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La increíble psicología de los hombres-bomba

“Vamos hacia el paraíso”

Cuando sea grande quiero ser un hombre-bomba, como mi tío. Yo también quiero matar a los israelíes”, dice un niño de cuatro años, a quien el abuelo le regala caramelos cada vez que un atentado tiene éxito. Retrato de los guerreros del nuevo milenio.

Por W.G.
tiene una cara angelical pero su corazón está lleno de odio. Con sólo cuatro años de edad, Ahmed Masawbi tiene una sola ambición en la vida; seguir los pasos de su tío Ismail para integrar la lista de los hombres-bomba que libran una sangrienta guerra contra Israel. Apretando un afiche con la foto de su tío contra el pecho, un sonriente Ahmed promete: “Cuando sea grande quiero ser un hombre-bomba, como mi tío. Yo también quiero matar a los israelíes”. Cuando le preguntan si tiene alguna otra meta en la vida que seguir los pasos del tío que se detonó a sí mismo, llevándose a la muerte a tres soldados israelíes, el chico contesta: “Quiero tener una barba larga como el tío Ismail y un arma para matar a los que lo mataron”. El fanatismo del niño asusta y espanta, pero sólo a aquellos que no están inmersos en la ley del ojo por ojo que desde hace siglos guía al Medio Oriente. En cambio, para Bashir –abuelo de Ahmed y padre del muerto Ismail–, las palabras del niño son “un signo de pureza en el corazón de joven guerrero”.
Cada vez que un hombre-bomba ataca a Israel, el abuelo Bashir festeja regalándole golosinas a su nieto Ahmed y a sus amigos que viven en la Franja de Gaza. “Quiero que todos mis hijos y mis hijas se conviertan en mártires como Ismail y también quiero que mi nieto Ahmed siga sus pasos”, confiesa Bashir al londinense diario The Mirror sin perder su sonrisa de abuelo.
Los kamikazes de Hamas y la Jihad Islámica se han convertido en la pesadilla de Israel: desde el pasado 4 de marzo, más de 15 ataques suicidas se han cobrado la vida de más de medio centenar de israelíes. El ancestral odio pasa de generación en generación. Los jóvenes aprenden desde la cuna que la venganza es más sagrada que la vida. Pese a que en los últimos 11 meses han muerto más de 540 palestinos y 150 israelíes, el círculo vicioso de vindicta y represalia está más vigente que nunca. En ese contexto, los candidatos a formar parte de la legión de elegidos para convertirse en mártires del Islam no escasean.
“No son actos de locos. La táctica de los hombres-bomba forma parte de un plan de Hamas para alterar el equilibrio basado en el miedo. Su objetivo es generar ansiedad y erosionar la moral de la sociedad israelí”, afirma Meir Hadina, del Centro Dayan de Estudios Estratégicos. Sin embargo, las explicaciones académicas no bastan para responder cómo puede una persona en su sano juicio plantearse esa alternativa. La respuesta está en el afiche con la foto de su tío Ismail que el pequeño Ahmed muestra con orgullo.
Para los creyentes, el suicida Ismail se convirtió en un “Shahid”, un mártir que tiene garantizado el acceso al Paraíso, en donde disfruta de los favores sexuales de 70 vírgenes. El afiche no sólo glorifica el martirio de Ismail sino también su cosecha de vidas humanas: muestra a un rabino del ejército recolectando los restos de los tres soldados que Ismail mató en el atentado.
Para el común de los mortales, el afiche no es más que un símbolo del odio irracional, pero para el clan Masawbi es una prueba del honor familiar. Están tan orgullosos como cualquier familia que asiste a la ceremonia de graduación de un hijo. En poco tiempo recibirán un certificado oficial del martirio de Ismail y un cheque por 8.000 dólares que el presidente iraquí, Saddam Hussein, otorga a las familias de los hombres-bomba.
El hogar ya se ha convertido en un santuario en homenaje al hijo muerto a los 23 años de edad. La familia muestra con orgullo un video que Ismail grabó poco antes de emprender su primera y última misión. En la pantalla aparece sosteniendo un fusil Kalashnicov en una mano y un Corán en la otra. Sobre su frente lleva una vincha verde que simboliza el martirio. Con la mirada helada y en aparente estado de trance, clava los ojos en la cámara y dice: “Soy un mártir viviente. Estoy deseando encontrarme con el Profeta y sus discípulos en el Paraíso. Les pido que me sigan con más mártires hasta que alcancemos nuestro objetivo”. Después de ver el video, nadie duda que el tercero de los diez hijos de la familia Masawbi fue al encuentro de la muerte por propia decisión.
Como la mayoría de los hombres-bomba, Ismail fue reclutado en una mezquita. Allí se convenció de que el martirio era un supremo acto de fe religiosa. En el video recita salmos exaltando la muerte y cinco meses antes de volar por los aires, comenzó a regalar todas sus pertenencias. Poco después, le advirtió a su madre que iba a morir:
“Mamá, ¿qué pensarías si me convierto en un hombre-bomba?, me dijo un día Ismail. Yo le contesté que no dijera esas cosas”, relata hoy la madre.
Poco después de grabar el video, Ismail manejó un vehículo hasta un asentamiento de colonos israelíes fingiendo que había pinchado una goma. Cuando una patrulla israelí se acercó a identificarlo, apretó el detonador matando a tres soldados. Dos días después, el ejército israelí entregó a la familia los restos de Ismail en una bolsa de lona. Su entierro, como el de todos los muertos durante la Intifada, es un semillero de nuevos mártires. Por lo general, quienes llevan el ataúd en hombros por toda la ciudad sueñan con seguir los pasos del mártir y ya se están preparando para el próximo ataque.
Es un sueño tan primitivo y potente que hasta puede ser compartido por un chiquillo de cuatro años que jura estar dispuesto a morir.
Hassan acaba de obtener un título de una universidad palestina y ahora está decidiendo su futura inserción laboral. La disyuntiva que Hassan afronta ilustra como pocas la explosiva situación en el Medio Oriente: por un lado el joven palestino dice que le gustaría trabajar en derechos humanos, pero aún no ha descartado elegir una segunda alternativa que consiste en calzarse un chaleco cargado con explosivos y detonarse en algún lugar concurrido por los israelíes.
“Soy capaz de sacrificarme por mi religión y por mi patria”, dice Hassan en una entrevista concedida al diario The Christian Science Monitor a condición de que se mantenga su identidad en secreto. Hassan es un chico de modales suaves y tiene un cierto aire de intelectual. Usa jeans, una remera marrón y unos anteojos de sol que disimulan una mirada decidida. Durante las dos horas que dura la entrevista realizada en la ciudad de Ramallah, Hassan reflexiona sobre las consideraciones teológicas y logísticas de los hombres-bomba mientras juega nerviosamente con el anillo que lleva en la mano derecha, como si fuera un detonador.
Los hombres-bomba jamás hablan de suicidio –algo que está expresamente penado por el Corán– sino de “martirio”. Según Hassan, los candidatos son elegidos por su piedad y su sinceridad: “Cualquiera que presente tendencias suicidas o se muestre conflictuado es automáticamente eliminado”, explica el joven palestino que es miembro de la Jihad Islámica, uno de los grupos fundamentalistas que propugnan la eliminación física de Israel. “El único motivo válido es librar la Jihad (Guerra Santa). Los que se preparan para una operación pasan mucho tiempo rezando para separarse mentalmente del mundo tal como lo conocemos. Los candidatos pueden arrepentirse hasta en la fase final de una operación”, insiste el joven que ya ha pasado por las cárceles israelíes: “Está escrito en el Corán que los corazones de los creyentes están en las manos de Dios. Él los puede hacer cambiar de idea y por eso la posibilidad siempre queda abierta”.
Los suicidas casi nunca son miembros del ala militar de la Jihad, conocida como Brigada Jerusalén, sino que forman parte de un cuerpo de voluntarios que solamente consuma la etapa final de un atentado. Operando en pequeñas células para evitar la infiltración de agentes israelíes, los miembros de la Jihad se contactan a través de intermediarios y no mantienen contactos entre sí. A través de un sistema de postas o de un teléfono celular guían a los hombres-bomba hasta sus blancos cuando la operación entra en la recta final.
Hassan no tiene dudas sobre la legitimidad de este tipo de ataques aunque las víctimas sean civiles y aun niños: “Según mi religión, yo les estoy haciendo un favor a los niños judíos, porque si mueren en una operación irán al cielo en vez de morir como soldados a los que les está reservado el Infierno”.
Al hombre-bomba también se le promete el acceso al máximo nivel del Paraíso, que está reservado para santos y profetas, explica Hassan. Los mártires también logran la salvación para 70 parientes.
Esto ha llevado al viceministro israelí de Seguridad Interior, Gideon Ezra, a proponer liquidar a los familiares de los kamikazes palestinos para desalentar futuros ataques suicidas. “El candidato al suicidio –dijo a la televisión israelí– debe saber que sus parientes más cercanos corren el riesgo de pagar por su crimen, y hasta de ser eliminados. Si es necesario habrá que liquidar a los padres, si con esto se puede impedir a los hijos realizar operaciones suicidas.”
Revista Veintitrés
ID nota: 10731
Numero edicion: 166      02/03/2001

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