Tarde o temprano alguien debería confirmar o desmentir que Sebastián Forza era un "testigo protegido" de la policía. Si esto es así, ¿por qué se tardó tanto en empezar a actuar cuando se supo sobre su desaparición?
Por Walter Goobar
Una sencilla cronología de echos aparentemente inconexos aporta claves para desentrañar la aún inconclusa catarata de muertes vinculadas al tráfico internacional de efedrina que este domingo tuvo su último capítulo cuando Ariel Vilán se arrojó del noveno piso de un departamento en Boedo.
-El primer episodio para comprender la trama oculta en esta historia, tuvo lugar en marzo pasado cuando las autoridades mexicanas incautaron un cargamento de casi 52.7 kilos de efedrina en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La efedrina, que se usa para medicamentos antigripales pero también es esencial para fabricar drogas sintéticas, llegó en cuatro valijas en un vuelo proveniente de Buenos Aires.
-Poco después, el 20 de abril, fue secuestrado en Ezeiza otro cargamento de 77 kilos de efedrina. Su destino también era México y su valor 770.000 dólares. En Argentina, la efedrina cuesta entre dos y tres mil pesos el kilo, mientras que en México su precio ronda los 10.000 dólares porque la importación ha sido prohibida. Entre marzo y abril se decomisaron un total de 171 kilogramos de efedrina en la ruta aérea Buenos Aires-Ciudad de México, lo que no pasó inadvertido para los narcos que manejan su negocio con el mismo celo que cualquier otro empresario.
-A mediados de junio, Lepolodo Bina, Damián Ferrón y Sebastián Forza se reunieron en estricto secreto con un supuesto narco mexicano al que le decían "Rodri" en la confitería Tucson del shopping Unicenter: allí se ultimaron los detalles de un envío de efedrina que nunca llegaría a destino. En esa reunión hubo un ausente con aviso: José Luis Salerno, un ex policía bonaerense vinculado a la industria de los medicamentos a través de una firma denominada Fharmaz Group.
Evidentemente, el policía tuvo suficiente olfato para no asistir a esa reunión y mandar como su representante a su empleado, Damián Ferrón que luego sería asesinado junto a Sebastián Forza, en un zanjón de la ruta 6, cerca de General Rodríguez.
-El cargamento prometido a los mexicanos nunca llegó porque el 18 de junio el juzgado de Zarate –Campana y la bonaerense descubrieron una fábrica de éxtasis en una la lujosa quinta de 250 metros cuadrados en Ingeniero Maschwitz, comprada por el único argentino que integraba la banda junto a nueve mexicanos.
-Después de este procedimiento ocurre otro hecho llamativo: los investigadores instalan en varios medios nacionales la existencia de un supuesto "Cartel mexicano de Leon", que no existe en México. Las razones para esta maniobra de desinformación ahora están claras: se trataba de proteger a el o los entregadores de esa fábrica de anfetaminas que era la más avanzada de la Argentina y que pertenecía al Cartel mexicano de Sinaloa.
-Un día después del allanamiento en el laboratorio de Ingeniero Maschwitz, fue detenido en ciudad de México el argentino, José Ignacio Galindo Salinas, que llegó en un vuelo procedente de Buenos Aires con otros cincuenta kilos de efedrina.
No es preciso ser el escurridizo Chapo Guzmán, jefe indiscutido del cartel de Sinaloa para caer en la cuenta que uno o varios socios argentinos estaban jugando a dos puntas o los estaban mexicaneando.
-EL 24 de julio dos narcos colombianos fueron acribillados en el estacionamiento del shopping Unicenter. La escena del crimen no fue azarosa: en la confitería Tucson de ese mismo shopping se había registrado un mes antes las reuniones de Sebastián Forza con los miembros del cartel mexicano.
Cuando se repasan los hechos de manera cronológica resulta más que evidente que Forza -vinculado con al menos dos sociedades relacionadas con el mundo farmacéutico- era proveedor de efedrina, que desviaba de los circuitos legales.
También es evidente que hubo una disputa de mercado en la que
Forza se habría enfrentado a un antiguo socio -marcado por la DEA-, que lo terminó amenazando. Y también es evidente que los argentinos se ganaron la enemistad de los mexicanos a quienes les vendieron efedrina de baja calidad porque no podían cubrir la demanda, o porque se quedaron con un anticipo de dinero.
La variante más plausible de esta misma historia sostiene que los mexicanos disconformes amenazaron a sus proveedores argentinos y fueron estos los que -a través de un llamado anónimo- los entregaron ala Justicia federal de Zárate-Campana en julio pasado. La venganza, entonces, no sería por la baja calidad de la efedrina sino por los argentinos entregaron a la Justicia, cosa que la Justicia jamás podría reconocer.
Tarde o temprano alguien debería confirmar o desmentir que Sebastián Forza era un "testigo protegido" de la policía. Si esto es así, ¿por qué se tardó tanto en empezar a actuar cuando se supo sobre su desaparición?
Según fuentes de la propia investigación, el decomiso de los 77 kilos en Ezeiza fue obra de una operación en la que intervino Leopoldo Bina, otro de los asesinados que tiene contactos familiares en la Aduana.
El tercer sospechoso es el empleador de Damián Ferrón, el aterrorizado policía José Luis Salerno que sabe más de lo que cuenta: ¿Porqué no fue Salerno a la reunión en la fatídica Tucson? ¿Por qué involucró a su empleado Ferrón? ¿ Por qué en su primer testimonio judicial aseguró que no conocía a Forza, lo cual era falso?
Dos abogados ya renunciaron a defender a este policía que posee
jugosas cuentas bancarias, cuatro propiedades en el conurbano y ha hecho jugosos negocios con el PAMI en la localidad de Morón.
Diario BAE
27-AGO-2008