Alvaro Uribe ha demostrado que no le tiembla el pulso a la hora de tomar medidas drásticas. El domingo por la tarde reunió al Consejo de Ministros y pasada la medianoche declaró el estado de excepción, para hacer frente a la ofensiva guerrillera que comenzó con el ataque contra el Palacio presidencial en el preciso momento en que juraba para el cargo.
Por Walter Goobar
El lema de su campaña decía “Mano firme, corazón grande” y en sólo cinco días, Alvaro Uribe ha demostrado que no le tiembla el pulso a la hora de tomar medidas drásticas. El domingo por la tarde reunió al Consejo de Ministros y pasada la medianoche declaró el estado de excepción, para hacer frente a la ofensiva guerrillera que comenzó con el ataque contra el Palacio presidencial en el preciso momento en que juraba para el cargo. Su antecesor, Andrés Pastrana, estuvo barajando la misma posibilidad en junio pasado cuando la guerrilla declaró objetivo militar a todos los alcaldes del país y obligó a decenas de ellos a huir. Al final, Pastrana no lo hizo, porque constató que la medida que ahora adopta Uribe no serviría de nada a pesar de que la opinión pública lo estaba reclamando.
A Uribe le bastó la seguidilla de bombazos que comenzó antes de colocarse la banda presidencial, para tomar esta medida que contempla la Constitución pero que desde entonces sólo ha sido puesta en práctica en sólo tres ocasiones. La razón oficial es “conjurar los actos que han perturbado el orden público e impedir que se extiendan sus efectos”, pero en realidad, el objetivo principal es recaudar un impuesto especial para la guerra, sin pasar por el Congreso. Hasta ahora, los gripos de poder que reclamaban mano dura con la guerrilla, no estaban dispuestos a pagar el precio de la guerra. Ahora tendrán que hacerlo, al menos los más ricos. El nuevo impuesto lo pagarán las aproximadamente 400.000 personas físicas y jurídicas con un patrimonio mayor a 70.000 dólares. Esperan recaudar fondos para financiar 10.000 policías más y duplicar las fuerzas del Ejército hasta los 200.000 hombres.
Desde hace años, los colombianos parecen haberse resignado a no llamar a las cosas por su nombre: a la interminable guerra civil no la denominan guerra civil, sino que recurren al eufemismo de "la violencia". De igual manera, el presidente Álvaro Uribe, ha decretado el estado de emergencia, pero lo ha denominado "estado de conmoción interior". Esto le permite recortar garantías y derechos ciudadanos: puede detener sospechosos, allanar y registrar viviendas e interceptar teléfonos y celulares sin orden judicial, imponer restricciones a la información en radio y televisión, y restringir la celebración de manifestaciones o la circulación de vehículos.
La estrategia de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) de poner contra las cuerdas al nuevo Gobierno llevando la guerra del campo a las ciudades, tuvo un efecto paradojal: al atacar la sede presidencial con un mortero, no sólo golpeó el corazón de las frágiles instituciones colombianas sino que desató eñ pánico de los ciudadanos de las grandes ciudades, acostumbrados a ver la guerra por televisión. Desde hacía tres meses el servicio de inteligencia colombiano, el DAS sabía que las Farc atentarían contra el Palacio de Nariño y por eso habían extremado el dispositivo de seguridad sobre el centro de la ciudad pero fallaron en su análisis de la capacidad militar de las Farc. Calculaban que la guerrilla atacaría con coches bomba y con morteros como los que utilizaron, sólo que no imaginaron que podrían tener tanto alcance. "No se tenía conocimiento de que tuvieran tecnología para lanzar esto a tres kilómetros. Era la primera vez que la utilizaban", admitió una fuente militar indicando que los guerrilleros sólo lograron activar 10 morteros. Les quedaron otros 92, dispuestos en tal forma que hubiera sido una lluvia de bombas sobre Bogotá.
Por primera vez en 40 años de conflicto, los bogotanos sienten que la guerra golpea a sus puertas y se preparan para una escalada que parece inevitable. Una y otra parte vela sus armas para un enfrentamiento de gran magnitud. Los más exagerados hablan de "guerra total" . Uribe emplea la táctica del garrote y la zanahoria: por un lado crea una red de un millón de informantes del Ejército, y al mismo tiempo insiste en que la ONU busque una mediación con la guerrilla. Sin embargo, la revista Semana señala que el retorno a la mesa de negociación no será posible antes de una confrontacións en el terreno militar. Los observadores anticipan que tienen que producirse de dos a tres años de guerra antes de poder volver a negociar. Esos años no serán fáciles", advierte la publicación. Aunque el Ejército se ha reforzado, la guerrilla también lo ha hecho: en los tres años de proceso de paz de Pastrana, aumentaron sus efectivos de 13.000 hombres en armas a 17.000. Para modificar esta corelación de fuerzas, Uribe tiene una sola receta: el apoyo de Estados Unidos. El nuevo presidente cree que la autorización de Washington para que el Ejército colombiano pueda utilizar la ayuda antidrogas del plan Colombia en la lucha contra guerrilla puede ser clave para cambiar el equilibrio de la guerra, pero los 77 helicópteros, aviones, equipos de inteligencia y una brigada de 3.000 hombres entrenados por Estados Unidos, no serán suficientes para ganar la guerra.
Aunque el Congreso norteamericano puso un límite de 800 militares estadounidenses en Colombia, que no pueden participar en combates, Adam Isacson, del Centro de Política Internacional, señala: "El efecto que tendrán 77 helicópteros en un territorio como el colombiano para combatir a guerrillas y paramilitares es mínimo. Pero ya se abrió una puerta. Cuando se den cuenta que lo entregado no ayuda a cambiar el control del país, solicitarán más recursos y enviarán más asesores militares. Y ahí sí podríamos comenzar a observar un Vietnam en progreso".
Para la guerrilla, el estado de conmoción interior, “Es ponerle más combustible al conflicto político, social y armado que padece el pueblo colombiano. A toda máquina, se está configurando un Estado fascista que le garantice a la oligarquía seguir gobernando sin las incomodidades del movimiento popular colombiano en sus más variadas expresiones”, dice el breve comunicado emitido por las Farc. También asegura que el Gobierno de Alvaro Uribe pretende “asesinar, torturar y desaparecer”.A pesar de su fuerza militar, las FARC, con 15.000 efectivos y multimillonarios ingresos anuales que son producto del narcotráfico, el secuestro y la extorsión, tienen un grave problema: están solas. Con excepción del Partido Comunista y su órgano de comunicación, Voz, no hay en Colombia un movimiento popular que los respalde.Aunque no cuentan con apoyo exterior, están convencidos de que algún día alcanzarán el poder y que cuentan con dinero suficiente para no necesitar ayuda exterior.
Las FARC luchan contra la oligarquía, pero ahora van contra la economía y han iniciado una ofensiva contra las ciudades. En Bogotá se comienza a sentir incertidumbre por el desarrollo de una guerra cada vez más cercana. Más del 50% de los atentados de las FARC en este año se han producido en la capital y sus alrededores para crear sensación de cerco y suscitar alarma social. La voladura en dos ocasiones de las válvulas de la represa de Chingaza, que surte de agua a la ciudad, plantea interrogantes sobre el desarrollo del conflicto.
En la guerra contra la economía se incluyen las voladuras de torres eléctricas, oleoductos, puentes y otros objetivos estratégicos para tratar de aislar las ciudades y cerrar las fuentes de suministro. El año pasado, las FARC destruyeron 247 torres de energía y se calcula que este año superarán las 600. En Colombia hay más de 2.000 puentes y el Ejército sólo puede proteger 200. Analistas como Alfredo Rancel comentan que las FARC consideran que a corto plazo el deterioro económico contribuirá a ablandar a la opinión pública para inducirla a reiniciar la negociación. Los rebeldes consideran que la quiebra del país puede provocar las condiciones objetivas para un levantamiento popular.
"Sólo negociaremos después de que los guerrilleros y paramilitares retrocedan", afirmaba Uribe durante la campaña electoral. Pero los rebeldes parecen poco dispuestos a perder terreno. La nueva etapa va a ser dura. Los conocedores de la estrategia de las FARC saben que Manuel Marulanda, "Tirofijo", ordenó a sus hombres librar la guerra en tres frentes: en las ciudades, contra la economía y contra la oligarquía.
En los conflictos internos contemporáneos el centro de gravedad se traslada gradualmente del campo a las ciudades debido a que su importancia estratégica en comunicaciones y concentración de riqueza constituye un escenario ideal para que la guerrilla haga demostraciones de fuerza. Con este fin, las FARC han organizado milicias urbanas con unos 10.000 efectivos que tienen una gran capacidad operativa.
Lo que Tirofijo denomina "guerra contra la oligarquía" es una relativa innovación en las FARC. Esta estrategia incluye el secuestro de la senadora Ingrid Betancourt y de los políticos que están en manos de la guerrilla. Las FARC han sido siempre una organización rural que consideraba que para obtener sus objetivos había que infligir derrotas militares al Ejército, sin recurrir al terrorismo y al chantaje. Estos conceptos puristas han sido revisados, pero no porque les importe la imagen, sino porque buscan el canje de guerrilleros presos por políticos y militares prisioneros.
En ese sentido, el ataque del 7 de agosto podría preanuncia que ahora las Farc realizarán operativos contra representantes del Estado central que implican un mínimo riesgo para los guerrilleros y el máximo efecto político.
RECUADRO
MEDELLÍN: CIUDAD TOMADA
Por W.G.
Cuando el profesor pidio a sus alumnos que entregaran la tarea, una alumna le explicó que antes de entrar al colegio se le había caído el cuaderno sobre uno de los cadáveres que estaban a la entrada y se le había manchado con sangre. Después de lo que le había tocado vivir en los últimos meses en ese colegio de Medellín, el profesor no puso en duda la historia de la alumna. Al igual que muchos colegas, el maestro dicta clases parapetado detrás de una columna y no puede levantarse para utilizar el pizarrón. Los alumnos tienen que arrastrarse hasta él con sus cuadernos si quieren hacerle alguna pregunta. Esa es la única forma de evitar las balas perdidas. Muchos alumnos abandonaron la escuela y a los que aún asisten, la mezcla de temor y fascinación que produce el silbido de las balas, las ráfagas de fusil o las explosiones de los morteros, les impide concentrarse. Las armas cortas son cosa del pasado: las armas largas son las que mandan ahora. Todo esto ocurre a diario en pleno Medellín, la segunda ciudad más importante de Colombia. La guerra entre los grupos paramilitares y la guerrilla se libra en las laderas de la ciudad.
Después de tres años de operaciones, las autodefensas aseguran que controlan más del 60 por ciento de los barrios de Medellín. Durante ese período han formado tres milicias y puesto a su servicio a gran parte de las 400 bandas armadas que operan en la región. Su objetivo ahora es eliminar las estructuras de las Farc y del ELN, que operan en forma conjunta.
Al amparo de la noche, en calles desiertas y sin luz, por entre un laberinto de empinadas escaleras que comunican a los barrios entre sí, se produce la mayor parte de las escaramuzas entre autodefensas y guerrilleros, Estos lugares constituyen las fronteras invisibles de los territorios en disputa. Los tiroteos duran toda la noche. Hay quienes se dedican a contar los tiros. "El día que menos hubo se oyeron 25", dice un vecino. Los que logran conciliar el sueño pese a los disparos son despertados a veces por el estruendo de las bombas. Al día siguiente, los muertos y las cápsulas servidas quedan como única evidencia de los combates. Los miembros de las autodefensas vuelven a sus bases y los guerrilleros a su clandestinidad diurna.
Revista Veintitrés
Martes, 13 de Agosto del 2002