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HENRY KISSINGER

Estadista en alquiler

Convertido en estadista en alquiler a través de Kissinger y Asociados, el auténtico "Doctor K." acaba de publicar su propia versión de las cosas en una autobiografía disfrazada de historia contemporánea que lleva el lacónico título de "Diplomacia".



  (Por Walter Goobar) Mientras chapoteaba en la pileta de natación de su casa de California durante aquel agitado verano de 1973, Richard Nixon le anunció repentinamente a Henry Kissinger que iba a reemplazar a William P. Rogers como secretario de Estado. Lo cierto es que Nixon no quería hacer ese nombramiento; prefería a su ex secretario del Tesoro John Connally, pero cuando se convenció de la inevitabilidad del nombramiento no le quedó otra cosa que tirarse literal- y figuradamente a la pileta. "Espero ser merecedor de su confianza", murmuró Henry. Al día siguiente, en una conferencia de prensa a la que Kissinger no fue invitado, Nixon se deshizo en elogios a Rogers y anunció la promoción de Kissinger:"Creo que las calificaciones del Dr. Kissinger para este cargo son bien conocidas para todos ustedes", dijo secamente. Kissinger, que seguía la ceremonia por televisión, se perdió aquel pequeño momento de gloria: Una llamada telefónica de Liv Ullman lo había apartado de la pantalla en el preciso instante en que Nixon lo mencionaba, según relata Walter Isaacson, en "Kissinger: Una biografía" (Ed. Simon & Schuster), un libro que causó la indignación del ex-secretario de Estado que ha conservado intacta su influencia en la Casa Blanca a lo largo de las últimas cuatro administraciones. Ahora, convertido en estadista en alquiler a través de Kissinger y Asociados, el auténtico "Doctor K." acaba de publicar su propia versión de las cosas en una autobiografía disfrazada de historia contemporánea que lleva el lacónico título de "Diplomacia".
  Kissinger analiza las relaciones exteriores de Occidente desde Richelieu hasta George Bush y concluye que la política exterior norteamericana es el resultado de la tensión permanente entre "el pragmatismo" que propicia la defensa de los intereses inmediatos y exclusivos de Estados Unidos y "el idealismo" que busca la promoción de los valores de la sociedad norteamericana más allá de sus propias fronteras. El realismo estuvo encarnado por Theodore Roosevelt y Richard Nixon; mientras que el idealismo lindando con lo mesiánico fue impulsado particularmente por Ronald Reagan. Ese debate cobra nueva fuerza cuando se trata de analizar la confusa política exterior del presidente Bill Clinton, que nunca acaba de resolver la duda hamletiana entre su deber histórico como líder de la mayor democracia del mundo y sus necesidades como dirigente de una potencia con intereses militares, políticos y económicos de corto plazo.
  Walter Isaacson uno de los editores jefes de la revista Time, que anteriormente publicó junto con Evan Thomas de Newsweek "Los hombres sabios" (un estudio sobre seis asesores políticos de la posguerra), retrata en "Kissinger: Una Biografía" la capacidad de conceptualización, la habilidad para la negociación y el intuitivo manejo del poder junto con el egoísmo compulsivo y la duplicidad de este personaje de la política norteamericana que pese a ser uno de los principales implicados consiguió salir indemne del escándalo Watergate y aún hoy continúa manejando los hilos del poder en Washington.
  Además de ser el mentor del golpe de Estado contra Salvador Allende,  este Maquiavelo moderno fue quien personalmente ordenó intervenir clandestinamente los teléfonos de sus amigos y colegas tras una nota que publicó en New York Times sobre los bombardeos secretos que Estados Unidos había efectuado contra Camboya en 1969. La irrupción clandestina en la oficina del psiquiatra Daniel Ellsberg, uno de los episodios más sombríos de todo el caso Watergate, también se produjo a partir de una decisión emanada de la Casa Blanca de encontrar evidencias que apoyaran las afirmaciones de Kissinger con respecto a que su ex amigo Ellsberg utilizaba drogas y mantenía un comportamiento sexual dudoso. Finalmente,  el grupo de "plomeros", que intentó instalar micrófonos en el edificio Watergate donde funcionaba el Comité Demócrata, estuvo dirigido por uno de los asesores de Kissinger, David Young y fue "una respuesta directa" a los temores del secretario de Estado sobre las filtraciones de documentos secretos del Pentágono. Según varios testigos citados por Isaacson, si no hubiese sido por Kissinger, Nixon probablemente habría desestimado esas filtraciones.
  El escándalo Watergate fue en el fondo un tema de política exterior y estuvo destinado a utilizar descontroladamente el poder presidencial para suprimir el disenso interno frente a la guerra de Vietnam, que en aquel momento constituía el eje sobre el que giraba la política exterior norteamericana, un área en la que Kissinger siempre se ha atribuido la paternidad. Nixon y Kissinger compartían la opinión de que la guerra no podía ganarse y que el pueblo norteamericano jamás perdonaría a una administración que llegase a admitir eso, optaron por el engaño.
  Nacido en el seno de una familia judía ortodoxa en Baviera, el jóven Heinz desarrolló "esa extraña combinación de egocentrismo e inseguridad que produce la inteligencia y la persecución", escribe Isaccson. Después de que su familia se mudó a Nueva York en 1938, Kissinger desarrolló como muchos otros inmigrantes una particular capacidad por complacer y adaptarse. Siempre se aferró a sus distintos patrones: primero un oficial del ejército, luego un profesor de Harvard, más tarde Nelson Rockefeller y por último Richard Nixon.
 "Mister H." podía ser vergonzosamente obsecuente. En 1971, le envió a Nixon una nota de puño y letra en la que afirmaba:"Su serenidad durante las crisis. su firmeza bajo la presión, han sido las que han impedido el triunfo de la histeria colectiva. Ha sido un motivo de inspiración, servir bajo sus ordenes. Como siempre,H." Simultáneamente, a espaldas de Nixon, Kissinger se refería a él como "nuestro amigo borracho" o "el cerebro de albóndiga". Nixon no se hacía muchas ilusiones. En una oportunidad, tras un arranque intempestivo de Kissinger, el presidente dijo que "tal vez iba a tener que echarlo si no aceptaba buscar ayuda psicológica", relata Isacsson.
  En la monumental obra "Historia del petróleo", publicado por Editorial Vergara, Daniel Yegin completa el retrato esbozado por Walter Isaacson y relata que mientras Nixon afrontaba los embates del Watergate, de su crisis personal y luchaba con la crisis mundial, el control práctico de la política norteamericana recayó en manos de Henry Kissinger, que además de asesor especial para la Seguridad Nacional, acababa de ser nombrado Secretario de Estado. Kissinger se había valido de una doble catapulta para acceder al poder: el Centro para Estudios Internacionales, en Harvard, en locales cedidos por el Museo Semítico de Harvard, y su servicio al gran rival de Nixon, Nelson Rockefeller.
  Aquel antiguo profesor, que había huido a Estados Unidos cuando era un niño, como refugiado judío de la Alemania nazi, y cuyas ambiciones solo le habían bastado para conseguir un título de contador, llegó gracias a los extraños giros del Watergate y al derrumbamiento de la autoridad presidencial, a ser la personificación de la legitimidad del gobierno norteamericano. La personalidad de Kissinger alcanzó dimensiones colosales para llenar el vacío que había dejado una presidencia desacreditada. Surgió -para Washington, para los medios de comunicación y para las capitales de todo el mundo- como la figura perentoriamente necesaria que encarnaba la autoridad y la continuidad en un momento en que la confianza  en EEUU se estaba viendo sometida a una dura prueba. No en vano, cuando abandonó la Casa Blanca, Nixon dijo: "Algunas veces hay que patearle las pelotas a Henry. Porque por momentos Henry se cree que es el presidente. Pero en otras oportunidades hay que mimarlo y tratarlo como a un niño".
   En "Diplomacia", Henry Kissinger expone la oscilante trayectoria seguida por EEUU entre el pragmatismo y el idealismo y sostiene que el ingrediente de idealismo, de la inocencia en grado extremo, es un elemento fundamental sin el cual no se puede entender la política exterior de Estados Unidos. Desde esa óptica define a Nixon como un pragmático de perfil europeo que profundizó la guerra de Vietnam por puras necesidades tácticas, y a Reagan como un visionario del conservadurismo que desarrolló una gran actividad diplomática y militar en defensa de su particular concepción de la libertad. La gestión de George Bush, por su parte, es una mezcla del idealista que concibió el nuevo orden internacional y el pragmático que combatió en la guerra del Golfo por entender que la desestabilización de la principal región petrolera del mundo afectaba gravemente a los intereses norteamericanos.
    Una vez establecido el principio de que el idealismo es un ingrediente decisivo en la política norteamericana, Henry Kissinger considera que los gobernantes estadounidenses se enfrentan a diario con un dilema entre dos caminos diferentes para defender ese principio; "El primero es que Estados Unidos sirve mejor sus valores perfeccionando su propia democracia, actuando como un faro para el resto de la humanidad; el segundo es que los valores norteamericanos imponen la obligación de hacer cruzada por ellos en todo el mundo".
   Cada Administración norteamericana ha tenido problemas para escoger entre esos dos caminos, y muchas veces los han combinado. El presidente Bush, por ejemplo, extendió su cruzada a Panamá, pero la detuvo en Nicaragua y en El Salvador. El presidente Clinton tampoco ha resuelto del todo esa disyuntiva, pues mientras su corazón liberal lo lleva al idealismo, su instinto político le recomienda el aislacionismo. Por el momento, su comportamiento en las principales crisis que ha tenido que atender se ha inclinado hacia esta última corriente. Tanto en Haití como en Somalía o en Bosnia, después de fallidos intentos intervencionistas, Clinton redujo el papel de Estados Unidos al de, como máximo, uno más de los países implicados en esos conflictos. Clinton se ha mostrado hasta ahora como un promotor de las organizaciones internacionales, de las soluciones multilaterales. Habla como un convencido de que lo mejor que Estados Unidos puede hacer por el mundo en estos momentos es robustecerse internamente para desarrollar su papel internacional en mejores condiciones.
  Pese a que la mayoría de sus logros en política exterior fueron efímeros: El acuerdo sobre control de armamentos no impidió la carrera armamentista, la política de deshielo con Moscú duró escasos tres años y su acuerdo de paz con Vietnam colapsó en un plazo aún más breve, quince años después de haber dejado los cargos públicos, Kissinger mantiene su influencia en la trastienda del poder político no solo como conferencista y comentarista de los medios más importantes, sino fundamentalmente a través de su propia consultora internacional que anualmente le reditúa unos ocho millones de dólares.
  "El secreto mundo de Kissinger y Asociados, -escribe Isaacson- envuelve una lucrativa combinación de asesoramiento estratégico, información reservada sobre política exterior, buenas conexiones que abren puertas importantes y el cachet que proviene de uno de los nombres más vendibles del mundo". La firma consultora que fue fundada poco después de que Henry Kissinger dejara el puesto de secretario de Estado, se convirtió en un negocio activo en julio de 1982 cuando se dio cuenta de que Ronald Reagan nunca lo iba a nombrar secretario de Estado. Fue entonces cuando decidió establecerse como hombre de Estado en alquiler, alguien que, por una fuerte remuneración, podía brindar consejos sobre política exterior a empresas privadas, encargarse de llevar a cabo tareas diplomáticas a favor de ellas y servir como asesor personal de seguridad nacional para sus presidentes. El producto que vende Kissinger -escribe Isacsson- es sobre todo su propia percepción y análisis de los asuntos exteriores".
   Como primer socio en Kissinger Associates incorporó a Brent Scowcroft quien no solo había sido el viceconsejero de Seguridad Nacional cuando él mismo se desempeñaba en la Casa Blanca sino que posteriormente lo sucedió en el cargo durante los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush. El otro socio principal fue Lawrence Eagleburger, quien se desempeño como secretario de Estado durante la última etapa de la administración Bush. Después de que Eagleburger y Scowcroft dejaran la firma en 1989 para incorporarse al gobierno, Kissinger contrató a L. Payl Bremer, que había sido su ayudante personal en el departamento de Estado y luego jefe del aparato antiterrorista durante la administración Carter.
  A comienzos de los noventa, Kissinger Associates tenía como clientes a más de dos docenas de sociedades, de ellas las tres cuartas partes estadounidenses. El importe del contrato típico por los servicios de Kissinger a comienzos de los noventa era de 200.000 dólares, con un costo adicional para los proyectos especiales de unos 100.000 dólares cada uno.
Por estas sumas, los clientes reciben en general una sesión informativa completa sobre los acontecimientos mundiales dos o tres veces al año.Las charlas, normalmente son impartidas oralmente por Kissinger o alguno de sus socios: Alan Stoga o Jerry Bremer. Nada se pone por escrito. Kissinger no tiene el menor deseo de ver sus proyecciones fotocopiadas pasando de mano en mano, y lo que es aún mas importante, revisadas en los meses posteriores.
  Según Walter Isaacson, Kissinger rechaza la idea de que a veces sirva como un sobornador glorificado, pero al menos una cuarta parte de su trabajo relacionado con proyectos especiales ha consistido hasta ahora en abrirse paso entre los problemas burocráticos  que los clientes tienen que afrontar en los países extranjeros. Esto, a menudo, implica hacer unas cuantas llamadas telefónicas estratégicas a amigos que ocupan altos puestos gubernamentales. Kissinger niega acaloradamente que sirva como abridor de puertas:"Dondequiera que he viajado durante el último año", decía en 1986,"los jefes de Gobierno me han recibido. Yo no les pido que me hagan un favor a un cliente, y no llevo al cliente conmigo". Sin embargo, uno de sus clientes, el presidente de H.J.Heinz, Anthony Reilly describe con orgullo a Walter Isaacson como Kissinger le ayudó a conseguir entrevistarse con los presidentes de Zimbawe y Costa de Marfil.
  Durante el auge especulativo de la década de los ochenta, Kissinger pensó bastante seriamente extender sus actividades al campo del montaje de negocios. La perspicacia comercial, sin embargo, no ha sido uno de los componentes destacados del genio de Kissinger, y el arte de hacer negocios, ya en decadencia cuando él empezó a meterse en él, no llegó a constituir una parte importante de su trabajo.
  Durante los noventa, Kissinger se ha montado en un área de negocios que aún resulta prometedora: la privatización de empresas de propiedad estatal en rubros tan diversos como los sistemas telefónicos, bancos, industrias pesadas o sistemas de transporte.
  "La privatización es la nueva tendencia más importante", afirma Robert Day, presidente de la Trust Company of the West (TCW), "y Henry está perfectamente preparado para estar en cabeza. No hay nadie hoy en el mundo que tenga los contactos personales que él tiene con tantos gobiernos y que pueda llevar a buen puerto los tratos de la privatización".
 
RECUADRO
  Kissinger Associates no figura en la guía telefónica. Tampoco aparece su nombre en el directorio de la torre de oficinas de acero y cristal de Nueva York que alberga su sede central. Un visitante que baje del ascensor en el piso exacto encontrará una sala de espera de escasas dimensiones con un recepcionista detrás de una ventanilla de plexiglas. En la puerta no hay nombre alguno. La decoración de toda la oficina es similar a la que correspondería a una agencia de seguros de tamaño medio.
  La cartera de clientes es un secreto muy bien guardado, y el contrato con Kissinger Associates prohíbe a ambas partes revelar la relación. Pero por declaraciones de representantes, documentos financieros, requerimientos gubernamentales así como por la tendencia de los hombres de negocios a hablar de sus relaciones con Kissinger, Isaacson ha podido confeccionar una lista de sus principales clientes:
  *American Express y su filial, Shearson Lehman Hutton
  *American International Group (AIG), seguros
  *Anheuser-Busch, cerveceros de Budweiser y otras marcas
  *Asea Brown Boveri, firma industrial sueca
  *Atlantic Richfield, empresa petrolera
  *Banca Nazionale del Lavoro (BNL), banco italiano que hizo préstamos         ilegales a Irak
  *Bell Telephone Manufacturing, de Bélgica
  *Chase Manhattan Bank
  *Coca Cola Company
  *Continental Grain, empresa cerealera privada
  *Daewoo, conglomerado comercial y de construcción coreano
  *Ericsson, firma sueca fabricante de equipos de telecomunicación
  *Fiat, companía italiana de automóviles
  *Flúor, empresa internacional de ingeniería y construcción
  *Freeport, McMoRan, companía de petróleo, gas y minerales
  *H.J. Heinz, conglomerado de productos alimenticios
  *Hunt Oil Co.,firma con base en Texas
  *Merck and Co., gigante farmacéutico
  *Midland Bank, banco británico de ventas al por menor
  *Revlon, companía internacional de cosméticos
  *Skandinaviska Enskilda Banken, banco sueco
  *Trust Company of the West, firma de gestión de inversiones
  *Union Carbide, conglomerado químico industrial
  *Volvo, empresa sueca de automóviles
  *S.G.Warburg, banco británico de inversiones
RECUADRO II
MEMORIAS DE UN SEDUCTOR
  Una de las facetas más improbables de la personalidad de Kissinger es su autoproclamado rol de seductor. Antes de casarse con Nancy Maginnes en 1974, frecuentó una larga nómina de actrices que incluía a Samantha Eggar, Shirley MacLaine, Liv Ullman y Candice Bergen."El poder el máximo afrodisíaco", solía repetir y ello tal vez explica lo que las mujeres veían en él. Codeandose con estrellas de Hollywood, Henry solo buscaba más celebridad. "El único secreto en torno a los supuestos amoríos de Kissinger es que en realidad no había ningún secreto", escribe Isaacson."Le gustaba salir con ellas, pero no le gustaba irse a casa con ellas", concluye Walter Isaacson.
RECUADRO III
  El 9 de julio de 1989, cuando Carlos Menem asumió como presidente argentino, Henry Kissinger estuvo a su lado. Alojado en el Alvear Palace Hotel, el ex secretario de Estado participó del traspaso del poder como invitado especial del presidente entrante. Menem no es el único conocido de Kissinger.  En julio de 1989 también se reunió con Alvaro Alsogaray, su hija y la señora Amalia Lacroze de Fortabat. Su comentario más relevante por aquellos días se refería al estado en que el gobierno radical dejaba el país:"Este país está seco", repetía.
  Mucho antes, había dado su voto de apoyo al ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz y la luz verde a los militares para que continuaran con la guerra sucia. Pese a que el Doctor K. insiste en que su primer viaje a la Argentina fue en ocasión del Mundial de fútbol de 1978, documentos desclasificados del Departamento de Estado revelan que solo tres meses después del golpe de Estado de marzo de 1976, durante una reunión internacional en Santiago de Chile, los militares argentinos recibieron el apoyo de Kissinger para continuar la guerra sucia. Según el periodista Martin Andersen, a comienzos de 1977 el embajador estadounidense en Buenos Aires, Robert Hill le comunicó a un alto funcionario de la administración Carter que Kissinger había autorizado el método de los secuestros y la represión clandestina.
  En noviembre de 1992, ante un millar de empresarios que pagaron 500 dólares cada uno para asistir a un seminario en el teatro Colón, Kissinger reconoció los beneficios logrados con la estabilidad pero pidió al gobierno revisar la política de privatizaciones con el fin de hacerla más atractiva para los capitales extranjeros. En esa oportunidad eludió dar respuestas concretas sobre el tema de la corrupción argumentando que "los diarios en los EEUU poco se ocupan de la Argentina, excepto con revoluciones que ustedes hace tiempo que no tienen".
  En abril de 1993 circularon insistentes versiones de que el gobierno de Carlos Menem había contratado a Henry Kissinger para mejorar las relaciones entre Estados Unidos y la Argentina. Para los analistas norteamericanos la contratación de dicha asesoría reflejaría  la renuencia argentina a ajustarse a la magnitud del cambio operado en la escena política estadounidense con la elección de Bill Clinton.
  A fines de enero del año en curso, el canciller Guido Di Tella recibió una curiosa propuesta de la consultora Kissinger Associates: Poco después de que una misión de la ACDA, entidad oficial norteamericana dedicada al control de armamentos, visitara la planta misilística de Falda del Carmen y expresara cierto escepticismo para hacerse cargo de las instalaciones, la consultora de Kissinger manifestó en una carta dirigida al gobierno argentino su interés por la planta que albergó el misil Cóndor. La Cancillería respondió la misiva del Doctor K. solicitando un plazo que le permita recibir primero una respuesta oficial de Washington, antes de encarar el tema como negocio.


Diario Página/12


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