El principal holding de medios del país finalmente se rindió ante la globalización: vendió casi su quinta parte a Goldman y Sachs, un poderoso fondo norteamericano con mucha llegada a Bill Clinton. Historia de una empresa (casi) familiar.
Por Walter Goobar
Una de sus inversiones más lucrativas está en la Casa Blanca y se llama Bill Clinton. Sus corredores de Bolsa no son los clásicos yuppies de Wall Street, sino que su principal gurú financiero es una mujer que asiste a una sinagoga conservadora de Queens. Goldman Sachs (GS), la empresa que en diciembre pasado pagó 500 millones de dólares por el 18 por ciento del Grupo Clarín, fue hasta hace poco un exclusivo club de millonarios obsesionados con su propio secreto. “No existe nada parecido en Wall Street”, escribe su ex vicepresidenta, Lisa Endlich, quien recientemente publicó el libro Goldman Sachs: la cultura del éxito. Pero detrás de la curiosa mística que impulsan los nuevos socios del Grupo Clarín hay transacciones sospechosas con el magnate de la prensa británica Robert Maxwell, inversiones en candidaturas políticas y en cárceles privadas; así como pérdidas multimillonarias en negocios fallidos y sórdidas luchas de poder.
En el impersonal edificio ubicado en el número 85 de Broad Street todavía reina el espíritu familiar que el inmigrante judío-alemán Marcus Goldman y más tarde su yerno Samuel Sachs, imprimieron a la empresa fundada en 1869. Hasta hace menos de un año, GS era el último gran banco privado que estaba en manos de una selecta elite formada por 245 socios. Se trataba de un exclusivo club de magnates, atrincherados en ese bastión del capitalismo financiero a la vieja usanza, que hasta 1998 ocupaba el quinto lugar entre las entidades de su tipo. Pero en mayo de 1999 GS puso fin a una era y salió a la Bolsa, dejando a la vieja elite en posesión del 49% de la compañía. Cuatro días después, los 69 millones de acciones puestas en el mercado ya se habían revalorizado un 33 por ciento.
GS rebasó incluso en capitalización a uno de sus rivales directos, el banco de inversión Merrill Lynch. GS tiene acciones en 92 empresas ubicadas en 18 países, pero una de sus inversiones más rentables es Bill Clinton. En octubre de 1997 cuando el inquilino de la Casa Blanca tambaleaba en las encuestas, el presidente de GS, Jon Corzine, depositó 25.000 dólares en una cuenta del Partido Demócrata; un mes más tarde aportó otros 75.000 dólares. En enero del año siguiente donó 30.000 dólares más y en marzo otros 15.000. Parecen cifras modestas, pero este gesto simbólico permite entender por qué la empresa estuvo y está bien representada en el gobierno de Clinton: colocó a Robert Rubin, uno de los copresidentes de GS, al frente del Tesoro.
“Aunque el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional responden a un consejo de directores formado por ministros de finanzas, la influencia principal la ejerce Estados Unidos, especialmente el Tesoro, que es dirigido por Robert Rubin, el ex copresidente del Consejo de Administración de GS”, explica Stephen Hellinger, presidente de The Development GAP, una entidad que estudia políticas económicas alternativas. Por eso, agrega Hellinger, The Development GAP está convencido que no es una mera coincidencia que GS haya tenido en los últimos años las ganancias más altas de su historia. “Inclusive le puedo decir que James Wolfensohn (ex presidente del Banco Mundial) estaba muy enojado porque el BM está siendo utilizado para este fin”, dice Hellinger que se ha desempeñado como consultor de esa entidad.
GS también hace importantes contribuciones económicas a los comités de campaña para el Congreso y el Senado que funcionan como inversiones a futuro. En la actualidad el banco de inversiones es – junto con el Citigroup y la corredora Merrill Lynch– uno de los tres principales contribuyentes a las arcas de campaña del senador Bill Bradley, que es el rival del vicepresidente Al Gore por la candidatura demócrata. Hasta el pasado 30 de septiembre GS llevaba invertidos 209.500 dólares en Bradley. Tres de los diez principales donantes del ex basquetbolista Bradley para sus anteriores campañas senatoriales y la actual carrera presidencial son empresas de Wall Street y compañías de seguros que recibieron un trato preferencial por parte de Bradley en la comisión de finanzas del Senado, según revela el libro La compra del presidente 2000 publicado hace algunas semanas.
El Grupo Clarín no es la primera aventura mediática de GS. El banco de inversiones jugó un papel clave en el escándalo que originó el derrumbe del imperio mediático del magnate británico Robert Maxwell. El capítulo más interesante del libro Goldman Sachs: la cultura del éxito es justamente el que refiere las dudosas operaciones de GS como asesora financiera del fallecido magnate de la prensa británica. La autora del libro, Lisa Endlich –que entre 1985 y 1989 se desempeñó como vicepresidenta de GS– maneja el tema con cautela: “Maxwell utilizó a GS para robar dinero de los fondos de pensiones de sus empresas utilizando al banco de inversiones como intermediario entre varias compañías controladas por él mismo”, afirma Endlich. Con respecto a la responsabilidad de GS, Endlich sólo admite que “el banco de inversiones debería haber investigado mejor a su cliente”.
El gurú de la expansión bursátil de GS es una de las voces con más influencia en Wall Street, después del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan. No se trata de un símil de Gordon Gekko, el personaje de la película Wall Street, sino de Abby Joseph Cohen, una mujer de 46 años que sigue viviendo en un barrio de clase media en Queens junto a su marido y dos hijas adolescentes. Abby Cohen aún no es socia pero sirve a la empresa con el mismo fervor religioso que demuestra cada viernes en la sinagoga conservadora de Queens.
Durante los ’90 GS se había convertido en un barco que navegaba solitario entre los nuevos tiburones surgidos de las constantes fusiones del sector bancario. La única forma de supervivencia dependía de la fusión o, de entrada, de una recapitalización que aprovechase el buen momento bursátil. Sin embargo, la venta de títulos desató una feroz interna entre los presidentes ejecutivos Jon Corzine (abanderado de la venta de títulos) y Henry Paulson. Y estuvo a punto de costarle la cabeza a algunas de sus estrellas.
En septiembre de 1998, el terremoto financiero internacional provocó a la compañía pérdidas superiores a los 500 millones de dólares. Poco más tarde, la firma se vio obligada a poner 300 millones de dólares en el rescate del fondo de alto riesgo Long Term Capital Management. Este golpe hizo parar momentáneamente los planes bursátiles de GS y en enero de 1999 su presidente Jon Corzine fue destronado en un golpe palaciego protagonizado por los banqueros. Henry Paulson, quien se convirtió en “el hombre fuerte” de la empresa, se comprometió a no cambiar la exitosa “cultura Goldman Sachs”.
El lingüista y sociólogo estadounidense Noam Chomsky ha denunciado que GS es una de las grandes empresas que también lucra con los enormes recursos destinados a construir prisiones en los EE. UU. Chomsky insiste en que la construcción de cárceles no debe verse como otro estímulo keynesiano a la economía. “Las empresas recogen fabulosas ganancias”, escribe Chomsky citando al Wall Street Journal, al mismo tiempo que han descubierto una nueva manera de ordenar al público en esta era conservadora. Entre los afortunados se encuentran la industria de la construcción, los estudios jurídicos, el floreciente y beneficioso complejo de cárceles privadas, “los nombres más elevados de las finanzas”, tales como GS, Prudential y otros, “compitiendo para asegurar la construcción de cárceles con bonos (obligaciones) privados, exentos de impuestos”; y, para no olvidarse, “el establishment de defensa” (Westinghouse, etc.), “que olfatea un nuevo campo de negocios” en la supervisión de alta tecnología y sistemas de control del tipo que El Gran Hermano habría admirado [
Revista Veintitrés
ID nota: 2045
Numero edición: 80 02/09/2000