s uno de los cerebros más brillantes de la ciencia cubana. Fue premiada, pero se alejó con críticas al gobierno. Quiere visitar a su familia en la Argentina y no obtiene el permiso. Al refugiarse en la embajada argentina agravó la tensión diplomática .
Por Walter Goobar
Cuando triunfó la revolución en Cuba, yo tenía 15 años. Provengo de una familia católica y en ese momento estaba terminando mis estudios en un colegio salesiano. Yo era prácticamente una niña y mi familia materna era muy católica, pero mi familia paterna había trabajado mucho en el Movimiento 26 de Julio. Las prédicas de los dirigentes de la revolución eran muy similares a las prédicas del Evangelio y yo me integré a la revolución. Pero cuando comenzaron las dificultades con la religión católica, casi toda mi familia materna emigró a los Estados Unidos. Mi madre permaneció en Cuba sin estar de acuerdo con el sistema pero mi padre, hasta su muerte, fue un hombre plenamente identificado con la revolución. El sólo veía los aspectos positivos.
“Yo entré a la Juventud Comunista desde muy joven, al partido muy joven, porque aquí esa selección se hace en base a los que se destacan en el trabajo o en el estudio. En la Juventud Comunista llegué a formar parte del Buró de la Universidad mientras estudiaba Medicina, pero dentro del partido mi militancia era la Neurocirugía y dentro de este campo la Restauración Neurológica.”
Molina se graduó con honores en la Facultad de Medicina y eso le permitió especializarse en Neurocirugía, donde también se graduó con las calificaciones más altas. De allí pasó a desempeñarse como jefa y luego como subdirectora del Instituto de Neurología de La Habana.
“En esa época, en el año ’62, durante la crisis de los misiles, nació mi hijo Roberto (actualmente residente en la Argentina), que fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Debido a que pensaba que le estaba construyendo un futuro mejor, trabajando mucho y estudiando mucho, y por eso le resté tiempo a él. Por eso siempre compartimos la crianza con mi madre.”
Cuando Argelia solicitó un neurocirujano, Hilda fue enviada por dos años a ese país en misión internacionalista y estuvo separada de su hijo Roberto. Fue en Argelia donde Hilda Molina comenzó a investigar y formarse en una nueva disciplina que se convertiría en uno de los logros científicos de la revolución cubana: la restauración neurológica.
“En Argelia comencé a leer todo lo que había sobre mi especialidad. Estaba empezando a surgir una nueva rama que era la reparación neurológica para los pacientes desahuciados. No nos proponíamos curarlos, pero sí ofrecerles una mejor calidad de vida. Me refiero al Parkinson, al Alzheimer, a los parapléjicos, a los cuadripléjicos. Comencé a fascinarme y desesperarme por aquello que tenía entre las manos.”
Comenzó a escribirse con científicos de distintas partes del mundo y en 1983, cuando regresó a Cuba, concibió la ilusión de que en su país se pudiera hacer una institución que ofreciera una atención especializada.
“En esa época comencé a sentirme decepcionada con una serie de cosas que no estaban de acuerdo con mi forma de pensar e inclusive con las cuestiones teóricas que planteaba la revolución. Por ejemplo, el desgarramiento familiar: yo no comprendía que una obra humanitaria –como la revolución–, declarara traidores y apátridas a todos los que se iban y se prohibían las relaciones con estas personas. Yo no entendía por qué mamá tenía que esconderse para escribirles a mis tías que se fueron de Cuba para poder practicar su religión.” Pero, dice, nunca utilizó su prestigio para plantear el tema familiar “porque eso era una línea”.
Sus diferencias pasaron luego a otro plano.
“Yo sé que la vida es una vida de desigualdades, pero donde te están pregonando tanto la igualdad, no resulta compatible lo que te dicen con lo que está sucediendo. Por ejemplo, mi hijo era un estudiante brillante que estudió en las mismas escuelas que los hijos de los dirigentes de este país. Ellos tenían una serie de privilegios que el resto de los estudiantes no los tenía. Había una diferencia marcada entre lo que nos decían y lo que yo veía en la realidad. En la primera etapa de la revolución yo era muy joven, pero ahora creo que hubo problemas desde siempre. Yo no tuve ni la madurez ni la edad para darme cuenta de los problemas desde el principio. Yo me sentía triste con esta realidad, pero me dije a mí misma que yo no era política sino médica y decidí dedicarme en cuerpo y alma a mi especialidad.”
Hasta ese momento Molina era una neurocirujana muy prestigiosa y trabajadora y propuso la creación del Centro de Restauración Neurológica. Alguna operaciones novedosas que realizó Molina en 1986 y que trascendieron en la prensa, llamaron la atención del presidente Fidel Castro, que pidió conocerla personalmente.
“Un día me llevaron a conocerlo. Él estaba interesado en las operaciones que yo había realizado. Hablamos largamente y me pidió que explicara de las operaciones y después quiso ir al instituto a ver a los pacientes. Yo le conté del proyecto de un nuevo centro que había presentado ante el Ministerio de Salud y en pocos días estaba aprobado. Para mí se inició un trabajo enorme. Fue un centro maravilloso, tal como yo lo había soñado. Los pacientes no salían curados, pero sí con un porcentaje grande de mejoría.”
Hilda Molina dirigió personalmente la atención del caudillo radical César “Chacho” Jaroslavsky, que llegó a Cuba casi parapléjico y sin control de esfínteres y se fue de Cuba caminando y con absoluto control de sus esfínteres.
“Fidel visitaba con muchísima frecuencia el centro y eso estableció una comunicación muy especial entre él y yo que era la directora y fundadora. A veces venía casi todas las semanas.”
Por su labor destacada, en 1993 Molina fue elegida diputada y viajó por todo el mundo. Sin embargo nunca dejó de operar y de dirigir el centro. Su relato dice que recibió presiones porque las autoridades cubanas pretendían privilegiar la atención de extranjeros que daban prestigio internacional y divisas, en detrimento de los pacientes nativos.
“Yo comencé a sentir que sobre mí recaía una gran presión con respecto a la prioridad que se debía dar a los pacientes extranjeros y comencé a discutir ese tema. Y estuve un año tratando de hacer prevalecer la idea de que la prioridad eran los cubanos. Hasta propuse que hicieran otro centro para extranjeros, pero me fui sintiendo más y más asfixiada y arrinconada. Yo me había quedado en Cuba para dedicarles mi vida a los pacientes más necesitados de mi país, ¿qué sentido tenía si no podía hacerlo?”
Con la llegada de los extranjeros, llegaron también las propinas y las donaciones. Y un tema de conflicto. Molina propuso que ese dinero se destinara a un fondo que se repartiría equitativamente entre todos los trabajadores, inclusive aquellos que no estuvieran directamente involucrados en la atención de extranjeros. Lo mismo ocurrió con una donación de Jaroslavsky que Molina se negó a embolsar de manera personal y fue al fondo común. Los trabajadores estuvieron de acuerdo con el criterio de Molina, el gobierno no, sosteniendo que contrariaba los principios de organización económica del Estado cubano.
“Con ese dinero se hizo una compra de carne y una muda de vestuario para todo el mundo, jabón, champú, pero los responsables políticos me reprocharon que ese era un método de estipulación capitalista. Querían que recogiera las propinas y que las enviara al partido para que decidiera qué hacer con ese dinero. Les dije que se equivocaban, que jamás en la vida iban a conseguir de mí que les quitara las cosas a la gente para enviárselas a los funcionarios. Además, yo creía que lo del fondo común era extraordinariamente justo.”
En Cuba se reconoce a Molina el intento por lograr que desde el primero hasta el ultimo empleado aporten ideas: “Yo había leído el libro Pasión por la excelencia, de Nancy Auster y Thomas Peters, y organizamos seminarios para aumentar el potencial de todos los trabajadores. Hicimos un cerebro plástico donde todos depositaban sus propuestas y sugerencias. Yo quisiera que usted viera las ideas tan enormes y maravillosas que proponía la gente. Pero un día llega la gente del partido y me pregunta qué era eso. Les expliqué de qué se trataba y me dijeron que eso también era capitalista. Llega un momento en el que uno se siente traumatizado y enloquecido”.
Antes de renunciar, sostiene Hilda Molina, tuvo un mal presentimiento.
“Mi hijo, que ya se había casado con una argentina, tenía que viajar a Japón. Entonces le imploré que no regresara. Me costó muchísimo trabajo convencerlo para que acepte y recién cuando él aceptó radicarse en Argentina, presente la renuncia al centro, al Parlamento y devolví todas las condecoraciones que había recibido.
“De la noche a la mañana lo perdí todo. Me convertí en una suerte de paria. Muchos me preguntan si soy una disidente. Mire, yo disiento con la política gubernamental. No comparto las prácticas del sistema. Yo defiendo hasta la muerte la lucha contra la desigualdad social, pero eso lo quiero ver en la práctica y no en la teoría. Además voy a cumplir 62 años en mayo y como en cada etapa de mi vida traté de hacer lo que creía que me correspondía, estoy envejeciendo con muchísimo orgullo. Estoy enferma y ya no tengo salud. Lo único que quiero es ver si en este ocaso de mi vida, quiero tener la libertad de tener a mi familia. Esa familia que yo no pude disfrutar porque pensé que hacía lo correcto, dándole todo a la ciencia, a la medicina. Ya mis nietos son grandecitos y nunca los pude tener en brazos. Ahora sólo pretendo verlos y estar con ellos”.
Carta viene, carta va
El roce diplomático entre la Argentina y Cuba por el caso de Hilda Molina tiene capítulos epistolares. Los abrió Néstor Kirchner, con tono afectuoso al “presidente y amigo” Fidel Castro, para decirle que los nietos que quieren conocer a su abuela no saben de cuestiones “políticas o devaneos judiciales”, que se trata de una acto humanitario y que el pedido del gobierno argentino va, como el tema de Silvio Rodríguez (cantautor y diputado castrista), “en busca de un sueño”. A vuelta de correo, Castro repitió el tono amistoso, se avino al reencuentro familiar de los Molina pero... en Cuba. O sea, sigue sin permitir el egreso de la neurocirujana. Las fuentes oficiales que quisieron ver en esa respuesta “un primer paso” de distensión callaron rápidamente ante la noticia de que Hilda Molina se refugió en la
embajada argentina en La Habana.
Lo cortés no quita lo valiente
–¿Cuál es la situación con Cuba?
–Nosotros planteamos la venida a la Argentina de la doctora Hilda Molina en términos humanitarios y en defensa de los intereses de un argentino. Este caso no es asimilable a ningún otro caso. Cuando yo viajé a Cuba el 11 de octubre pasado y pedí visitar a los disidentes, el canciller cubano Pérez Roqué me contestó que no eran disidentes sino gente que ha infringido la ley, que ha sido juzgada y que está en la cárcel. Ahora bien. Los señores que eran “delincuentes condenados” hoy están caminando por La Habana y la señora que no es una delincuente de ninguna naturaleza no puede venir a visitar a su hijo y a sus nietos que son argentinos. Seguiremos insistiendo para que ese encuentro se concrete en estas fiestas navideñas.
–¿Está en peligro la visita del Presidente o de Cristina a la isla?
–Nosotros creemos que la política exterior de Cuba es lo suficientemente inteligente como para no poner en riesgo la visita de Kirchner. Queremos una relación respetuosa. Y así como planteamos que nos respete Estados Unidos, así también planteamos que nos respete Cuba.
(Nota: este diálogo con el canciller fue realizado antes del ingreso de Hilda Molina a la embajada argentina)
Revista Veintitrés
ID nota: 4356
Numero edicion: 336 16/12/2004