Para políticos de la estirpe de Conos la traición es el acto fundacional de su política. Si bien no lo admiten públicamente, ya que el pecado confeso jamás se perdona, estos adalides del pragmatismo no hacen más que aceptar su humanidad, confirmada además por el uso del melodrama familiar.
Por Walter Goobar
En estos días el vicepresidente Julio César Cleto Cobos ha leído y releído a Maquiavelo tantas veces que aún no comprende donde se equivocó. Si se equivocó. Repasa mentalmente aquellos pasajes que ensalzan la traición como parte inherente del acto de gobierno: "En el baile del poder el traidor encabeza la danza. La calidad de su paso revela su espíritu. Traicionar es la exquisita cortesía del príncipe", recita al azar.
Carente de carisma y con un pasado dudoso como gobernador que sólo pudo superar gracias a la malograda transversalidad, este aprendiz de príncipe en la era del pragmatismo capeó toda la campaña electoral junto a Cristina Fernández de Kirchner rodeándose de un acartonado aura de lealtad y obsecuencia que por momentos se hizo creíble: "no, decididamente no, traicionar no puede ser necesario".
Su discurso campechano exudaba una cierta dósis de moral o mejor dicho moralina provinciana. Cuando lo entrevisté para la revista 7 Días, poco antes de las elecciones me llamó la atención que el kirchnerismo hubiese elegido como compañero de fórmula a este converso que en la elección de 2003 había votado a Ricardo López Murphy y que en octubre de 2007 me explicaba que el aborto y la unión civil de los homosexuales "eran temas que dividían a la sociedad".
Cuando le pedí que enumerara sus tres principales defectos, el candidato que nunca se había psicoanalizado admitió ser "obsesivo...aunque no sé si es un defecto o una virtud", dijo. Julio César no logró enunciar sus otros dos defectos.
Y tal como se había propuesto al leer las recetas del florentino, Cobos obtuvo los votos confiados de todos aquellos que adherían al proyecto de Cristina Fernández de Kirchner.
Sin embargo, para políticos de la estirpe de Conos la traición es el acto fundacional de su política. Si bien no lo admiten públicamente, ya que el pecado confeso jamás se perdona, estos adalides del pragmatismo no hacen más que aceptar su humanidad, confirmada además por el uso del melodrama familiar.
"No puedo votar a favor. Mi hija ya me dijo que si lo hago no va a poder caminar por las calles de Mendoza", argumentó Cobos la noche en que desempató en el Senado. Al otro lado de la línea telefónica estaba el jefe de Gabinete Alberto Fernández.
No era la primera vez que Cobos se refugiaba en su familia para justificar su conducta. Lo hizo también durante la entrevista publicada en 7 Días cuando todavía era candidato y en la que tuvo algunos lapsus increíbles:
"La mitad de mis mujeres son ministros", dijo imperturbable cuando intentaba decir que la mitad de sus ministros eran mujeres.
-¿Y cuál es su postura respecto a la Unión Civil de homosexuales?
-(Se crispa) Prefiero no opinar de eso. Que cada uno haga su vida, pero soy una persona de principios religiosos y allí se mezcla lo político con las convicciones religiosas.
-¿Por razones religiosas prefiere no opinar sobre la unión civil?
-Son temas que dividen a la sociedad.
-Son temas que ningún candidato puede eludir.
-No le rehuyo, pero yo tengo una concepción particular de la familia.
Parafraseando a Maquiavelo se podría decir que aconsejar al jóven príncipe que no traicionara hubiera sido lo mismo que invitarlo a llevar una vida monástica.
"El príncipe "no debe temer exponerse a algunas censuras por los vicios útiles para el mantenimiento de sus Estados", sentencia Maquiavelo. Para él la traición es una necesidad. No traicionar es morir.
En "El elogio de la traición", Denis Jeambar, jefe de redacción del semanario francés Point y el profesor de filosofía Yves Roucaute hacen una apología de la democracia como el sistema de traición más eficaz que haya inventado la humanidad.
La traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos republicanos. El método democrático, adoptado por las repúblicas exige la adaptación constante de la política a la voluntad del pueblo, a las fuerzas subterráneas o expresas de la sociedad...
Es difícil, desde la moral convencional, aceptar estos planteos. Sin embargo, más difícil es entender cómo puede ser que los políticos se acusen unos a otros de traidores cuando traicionan, por lo menos desde la definición tradicional de ese verbo, todo el tiempo.
Los apologistas de la deslealtad se remontan alegremente a los antecedentes históricos de la traición: Argumentan que la antropología lo demuestra, que la tragedia griega lo escenifica, y que las religiones monoteístas lo transmiten: para ellos, el hombre se vio obligado a traicionar para salir de los sistemas arcaicos primitivos. Prometeo pudo seguir fiel a Zeus, Adán y Eva pudieron haber rechazado la manzana, pero sin Judas la aventura cristiana habría quedado reducida a la de una secta...
La de Cleto no es la primera ni seguramente la última traición de la política argentina, pero esa actitud no está exenta de consecuencias.
La traición es una aritmética en la que tiene cabida el azar, el giro inesperado de la historia al cual es necesario adaptarse, e incluso capitular. No basta con traicionar: es necesario dominar las consecuencias, siempre graves y en alguna medida imprevisibles del acto de traicionar.
Los autores franceses citan, como no podía ser de otro modo, a Maquiavelo. "Todos comprenden que es muy loable que un príncipe cumpla su palabra y viva con integridad, sin trampas ni engaños. No obstante, la experiencia de nuestra época demuestra que los príncipes que han hecho grandes cosas no se han esforzado en cumplir su palabra...".
Los grandes políticos, maestros en el arte de la negación, saben de que se trata y no le prestan mayor atención. En la traición el único que se queja es el traicionado.
Diario BAE
23-JUL-2008