A diferencia de lo ocurrido en Ramallo, la policía logró la semana pasada rescatar a tres rehenes –uno de ellos herido de gravedad– en La Paternal. Pero mató a los dos asaltantes. Mientras el grueso de la sociedad festeja, los especialistas advierten sobre los riesgos de los operativos tipo SWAT.
Por Walter Goobar
Ponete el chupete y la mamadera, pibe. Naciste de nuevo”, le dijo el juez de Instrucción Héctor Yrimia a Damián Quiroz, el único cautivo que salió caminando después de la balacera que se había producido unos minutos antes en el barrio de La Paternal. Quiroz, demudado, sólo atinó a asentir con la cabeza. El fallido asalto a una concesionaria de autos derivó en una toma de rehenes y ésta en un drama televisado de siete horas que concluyó con un impresionante tiroteo en el que el grupo de elite de la Policía Federal mató a los delincuentes. Los otros dos cautivos resultaron heridos, uno de ellos de gravedad. El desenlace violento del caso reabrió el debate iniciado hace exactamente un año cuando una jueza de San Isidro permitió la fuga de tres delincuentes para preservar la vida de los rehenes. La polémica se reavivó frente a la masacre de Villa Ramallo. Sin embargo, tras el aparentemente exitoso final del drama en La Paternal resurge el riesgo de una creciente espiral de violencia que abre una disyuntiva trágica: ser rehén de los ladrones o de la policía. En ambos casos la vida parece no valer nada.
“Cuando fui a la morgue judicial y vi los cadáveres de los dos delincuentes me pregunté si el desenlace podría haber sido distinto, pero creo que se acerca bastante al ideal”, afirma el fiscal José María Campagnoli, quien junto con el juez Yrimia intervino en el caso de Villa Urquiza y La Paternal. El fiscal, que estuvo tan cerca de los delincuentes como para recibir en sus brazos a una anciana y a una niña de doce años que fueron liberadas por sus captores, no oculta que el caso lo conmovió. Sin embargo, considera que el Estado no puede negociar con los delincuentes: “El Estado tiene que ser inflexible, sólo puede negociar para ganar tiempo”, dice Campagnoli rechazando la idea de que hubiera sido mejor ceder a sus demandas para preservar vidas.
“Es curioso que un juez diga que no va a negociar con la delincuencia cuando se acaba de aprobar la ley del arrepentido que es, justamente, una manera de negociar con la delincuencia”, reflexiona, en cambio, el criminólogo Elías Neuman, docente de la Facultad de Derecho de la UBA. Campagnoli y Neuman coinciden en que el Estado no ha explicitado una política criminal en esta materia, por lo cual los rehenes no sólo están librados a la suerte de sus captores sino también a la actitud personal del juez que interviene en cada caso.
Campagnoli sugiere que el procurador general debería instruir a los fiscales sobre la postura del Estado en este tema. “Esto no puede quedar librado al criterio personal de cada juez, porque además, si se equivoca, ¿quién lo juzga y bajo qué criterios?” Llevado al plano personal, Campagnoli admite que si entraran asaltantes a su casa, él preferiría que la policía fuese la última en enterarse.
“El juez que encarna a la autoridad máxima en el lugar del hecho debe asegurar la vida de los rehenes pero también de los delincuentes, porque de lo contrario entramos en un terreno donde se confunde justicia con venganza”, refuta Neuman. “En La Paternal –agrega–, estaba todo dado para la violencia: toda la mise en scene. No cabía la menor duda de que iba a terminar con muertos, porque no se podía “defraudar” las tremendas expectativas que se habían creado”. Neuman se respalda en sus investigaciones de campo para afirmar que “si no respetamos la vida del delincuente no podemos pretender que ellos respeten la nuestra. Eso es axiológico y, por cierto, siempre quedan las dudas de lo que se pudo haber hecho...”.
En cambio, el juez Héctor Yrimia, que ya intervino en cinco casos con toma de rehenes, califica con un 9,75 el trabajo policial en La Paternal. Yrimia, quien habla de sí mismo en tercera persona –se define como “un juez que no negocia”–, solamente criticó a la policía por haber permitido que los asaltantes se trasladaran desde Villa Urquiza hasta La Paternal, poniendo en peligro la vida de más gente
“Les permitieron salir porque en el primer lugar no podía operar el Grupo de Operaciones Especiales de la Policía Federal”, responde el criminólogo José Lucio Frigerio, docente en la Universidad del Salvador, quien ha tenido al juez Yrimia entre sus alumnos. Frigerio critica a la policía por no haber aislado debidamente la segunda zona, ya que el periodismo y los curiosos pusieron en riesgo la actividad policial.
El fiscal Campagnoli argumenta que el desenlace fatal se precipitó porque durante las siete horas de negociación los delincuentes hacían movimientos inesperados: se bajaron del automóvil donde no se les podía disparar e intentaron robar una moto. Ese instante de vacilación permitió que actuaran los francotiradores. “Teníamos que circunscribir el delito”, dice Campagnoli. Sin embargo, esta teoría –que ahora comienza a primar en el ámbito judicial y policial– se da de punta con la vasta experiencia estadounidense en la materia:
“El tiempo juega a favor de la policía solamente una vez que el delincuente se encuentra contenido”, explica el doctor Harvey Schlossberg, ex oficial de policía y director de los servicios psicológicos del departamento de policía de Nueva York.
“Muchas veces es preferible no hacer nada que hacer algo cuyos resultados sean imprevisibles”, agrega el experto y pone como ejemplo la masacre perpetrada por el FBI en Waco en febrero de 1993, que culminó con la muerte de 80 miembros de la secta de David Koresh, que incluía mujeres y niños.
La brecha entre el equipo negociador y la unidad táctica que consideraba la negociación solamente como una manera de ganar tiempo llevó al desastre.
Según un estudio estadounidense de 29 casos de tomas de rehenes, las negociaciones más prolongadas duraron 40 horas y la más breve una hora, mientras que el promedio oscila en las 12 horas. Schlossberg afirma que “si se le da suficiente tiempo, lo más probable es que el cansancio doblegue al criminal, que los rehenes logren escapar, que el nivel de ansiedad del delincuente baje a un punto tal en que se pueda razonar con él o, más probablemente, habiendo expuesto sus problemas durante el proceso de negociación, se rinda”.
Elías Neuman rechaza el argumento de Campagnoli sobre la necesidad de circunscribir el delito: “El caso de La Paternal es una ejecución extrajudicial o un suicidio por la mano de otro. Los delincuentes estaban rodeados y solamente su instinto suicida pudo hacer que pretendieran escapar. Yo los hubiese dejado ir. Esa es mi postura. La policía dice que iban a matar a los rehenes, pero yo lo dudo. Hubiese pactado por la vida. Trataría de buscar otras soluciones menos necrófilas. Soy partidario de la resolución que se le dio al caso de la toma de rehenes en Misiones, donde se permitió a los reclusos escapar y luego fueron reapresados”.
Para Neuman el desenlace del caso no tendrá un efecto disuasivo sino que por el contrario puede agravar las cosas: “No sé qué credibilidad va a tener la policía frente a los delincuentes en la próxima crisis”. El criminólogo rechaza la idea que hacen falta leyes más duras para combatir este tipo de delito: “Algunos tecnócratas creen que la manipulación de la ley puede mejorar las cosas, pero en verdad las leyes más severas no pueden modificar en un ápice las realidades sociales. En nuestro país existe el gatillo fácil, que es una pena de muerte extrajudicial. Sin embargo el gatillo fácil no ha intimidado ni disuadido a los delincuentes. Por el contrario, ha generado una espiral de violencia. Por eso me asusta la idea de lo que puede pasar en el próximo episodio de toma de rehenes” [
LAS TOMAS DE REHENES, CASO POR CASO
no siempre hay tiros
Por W.G.
En el último año hubo varias tomas de rehenes. Si la pérdida de vidas es un punto de referencia, el operativo de La Paternal no fue el más exitoso. Allí cayeron muertos dos asaltantes y fue herido gravemente un rehén. En otros casos, dejaron escapar a los agresores y los apresaron luego de la liberación de los rehenes. En otros, la negociación permitió salvar las vidas. Y en otros, como en Ramallo, murieron hasta los rehenes.
* 9-3-99. La jueza de San Isidro María Piva de Argüelles dejó escapar a tres adolescentes que tenían como “escudos” a la abogada María Ure y a sus hijos. Los tres ladrones que luego liberaron a los rehenes fueron detenidos un mes más tarde.
* 16-9-99. El asalto al Banco Nación de Villa Ramallo culmina en una masacre cuando miembros de la Bonaerense matan al gerente, Carlos Chávez, al contador Carlos Santillán y a uno de los asaltantes que los habían tomado como rehenes.
* 15-12-99. Un delincuente que quería robar una oficina del Conicet en el barrio de Congreso tomó a seis empleados como rehenes durante cinco horas. En un rapto de desesperación, el rehén Pablo Falco –que nunca había usado un arma– arrebató el revólver del ladrón y le disparó a las piernas.
* 23-2-00. Motín en la cárcel de El Dorado. Los presos pedían mejores condiciones de detención, pero después exigieron y obtuvieron una camioneta para escapar rumbo a la frontera. En el camino abandonaron a los rehenes. Los trece evadidos fueron recapturados.
* 2-3-00. Toma de rehenes durante casi siete horas en los barrios porteños de Villa Urquiza y La Paternal. La crisis terminó en la medianoche del jueves cuando la Policía Federal dio muerte a los dos delincuentes que desataron la crisis. Uno de los rehenes resultó con heridas graves.
* 6-3-00. Tras 46 horas de negociaciones, los casi mil reclusos que se amotinaron en la penitenciaría de la ciudad de Mendoza liberaron a los 20 rehenes. A cambio, el subsecretario de Justicia, Roberto Grillo, prometió que no reprimiría a los amotinados, que revisaría la actuación del juez de Ejecución Penal, Eduardo Mathus, y que se crearía una oficina de derechos humanos dentro del penal, entre otros pedidos. El guitarrista del dúo Los Vidaleros Carlos Gilberto Corvalán, que fue rehén de los presos, dijo que volvería a tocar en la cárcel.
* 7-3-00. Se registraron tres asaltos con rehenes en las localidades de Martínez, Claypole y Tolosa, del Gran Buenos Aires, y tuvieron final feliz para los cautivos. Primer caso: culminó cuando dos delincuentes liberaron a los cautivos y se entregaron a la policía. El mediador policial Pablo Bressi, el mismo de la toma de rehenes en el Banco Nación de Villa Ramallo, convenció a los delincuentes para que se rindieran. Segundo caso: un ladrón que junto con un cómplice acababa de robar en el colegio Santa Rosa, de Claypole, a los padres que pagaban la cuota escolar, buscó evitar su captura al tomar como rehenes a una mujer y a su nieto, en una casa cercana. Finalmente se entregó. Tercer caso: dos ladrones tomaron como rehenes a un hombre y a dos mujeres, una de ellas embarazada. La policía sitió la casa, ubicada en Tolosa, y logró apresar a uno de los asaltantes. El otro huyó.
Revista Veintitrés
ID nota: 1655
Numero edicion: 87 02/09/2000