En Los desafíos del nuevo milenio, Fernando Savater hace tristes augurios. Según el autor de Etica para Amador, crecerán la globalización y la intolerancia; el terrorismo florecerá simultáneamente a un orden mundial; habrá más pobres y más bienes de consumo; las pandemias vendrán junto a un modelo de salud.
Por W.G.
Como el año 1000, el 2000 llega rodeado de augurios de prosperidad o vaticinios de decadencia. Los tres ceros en el calendario parecen un hito más significativo que el hecho de que 1.300 millones de seres humanos intentan sobrevivir con un ingreso inferior a un dólar diario: el cambio de siglo se convirtió en un espectáculo comercial. Parte del show fueron las profecías, con la crisis informática a la cabeza. Pero hay otras, con mayor historia y mayor proyección, como las que señaló Fernando Savater en su nuevo libro, dedicado al tema. Según el filósofo español, “las sombras siniestras que se alargan desde el presente hacia el inmediato porvenir suelen darse por parejas opuestamente amenazadoras”. Estas son las plagas que anuncia en Los desafíos del nuevo milenio:
1. GLOBALIZADOS E INTOLERANTES. Junto a la globalización, crece el miedo a lo diferente, que convierte la variedad humana en un pretexto de intolerancia étnica y religiosa. La globalización vuelve al mundo más uniforme y pobre: desaparecen las diferencias que constituyen la esencia cultural de la vida; por mucho que se viaje, siempre se encuentran los mismos programas de televisión y los mismos anuncios de gaseosas; nos dirigimos a marcha forzada hacia un hamburguesamiento cósmico. El miedo a lo diferente aumenta los desmanes del racismo, la xenofobia, el nacionalismo y la intolerancia religiosa. Crece la hostilidad al mestizaje y se mitologiza lo originario, lo puro, las raíces; la autodeterminación se convierte en un pretexto para que una parte de la población establezca quién debe vivir y cómo debe hacerlo en un territorio determinado; se decretan identidades culturales y se las acoraza frente a las demás.
2. TERRORISMO Y ORDEN MUNDIAL. Mientras prolifera la destrucción terrorista, se consolida un orden mundial con los Estados Unidos como centro y el pensamiento neoliberal como dogma ideológico. La sofisticación y la versatilidad cada vez mayores de las armas de destrucción masiva favorecen el terrorismo: las sociedades democráticas se encontrarán a merced de fanáticos que practican una violencia no sólo instrumental (destinada a conseguir algo) sino expresiva (cuyo fin es la afirmación trágica de su existencia). En el extremo opuesto, los más privilegiados establecen un control mundial: disponen de la información, la propaganda, los medios electrónicos de vigilancia de las vidas privadas y los elementos de represión colectiva. También de la legitimación para actuar: ayer la rebelión era un pecado contra el poder emanado de Dios, mañana puede convertirse en un crimen contra la humanidad, según lo entienden quienes hablan en su nombre.
3. MÁS POBRES Y MAYOR BIENESTAR. La creciente multitud de los miserables convive con el bienestar, cada vez más extendido, que trae la abundancia consumista. Se hace más y más ancho el abismo entre los que tienen y los que no. A los pobres les resulta más fácil perder lo poco que lograron que conseguir algo más: acceder a la riqueza no es posible sin poseer la información adecuada en el momento adecuado, y para eso hay que estar enchufado en la red comunicacional pertinente. La multitud de los miserables pone su esperanza en acercarse a los lugares donde es posible medrar un poco y recibir cierta protección social, por lo que se desborda hacia los países más pudientes. La abundancia de bienes de consumo hace prever un irrefrenable supermercado planetario, en el que cada cual obtendrá más y más productos mientras se anestesia la capacidad humana de rebelarse contra la acumulación que embrutece.
4. PANDEMIAS Y SALUD MODELO. Al mismo tiempo que crecen las pandemias –desde el sida hasta los desórdenes ligados a un uso vicioso de la libertad individual– se impone cierto tipo de salud pública física o mental. Las drogas o la adicción estupidizante a la pequeña pantalla son parte de las amenazas que reciben los cuerpos: a través de la vía libidinal, química o catódica, los manipuladores psíquicos hacen lo suyo, favorecidos por medios que rebasan todas las fronteras y son difícilmente controlables. Del otro lado, un paternalismo despótico que se considera autorizado para establecer lo que es bueno para todos y cada uno, impone un modelo de salud. La vida se entiende como mero funcionamiento, de acuerdo con patrones de ortodoxia productiva y no como experimento personal. Así se establece de antemano un catálogo universal de vicios que han de ser extirpados por todos los medios –incluidos la eugenesia y la restricción supuestamente bien intencionada de la libertad de cada cual– de modo que sólo lo certificado como sano tenga socialmente derecho a existir. En algunos casos –siendo quizás el más evidente la cruzada contra las drogas– las contraindicaciones del remedio se revelan peores que cualquier supuesta enfermedad.
Revista Veintitrés
ID nota: 2144
Numero edicion: 77 01/00/1999