Puede ganar el que menos votos tiene. Ya no confían ni en su invento, la informática, para contar votos. Hay fraudes, mafias, desconfianza. La mitad no vota. ¿Funciona bien la mayor democracia del mundo?
Por W.G.
El próximo presidente de EE.UU. puede ser el senador republicano Strom Thurmond, de 98 años de edad.” Esta broma que repite el humorista televisivo Jay Leno ha dejado de ser un chiste para convertirse en una posibilidad constitucional. El 20 de enero, Clinton debe entregar la Casa Blanca al 43? presidente, pero si prosigue la batalla entre Gore y Bush se haría cargo provisionalmente el líder de la Cámara de Representantes, el republicano Dennis Hastert, una suerte de Mario Losada a la americana. En caso de negativa o incapacidad de Hastert, el cargo sería para el casi centenario Thurmond, que es el miembro más viejo del Senado. Si nadie habla todavía de crisis constitucional es un hecho que este teleteatro político, mediático y judicial comienza a adquirir ribetes tragicómicos.
“La Constitución norteamericana es un trabajo tan claro como sucinto que en 21 páginas da las instrucciones operativas completas para hacer funcionar una nación de 250 millones de personas. El manual de un Toyota Camry, que sólo transporta cuatro personas, es cuatro veces más largo”, ironiza el ex corresponsal de la revista Rolling Stone en la Casa Blanca, P.J. O’Rourke, en el satírico libro Parlamento de putas. Si algo ha demostrado esta crisis es que EE.UU. no es el Japón de los Toyotas, donde un sistema formado por funcionarios civiles puede mantener al país encarrilado, independientemente de lo que hagan los políticos. Por el contrario, el espectáculo mundial ha puesto al desnudo algunos de los pecados veniales del sistema político americano.
VOTO A MANO. En el país de la informática se ha vuelto al arcaico procedimiento de contar votos a mano porque la opinión pública quiere legalidad. En Florida, un Estado con una rica tradición de fraude, hay dos ex secretarios de Estado, al frente de una legión de abogados, hurgando en el recuento antes de decidir si su desenlace acaba en los tribunales. El gobernador del Estado, hermano del aspirante Bush, se ha retirado del comité que certifica el resultado. Miles de votos que pertenecían a Gore han sido anulados porque sus emisarios votaron mal por un error en el diseño de la boleta. Toda la resaca del deshonor americano está invadiendo a los EE.UU. de costa a costa.
MUERTOS RESUCITADOS. Estas elecciones han resucitado los fantasmas y los temores de una democracia peculiar, asintomática y racial como la estadounidense, que desde el asesinato de Lincoln, los Kennedy y Martin Luther King, puede jactarse de cualquier cosa menos de su limpieza. Precisamente fue Kennedy quien conquistó por un puñado de votos la Presidencia en 1960 con ayuda de la manipulación de electores por parte del entonces alcalde de Chicago, Richard Daley. Y Nixon, mucho más elegante en este punto que Gore y Bush, concedió a Kennedy una victoria basada en 15.000 muertos resucitados por la maquinaria electoral de Daley. Pero Nixon parece un boy scout comparado con el electus interruptus que protagonizan Bush y Gore.
GANA EL PERDEDOR. El destino del país más influyente del mundo depende del resultado del colegio electoral, concebido en 1787 por los constituyentes para proteger al Estado de una mayoría tiránica. El sistema elitista permite que un candidato que obtiene la mayoría popular, Gore en este caso, pierda la presidencia si su rival consigue más votos en el colegio electoral. Estas son las reglas del juego. La alternativa sería sistema proporcional. De todos modos, resulta ridículo que sean, por ejemplo, los italianos los que critiquen por antidemocrático el sistema americano después de que se han propuesto recientemente dos consultas populares para aproximarse a aquel modelo electoral.
LA MITAD VOTA, LA MITAD SE ABSTIENE. Los estadounidenses que acudieron a las urnas representan la mitad de los que podían votar y han dividido tan perfectamente su veredicto que el nuevo inquilino de la Casa Blanca va a pasarse cuatro años preparando comicios que destruyan la impresión de precariedad de los que acaban de celebrarse.
REPUBLICA BANANERA. En el diario cubano Granma, Fidel Castro ha definido a EE.UU. como “república bananera”. Lo de Fidel es una subestimación de las repúblicas bananeras, porque allí se organiza mejor el fraude, todo el mundo sabe que existe y las elecciones tienen un vencedor. Si Cuba fuera un país rico, Fidel debería haber repartido champán a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) para festejar el ridículo norteamericano. Pero como la isla es pobre, el líder cubano se conformó con publicar un editorial en Granma denunciando el descarado fraude electoral que hubo en Miami. “La mafia cubano americana radicada en esa ciudad es experta en hacer votar hasta los muertos”, aseguraba el editorial, añadiendo que el día de la votación “robaron urnas, trasegaron votos, rodearon colegios electorales para presionar a los votantes y cambiaron el orden de los candidatos en las papeletas para inducir a error a los votantes”.
DIOS Y SANTA CLAUS. Para el escéptico autor de Parlamento de putas, los demócratas son el partido que dice que el gobierno lo puede hacer a uno más rico, más inteligente, más alto y hasta eliminar los yuyos del césped. Los republicanos sostienen que el gobierno no funciona y cada vez que han resultado electos se han ocupado de probarlo. O’Rourke se atreve a sacar una única conclusión sobre el sistema político norteamericano: Dios es republicano y Santa Claus es demócrata. El periodista de Rolling Stone argumenta que Dios es un señor de edad madura, o en todo caso de mediana edad, un tipo severo, más patriarcal que paternal, y un firme creyente en las leyes y regulaciones. Tiene poca preocupación aparente por el bienestar material de los desposeídos. Está conectado políticamente, cuenta con poder en la sociedad y tiene en sus manos la hipoteca del mundo. Dios es difícil. Dios es un recio. Es muy difícil ingresar en el country celestial de Dios.
Santa Claus es otra cosa. Es lindo. No es amenazante. Siempre está alegre y le gustan los animales. Tal vez sepa quién ha sido desobediente y quién ha sido bueno, pero nunca hace nada al respecto. Le da a cada uno todo lo que pide sin exigir ninguna contraprestación. Trabaja duro para hacer caridad y tiene fama de ser generoso con los pobres. Santa Claus es mucho mejor que Dios en casi todo pero tiene una única falla: Santa Claus no existe.
Revista Veintitrés
ID nota: 6033
Numero edicion: 123 02/06/2000