Como ministro del interior de la dictadura, el general Albano Harguindeguy fue uno de los más cínicos burócratas del exterminio, un especialista en el management del horror, que llevó a centenares de personas a la muerte.El caso Gutheim, que en breve también podría llevar a la cárcel al ex ministro de Economía José Alfredo Martrínez de Hoz revela -como pocos - que los negocios particulares de los grupos económicos que sustentaban la dictadura se hicieron a punta de fusil y picana. (ver opinión)
Por Walter Goobar
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Canoso, regordete, con esos anteojos grandes que le dan un aire de hombre corriente, del montón, siempres se definió a si mismo como unadministrador sin injerencia política. Nada más falso: como ministro del interior de la dictadura, el general Albano Harguindeguy fue uno de los más cínicos burócratas del exterminio, un especialista en el management del horror, que llevó a centenares de personas a la muerte.
Aunque sus actos fueron terribles, este martes esgrimió nuevamente esa imperturbable cara de nada cuando la jueza María Servini de Cubría le comunicó que quedaba detenido por los secuestros de Federico Gutheim y su hijo Miguel, propietarios de la empresa Sadeco. El caso Gutheim, que en breve también podría llevar a la cárcel al ex ministro de Economía José Alfredo Martrínez de Hoz revela -como pocos - que los negocios particulares de los grupos económicos que sustentaban la dictadura se hicieron a punta de fusil y picana. (ver opinión)
Albano Harguindeguy fue ministro del Interior durante los primeros cinco años de los siete que duró la dictadura. Anteriormente, había ejercido como jefe de la Policía designado por María Estela Martínez de Perón, y fue uno de los artífices del golpe del `76.
En un documental francés sobre los escuadrones de la muerte, el ministro político de Jorge Rafaél Videla admitió que las Fuerzas Armadas secuestraron, torturaron y asesinaron a los detenidos.
En el documental de Marie Monique Robin
Harguindeguy dice no estar arrepentido de nada:"Hicimos lo que correspondía, en cumplimiento del deber militar. Empezamos bajo un gobierno constitucional y seguimos en un gobierno de facto.
Más allá de su responsabilidad como ministro del Interior que tenía a su cargo la policía, y tramitar los hábeas corpus interpuestos en favor de personas desaparecidas, hay numerosos casos que prueban que tuvo participación personal y directa en la represión.
El ex oficial inspector de la Policía Federal, Rodolfo Peregrino Fernández, que fue ayudante y custodio de Harguindeguy, brindó uno de los testimonios más lúcidos y estremecedores sobre lo que ocurría en el entorno de Harguindeguy.
Peregrino Fernández participó en torturas, asesinatos, crímenes y lanzó a detenidos drogadoss al Río de la Plata, pero como primer arrepentido contó en marzo de 1983 en Ginebra, Suiza todo lo que sabía sobre la represión ilegal de la dictadura.
La "ayudantía" de Harguindeguy , explica Fernández era en realidad un "grupo de tareas", responsable de muchos secuestros y desapariciones, por ejemplo los de Lucía Cullen y el periodista Ernesto Fosatti.
El 22 de junio de 1976 el grupo secuestró a Lucía Cullen en su domicilio de la calle Concepción Arenal. El propio oficial inspector Fernández gestionó el área liberada para el secuestro ante el vecino Comando de Remonta del Ejército. Luego vio cómo se torturó a la secuestrada con picana eléctrica en el centro clandestino Omega, cerca del Camino de Cintura. En el sótano "había una cama sin colchón a la que estaba atada de pies y manos, totalmente desnuda, Lucía Cullen, con los ojos sin vendar".
Por orden del jefe de la ayudantía de Harguindeguy, el principal Carlos Gallone (conocido por una fotografía en la que abraza a una Madre de Plaza de Mayo), también secuestró al periodista Ernesto Luis Fossatti, quien estaba indagando sobre el destino de Cullen. Ni Cullen ni Fossatti reaparecieron.
Peregrino Fernández también denunció que Harguindeguy "manejaba en forma personal todos los hechos referentes a la Iglesia". Su ministerio vigilaba a los sacerdotes tercermundistas, "existiendo un archivo de 300 nombres con informaciones detalladas sobre la actividad de cada uno de ellos". Por eso, la información confidencial sobre la masacre de los curas palotinos, el 3 de julio de 1976, se reunió en el ministerio del Interior. Como prueba, Fernández guardó la agenda telefónica de uno de los sacerdotes asesinados.
El día del asesinato de Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, Harguindeguy tenía un visitante que se convirtió en testigo incómodo. El teléfono sonó en el despacho del ministro del Interior. El general Harguindeguy escuchó a su interlocutor. "Su cara se iluminó con una sonrisa", narró el ex ministro de Defensa José Antonio Deheza, quien lo visitaba para pedirle la libertad de dirigentes peronistas detenidos.
En agosto de 1976, un par de días después del asesinato de Angelelli, la Guarnición Militar Salta remitió al ministro una carpeta que decía "Confidencial".
Contenía los papeles personales que llevaba el obisspo en el auto volcado y que no se agregaron a la causa judicial ni se devolvieron a sus allegados.
Peregrino Fernández fotocopió "parte de esa documentación, integrada por correspondencia original intercambiada con el arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, referida a la persecución que sufrían sectores de la Iglesia Católica por su actividad social, un cuaderno de notas y otros papeles".
HOMBRES DE NEGOCIOS
El expediente de la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas revela que el 5 de noviembre de 1976, Federico Gutheim, dueño de la empresa Sadeco, importadora y exportadora de algodón, fue detenido junto a su hijo Miguel durante cinco meses por un pedido de José Martinez de Hoz a su compañero de caza y amigo Albano Harguindeguy. La dictadura buscaba "ablandarlos" para que negociaran con representantes de empresas chinas a las que José Alfredo Martínez de Hoz quería beneficiar.
Agustín Jaime Pazos, subsecretario de Comercio Exterior de Martínez de Hoz, confirmó en sede judicial que el arresto de los industriales textiles se había gestado en el ministerio de Economía.
El ex comisario Jorge Colotto declaró que los Gutheim habían sido presionados para compartir su cupo con la firma multinacional Dreyfus y se habían negado.
Los Gutheim llevaban dos meses presos cuando llegó a Buenos Aires una delegación de comerciantes chinos para reunirse con ellos. Entre el 10 y el 13 de enero, los detenidos fueron trasladados cuatro veces desde la prisión para negociar con ellos.
Los acompañaron un representante de la Secretaría de Comercio Exterior y un escribano.
El 6 de abril de 1977, padre e hijo fueron liberados.
Federico Gutheim murió en 1995 y su fábrica algodonera, que limpiaba desperdicios de algodón, se transformó en un depósito que se subalquila a otras pymes. Quedó en manos de Miguel, que hoy es representante de textiles brasileñas en la Argentina.
Además del secuestro de los GutheimHarguindeguy está implicado en otras dos causas: El Plan Cóndor, y la ejecución del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Italia también lo reclama por los secuestros y asesinatos de 25 ciudadanos de ese país.
A lo largo de toda su vida, Harguindeguy mostró un cinismo a prueba de bala: antes de quedar detenido
revocó el poder de su antiguo defensor Jaime Smart porque está acusado por el secuestro de Jacobo Timerman. Como ministro de Gobierno bonaerense de la dictadura, Smart, proponía investigar a los "políticos, sacerdotes, periodistas y profesores". Su última defensa conocida fue la del ex policía Samuel Miara, condenado por la apropiación de dos mellizos hijos de desaparecidos.
Harguindeguy pidió que le designaran un abogado de oficio. Sin esposas, fue trasladado a su casa.
OPINION
Caza mayor
Por Walter Goobar
"Nos da placer herir a la presa para luego matarla a cuchillo, degollarla hasta sentir la lenta agonía de su muerte", confiaban el general Albano Harguindeguy y José Martínez de Hoz en los peores años de plomo. Hablaban de su afición compartida por los safaris de caza mayor en la exótica Sudáfrica.
Pero ambos compartieron otro tipo de cacería: la de los negocios ajenos. Fue una cacería sin selva. Sus presas fueron los Gutheim y muchos otros empresarios.
Hoy Harguindeguy está preso en un suntuoso chalet en la calle Eva Perón 1331, del barrio de Los Polvorines, donde añora los libros y recuerdos que debió dejar en el sexto piso de su departamento de Santa Fe 2385 de donde lo corrieron los escraches. A comienzos de mes, también debió batirse en retirada del balneario Los Pájaros de Pinamar porque lo denunció un bañero.
Harguindeguy siempre creyó estar más allá del bien y del mal.
Su ambición de poder quedó reflejada en declaraciones periodísticas formuladas durante los años de plomo: "Nadie se cansa del poder y yo menos que nadie. Es posible que me tenga que ir de este sillón algún día, pero que a nadie, ni loco, se le ocurra que me voy a retirar a plantar rabanitos. Voy a volver en cuanto pueda".
No se dedicó a plantar rabanitos pero si a comprar grandes extensiones de tierras en Gualeguay, Entre Ríos donde se convirtió en vecino de Alfredo Yabrán y Hugo Anzorreguy y Pedro Pou, entre otros.
En octubre de 1997, Luciano Benetton adquirió 2.800 hectáreas en la riquísima Balcarce: pertenecía a la sociedad Cerro del Agua del matrimonio formado por Pedro Laulé y Cecilia Harguindeguy, hija de Albano. Benetton desembolsó por ese establecimiento 6,3 millones de dólares.
Harguindeguy declara dedicarse a la cría de bovinos desde 1993. Su prosperidad es casi más llamativa que la de su compañero de correrías e ideólogo de la dictadura, José Martínez de Hoz quien pronto correrá la misma suerte. Quedará detenido por l causa Gutheim en el cuarto piso "G" del edificio Cavanagh, frente a la plaza San Martín. Para ambos, el safari de caza habrá terminado. Argentina será menos jungla.
Revista 7 Días
22-FEB-2008