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EL FUTURO, SEGUN ALVIN TOFFLER, AUTOR DE LA TERCERA OLA

“El FMI va a desencadenar un baño de sangre”

Es uno de los consultores más escuchados del planeta. Fue marxista pero hoy defiende el libre mercado. Habla sobre los problemas de De la Rúa y el lugar que les espera a sociedades como la argentina, en una era donde el conocimiento y la educación juegan un rol central.

Por Walter Goobar
"Washington ha vendido al resto del mundo un paquete de globalización que incluye liberalización. Pero globalización y liberalización no son lo mismo. Se puede globalizar sin liberalizar y se puede liberalizar sin globalizar. La hostilidad contra la globalización está más vinculada con los efectos de la liberalización”, afirma el futurólogo estadounidense Alvin Toffler, quien además advierte que el fundamentalismo del FMI puede desencadenar un baño de sangre. Asesor de gobiernos, empresas y ejércitos, Alvin Toffler es conocido por sus teorías sobre el presente y el futuro de los sistemas económicos. Sus obras El shock del futuro y La Tercera Ola, por ejemplo, fueron publicadas en 30 idiomas, con más de 10 millones de libros vendidos en el mundo.
El ex marxista devenido en gurú del futuro divide la historia de la humanidad en tres olas: la primera fue producida por el descubrimiento de la agricultura hace diez mil años y propició la revolución agrícola. La segunda ola se generó por la revolución industrial iniciada hace unos trescientos años. La tercera marca el fracaso del industrialismo y la aparición de la revolución tecnológica que afectará vida de los seres humanos en todas las esferas. A partir de sus hipótesis respecto de la llegada de la tercera ola, Toffler considera que está naciendo un nuevo sistema de poder que sustituirá al industrial. Esto producirá una lucha por el poder que se entablará en todas y cada una de las instituciones humanas, empezando por el mundo empresarial, los Estados, el mercado, los medios de comunicación, incluso la familia y la Iglesia. El punto central para Toffler es quién tendrá el control del conocimiento, que es la pieza esencial de la civilización del futuro:
“En las sociedades de la primera ola o agrícolas, la forma clave del capital era la tierra. Pero si yo cultivaba mi tierra, usted no podía cultivar la misma tierra al mismo tiempo. Era usted o yo, no ambos. Lo mismo se aplicaba –y todavía se aplica– al capital en las economías industriales o de la segunda ola. Usted y yo no podemos utilizar la misma línea de montaje al mismo tiempo. Todo eso se ve revertido en las economías de la tercera ola, donde el conocimiento es la forma primordial de capital. Usted y yo podemos utilizar el mismo conocimiento al mismo tiempo y si lo utilizamos creativamente podemos generar más conocimiento.”
Sin embargo, Toffler advierte que sería absurdo creer que la revolución digital generará años de prosperidad sin turbulencia ni convulsiones.
–Antes de hablar del futuro quiero preguntarle por su pasado: ¿cómo fue su evolución de marxista militante hasta convertirse en uno de los futurólogos más influyentes del planeta?
–Mi mujer y yo nos hicimos marxistas en la universidad y pensábamos que con el fin de la Segunda Guerra Mundial el fascismo se avecinaba en Estados Unidos. Por esa razón decidimos proletarizarnos para organizar a los obreros. Pero cuando nos convertimos en obreros industriales descubrimos que los trabajadores eran demasiado inteligentes para dejarse organizar por nosotros. En esa época los obreros tuvieron grandes progresos económicos porque habíamos destrozado a todos nuestros competidores. Yo trabajé durante muchos años en la línea de montaje de una empresa automotriz, en una fábrica de bicicletas y dos años como mecánico en una fundición de acero. Mi mujer fue delegada gremial en una fábrica de aluminio y trabajó contra la segregación racial. Allí descubrimos que la explicación marxista de la economía no explicaba la realidad: había que cambiar la teoría o cambiar la realidad. Después me dediqué al periodismo. Fui corresponsal en la Casa Blanca. Allí llegué a la conclusión de que los más importantes cambios sociales y tecnológicos estaban conmocionando a la sociedad norteamericana, pero que el gobierno dedicaba escasa atención al futuro y que parecía incapaz de anticipar los cambios más fundamentales. Los políticos raramente ven más allá de las próximas elecciones. Eso me hizo pensar acerca del tiempo y de los horizontes temporales y, más globalmente, acerca de nuestra incapacidad para hacer frente al cambio y darle alcance al futuro.
–De marxista convencido, usted se ha convertido en defensor del libre mercado, pero ¿qué opina del capitalismo?
–Creo en el mercado en un cien por ciento pero no en un mil por ciento. Hay fundamentalistas que consideran que el mercado y la economía son una religión y para mí no son una religión, sino la principal herramienta para promover el desarrollo. La revolución industrial la hicieron los burgueses, y en ese sentido creo que el cambio hacia una economía de la tercera ola será conducido por las empresas y no por los trabajadores o los sindicatos que tienen una actitud conservadora frente a los cambios.
–Con respecto al Fondo Monetario Internacional...
–El FMI es uno de los fundamentalistas de la economía y su política conduce a desencadenar un baño de sangre. El FMI es responsable de haber azuzado las tensiones raciales que desembocaron en la matanza de un millar de chinos en Indonesia. Yo creo que no hay que pensar esto en términos ideológicos sino de manera pragmática: a algunos países que aceptaron al pie de la letra los dictados el FMI les fue bien, pero a otros les fue muy mal, y a otros que no aceptaron las exigencias del FMI les fue bien. Leo los diarios argentinos: el FMI reconoce que es necesario atender la cuestión social. ¡Por fin se dieron cuenta!
–Si Fernando de la Rúa le pidiera consejo sobre cómo evitar que el FMI provoque un nuevo baño de sangre, ¿qué le recomendaría?
–De la Rúa está muy presionado por las instituciones financieras de Washington y por los empresarios que quieren un capitalismo tradicional, y por otro lado por los desocupados y sus familias. La situación de De la Rúa es difícil, pero yo no aceptaría y me resistiría a las exigencias externas si esos requisitos excluyeran la política social y alguna forma de alivio para las tensiones sociales: eso es lo que genera la violencia y la inestabilidad. Cuando las políticas del FMI son erradas hay que saber decir que no.
–El gobierno pretende seducir a los capitales extranjeros, pero ante cada concesión los inversores redoblan sus exigencias. ¿Qué le aconsejaría al Presidente?
–Todos los países quieren inversiones, pero mi primer consejo sería que no acepte todas las inversiones: hay que evitar el dinero negro del narcolavado porque es peligroso. Con respecto a las inversiones extranjeras hay que definir qué tipo de inversiones necesita la Argentina: las inversiones de la segunda ola requieren mano de obra intensiva y son atractivas a corto plazo, pero no producen ninguna transferencia tecnológica. La pregunta es cómo atraer las empresas de alta tecnología que le agregan valor al conocimiento. Si uno asume la postura de que solamente quiere puestos de trabajo, se está priorizando el corto plazo. Yo diría que hay que buscar inversiones en industrias que agreguen valor por medio del uso intensivo de la información.
–¿Cómo se hace la revolución digital en un país con una de las telefonías más caras del mundo?
–El área de las telecomunicaciones es estratégica para generar desarrollo en la era digital, pero para esto es vital reducir el costo de las comunicaciones. Hay sólo dos maneras de conseguir que todo el mundo esté conectado: forzar a las compañías a bajar los precios o dar subsidios a los ciudadanos para que puedan comprar servicios de comunicación. Estoy convencido de que hay maneras de que las empresas financien la difusión de Internet y de la computación. Luego de resistirse al paso de la economía de la tercera ola, el movimiento sindical estadounidense está vendiendo computadoras y servicios de Internet a un bajo costo.
–¿Por qué todas las instituciones y sistemas están en crisis a la vez?
–Todos fueron diseñados para una sociedad industrial masiva que trata a las personas en grandes cantidades en lugar de hacerlo en grupos más pequeños, más definidos y con mayores posibilidades de cambio. La actual estructura tripartita de los gobiernos no funciona. Yo creo en la división de poderes, pero existen múltiples formas de dividir los poderes. La idea de que se deben separar en una Legislatura, un Poder Judicial y un Poder Ejecutivo es solamente una manera de separarlos. ¿Por qué no pensar en un sistema de representación semejante a la red para reemplazar el modelo europeo jerárquico?
–En ese contexto, ¿cuál es el futuro del trabajo?
–El trabajo, tal como lo conocemos hoy, es un invento de la revolución industrial. Creo que en el largo plazo, el trabajo de 9 a 5 será cada vez menos importante, porque nos movemos hacia un sistema en el que los individuos se están convirtiendo en cuentapropistas. Más de 30 millones de trabajadores norteamericanos hacen parte o todo su trabajo en sus hogares, en hoteles, sobre aviones, operando pequeños negocios desde sus casas vía Internet. Se trata de encontrar los pequeños nichos que existen en la red. En lugar de la clásica distinción entre productores y consumidores, aparecerá una nueva categoría híbrida que yo llamo “prosumidores”. El hogar volverá a ser una institución tan poderosa como lo fue en la era preindustrial. En el pasado, el hogar era una unidad de producción que se ocupaba de la salud de los miembros, de la educación de los niños, hasta que llegó la industrialización. En ese momento el trabajo pasó a la órbita de la fábrica, la salud pasó a la esfera de los hospitales, el cuidado de los ancianos pasó a manos del Estado, la educación fue trasladada a la escuela. Todo eso va a revertirse.
–Lo que usted vaticina es una vuelta a la Edad Media.
–Exacto. Es una vuelta a la Edad Media pero con el apoyo de la tecnología.
–Aquellos que no tengan educación ¿estarán condenados a quedar totalmente fuera del sistema?
–Sí, porque la única chance de los que no tengan educación será utilizar sus músculos, que serán cada vez más baratos. Tiene que haber una transformación del sistema educativo. El problema de la educación es que la escuela es una fábrica: se mide a los estudiantes cuando entran, hacen un trabajo monótono y son eyectados a la vida laboral en donde pasarán el resto de sus vidas haciendo un trabajo rutinario en una fábrica. Hemos creado un modelo de educación que simula la vida futura del estudiante en una economía industrial. Esto permitió la democratización de la educación, pero ahora estamos educando a millones de estudiantes para industrias que no estarán allí cuando ellos egresen.
–¿Qué cambios requiere la educación?
–Tenemos que demoler la escuela-fábrica. Hay que reconocer que en la actualidad la gente no se educa exclusivamente en la escuela. Están los medios de comunicación, las computadoras y cientos de organizaciones o individuos que poseen conocimiento y que están en condiciones de educar. Hay que abolir la idea de que existe un solo modelo para la educación.
–¿Y los maestros?
–Los maestros tendrían que ser una especie de arquitectos o directores de orquesta que articulen la adquisición de conocimiento que está distribuido en los medios y la sociedad. Sería una tarea absolutamente distinta de la que desempeñan en la actualidad. La escuela requiere una reconceptualización, pero soy consciente de que los maestros rechazan esta variante porque temen perder sus trabajos. La educación masiva y obligatoria fue una invención social. Tenemos que reinventarla porque en lugar de preparar a los chicos para el futuro los estamos preparando para el pasado, para lo que está muriendo y no para lo que está creciendo.
Revista Veintitrés
Numero edicion: 104 02/06/2000

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