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La huida de Fujimoli hacia su madle patlia

Me impolta un Pelú

Era un niño mimado por el poder internacional y resulta que terminó prófugo. Como el mexicano Carlos Salinas de Gortari o el brasileño Fernando Collor de Mello. De esa lista sólo se salvó Carlos Menem. Crónica de un fracaso anunciado.

Por W.G.
De las viejas fotos que Carlos Menem guarda en su despacho, sobre sus contactos con líderes internacionales, deberá borrar algunas más. Ya no son un buen recuerdo sus encuentros con el venezolano Carlos Andrés Pérez, quien terminó preso. Ni las bromas con el mexicano Carlos Salinas de Gortari, quien debió fugarse después de su mandato. Ni las charlas sobre deportes con Fernando Collor de Mello, otro caído en desgracia. Parecía que “el Chino”, por lo menos, podía salvarse. Pero tampoco. El ex presidente del Perú, Alberto Fujimori, se sumó a la lista de presidentes latinoamericanos que deslumbraron a los Estados Unidos con privatizaciones, alineamientos incondicionales, derrota de cualquier factor de inestabilidad política, y a los que EE.UU. –y la gente de sus países– les toleró la corrupción... hasta que debieron entregarse porque estaban rodeados. En cada caso, naturalmente, hay diferencias. Pero el más distinto de todos es Menem, porque está libre y disfrutando de Cecilia Bolocco.
Fujimori, en realidad, era el que más méritos había hecho. Derrotó, por ejemplo, a los alucinados de Sendero Luminoso que degollaban a mansalva y parecían a punto de tomar el poder al principio de la década pasada. Cuando exhibió al dirigente guerrillero de Sendero Luminoso Abimael Guzmán en una jaula y con un traje a rayas, Fujimori se convirtió en una especie de justiciero por mano propia. La imagen de un Alberto Fujimori triunfante, con el fusil en la mano, sobre los cadáveres de los guerrilleros de Túpac Amaru que tomaron la embajada de Japón en Perú con más de un centenar de rehenes marcó otro pico de popularidad.
La derrota de Sendero no fue un tema menor. En aquellos años, Perú no era lo que se dice un lugar seguro, sobre todo para sus habitantes, que vivían al ritmo de bombazos, secuestros y un caos permanente, con el que terminó Fujimori. En los primeros años de su mandato, “el Chino” transformó su país en un lugar más sereno. Por eso, el mundo miró para otro lado cuando disolvió el Parlamento y le toleró, uno por uno, sus caprichos. Perú empezó a recibir inversiones y a crecer, levemente, por primera vez en años. Y los peruanos también miraron para otro lado: lo reeligieron. En el medio se divirtieron con todo tipo de chismes y escándalos. Susana Higuchi, mujer de Fujimori, no sólo se divorció del mandamás: salió al balcón de la Casa de Gobierno para contar, desde allí, infidencias de la pareja. Como algún otro mandatario latinoamericano, Fujimori también se encandiló con una periodista y animadora chilena llamada Cecilia Bolocco.
Pero en poco más de dos años aquel Fujimori triunfante dejó a un Fujimori también armado y con chaleco antibalas que, como en un sainete, buscaba a su ex colaborador, Vladimiro Montesinos, el responsable de su impiadoso servicio secreto. Montesinos y el presidente protagonizaron un juego del gato y el ratón en el que muchos dudaban del verdadero interés de Fujimori por capturar a Montesinos... porque el ex asesor sabe demasiado sobre los entresijos del poder fujimorista.
No hace mucho, justo antes de hacerse reelegir por tercera vez, reveló que una adivina le había vaticinado ante una bola de cristal que llegaría a la máxima magistratura. Dos años después de esa predicción, el 28 de julio de 1990, Fujimori derrotó de forma apabullante al escritor Mario Vargas Llosa y se encaramó al poder. Aquella sorpresiva victoria reforzó la idea de que él, a diferencia del resto de los mortales, podía prever el futuro. Cuando aseguró que seguiría en el cargo hasta el 28 de julio del 2001 nadie dudó que había vuelto a consultar a la pitonisa de la bola de cristal.
La magia de Fujimori, el secreto que le permitió mantenerse en el poder durante una década, ganar limpiamente dos elecciones y la tercera con trampas, fue la maestría con la que explotó la misma veta populista que en la Argentina catapultó al poder a Carlos Menem, en Brasil a Fernando Collor de Mello, en Venezuela a Carlos Andrés Pérez y en México a Carlos Salinas de Gortari. Menos Menem, todos terminaron mal: Collor destituido, Pérez preso, Salinas prófugo y ahora Fujimori recluido en un hotel de Tokio.
No han sido los males endémicos de Perú –la crisis económica o la acción de los grupos guerrilleros– los que quebraron la varita mágica del “Chino”, sino la corrupción de un régimen que usó la bandera de la honradez para alcanzar el poder hace una década. El mayor problema de Fujimori ha sido su mano derecha durante los últimos años, Vladimiro Montesinos, que fue sorprendido sobornando a un diputado de la oposición para que apoyara a Fujimori en el Parlamento.
Es probable que si Fujimori hubiera creado empleo, sus perversos trucos, los sobornos a los diputados opositores y los videos sexuales no habrían acabado con él. Si hubiera creado empleo, y si no hubiera cometido la insensatez de ir a consultar el futuro con cualquier bruja pesimista en el Lejano Oriente.
Revista Veintitrés
ID nota: 6194
Numero edicion: 124      02/03/2000

 

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