El hermano del rey Fahd, Abdullah Ibn Abdelaziz, se dedica a manejar la guardia nacional y a cazar montado en camello. Maneja el precio del petróleo y enfrenta el descontento popular..
Por W.G.
Cuando no inaugura mezquitas en remotos puntos del planeta, al príncipe heredero de la casa real saudita, Abdullah Ibn Abdelaziz, le divierte hacer tambalear el mercado mundial del petróleo o dedicarse a tareas más pacíficas como la cacería con halcón a lomo de camello. El septuagenario príncipe dirige el reino del desierto desde hace más de cinco años, cuando su medio hermano, el rey Fahd Ben Abdul Aziz Al Saud, sufrió un ataque de hemiplejia. En mayo de 1992, cuando el entonces presidente Carlos Menem visitó Arabia Saudita, comenzó a gestarse la idea de la mezquita en Palermo que Fahd no ha podido inaugurar.
En aquella ocasión, el rey no sólo le pidió a Menem consejos sobre un buen entrenador de fútbol para la selección saudita sino que también mencionó el escándalo internacional en torno al Banco de Crédito y Comercio Internacional que estaba a punto de estallar y que –a través del magnate Ghaith Pharaon– comprometía a ambos gobiernos. No se trataba de una mera relación comercial. En aquel momento Arabia Saudita era el BCCI y el BCCI era Arabia Saudita, al punto que el jeque Kamal Adham se desempeñaba simultáneamente como director del BCCI y jefe de la inteligencia saudita, según él mismo admitió ante un jurado norteamericano. En ese contexto surgió la idea sobre la posible donación del terreno para la mezquita que Abdullah inauguró esta semana.
Pese a sus tímidas reformas, el príncipe Abdullah siempre fue considerado un tradicionalista, cercano a las tradiciones beduinas. Es el Jefe de la Guardia Nacional, un ejército tribal destinado a controlar a las fuerzas armadas.
Lo que más lo preocupa es lo que puede pasar en su reino si el petróleo baja de precio. Si bien los 30 dólares por barril que se pagan actualmente le están dando un respiro, el crecimiento económico durante las dos últimas décadas ha promediado un escaso 0,2% anual. El ingreso promedio de los 14 millones de sauditas, que en algún momento estaba al mismo nivel que el de los estadounidenses, hoy no llega ni a la cuarta parte.
Las acusaciones de corrupción que pesan sobre la familia real, más los índices de desocupación, forman un cóctel explosivo en un país donde no hay partidos políticos ni elecciones: “Si no hay cambios, Arabia Saudita puede seguir los pasos de Argelia o de Irán”, advierten expertos en el Medio Oriente. La policía religiosa endureció la aplicación de la ley coránica. Según Amnistía Internacional, en lo que va de año ejecutaron a un centenar de personas y se han aplicado penas de amputación a 34.
Abdullah formó un consejo de príncipes para fortalecer los lazos familiares, en especial con las ramas más pobres de la familia real a cuyos miembros se les asignaron subsidios de 3.000 dólares mensuales. Según fuentes de la oposición, la familia real dilapida el 40 por ciento de los ingresos del reino en sus gastos.
Más escandalosa aún es la participación de la familia real en el cobro de comisiones para obtener contratos con el reino. Hace poco, el heredero pidió a las petroleras que firmen compromisos asegurando que no van a utilizar agentes para sobornar a los funcionarios.
Pero el príncipe también tiene su interna con los hermanos del rey que ocupan las carteras de Defensa e Interior. Es probable que cuando Fahd muera, Abdullah traspase el mando a Salman, otro respetado hermano del monarca y actual gobernador de la capital, Riad. Esto seguramente va a generar asperezas con Sultan, el otro hermano del soberano que también aspira al trono. La rivalidad entre los dos príncipes es tan marcada que los sauditas la comparan con la de dos candidatos presidenciales en cualquier democracia.
Revista Veintitrés
ID nota: 2831
Numero edicion: 116 02/08/2000