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El banquero de Alá

El empresario que, según el Departamento de Estado, financió los atentados en Kenia y Tanzania es un antiguo aliado norteamericano que parece extraído de “Las mil y una noches”.

Por Walter Goobar
El principal sospechoso por los atentados contra las dos embajadas estadounidenses en Africa, el saudita Osama Bin Laden, ha adoptado los conceptos de la globalización y la privatización de la economía y los ha trasladado al mundo de terror: su fortuna de 300 millones de dólares y tres mil discípulos lo han convertido en un cuentapropista del terror. En un refugio secreto excavado en una montaña afgana, Bin Laden tiene una oficina con computadoras, teléfonos satelitales y el fusil Kalashnikov con que combatió a los “ateos comunistas”. Desde allí maneja sus exportaciones de cuero a Italia, sus ventas de semillas y aceite de girasol a Túnez y Marruecos, la construcción de una autopista en Sudán, y financia a los grupos fundamentalistas más sanguinarios para concretar un único objetivo: la Guerra Santa contra su antiguo patrón, Estados Unidos. La figura de este hombre alto, delgado, de mirada fúnebre, nariz aguileña y barba negra, parece arrancada de una vieja versión de Las mil y una noches, pero a los 41 años Osama Bin Laden no se conforma con ser el banquero de Alá, sino que también se reivindica su profeta y estratega.
En lo que va de este año, Bin Laden ha promulgado dos fatwas –decretos teológicos islámicos– llamando a todo varón musulmán a movilizarse en defensa de los lugares sagrados de La Meca y de Al-Kuds (Jerusalén). En los panfletos que publica, así como en las lecciones que imparte en la mezquita de Kabul, el millonario asegura que EE.UU. y “sus lacayos” han puesto en marcha una conspiración para destruir la Ka’aba –piedra sagrada de La Meca– y la mezquita de Omar.
A fines de los ’70 Bin Laden era un pacífico y próspero empresario que disfrutaba de las atenciones de sus cuatro esposas. Tras graduarse en el Departamento de Economía y Gestión de la Universidad de Riad (Arabia Saudita), se hizo cargo de los negocios inmobiliarios de su familia de origen yemenita y comenzó a construir un imperio económico. Un hermano y uno de sus primos manejan los 5.000 millones de dólares de la familia que están invertidos en la industria farmacéutica, la agricultura, la construcción de autopistas y la importación de automóviles.
En 1979, cuando las tropas soviéticas invadieron Afganistán, Osama Bin Laden abandonó su lujosa residencia en Riad, se dejó crecer la barba, reclutó sus primeros adeptos y se enroló en la guerrilla afgana. Su rígida educación religiosa había encontrado un destino: liberar las tierras musulmanas de los infieles. Durante ese período existía un “entendimiento” entre Bin Laden y la CIA, que apoyaba a los rebeldes afganos. Bin Laden manejaba los campos de entrenamiento donde los asesores militares estadounidenses enseñaron a los voluntarios del saudita las técnicas de sabotaje de las cuales ahora son víctimas.
Al finalizar la guerra, Bin Laden consiguió que las brigadas se desmovilizasen sin romper del todo sus vínculos. De este esfuerzo al que dedicó tiempo, dinero y celo religioso, nació lo que hoy se conoce como el Frente Internacional Islámico para la Lucha contra Israel y los Cruzados.
El dinero de Bin Laden está también detrás de otra organización fundada en El Cairo: el Frente Islámico Mundial para la Jihad contra los Judíos y los Cruzados. “Los estadounidenses deben morir. Nosotros no hacemos diferencias entre los que visten uniforme o de civil”, aseguraba recientemente a un periodista estadounidense desde Afganistán. A Bin Laden se le atribuye también la financiación del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York (1993) y contra la base norteamericana en Arabia Saudita, en 1996.
Desde que Arabia Saudita –por presiones norteamericanas– lo privó de la ciudadanía y el pasaporte, Bin Laden viaja poco, aunque el 15 de febrero pasado se entrevistó en Teherán con altos funcionarios de los Guardias Revolucionarios iraníes.
La clave de la identidad y los motivos que inspiraron los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Nairobi y Dar el Salam se encuentran en la nación que Washington considera su principal aliado en el Golfo Pérsico: Arabia Saudita. Con Osama Bin Laden, a EE.UU. le ocurre lo mismo que al doctor Frankenstein: está horrorizado por la criatura que ha creado.
Revista Veintitrés
Numero edicion: 5 01/04/1998

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