El anteúltimo episodio de esta serie por entregas ha sido el fracaso de las tensas negociaciones del jefe de Gabinete con las cuatro entidades agropecuarias.
Por Walter Goobar
De una u otra manera, el conflicto con el campo ha ocupado el centro de la escena política durante los dos últimos meses, desde que el 10 de marzo, apenas tres meses después de la asunción de Cristina Fernández de Kirchner, el Gobierno anunció los nuevos tributos a las exportaciones de soja y girasol.
En su origen, el tema ofreció el flanco que la derecha económica y política venía buscando para colocar palos en la rueda, ya que la oposición partidaria en el Congreso y en la calle no demostraban ninguna eficacia. Cuando la derecha y el antiperonismo olfatearon sangre, se dejaron de lado las cuestiones reivindicativas para salir a buscar una derrota pública del Gobierno, el que, a su vez, anhelaba lo mismo para sus contrarios. La derecha le ganó la calle con una sostenida influencia en el mensaje mediático hegemónico que se hizo cargo del malhumor social que terminó condensándose en el disloque de los precios en las góndolas de los supermercados. Una vez más, subestimaron la capacidad y los recursos del establishment para defender intereses y privilegios.
El anteúltimo episodio de esta serie por entregas ha sido el fracaso de las tensas negociaciones del jefe de Gabinete con las cuatro entidades agropecuarias.
El martes 6 por la tarde, todo parecía encarrilarse, pero era pura ilusión porque la dirigencia que está en el puente de mando del movimiento campesino -es decir, la Sociedad Rural y sus aliados-, nunca pudo negociar la demanda de retrotraer la situación a antes de la aplicación de las retenciones móviles.
Lo cierto es que en esta pulseada, uno de los principales errores que se le puede achacar al gobierno de Cristina Fernández consistió en pensar a las entidades agrarias como entidades monolíticas. En verdad, no hay nadie que pueda representar la inorganicidad chacarera.
Los chacareros actuales usan escarapela pero sólo leen cifras de rentabilidad en los surcos de los campos.
El campo volvió a la protesta y todo comienza de nuevo. Un juego perverso en el cual la clave consiste en que el otro jugador se desgaste primero ante la opinión pública, aunque ambos saben que ningu no va a salir indemne de la acción directa. Todos quieren aparecer como víctimas, algo que aprendieron de su primer choque.
Los dirigentes del campo acordaron una modalidad de plan de lucha limitada a ocho días, en los que proponen no interrumpir el tránsito de camiones que abastezcan de alimentos a las ciudades, con una movilización de manifestantes a las rutas cuyo principal objetivo es "difundir y esclarecer" los motivos del paro, y no exportar granos.
De todos modos, muchas organizaciones de base comenzaron a rechazar inmediatamente la metodología propuesta por la dirigencia agraria por considerarla tibia, manifestándose a favor de los cortes de ruta. Y, pese al anunciado objetivo de no provocar desabastecimiento, impedir que los camiones transporten granos para ser exportados implica de hecho un corte, con las consecuencias ya conocidas.
Ahora, el conflicto entre el Gobierno y los agraristas se mide en términos de pulseada: a ver quién puede más que el otro. Los ruralistas lograron meter una cuña, inclusive, en las propias filas del oficialismo, poniendo a los gobernadores frente a sus agricultores, o sea su base electoral. La última consigna del lockout desabastecedor incita a sus seguidores a ir por intendentes y diputados provinciales y nacionales, lo que demuestra que esta riña sigue hablando de retenciones impositivas, pero quiere poner en juego el control del poder.
Si se prolonga la medida de fuerza del movimiento agrario, es posible que aparezcan en escena las verdaderas estrellas de esta novela por entregas. Porque, hasta ahora apenas aparecieron los actores de reparto.
Los jugadores decisivos en la cadena de comercialización son las agroexportadoras que hasta ahorra han permanecido entre bambalinas desde antes que se iniciara el conflicto..
Tienen poderosas razones para perseguir elanonimato. Hablar de ellas es hablar del modelo sojero desde su raíz.
A los grupos económicos concentrados, la opinión popular les importa un bledo ni tienen la obligación de conservar votos, porque sus posiciones dependen de las ganancias que consigan para sus accionistas.
Los intereses establecidos son tan cerrados que no respetan ningún método ni autoridad de la institución democrática, aunque sean la expresión de las urnas. No se detienen en esos detalles simplemente porque se consideran el Estado mismo.
Diario BAE
13-MAY-2008