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ESTELA: Documental de S. Di Florio y W. Goonar

Los norteamericanos controlan las pri ncipales ciudades afganas

¿Y ahora qué?

Los antitalibanes asesinan a cientos de personas, mientras otros celebran afeitándose, tirando las burkas o escuchando música. ¿Puede confiar Bush en sus nuevos aliados? Retrato de un país incomprensible.

Por Walter Goobar
Los gritos de alegría de los habitantes de Kabul apagaron en un primer momento el ruido de la guerra, porque con la llegada de la Alianza se han terminaron de golpe cinco años de prohibiciones. Aunque ahora se escucha música en la radio y los jóvenes se han afeitado la barba y las mujeres se atreven a quitarse la burka, los habitantes de Kabul que han vivido bajo el régimen talibán durante los últimos cinco años, no saben si festejar o lamentarse: la Alianza del Norte se adueñó de Kabul con el mismo espíritu de venganza que cuando derrotaron a los soviéticos. Los cadáveres de guerrilleros talibanes aparecieron en las calles como una señal de lo que se avecina. Varios informes de las Naciones Unidas se han encargado de poner las cartas sobre la mesa: “Hay saqueos, secuestros de civiles y actos de violencia por hombres armados”, afirman los funcionarios de la ONU sobre el terreno.
En cuanto la Alianza del Norte entró en la capital afgana, muchos hombres se quitaron la barba, algunos jóvenes se han atrevido a ponerse vaqueros y las mujeres se han despojado de las burkas. La primera emisión de la radio fue –como siempre– una oración del Corán. Después, y sin previo aviso, la Alianza del Norte ha emitido una canción de un cantante muy popular, Farhad Darya, que vive en el exilio en Europa. “Afganistán mi hogar. Vos sos mi amor”, entonaba una cantante. “Afganistán, por vos vivo, por vos muero”, coreaba otra voz.
A la música le siguió una locutora que anunció la victoria sobre los talibanes: “Pueden alegrarse de esta gran victoria, debemos dar gracias a Dios por haber dado a nuestro país la ocasión de unirse”, dijo la presentadora, que pidió a la población que no tenga miedo a disturbios durante la toma de la capital por la oposición. “Sus hijos (de la Alianza) no permitirán que nadie se aproveche de la situación y robe sus bienes. Tengan confianza y estén seguros de que controlamos la situación”, insistió.
Eso justamente es lo que preocupa a muchos afganos para quienes los hombres de la Alianza son lo mismo o peor que los talibanes.
La Alianza del Norte es una confusa amalgama de bandas a la que los propios afganos llaman la “Alianza de los bandidos del Norte”. Cada grupo obedece a un cacique local y responde a las manías, ambiciones y caprichos del jefe. Los dirigentes han tenido la desfachatez de solicitar al presidente Bush que les asigne un sueldo mensual conjunto de 50 millones de dólares y nadie quiere perderse la rapiña.
Transcurridos diez días desde que estadounidenses y británicos comenzaron a demoler las instalaciones, radares, cuevas, campamentos y escondites de los talibanes, los señores de la guerra que integran la Alianza del Norte no se cansaron de hacer declaraciones altisonantes mientras esperaban que Estados Unidos les hiciera el trabajo, abriendo el camino a Kabul a fuerza de bombas de racimo. Todo indica que Estados Unidos decidió ayudar militarmente a la Alianza en las provincias del norte, pero bajo la condición de que la Alianza se concentrara en las afueras de Kabul. Sin embargo, Abdulá Abdulá, flamante canciller de la Alianza, desmiente que Estados Unidos haya sellado algún acuerdo con ellos. Es probable que eso sea cierto, porque EE.UU. no los contaba en el reparto. Además, EE.UU. había empeñado su palabra con Pervez Musharraf, el presidente de Pakistán a quien se le había garantizado que EE.UU. no iba a permitir que la Alianza tomara Kabul.
El incumplimiento de esa promesa demuestra una vez más la liviandad de las lealtades afganas. Todos las partes se usan mutuamente y sacan las ventajas que pueden, en un país donde pueden matarse entre tribus salvajemente, pero rechazan la intervención extranjera.
Según el gobierno estadounidense y sus aliados, el nuevo Ejecutivo debería incluir no sólo a las minorías pertenecientes a la Alianza del Norte (hazara, uzbeka y tayika), sino también al 40 por ciento de la población afgana de etnia pastún, cuya representación es casi inexistente en la Alianza del Norte.
El ex rey Zahir, un personaje digno de una novela de John Le Carré que fue derrocado en 1973, se ha convertido en la opción de Occidente para encabezar un gobierno afgano de unidad. Pero el rey tiene 86 años y desde su dorado exilio en Italia se ha limitado a convocar una reunión urgente de la Loya Jirga, la gran asamblea de los jefes de las tribus afganas. El entorno del ex rey expresó sus inquietudes por la seguridad de los habitantes de la capital y por el futuro del país. “No es solución que un partido y varios grupos y facciones entren en Kabul y no compartan el poder con todas las realidades culturales y geográficas de Afganistán”, dijo el portavoz del ex rey.
La Alianza del Norte ya gobernó Kabul, entre 1992 y 1996, hasta que los talibanes los echaron. Aquella gestión de gobierno consistió en saquear, luchar entre sí, devastar las ciudades. Los líderes antitalibanes como Burhanuddin Rabbani, Gulbuddin Hekmatyar o el general Rashid Dosum son lo mismo que los talibanes. La diferencia es que las potencias los apoyan. Fueron las matanzas que ellos protagonizaron las que le abrieron paso a los talibanes.
Burhanuddin Rabbani, que este miércoles fue proclamado presidente, ya gobernó hasta 1996 y es quien invitó a Osama Bin Laden a volver al país cuando se encontraba exiliado en Sudán. Tras la irrupción de las tropas del mulá Omar en Kabul en 1996, Rabbani –perteneciente a la minoría tayika– pasó a encabezar un gobierno en el exilio de la Alianza del Norte. El legendario general Ahmed Shah Massud, quien de hecho era el segundo al mando en el depuesto gobierno de Rabbani, fue asesinado el 9 de setiembre en un atentado suicida atribuido a los comandos de Bin Laden. El general Mohammad Fahim fue designado en su lugar, aunque la suerte militar de la Alianza se encuentra más en el apoyo occidental que en la valentía y el liderazgo individual.
El tercero en discordia es el general Rashid Dostum. El líder de la minoría uzbeka vive su momento de gloria. La reconquista de Mazar-i-Sharif hace unos días supone una victoria personal para el general que en los años ’90 gobernó la región hasta que los talibanes lo obligaron a replegarse. Sin embargo, el general no se anda con chiquitas: según CNN, los hombres de Dostum que el viernes tomaron la ciudad pueden haber matado unas 600 personas. Funcionarios occidentales que están en contacto diario con habitantes de la ciudad dijeron que la mayoría de las personas muertas eran combatientes paquistaníes. Las imágenes tomadas por la BBC confirman que los soldados de la Alianza del Norte están fusilando a mansalva.
Conocido como “el ladrón de alfombras”, Dostum es uno de los señores de la guerra que más veces ha cambiado de bando durante las dos décadas del conflicto afgano. Este antiguo sindicalista se formó militarmente en la URSS y defendió la presencia soviética en Afganistán. Una condecoración como Héroe de la República de Afganistán no le impidió luego olvidarse de sus antiguos protectores cuando en 1992 cayó el régimen prosoviético de Mohamed Najibullah. Dostum se alió entonces con su enemigo, el ahora fallecido Ahmed Shah Massud, pero la alianza fue breve. En 1994, al no poder alcanzar las cuotas de poder a las que aspiraba, se asoció con el fundamentalista Gulbuddin Hekmatyar, un señor de la guerra pastún que hoy apoya a los talibanes. Unidos por conveniencia, ambos se enfrentaron a Massud en una guerra civil que destruyó la capital y aterrorizó a sus habitantes. Tras fracasar en la toma de Kabul se replegó al norte, donde estableció su miniestado. “Dostumlandia” parecía una isla de paz frente al resto de Afganistán, sumido en la guerra civil. Entre 1995-1997 era uno de los pocos lugares del país donde las mujeres podían estudiar y trabajar, con o sin burka.
Pero sus sueños feudales se vieron interrumpidos en mayo de 1997, cuando los talibanes compraron la lealtad de otro señor de la guerra uzbeko, Abdul Malik, que los ayudó a capturar Mazar-i-Sharif. Dostum se exilió en Turquía, pero Malik no se conformó con un papel de alcahuete y también desalojó a los talibanes. Para octubre del ’97, el general volvió y se alió por segunda vez con Massud, lo que lo convirtió en la segunda fuerza de la Alianza del Norte.
Enseguida la traición, de la que él ha hecho un arte, volvió a jugarle una mala pasada. Sus propios generales abrieron paso en 1998 a los talibanes. Desde entonces, Dostum había jurado volver a Mazar-i-Sharif.


El futuro de Bin Laden
Por W.G.
Puede que un sector de los talibanes, los más pragmáticos o los desengañados por el fracaso del proyecto político, tomen la decisión de abandonar a su suerte a Osama Bin Laden y a su ejército de árabes afganos, es decir, a miles de voluntarios de otros países musulmanes. Lo que parece fuera de toda duda es que Bin Laden no será traicionado por el sector más duro de los estudiantes de teología, ya que su alianza está sellada por la misma concepción religiosa.
Dada su personalidad y lo que representa para un sector significativo del integrismo militante, Bin Laden podría aceptar cualquier alternativa menos la de entregarse para convertirse en un mártir. Puede, por lo tanto, optar por continuar la resistencia hasta el final, ya que Estados Unidos no va a permitir que siga actuando en territorio afgano, o huir del país. En el caso de elegir la primera vía, resulta extremadamente difícil aventurar el tiempo que puede permanecer combatiendo junto a sus seguidores. Aunque estuviera acompañado por mujaidines afganos y cuente con la ventaja de un terreno apropiado para la guerra de guerrillas, tendría que hacer frente a fuerzas con tanta experiencia militar como las suyas y que contarían con el respaldo de la sofisticada tecnología bélica norteamericana.
Una alternativa sería huir del país. Según las últimas informaciones, los traficantes de droga –muchos de ellos simpatizantes del régimen talibán– atraviesan Irán hasta llegar a los montes Zagros, por donde pasan a Turquía, y de allí a Europa. La misma ruta podría seguir Bin Laden para salir de Afganistán. Mucho más sencilla es la salida por la frontera paquistaní. Desde allí, su huida por mar a terceros países no supondría grandes problemas logísticos.
Los países donde podría encontrar refugio serían aquellos donde hay movimientos integristas radicales bien organizados y vinculados al movimiento Al Qaeda como ocurre en el Cáucaso, Turquía, norte de Irak, Somalia, Yemen, Indonesia y sur de Filipinas. Clandestinamente podría permanecer un tiempo en Irán o en Sudán. Incluso podría contar con infraestructura para esconderse en su propio país, Arabia Saudita, y en los emiratos árabes del Golfo Pérsico, que cuentan con un gran porcentaje de mano de obra paquistaní.
Revista Veintitrés
ID nota: 10900
Numero edicion: 175      02/05/2001
 
 
 

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