Su pasado como joven militante nazi puso al respetado escritor alemán Günter Grass en el centro de una polémica mundial. Osvaldo bayer, quien lo admira y conoce personalmente, ve el tema como una suerte de “pecado de juventud” que no cambia el valor de su obra y su compromiso. No obstante, le critica el no haberlo contado antes.
Por Walter Goobar
Günter Grass, el escritor alemán y Premio Nobel de Literatura, admitió a los 78 años por primera vez haber formado parte de las Waffen-SS, la temible unidad de elite del régimen nazi. El escritor ha puesto énfasis en el carácter no voluntario de su adscripción al ejército nazi: “Sólo tenía 15 años cuando el ejército de Hitler me convocó”, dijo. Pero su confesión desató una polémica en el mundo intelectual y especialmente en Alemania, donde se han dividido entre quienes lo cuestionan y los que creen que más vale tarde que nunca. Escritor reconocido y respetado mundialmente por sus posiciones a favor de los oprimidos y contra los regímenes totalitarios, ahora señala que “las críticas le duelen personalmente” y que entre ellas quizás esté “el intento de algunos de convertirme en un indeseable”. El historiador y escritor Osvaldo Bayer defiende a su connacional, a quien conoce personalmente, y dice que no juzga al Nobel de Literatura, aunque le reprocha el carácter tardío de su confesión. Bayer cree que Grass debería devolver el Nobel y anticipa que así se lo hará saber al escritor. “Mi relación con Günter Grass es la de haber sido un lector ávido de su obra. Para mí es un gran escritor, es un hombre que ha sabido describir al pueblo alemán en todos sus detalles, en todos sus momentos históricos. Es un hombre que tiene el concepto del intelectual que yo siempre he exigido: además de tener la libertad absoluta de escribir lo que se le da la gana, siempre ha asumido la obligación de salir a la calle cuando hay gente que sufre injusticias.”
–Usted rescata su compromiso...
–Considero que siempre intervino en todos los problemas en forma valiente, aunque yo no comparto su ideología. Él es un socialdemócrata, mientras que yo soy un socialista libertario. Sin embargo, siempre me han gustado sus posiciones, su forma de escribir, sus temas. Yo fui testigo presencial de un encuentro de Grass con el escritor mexicano Juan Rulfo en el que Grass le confesó a ese escritor latinoamericano de origen indígena que había sido su maestro y su fuente de inspiración. Ahí me di cuenta de que es un hombre humilde. Ernesto Sabato jamás se hubiera animado a hacerle una confesión semejante a Rulfo.
–¿De la literatura de Grass cuál es el libro que más lo conmovió?
–Sin lugar a dudas que El tambor de hojalata es su mejor obra.
–Siendo un escritor comprometido, ¿por qué tardó tantos años en admitir su participación en las juventudes de las SS?
–Supongo que porque se avergonzaría. Él sabía que iba a ser muy mal interpretado. Por ejemplo, ahora el Consejo Judío de Alemania lo ha criticado duramente y no tienen razón porque él siempre ha sido muy profundo al medir el racismo de Hitler y sus secuaces y el comportamiento del pueblo alemán. Él tenía exactamente la misma edad que el actual Papa, Joseph Ratzinger, que también fue soldado... pero no fue miembro de la juventud hitleriana... –Bueno, pero usted ha criticado duramente a Ratzinger...
–Los tres somos del ’27 es decir que somos de la misma edad. A ellos les tocó ir a la guerra porque estaban allí y fueron convocados. Grass vivía en una zona muy difícil que ahora pertenece a Polonia y allí había que ir a donde te mandaban. Yo tuve la suerte de que mi padre era antinazi, pero todos los demás padres alemanes hacían lo que la embajada ordenaba. En esa época yo ya vivía acá, y le cuento que a pocas cuadras de mi casa, en la calle Arcos del barrio de Belgrano, funcionaba la Juventud Hitlerista que vestían uniformes nazis y hacían maniobras. ¿Sabe lo que hay hoy en ese terreno? La sinagoga de Belgrano. Los miembros de esa sinagoga no saben que allí funcionó la Juventud Hitlerista, pero algún día voy a ir a la sinagoga para contarles la historia.
–Volvamos a las diferencias o similitudes entre el caso de Grass y el de Ratzinger, porque usted ha criticado a Ratzinger por su pasado...
–Lo he criticado por su posición como obispo y por sus posturas teológicas. A Ratzinger hay que criticarlo por la posición conservadora que siempre tuvo como obispo y como teólogo, pero no por haber servido en el ejército alemán. Todos los jóvenes estuvieron en el ejército...
–Pero estar en la juventud de las SS no es lo mismo...
–Grass dice que fue su padre el que lo envió a las SS. Ahora él ha dicho que jamás disparó un solo tiro. Creo que si se reconoció como SS no va a mentir respecto de eso. Yo no lo juzgo, porque tendría que juzgar a todos estos muchachos que fueron influidos por la ideología de sus padres. Hoy ninguno de ellos es nazi.
–Pero, ¿no le parece que a Grass como intelectual se le debería exigir otro tipo de responsabilidad, mayor que el del común de la gente?
–Él ha cumplido con su deber en el sentido de que siempre ha denunciado al nazismo y al racismo. Siempre defendió a la socialdemocracia. Fue el mejor amigo del ex canciller alemán Willy Brandt. A la socialdemocracia alemana no se la puede acusar de haber ayudado o apoyado a Hitler. Desde sus primeros libros Grass fue socialdemócrata. Nunca ocupó cargos públicos y siempre fue uno de los que más combatió el neonazismo. Reprocharle a Grass por qué a los 17 años participó en la guerra... Yo no sé lo que me hubiera pasado a mí si a los 17 hubiese vivido en Alemania, donde todo era obligatorio. Yo no puedo acusar a todos. Eran las familias los que los criaron y los educaron así...
–Pero con esa misma lógica de la juventud se podría llegar a justificar a los torturadores Alfredo Astiz o Jorge Radice, porque en la época en que actuaron en la ESMA eran veinteañeros...
–Sí, tiene razón. Cuando Astiz se infiltró en las Madres de Plaza de Mayo y secuestró a las monjas francesas tenía 22 años, pero Astiz siempre fue el prototipo del alcahuete. Pero ya tenía un cargo y actuó en la represión. Lo de Astiz es incomparable con este caso. A Günter Grass no se lo puede acusar de haber cometido atrocidades. En la Argentina tampoco acusamos a la gente que se calló la boca, por ejemplo a los que vivían cerca de los campos de concentración. Podemos acusar a la gente de cierta edad, digamos 25 años, por no haber participado en la protesta o de haber festejado el Mundial del ’78. Creo que hay que ser un poco amplio. Si después de la guerra Grass hubiera tenido algún rasgo de pronazismo se le podría reprochar algo. Pero terminó la guerra y empezó a conocer la verdad. El único reproche que se le podría hacer es que debería haber confesado antes su participación en las SS.
–¿Por qué cree que lo revela ahora?
–A mí me causó mucha sorpresa porque él es un hombre muy honrado, muy franco en toda su vida. Cuando tuvo que jugarse, se jugó. Me llama la atención eso. Creo que tuvo temor porque los principales críticos literarios de Alemania son de origen judío y ellos no perdonan. Creo que tuvo miedo de que lo aislaran, que ninguna editorial aceptara sus libros. De todos modos, él siempre dijo que vistió el uniforme alemán y que fue soldado. Eso lo dijo siempre. Lo que no había dicho era que había integrado la rama juvenil de las SS.
–¿Podría haberlo dicho cuando recibió el Premio Nobel?
–Nunca pensó que iba a recibir el Nobel. Yo sólo le reprocharía no haberlo admitido antes y no haber explicado los motivos.
–¿No cree que debería devolver el Nobel o hacer algún acto de contrición?
–Si yo estuviera en su lugar, devolvería el Nobel o lo repartiría en los países del Tercer Mundo. Sería una manera de demostrar que su silencio no estuvo vinculado a la guita. Él ha donado mucho dinero para organismos de bien público, porque con la venta de sus libros puede vivir tranquilamente.
–¿No hay cierta liviandad en la forma en que confesó el tema?
–De ninguna manera. Lo dijo él, no fue que vino un periodista y lo descubrió. Ha tenido coraje civil. Eso hay que reconocérselo. Tarde pero lo dijo. Hay otros intelectuales alemanes a los que se los sigue respetando aunque tuvieron simpatías por el nazismo. El caso más famoso es el de Heidegger, a quien se sigue respetando como filósofo. Lo mismo pasa con su amante Hanna Arendt. Ella era judía y fue amante de Heidegger después de la guerra y nadie dijo nada. Ella fue una gran luchadora y sus libros contra el nazismo son muy profundos y sobre eso no se habla. En Grass hay un pecado venial que es el mismo que en el resto de la juventud alemana, pero esa juventud aprendió mucho. Todos los campos de concentración se han convertido en museos y las escuelas primarias, secundarias y las universidades tienen la obligación de visitar esos campos una vez al año. El ejército alemán cambió de nombre y cambió de héroes. Hubo una autocrítica profunda. Nunca tuvieron muchos votos. Es decir que la tragedia le llegó hondamente al pueblo alemán.
–¿Cree que la prensa va a ser muy cruel con Grass?
–No, porque toda la socialdemocracia, la izquierda y los verdes lo apoyan. Las críticas provienen de la junta judía y de la derecha: la democracia cristiana y el partido liberal. Es decir que ya es una cuestión de política interna. LOS ALEMANES, A FAVOR Y EN CONTRA “Estoy desilusionado. Es el fin de Grass como instancia moral.” (Michael Juergs, biógrafo de Grass) “Si no fuera porque fue él quien agitó la porra de la moral con más frecuencia, sería una pequeñez.” (Helmut Karasek, crítico literario) “Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra.” (Walter Kempowski, escritor) “Con su silencio queda desvalorizada la obra moralizadora de Grass, no la de ficción.” (Michael Wolffsohn, historiador) “Uno se pregunta angustiado por qué no sacó fuerzas para decir la verdad.” (Arnulf Baring, historiador) “Hay gente que no reconoce sus errores cometidos hasta los 80 u 85 años.” (Ralph Giordano, escritor) “Para mí no pierde credibilidad moral.” (Erich Loest, escritor) El gato y el ratón Que el Premio Nobel de Literatura Günter Grass haya pertenecido a las SS es una sorpresa a medias. Que escandaliza a quienes gustan de tardíos estremecimientos. Ya se sabía que había sido un soldado de Hitler. Sólo faltaba conocer que había pertenecido al cuerpo de elite, las SS. El horror no consiste en enterarse que el gran novelista alemán de la posguerra fuera nazi, sino en descubrir hasta qué punto lo fue. Lo mismo ocurrió antes en Alemania con el filósofo Martin Heidegger (se encontraron fotos donde lucía el orgulloso brazalete con la esvástica), con su discípulo Hans-Georg Gadamer. En Italia, con el pasado mussoliniano del teórico de la democracia Norberto Bobbio; en Francia, con uno de los inspiradores del estructuralismo, Georges Dumézil –favorito en alguna bibliografía argentina de la dictadura–; en Estados Unidos, con el rumano historiador de las religiones Mircea Eliade y con el crítico belga Paul de Man, de quienes se descubrieron escritos de la preguerra de un antisemitismo eliminacionista. El crítico Harry Levin y el filósofo Jacques Derrida lloraron al descubrir este pasado en alguien a quien habían sobreprotegido. Las listas podrían continuarse. Hay una distinción básica que separa a estos casos del de Grass. En todos ellos hay documentos, textos que integraban su pasado intelectual. Peor aún, en la ideología de estos intelectuales el fascismo pervive de un modo central y no siempre subterráneo. Todos ellos hicieron carrera académica, lo que ya es indicativo de las afinidades electivas entre la única institución medieval que perdura con éxito, la universidad, y el fascismo. En el caso de Grass, no hay textos nazis, ni actitudes que lo singularicen. Integra una experiencia colectiva –que involucra a todos los alemanes, verdugos voluntarios de Hitler–. Las temibles SS “Eran jóvenes, fuertes, y luchaban fieramente. Los aliados les temían porque estaban bien entrenados y el adoctrinamiento político les concedía un fanatismo mayor en el combate... Eran las temibles SS, los elegidos de Hitler.” Así describen los compañeros de armas de Grass de la División Frundsberg cómo era la unidad de elite de las SS a la que perteneció el escritor alemán. Como su capacidad de reclutar en Alemania estaba limitada por el ejército, Heinrich Himmler nutrió las SS con alemanes escogidos y con miles de voluntarios noruegos, holandeses, belgas, suecos, franceses, checos, españoles, lituanos o letones. Había hasta 25 nacionalidades diferentes.