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Se vienen los chinos


Qué hay detrás de la crisis entre Washington y Beijing. En pocos meses, Bush logró reavivar la paranoia norteamericana: treinta años después del inteligente acuerdo de Nixon y Mao, en Estados Unidos se vuelve a hablar del peligro amarillo.

Por Walter Goobar
Pese a que en la jerga militar las dos letras E al principio y al final del nombre son reveladoras de su uso en guerra electrónica, los tripulantes del avión espía EP-3E obligado a aterrizar el China lo han rebautizado “el tubo”, por el estrecho fuselaje en el que viven. Erizado de antenas, hinchado de radiotransmisores, atestado de computadoras y con una larga y baja joroba en la parte superior del fuselaje, el EP-3E lleva un apellido entre temible y misterioso: ARIES II. Lo de Aries no tiene nada que ver con los signos del zodíaco. Se trata de un acrónimo de Airborne Reconnaissance Integrated Electronic System, cuya traducción revela un formidable menú tecnológico capaz de interceptar comunicaciones, controlar sistemas de grabación, detección por radar o por rayos infrarrojos y tomar fotografías que en tiempo real llegan al Pentágono.
Un chiste publicado en el Diario de China muestra al avión EP-3E estadounidense en el aeropuerto chino de Lingshui y al copiloto diciendo: “Debe haber sido otro error en los mapas”. El chiste recuerda la excusa del error en los mapas que la OTAN dio a China cuando bombardeó su embajada en Belgrado durante la guerra de Kosovo, hace casi dos años. Lo cierto es que nunca en los últimos treinta años, ni siquiera a raíz de la masacre de los estudiantes en la Plaza de Tiananmen en 1989, las relaciones entre los dos países habían sido tan malas. La inexperiencia y la torpeza con que Bush ha manejado este asunto, sumadas al antiamericanismo visceral de los mandos del ejército y la gerontocracia que gobierna China, arman una combinación explosiva que puede enterrar el espíritu de la diplomacia que Richard Nixon y Mao inauguraron en los ’70.
En primera línea de la confrontación se sitúa la decisión de Bush de vender varios aviones de combate a Taiwán y su proyecto de escudo estratégico antimisiles. A China le molesta que los barcos estén equipados con un sistema sofisticado de radares que permite detectar y derribar los misiles enemigos. Oficialmente, EE.UU. apoya la reunificación china, pero al mismo tiempo mantiene vínculos con Taiwán en el terreno militar y declara que sólo vende “lo adecuado y necesario para cubrir sus necesidades defensivas”.
Al margen de las razones que esgrime cada gobierno, el caso del avión espía ha puesto al descubierto la sólida alianza militar de EE.UU. con Japón, Corea del Sur y Taiwán, y sus planes para contener a China, la única gran potencia económica y militar que puede rivalizar con EE.UU. en el siglo XXI. Bush podría tener formalmente razón cuando dice que el derecho internacional protege los secretos del EP-3E, pero elude reconocer lo obvio: que EE.UU. estaba espiando instalaciones militares y civiles chinas. ¿Hubiera tolerado el presidente de EE.UU. un avión similar chino haciendo lo mismo a 80 kilómetros de Los Angeles o Nueva York?
En Washington se cree que Beijing piensa explotar el incidente del EP-3E para conseguir que EE.UU. reduzca el número de vuelos de espionaje y los aleje de sus costas. También para presionar al gobierno de Bush para que no autorice la venta de armas modernas a Taiwán. Pero la Casa Blanca afirmó que no tiene pensado pedir disculpas a China, ya que el accidente se produjo en el espacio aéreo internacional y fue provocado por la “creciente agresividad” de los cazas chinos.
China, por su parte, es el único país del mundo que tiene misiles apuntando directamente a ciudades de EE.UU. El Ejército Popular Chino instala cada año 50 nuevos misiles balísticos en dirección a la isla de Taiwán y cada cierto tiempo reorienta otros de largo alcance hacia la India, su gran competidor por la hegemonía política en Asia. Pero la estrategia militar china descansa sobre una tecnología que el nuevo presidente norteamericano, George Bush, promete hacer inservible con el desarrollo de un escudo antimisiles.
La respuesta de los líderes de Beijing ante esa posibilidad es lo que el Pentágono califica como una “agresiva” política de compra de armamento en todos los frentes. China ha iniciado su particular carrera armamentista teniendo como base un hipotético escenario: una guerra con Taiwán con la posible intervención de EE.UU. en defensa de la que Beijing considera su provincia renegada.
Beijing aumentó el pasado año un 12 por ciento su presupuesto en defensa, y parte de ese dinero ha sido utilizado para comprar a Rusia submarinos de ataque, destructores y, por supuesto, más misiles. El último informe del Pentágono sobre China asegura que los generales orientales han estudiado cuidadosamente las consecuencias de la Guerra del Golfo en 1991 y los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia para buscar formas para contrarrestar la superioridad tecnológica de Estados Unidos.
Una de las líneas que está siguiendo el Ejército Popular es el avance en la “guerra electrónica, los ataques a sistemas informáticos y sistemas de comunicación americanos”, concluye el Pentágono. El Ejército Rojo está realizando cotidianamente ejercicios militares que simulan ataques a las tropas norteamericanas en Corea del Sur y Japón, así como invasiones de la isla de Taiwán. A pesar de ello, las posibilidades de que Beijing ordene un ataque sobre Taiwán en cinco años son mínimas.
El objetivo fundamental de China es tener cuanto antes la suficiente fuerza militar para obligar a Taiwán a negociar la reunificación y disuadir a Washington para que no intervenga. Pero aun logrando superar lo que el Pentágono califica de “carencias”, los militares chinos seguirían teniendo que hacerse la misma pregunta: ¿hasta dónde está dispuesto Estados Unidos a cumplir sus compromisos de defender Taiwán? El gobierno chino cree que la respuesta está en el número de misiles que pueda emplazar en dirección a San Francisco.
Mientras en Internet los chats en chino se han llenado de mensajes colocados por estudiantes radicales que piden “venganza” y compensaciones por la posible muerte del piloto del caza F-8 que se estrelló tras chocar con el aparato estadounidense, el gobierno chino se encuentra atrapado en su propio juego: no puede aparecer blando ante los ojos del pueblo ni llevar las cosas demasiado lejos con un país como Estados Unidos, del que depende económicamente y el que en breve debe decidir qué armas vende a su verdadero enemigo, Taiwán.
Revista Veintitrés
ID nota: 10115
Numero edicion: 143      02/05/2001

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