Las más trágicas víctimas de la guerra de Irak no son los combatientes de uno y otro bando, sino los miles de niños que en los hospitales de la vecina Jordania juegan frente al espejo tratando de asimilar sus deformidades y mutilaciones.
Por Walter Goobar
wgoobar@miradasalsur.com
En toda guerra, la primera víctima es la verdad. Tras cinco terribles años de una guerra iniciada por la gran mentira de las armas químicas, las principales víctimas de la guerra de Irak no son los combatientes de uno y otro bando sino los miles de niños que en los hospitales de la vecina Jordania juegan frente al espejo tratando de asimilar sus deformidades y mutilaciones.
En los hospitales se suceden escenas desgarradoras. Niños y adultos sin rostro. Sin piernas. Con la vida arruinada. Abdala tiene ocho años. Un suicida se voló en el funeral de su abuelo matando a ocho de sus familiares. A él le quedó la cara desfigurada: sin boca, ni nariz, ni un ojo. Al pequeño Ahmed, de ocho años, un atentado le voló la mandíbula. A Hanna, de 13 años, la explosión no sólo le quemó todo el cuerpo y le dejó el rostro desfigurado, también mató a sus padres y a seis hermanos.
A la edad en que deberían ser simples niños ocupados en jugar o estudiar, los rostros y los cuerpos de Abdala, Ahmed, Hanna y Soruch son un alegato irrefutable contra el horror que ha devastado Irak.
Hasta los juegos y los entretenimientos de estos chiquillos son estremecedores: uno pinta con los muñones, otro se estira con los dedos la piel de su cara quemada para simular una sonrisa. Los médicos y enfermeras organizan concursos para ver quien logra la sonrisa más perfecta. Practican frente al espejo. Se trata de que se vean reflejados y de que se acostumbren a aceptar su apariencia. Así se olvidan de que tienen el rostro deformado", explican los médicos.
Cada una de las historias de esos chicos es una radiografía perfecta de las atrocidades de la guerra. De esta guerra, de cualquier guerra.
"Ali Hassan viajaba con su madre y su tía. Iban a visitar a su abuelo, que reside en una aldea al suroeste de Kirkuk, en el norte de Irak. Una bomba escondida en el camino partió en dos el vehículo. "El niño tenía las dos piernas amputadas y se despertó sobre el cadáver de su madre. Los habían dejado en el suelo. A él también lo dieron por muerto. Eso ocurrió cuando tenía dos años y medio pero se acuerda perfectamente. Ahora tiene cinco años", indica la psiquiatra francesa Maryvonne Bargues al diario El Mundo.
Todas las historias coinciden. Ninguna de las víctimas entiende la razón de su desgracia. Alí viajaba a ver a su abuelo. Oujud y sus padres venían desde Naseriya, en el sur de Irak.
Oujud tiene la cabeza cubierta con vendas. Los médicos le están recubriendo el rostro con piel que le han extirpado del estómago. También le han colocado injertos en la cabeza para intentar que recupere el cabello. Lleva más de 30 operaciones.
A cinco años del inicio de la guerra de Irak y en un mpmento en el que las tropas de ocupación de EEUU se empeñan por publicitar la ligera mejoría que ha registrado el país en los últimos meses, Abdala, Ahmed, Hanna o Ali resumen el brutal legado que ha dejado esta contienda, donde los muertos civiles se calculan en 655 mil y el número de heridos y lisiados ni siquiera se conoce.
Desde hace dos años 460 mutilados, muchos de ellos niños, han recurrido al programa de asistencia que Médicos sin Frontera (MSF) mantiene en Jordania destinado a "reconstruir"" literalmente la vida de estos iraquíes, arrasada por la violencia.
Con el país sumido en la anarquía desde el 2003, los servicios sanitarios de Irak han sufrido un absoluto colapso y son incapaces de tratar casos como estos. Según la Asociación Médica Iraquí, de los 34.000 médicos registrados en 1990 al menos 20.000 han huido del país después de que 2.200 facultativos y enfermeras fueran asesinados, y cientos secuestrados.
La página web del equipo de MSF asegura que la mayoría de los pacientes que llegan a Amán sufren infecciones producto de la deficiente asistencia que recibieron en Irak. Eso fue lo que le ocurrió a Abdala Daoud, de ocho años. Un suicida se voló en medio del funeral de su abuelo el 16 de octubre del 2006. Murieron ocho de sus familiares. Su tío Qais Salman Daoud muestra unas fotos de cómo le quedó la cara. En realidad no le quedó nada. Ni boca. Ni nariz. Ni ojo. Sólo un agujero repulsivo de carne lacerada.
Recomponer las carencias físicas de los iraquíes -incluso cuando las mutilaciones son tan atroces- resulta incluso más fácil que aliviar el impacto que les dejará esta guerra.
Hanna Hadi, de 13 años, por ejemplo no sólo tiene que aceptar el rostro que le dejó el atentado sino la desaparición de toda su familia. Sus padres y seis hermanos murieron en la misma explosión que acabó con la vida de decenas de personas en Nayaf, el 29 de agosto del 2003. Una acción atroz que mató al líder chií Mohamed Baqar al Hakim junto a la mezquita sagrada del Imam Ali.
La niña lleva peluca para ocultar la calvicie. La deflagración le quemó todo el cuerpo. Después de más de una docena de operaciones ha conseguido recuperar el movimiento de las manos. Pero éstas son, como sus brazos y su cara, una amalgama de carne y piel contraída, destrozada.
Diario Miradas al Sur
20-JUL-2008