocción de 30 minutos a temperatura moderada. Una vez dorada, bañarla con el vino tinto y continuar la cocción, siempre a temperatura moderada. Servir con papas asadas o ensalada verde.
Vino: Cesanese del Piglio. Vino tinto de la región del Lazio, que se adapta muy bien con los asados. Era el preferido de Bonifacio VIII.
Papesa Juana: Macedonia a la Papesa Juana
La papesa Juana es un personaje de leyenda cuya sola mención todavía causa cierto malhumor en el Vaticano. Se cuenta que fue elegida Papa en el año 854, cuando todos los cardenales la creían hombre, un profesor de teología y retórica llamado Giovanni Anglico y educado en Atenas. Quedó embarazada de un familiar, y parió durante la marcha de una procesión. Según algunas narraciones fue inmediatamente linchada por la multitud; según otras, murió en prisión. No se tiene noticia cierta de sus preferencias culinarias, pero esta macedonia lujuriosamente oriental ha tomado su nombre.
Ingredientes para 4 personas: 3 manzanas, 2 mandarinas, 6 higos secos, 6 dátiles, 30 gramos de uva, 20 gramos de pistachos pelados, 20 gramos de gajos de nuez, 35 gramos de azúcar, jugo de un limón y de una naranja, una cucharada de miel líquida, un vaso de licor dulce, 150 gramos de crema chantilly.
Preparación: pelar y cortar la fruta en pequeños pedazos, añadir, también en pedazos, los dátiles y los higos, más los pistachos y las nueces, no excesivamente triturados. Espolvorear con azúcar y bañar con los jugos de limón y naranja. Por último, añadir la miel y el licor y mezclarlo bien. Dejar reposar por unos minutos y servir con una corona de crema chantilly.
Papa Martín V: Fritura de naranja
La que sigue es una receta del cocinero alemán de Martín V (cardenal Ottone Colonna, 1417-1431), el Papa que devolvió la sede pontificia a Roma tras el período de Aviñón. Giovanni Bockenheym, que así se llamaba el cocinero, la recomendaba para saciar a “los rufianes y meretrices” que se acercaban a la mesa.
Ingredientes: huevos, naranjas, azúcar y aceite.
Preparación: batir los huevos y mezclar con jugo de naranjas y azúcar. Freír en el aceite hirviendo a modo de revuelto, o tortilla, si se prefiere.
Revista Veintitrés
ID nota: 2179
Numero edicion: 76 01/03/1999