Los golfistas medían sus golpes en el drive in de Punta Carrasco. Los automovilistas que volvían de su trabajo se impacientaban por el semáforo en rojo. Los pasajeros del vuelo 3142 de LAPA que el martes partían hacia Córdoba apenas se habían acomodado en sus asientos. En un instante, el accidente del Boeing 737 los unió en el horror.
Por Walter Goobar
Bastó un instante del martes 31 de agosto a las 20.45 para que Punta Carrasco se transformara en una sucursal del infierno: autos partidos al medio, postes y árboles arrancados de cuajo, rostros aterrorizados de hombres, mujeres y chicos iluminados por el fuego de la explosión.
Una pareja de sobrevivientes corriendo descalza por una avenida sembrada de chatarra, mientras atónitos conductores, que salvaron sus vidas gracias a un semáforo en rojo, no encontraban palabras para describir el cuadro surrealista que aparecía frente a sus ojos: una mole de placas de acero, que se convulsionaba, se retorcía y arrastraba una reja, una parada de ómnibus, tres vehículos y una motoniveladora.
Finalmente, el fuselaje del avión se partió en dos y se detuvo contra un terraplén. Antes de que se generalizara el incendio, dos azafatas ayudaban a los pasajeros a escapar por una de las puertas traseras. Los golfistas, que minutos antes estaban jugando una tranquila partida en el drive-in, arañaban las montañas de chatarra en busca de sobrevivientes. Los vapores de la nafta de avión se convirtieron en el olor de la muerte.
El vuelo 3142 con destino final Córdoba había comenzado a carretear por la pista de Aeroparque con una demora ocasionada por una aparente falla en la turbina izquierda. Fabián Alejandro Núñez, el pasajero del asiento 16 A, recuerda que tres técnicos de LAPA estuvieron trabajando sobre ese motor. Cuando la falla pareció subsanada, el comandante y el copiloto revisaron sus instrumentos y decidieron emprender el vuelo. “Ese mismo motor fue el que se bloqueó durante el despegue”, afirma Núñez, quien dice haber sentido el ruido de una explosión y el fogonazo en el motor.
Los primeros bomberos, ambulancias y patrulleros que llegaron a la zona de desastre sólo contribuyeron a oficializar el caos y la anarquía. Los bomberos intentaron apagar el fuego con agua en lugar de espuma, con lo cual dispersaban los focos de incendio en lugar de extinguirlos. Prefectura, Policía Aeronáutica y Policía Federal se disputaban la jurisdicción territorial del siniestro sin que nadie asumiera el mando centralizado sobre la extinción del fuego, el rescate de heridos y asegurara las pruebas para investigar las causas del accidente.
El juez Gustavo Literas tardó más de dos horas en llegar al lugar de la tragedia: su primera medida fue expulsar a los periodistas, mientras algunos “curiosos” recolectaban pedazos del avión para conservarlos como un recuerdo macabro.
Revista Veintitrés
ID nota: 2788
Numero edicion: 60 01/04/1999
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